Medios de todo el mundo han aprovechado el reciente cambio de era y de emperador en Japón para evaluar la situación social, política y económica del país. Estas piezas revelan a su vez el marco ideológico desde el que se construye y se reproduce la idea de Japón de formas más o menos explícitas. Todo […]
Medios de todo el mundo han aprovechado el reciente cambio de era y de emperador en Japón para evaluar la situación social, política y económica del país. Estas piezas revelan a su vez el marco ideológico desde el que se construye y se reproduce la idea de Japón de formas más o menos explícitas. Todo cambio de calendario invita a la reevaluación de usos y métodos, pero, ¿sucede lo mismo con cómo piensa Occidente en el Otro?
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El pasado 30 de abril se produjo en Japón un evento extraordinario, más por poco frecuente que por inesperado: el emperador Akihito abdicó el trono en favor de su hijo Naruhito, que tomó posesión del título al día siguiente. Se daba fin de este modo a la era Heisei, iniciada cuando Akihito ocupó el cargo en 1989 tras la muerte de su padre, el emperador Hirohito. El país dio comienzo de este modo a la denominada era Reiwa.
Un número significante de medios de comunicación han aprovechado este episodio de sucesión dinástica y cambio de calendario para hacer una radiografía del estado político, social, cultural y económico de Japón. Un tipo de producción casi obligatorio por convención periodística que sirve para aglutinar todas aquellas imágenes familiares y nociones comunes que se asocian con la idea de Japón. Merece la pena pararse un momento a analizar qué se dice y qué se omite entonces. El discurso sobre cómo se entiende y se describe Japón, es decir, su narrativa nacional, nos puede servir además de ejemplo para entender la relación entre los intereses políticos y la construcción y reproducción de identidades nacionales. Los medios de comunicación tienen en este sentido un papel muy relevante. Recogen estos motivos recurrentes que puedan estar en circulación y les dan un eco que los legitima no sólo como representativos, sino también como válidos a la hora de entender y explicar una identidad. Asumir acríticamente este efecto de validez y representatividad tiene un peligro, pues no existen ideas sin implicaciones. La forma en que nos entendemos y nos explicamos condiciona el ejercicio y la configuración de nuestras políticas.
A lo largo del siglo XX y principios del siglo XXI, la forma en que se ha construido y se reproduce la narrativa nacional de Japón en Occidente ha estado determinada por su consideración de rival y/o enemigo de los intereses de sus potencias. Si uno echa un vistazo a qué se ha dicho en medios nacionales e internacionales sobre Japón aprovechando el comienzo de la era Reiwa, resulta revelador observar cómo las mismas estructuras y lógicas de representación se sostienen y se renuevan. A través de una panorámica se puede advertir cómo el discurso se ha adaptado para perpetuar un diseño de la alteridad problemático y problematizado.
Modernidad en crisis permanente
El País en su editorial del 1 de mayo realiza un breve recorrido histórico desde el final de la Segunda Guerra Mundial en el que Japón se presenta marcado por un estado de crisis permanente, tanto a nivel económico como social. Sucede que en este supuesto análisis de retos y problemas, el medio establece un vínculo de acción y responsabilidad a la nación japonesa de unas circunstancias que, vacías de contexto, podrían ser adjudicadas a cualquier país contemporáneo. ¿O es que acaso existe un país que no «sufra profundas transformaciones» y que no se encuentre «en unos tiempos imprevisibles, y seguramente difíciles,» como dice este periódico?
Este supuesto estado de crisis permanente viene ligado al perenne cuestionamiento de la conciliación que se cree sufre Japón entre una identidad ‘tradicional’ y el proyecto de la modernidad. De hecho, tanto el editorial de El País como el de La Vanguardia del mismo día incluyen una afirmación que de tan manida ha quedado vacía de significado, aunque no de sentido: Japón debe superar sus hipotéticas contradicciones entre tradición y modernidad. La asunción de este conflicto implica sobre todo una duda hacia la capacidad de Japón para relacionarse de forma estable con el proyecto de modernidad. Interpretar la coexistencia de elementos más tradicionales con otros asociados con la modernidad como una fuente de inestabilidad y crisis supone apostar por el esencialismo identitario. Éste se circunscribe exclusivamente además en un momento pasado y por lo tanto inaccesible e inigualable.
