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América Latina en una encrucijada histórica

Cochabamba: Mandatarios, mercado y energía contra campesinos, indígenas y la Pachamama

Fuentes: Rebelión

«No podemos reducir la Comunidad Sudamericana a una asociación para hacer proyectos de autopistas o créditos que acaban favoreciendo esencialmente a los sectores vinculados con el mercado mundial. Nuestra meta debe ser forjar una verdadera unidad para ‘vivir bien’. Decimos ‘vivir bien’ porque no aspiramos a vivir mejor que los otros. Nosotros no creemos en […]

«No podemos reducir la Comunidad Sudamericana a una asociación para hacer proyectos de autopistas o créditos que acaban favoreciendo esencialmente a los sectores vinculados con el mercado mundial. Nuestra meta debe ser forjar una verdadera unidad para ‘vivir bien’. Decimos ‘vivir bien’ porque no aspiramos a vivir mejor que los otros. Nosotros no creemos en la línea del (mal llamado) desarrollo ilimitado a costa del otro y la naturaleza. Tenemos que complementarnos y no competir. Debemos compartir y no aprovecharnos del vecino. ‘Vivir bien’ no es sólo en términos de ingreso per cápita sino de identidad cultural, de comunidad, de armonía entre nosotros y con nuestra madre tierra».
Carta de Evo Morales a presidentes y pueblos sudamericanos convocándoles a Cochabamba

«Estamos al borde de un precipicio, el cielo está a punto de caerse. Al mismo tiempo, estamos llenos de esperanza. Finalmente podemos ver la luz al final del túnel. Cómo explicar esta contradicción. Me faltan las palabras. Toda la cultura política en la que me eduqué hasta ahora, sobre todo la que define mi posición política y militancia, parece ahora crecientemente inadecuada en el mundo que vivimos, para describir el momento presente en Oaxaca, en México, y a escala global».
Gustavo Esteva: «La ‘Otra Campaña’ y la Izquierda: Reclamando una Alternativa»


Índice:

– Cumbres en Cochabamba, en medio de la rebelión de la derecha boliviana y la crisis energética.

– América Latina una presa complicada para el capitalismo depredador global.

– Auge de resistencias y crisis de gobernabilidad en Abya Yala.

– La Cumbre Sudamericana de Naciones: tensiones en torno a los distintos proyectos de integración, con la energía como telón de fondo.

– La Cumbre Social, la verdadera protagonista de lo acontecido en Cochabamba.

– La necesaria alerta de los movimientos sociales ante los distintos proyectos del poder, para no convertirse en cómplice de ellos.

– La crisis de la energía afectará de lleno a los distintos proyectos en liza y avivará las tensiones en torno a los modelos de desarrollo.

Cumbres en Cochabamba, en medio de la rebelión de la derecha boliviana y la crisis energética1

En diciembre de 2006 han tenido lugar en este bello rincón de los Andes, el corazón de América del Sur, dos cumbres en gran medida interrelacionadas, que han tenido (y tendrán) como veremos una gran trascendencia: la Cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN) y la Cumbre Social por la Integración de los Pueblos. Las dos fueron convocadas en principio por Evo Morales, pero su dinámica, contenido y funcionamiento interno han sido muy distintos, como no podía ser de otro modo. Una ha sido la cumbre de los mandatarios políticos, para intentar institucionalizar mínimamente la CSN, un proceso cuyos principios se remontan al año 2000, y que el año pasado fue auspiciada por Brasil. La CSN es un intento de articular supraestatalmente el subcontinente, desde las actuales estructuras de poder, para mejor operar en el nuevo capitalismo global cada día más multipolar (es decir, en el que está no sólo el peso indudable de los grandes actores mundiales: EEUU y Europa, el núcleo duro de Occidente, sino también la presencia cada día más palpable de grandes países emergentes: principalmente China, y en menor medida India, junto a un nuevo reforzamiento de Rusia, en base al petróleo y al gas). En esta ocasión la convocatoria impulsada por Evo Morales era bastante distinta, lo que cabría entender por la dependencia que mantiene el propio Evo de los movimientos populares que le auparon al gobierno, especialmente respecto de las organizaciones campesinas e indígenas.

