Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Mientras hablaba con el corresponsal de la BBC en su destartalada habitación a la que llaman hogar en Dhaka, Bangladesh, un hombre sollozaba junto a su hija de 12 años. La cara del padre, surcada de arrugas prematuras, era la expresión misma de la angustia. Solo podría entenderlo un padre cuyo hija agonizara bajo gigantescas losas de hormigón sin que se pueda hacer nada. «Si está muerta», decía, «lo único que quiero es enterrarla con mis propias manos, para saber al menos que finalmente he encontrado a mi hija». Este hombre desesperado se deshizo entonces en lágrimas incontrolables.
Su hija Hamida había estado trabajando hombro con hombro con su otra hija pequeña que escapó milagrosamente al desmoronamiento de varias fábricas en el edificio Rana Plaza de Dhaka el 24 de abril.
Se recuperaron cientos de cadáveres, la mayoría de ellos de mujeres jóvenes y de chicas que vivían de su trabajo en condiciones extremadamente duras en las muchas fábricas de confección del país en las que se explota a los y las trabajadoras. Otros cientos de personas continúan atrapadas entre los escombros y se cree que están muertas. Muchas de las personas que fueron rescatadas tuvieron que sacrificar un miembro ya que esa era la única manera de rescatarlas.
Las imágenes de la devastación predominaron en las noticias varios días después de que se derrumbara el edificio de ocho plantas sobre casi 3.000 trabajadores míseramente pagados que ya estaban atrapados en otro sentido, en la interminable pobreza y explotación de los dueños de la fábrica.
Más de 3.5 millones de personas trabajan en las aproximadamente 4.000 fábricas del país, que generan cerca del 80% de las exportaciones totales de Bangladesh. Según algunos cálculos, el salario mensual de estos trabajadores de Bangladesh es de entre 70 y 100 dólares al mes. Según otros cálculos es aún menor, teniendo en cuenta que el salario mínimo del país ronda los 38 dólares al mes.
En declaraciones a la BBC el pasado mes de agosto Rosa Dada de [la compañía] Four Seasons Fashion Limited consideraba que la lógica del negocio es simple y convincente: «En Bangladesh el salario medio mensual de los y las trabajadoras textiles es solo entre 70 y 100 dólares. Si produzco aquí, el precio es mucho más competitivo». La clave es la competitividad, aun cuando sea a expensas de empobrecer a personas que no tienen más opción que aceptar un salario miserable y unas condiciones laborales extremadamente peligrosas. Por supuesto, un ejecutivo de Four Seasons no aceptaría trabajar por 70 dólares al mes. Dada debe de saber que la mayoría de los trabajadores de la industria textil de Bangladesh son mujeres. Cuando se calculan las perdidas a largo plazo que provoca la muerte de una madre que trabaja en unas condiciones inhumanas no hay cifras ni estadísticas ni gráficos ni, indudablemente, intento alguno por parte de Dada de superar a los rivales que pueda hacer justicia a esta tragedia.
La historia del dolor de Bangladesh está salpicada de tragedia, de corrupción del gobierno y de codicia en estado puro. También implica a muchas compañías y distribuidores de la industria de confección en los países occidentales, China, Oriente Próximo y otros lugares.
Por otra parte, no sería exagerado afirmar que de alguna manera nuestro anhelo constante de precios baratos, el indomable deseo de «gangas» y la codicia por las marcas son posibles a expensas del sudor, la sangre, las lágrimas y, en algunos casos, los huesos quebrados de la mano de obra barata como Hamida, de 13 años.
[Las compañías] Walmart, Gap, JCP, Abercrombie, Kohl’s y muchas otras tienen mucho que ver con esta historia. Algunas de estas compañías se siguen negando a emprender acciones reales para evitar futuras tragedias.
El desmoronamiento del edificio Rana Plaza no fue el primero de estos desastres y probablemente no será el último, especialmente porque el gobierno no emprende acción alguna al respecto, por no decir más.
Por lo que se refiere a la mayoría de las compañías occidentales, se limitan a recurrir a tácticas de relaciones públicas para eludir sus responsabilidades directas e indirectas, lo cual es opuesto a replantearse su absolutamente negligente actitud.
Es cierto que ha habido una gran cobertura de la tragedia por parte de los medios, lo cual es inaudito incluso para las pobres condiciones de trabajo del país. Pero durante muchos años ha habido muchas pruebas de que se ha abusado, humillado y sacrificado a los trabajadores y trabajadoras de Bangladesh en nombre del beneficio. Los propietarios explotadores suelen cerrar con llave las puertas de salida para asegurarse de que los trabajadores no pueden salir. Construyen sin permisos y las autoridades hacen la vista gorda ante sus muchas prácticas ilegales.