Cada vez que se describe a Japón enfatizando elementos supuestamente tradicionales sobre otros modernos, se está cuestionando su legitimidad como un potencial referente de progreso y desarrollo. Estos son los valores mediante los cuales Occidente ha establecido a fin de cuentas su hegemonía, por lo que no puede permitir alternativas a su liderazgo de referencia. Por un lado, construir una idea de Japón a partir de elementos interpretados como tradicionales justifica el mantra del supuesto conflicto con la modernidad. Isabel Gómez Melenchón juzga por ejemplo con ironía el haber instalado una inteligencia artificial en forma de Bodhisattva en un templo japonés cuando uno lo asocia con el significado literal de Reiwa, ‘hermosa armonía.’ Insinúa con ello que una convivencia posible entre tradición y modernidad «está por ver,» y aunque no desarrolla esta relación, sí realiza unas observaciones de un racismo que merece reproche abierto:
Mindar ha nacido de la colaboración entre los monjes del templo y un equipo de especialistas en inteligencia artificial, que se han permitido algunas libertades, como dotarla de una estatura (195 cm) pongamos que algo más elevada que la media del país, y unos rasgos sólo ligeramente asiáticos en la parte humana, cabeza, pecho y manos, el resto es puro Transformer.
Javier Martín Domínguez (periodista y cargo ejecutivo para RNE y TVE) explota el recurso orientalista del exotismo asociado con lo desconocido para dibujar un Japón irremediablemente incomprensible. Esta idea no sólo genera una distancia irreconciliable entre la identidad percibida y la perceptora, sino que posiciona a Japón fuera de la racionalidad, base del proyecto ilustrado y de la modernidad por imposición occidental. Su artículo está por otro lado sembrado de tópicos caricaturescos y lugares (demasiado) comunes, como ya advierten sus primeras líneas:
«Japón y los japoneses son un arcano difícil de descifrar para la mayoría del mundo. Aunque la aceptación mundial del sushi haya roto una barrera que antaño solo cruzaban españoles y peruanos (¡pescado crudo!), el enigma sigue envolviendo sus usos y costumbres, su desarrollo, su insularidad… y su monarquía.»
El emperador como ancla
La figura del emperador adquiere de hecho un papel particular en la construcción de la idea de Japón para estos textos. Se presenta en discurso como símbolo metonímico de la identidad nacional. Se crea un paralelismo entre el perfil de cada emperador con la agenda de Japón en un tiempo y una sociedad donde la voluntad del soberano no condiciona la política y rumbo del país. The New York Times informa sobre el cambio de trono a través de la nota de Associated Press relacionando a cada emperador con la preocupación principal del país según el momento: a Akihito con la búsqueda de un perdón por parte de Japón por las acciones de la Segunda Guerra Mundial, mientras que a Naruhito con el cambio climático y la prevención de desastres. En esta construcción del país a partir de elementos pre-modernos, la casa imperial se presenta desde Occidente como un recurso de valor seguro.
El escenario es distinto si cambiamos el punto de enunciación. Los editoriales de los tres periódicos japoneses más populares, el Asahi Shimbun, el Mainhichi Shimbun y el Yomiuri Shimbun, reflejan cómo el cambio de era ha servido para abrir el debate sobre la figura del emperador y su papel hoy día. Así, mientras los textos del 30 de abril y del 1 de mayo el Asahi pide a la nación continuar reflexionando sobre el rol de la casa imperial y cuestiona su utilidad como elemento de cohesión, el Yomiuri, más conservador, en su pieza del 2 de mayo llama abiertamente a los japoneses a dar la bienvenida al soberano. Lo que sí comparten estos textos es el relato de un país que arrastra los conflictos de las últimas décadas para proyectarlos como retos de futuro, tal y como recuerda el Mainichi. Es aquí donde se aprecian las diferencias más evidentes entre dos líneas en conflicto de auto-representación nacional: mientras que Asahi reivindica la construcción de una sociedad que se enorgullezca de su pluralidad, el Yomiuri reclama unidad en una petición de fin de división social que nazca de una supuesta inventiva nacional.
Purplewashing o la paja en el ojo ajeno
Uno de los episodios más cubiertos por la prensa ha sido que sólo una mujer, la ministra Satsuki Katayama, haya podido asistir por primera vez a la ceremonia de toma del trono por parte de Naruhito. La absolutamente legítima voluntad de revelar el sexismo estructural existente en la sociedad japonesa no justifica sin embargo realizar una lectura esencialista del mismo ni exime de juzgar con la misma óptica la opresión sistémica presente en nuestras sociedades. Criticar al Otro por estar sujeto a prácticas patriarcales para parecer en comparación como más tolerante es lo que se conoce como purplewashing.
La cobertura de la ausencia de mujeres en la ceremonia de ascensión imperial corre el peligro de incluir una lectura nacional comparativa y esencialista en la que las estructuras de opresión propias quedan invisibilizadas por ser sólo identificadas y adjudicadas al Otro. Esto sucede por ejemplo en el ya mencionado artículo de Gómez Melenchón, que vincula la exclusión de mujeres en estas ceremonias con falta de modernidad, con las implicaciones que este juicio posee.
El enemigo latente
A parte de la construcción de Japón a través de estas figuras pre-modernas, el otro principal elemento que marca esta narrativa nacional es su condición de rival y antiguo (o lo que es lo mismo, potencial) enemigo. Desde que se instauró a finales del s. XIX la idea del ‘peligro amarillo,’ todo movimiento de avance y progreso de Japón se interpreta como una prueba de un deseo de dominación a costa de la posición hegemónica de Occidente. La incorporación y repetición constante del pasado militar de Japón sirve por lo tanto como advertencia y recuerdo de un peligro siempre latente que lo deslegitima de nuevo como referente a favor del status quo occidental. Japón ha hecho un trabajo de memoria histórica deficiente y claramente amonestable, pero no peor que otros países como España. En cualquier caso, debemos atender qué implica (y a quién beneficia) la construcción de Japón a través del tiempo y en toda circunstancia manteniendo siempre presente el episodio durante el que se lo consideró un enemigo declarado. Si a 74 años del final de la Segunda Guerra Mundial se sigue insistiendo en la necesidad de que el país se comprometa con la paz por parte de potencias que no se han auto-exigido el mismo nivel de compromiso, quizá haya que preguntarse si el problema no es tanto de confianza como de necesidad de mantener la alerta a cualquier coste.
Esta misma idea de peligro latente también determina la narrativa nacional de China. Este país aparece de hecho también mencionado en muchos de los textos en los mismos términos de amenaza al orden y correlación actual de fuerzas. Estas advertencias no corresponden, como en el caso de Japón, a un análisis somero de las circunstancias actuales. Son más bien parte de una tendencia implantada y extendida a través de las décadas que prioriza la sensación de urgencia y riesgo a los cambios sucedidos o por acontecer.
El editorial del China Daily (principal medio en inglés administrado por el gobierno chino) del 2 de abril reflexiona sobre el origen y las connotaciones de este nombre. Se hace eco de un debate que no tuvo tanta repercusión en medios occidentales pero que sí entretuvo a académicos y lingüistas. Por primera vez el nombre escogido para una era se extrae de un texto literario japonés en vez de basarse en un clásico de la literatura china. Esta decisión fue leída por muchos como un gesto nacionalista del gabinete del primer ministro Abe Shinzō. En un giro interpretativo, el China Daily reivindica la ‘sinitud’ del término y carga contra la administración de Abe de un modo que separa esta decisión de una voluntad general japonesa, con la que según este diario el gobierno chino aspira a cooperar. Por otro lado, el South China Morning Post, diario de cabecera de Hong Kong cuyos vínculos con Beijing se han estrechado recientemente, incluye un artículo de opinión firmado por David Dodwell que también vehicula la elección del nombre de Reiwa con la supuesta renovada fuerza del ultra-nacionalismo japonés. Es destacable además la áspera crítica con la que el SCMP aprovecha en su editorial del 29 de abril el cambio de emperador para criticar la situación social y política japonesa contemporánea. Las ideas y temas presentes en este análisis están orientadas a fomentar la duda sobre el compromiso de Japón con la paz a través del escepticismo hacia sus prácticas de memoria histórica. Esta interpretación es lícita y coherente con la actitud general del discurso diplomático oficialista chino hacia el país vecino. Sucede sin embargo la paradoja de que tanto el China Daily como el SCMP reproducen y alimentan la misma retórica alarmista que es empleada por Occidente para defender sus intereses precisamente cuando se describe el auge de China. Este ejemplo destaca cómo de importante es atender a qué efecto tienen las ideas que se ponen en circulación: a quién beneficia qué y cómo se enhebra el discurso, más allá del mensaje explícito.