Según Human Rights Watch, el gobierno cuenta con 18 inspectores que se supone supervisan e impiden prácticas ilegales en las miles de fábricas del distrito de Shaka, que es el centro de la industria de confección. Los activistas de los derechos de los y las trabajadoras mantienen que se paga espléndidamente a los funcionarios por su silencio. Human Rights Watch afirmó que «los dueños de las fábricas, una fuerza poderosa en Bangladesh, con vínculos con altos cargos del gobierno, suele recibir con antelación el aviso de que va a haber una inspección».
Hace exactamente cinco meses murieron 112 trabajadores en una fábrica de confección Tazreen Fashions cerca de Dhaka. Algunos trabajadores se arrojaron a la muerte de desde ventanas situadas a gran altura para escapar del fuego porque las puertas estaban cerradas. Entre los restos del edificio quemado también se encontraron las huellas de la complicidad de las compañías internacionales.
El Foro Internacional de Derechos Laborales (International Labor Rights Forum, ILRF) afirmó recientemente que «en Tazreen se encontraron productos con etiquetas de Walmart y ahora una de las fábricas del complejo Rana, Ether-Tex, había incluido Walmart-Canada en la lista de compradores de su página web». Como era de esperar, «todavía se espera que Walmart contribuya al fondo de compensación de los y las trabajadoras destinado a las víctimas de Tazreen».
Pero hay más cosas que Walmart y otros no han hecho todavía. Todavía no ha firmado el Acuerdo de Bangladesh sobre Seguridad e Incendios de los Edificios que, según el ILRF, es un «acuerdo vinculante legalmente que solo lo han firmado dos marcas globales y que (si se implementara) crearía unas inspecciones, transparencia y vigilancia rigurosas, y garantizaría que tanto los y las trabajadoras como sus organizaciones son parte integral de la solución».
Para evitar el «lío» de las responsabilidades algunas compañías han decidido llevar a cabo sus propias inspecciones y, por supuesto, asegurarse de que los medios de comunicación conocen su supuestamente enorme esfuerzo.
Las dos compañías que han firmado el acuerdo son el minorista alemán Tchibo y PVH Corp, dueña de las marcas Calvin Klein y Tommy Hilfiger. Pero para que el acuerdo surta efecto se necesitan las firmas de dos más. Walmart, junto con otras gran compañías, todavía tiene que firmar.
Considerando la corrupción galopante y la extrema necesidad de Bangladesh de fondos extranjeros que en parte garantizan los 20 millones de dólares anuales procedentes de la industria, hay pocas esperanzas de que el gobierno haga mucho para solucionar la injusticia que impera actualmente.
No han tenido éxito los intentos de sindicar a los trabajadores de la industria de confección. Según se ha informado, la policía acosó al respetado defensor de los derechos de los y las trabajadoras Aminul Islam, se le intervino su teléfono y, según informó The New York Times el pasado mes de septiembre, «agentes de la inteligencia interna lo secuestraron y le golpearon». Cuando el pasado 4 de abril desapareció durante cuatro días todo el mundo sabía quién era el culpable de ello. Dos días después se descubrió su cuerpo. Habría sido torturado hasta la muerte. Su pequeña oficina estaba en unas edificios de torres, algunas de ellas seguramente construidas sin permiso. Los y las trabajadoras de Dhaka perdieron un gran amigo, un aliado, con su asesinato. Ahora han perdido a cientos de sus igualmente pobres colegas cuyo salario completo apenas llega para comprar un producto de la marca Tommy Hilfiger.
El periodista alemán Hasnain Kazim y otros escribieron en Spiegel International online que «[…] el desastre […] provocó imágenes y sonidos que para muchos serán difíciles de olvidar. Por ejemplo, Rezaul recuerda vívidamente a una mujer con el pelo alborotado y la cara ensangrentada cuya pierna estaba inmovilizada por una columna de hormigón. ‘Me pidió que le cortara la pierna y la liberara’, afirmó. ‘Dio la casualidad que yo estaba ahí'». La foto principal del artículo era la de una cabeza que apenas sobresalía sobre un montón de hormigón, mientras que el resto del cuerpo, excepto un brazo, estaba sepultado. Era el rostro de un joven guapo, con los ojos plácidamente cerrados y el brazo que tenía libre descansando delicadamente sobre los cascotes.
Lo más doloroso de esta tragedia es que era completamente previsible, pero quizá ni al gobierno ni a Walmart y las demás compañías les parecía un asunto lo suficientemente urgente como para emprender una acción decisiva con el fin de evitar a estas personas pobres una muerte horrible.
Ramzy Baroud (www.ramzybaroud.net) es editor de PalestineChronicle.com. Su último libro es My Father Was A Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story (Pluto Press) [Véase, Entrevista a Ramzy Baroud con ocasión de la publicación en francés de su libro «Résistant en Palestine, une histoire vraie de Gaza», http://www.rebelion.org/noticia.php?id=168208]