El texto del SCMP termina con la siguiente frase: «Reiwa no significa cerrar un capítulo de la historia.» Lo mismo puede decirse de cómo la narrativa nacional de Japón se adapta para incluir los mismos temas, ideas e imágenes que la han constituido en los últimos 150 años. Conscientes de que cualquier tipo de calendario no es más que una convención a la hora de ordenar y dividir el tiempo, nuestra obsesión por parcelar la historia tiene la potencialidad de alterar no sólo cómo percibimos el curso de los años sino en cómo entendemos y posicionamos los acontecimientos que preceden y suceden a estos cambios. Resulta significativo reflexionar sobre cómo encajan en estas transiciones los discursos de representación. En el caso de Reiwa, como se ha visto en este repaso, los mismos motivos y temas sobre los que se ha construido la idea de Japón en función de los intereses del status quo occidental se han mantenido y salen reforzados. Incluso encuentran en la costumbre de hacer un cambio de era una justificación para sus axiomas, como la articulación de la identidad japonesa en referentes pre-modernos y la problematización de Japón con el proyecto de la modernidad a través de su descripción como un país en crisis continuada. Japón no es una excepción, pero sí un ejemplo paradigmático. La forma en que se entiende al Otro justifica las acciones del presente y las decisiones del futuro. Como el tiempo, el discurso cambia y fluye, por lo que será cuestión de restar vigilantes y tomar conciencia de qué decimos cuando nos y los describimos.
Fuentes:
Dodwell, David. «Does Japan’s Reiwa era promise a new economic dawn even as China rises?» South China Morning Post, 19 de abril de 2019. (https://www.scmp.com/comment/insight-opinion/article/3006846/does-japans-reiwa-era-promise-new-economic-dawn-even-china)
Editorial. «Japan’s break with tradition doesn’t really change anything,» China Daily, 2 de abril de 2019. (http://www.chinadaily.com.cn/a/201904/02/WS5ca34c31a3104842260b4025.html)
Editorial. «Japan’s new emperor should learn from his father,» South China Morning Post, 29 de abril de 2019. (https://www.scmp.com/comment/insight-opinion/article/3008176/japans-new-emperor-should-learn-his-father)
«On 1st Day as Japan’s Emperor, Naruhito Vows to Pursue Peace,» New York Times, 30 de abril de 2019. (https://www.nytimes.com/aponline/2019/04/30/world/asia/ap-as-japan-new-emperor.html)
Editorial. «Nation must continue to reflect on the role of the emperor,» Asahi Shimbun, 30 de abril de 2019. (http://www.asahi.com/ajw/articles/AJ201904300036.html)
Editorial. «Nueva era en Japón,» El País, 1 de mayo de 2019. (https://elpais.com/elpais/2019/04/30/opinion/1556648249_239825.html)
Editorial. «Relevo en el trono del Crisantemo,» La Vanguardia, 1 de mayo de 2019. (https://www.lavanguardia.com/opinion/20190501/461981294318/relevo-en-el-trono-del-crisantemo.html?facet=amp)
Editorial. «Emperor system at a crossroads as Naruhito ascends the throne,» Asahi Shimbun, 1 de mayo de 2019. (http://www.asahi.com/ajw/articles/AJ201905010026.html)
Editorial. «Japan should flexibly respond to changes of the times during Reiwa era,» Mainichi Shimbun, 1 de mayo de 2019. (http://mainichi.jp/english/articles/20190501/p2a/00m/0na/009000c)
Martin-Domínguez, Javier. «Japón y su secreto mejor guardado,» El País, 1 de mayo de 2019. (https://elpais.com/internacional/2019/04/30/actualidad/1556642395_313907.html)
Editorial. «Together, let us welcome the era of the new Emperor / Symbolism endures; Imperial image evolves,» Yomiuri Shimbun, 2 de mayo de 2019. (http://the-japan-news.com/news/article/0005712759)
Editorial. «With new era, let’s continue efforts for peace, stability.» Yomiuri Shimbun, 3 de mayo de 2019. (http://the-japan-news.com/news/article/0005710565)
Gómez Melenchón, Isabel. «El emperador y la robot,» La Vanguardia, 3 de mayo de 2019. (https://www.lavanguardia.com/opinion/20190503/462002727780/el-emperador-y-la-robot.html)