De ahí la importancia de la otra cumbre: la Cumbre Social, sobre todo porque ésta se impulsaba por la llamada Alianza Social Continental (ASC), que es un proceso de articulación de las resistencias al neoliberalismo, desde Argentina a Canadá, expresada sobre todo (hasta ahora) por la oposición al llamado ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas). La ASC surge como una red de redes de resistencia a los intentos de EEUU de imponer una gran área de libre comercio, un enorme mercado único, desde Alaska a Tierra de Fuego, y ha sido muy eficaz para frenar los intentos del poderoso vecino del Norte de reforzar (aún más) su dominio y sus intereses en todo el hemisferio. La ASC ha logrado articular y coordinar un gran elenco de resistencias, de una gran pluralidad de organizaciones, en un contexto latinoamericano marcado por una creciente movilización social en los últimos tiempos. Las importantes movilizaciones que ha impulsado la ASC desde hace años, han condicionado la posición de los propios poderes políticos sudamericanos, sobre todo en esta última etapa, y es lo que hizo posible que el ALCA, como proyecto, quedara por ahora enterrado en la pasada cumbre de Mar de Plata. Desde entonces, EEUU busca promover la defensa de sus intereses por otras vías con algunos de los países de la región (Tratados de Libre Comercio bilaterales: TLC’s), y los países más alejados del dictado de Washington, como comentaremos, han ido buscando distintos caminos para intentar consolidarse como bloque supraestatal con el fin de mejor defender sus intereses. La UE también pretende defender sus intereses bajo una lógica similar, aunque utilizando, como se apuntará más adelante, los mecanismos de poder blando, que sabe manejar tan bien.

Pero lo que queremos resaltar ahora, al principio de este texto, es que las organizaciones y movimientos que se reunieron en la Cumbre Social, y en especial aquellos provenientes de Bolivia, pero en general de todo el área andina, se han convertido en un actor político clave que por el momento condiciona los procesos de integración subcontinental y asimismo las formas de inserción de Latinoamérica en el mercado mundial. Hasta ahora la ASC se había reunido en grandes encuentros hemisféricos para condicionar la postura de los gobiernos fundamentalmente ante el ALCA (y ahora los TLC’s), aparte de las movilizaciones desarrolladas en cada uno de los Estados que impulsaban los distintos capítulos nacionales de la Alianza. Pero ahora el encuentro convocado por la Alianza en Cochabamba pretendía ir más allá, con el fin de fomentar no solo las resistencias, sino de hablar también de alternativas. Sobre todo en un momento en que parece que desde las estructuras de poder político latinoamericano, condicionadas asimismo por importantes actores económicos locales de algunos Estados (en especial Brasil), pretenden impulsar ya sus propios (pero también distintos y contradictorios entre sí) proyectos de integración subcontinental. La Cumbre Social quería discutir y posicionarse respecto de esas diferentes alternativas de integración, para que la misma, de llevarse a efecto, sea una integración que sirva a los pueblos, y no al mercado latinoamericano y mundial, y a la lógica del capital. En definitiva, una integración para «Vivir bien», y caminar hacia otro modelo de sociedad en Abya Yala (Latinoamérica), en equilibrio con la Pachamama (la Madre Tierra). El propio Evo Morales, de extracción indígena, en su carta de convocatoria a ambas cumbres, tomaba prestado de los movimientos campesinos e indígenas estos contenidos, que para nada son compartidos por la gran mayoría de los actores estatales y gubernamentales, cuyos representantes por otro lado son criollos.

Pero estas dos cumbres han estado marcadas también por dos grandes condicionantes. El primero es la rebelión de la derecha boliviana, destinada no sólo a hacer descarrilar las reformas emprendidas por el gobierno de Evo Morales, en especial la Asamblea Constituyente y la organización territorial del Estado, sino que también esta protesta estaba orientada a hacer fracasar la cumbre de mandatarios, e infligir un alto coste político a Evo. Dicha rebelión ha contado, por supuesto, con importantes apoyos externos (no explícitos) desde EEUU y UE. Por otra parte, el control de la mayoría de los medios de comunicación locales, y su relación con los media globales, han permitido que la protesta tuviera un importante impacto socio-político, tanto interno, como regional y mundial. Esta protesta se había impulsado desde semanas antes para hacer coincidir su punto álgido con la cumbre de mandatarios, aunque continúa con intensidad una vez acabada la CSN. Y el segundo factor que ha condicionado, pero también facilitado la cumbre, como analizaremos, es la crisis energética que empiezan a vivir algunos países del subcontinente, que les hace acudir y apoyar a regañadientes, aunque intentando barrer para defender sus propios intereses, las convocatorias de integración de los países díscolos que poseen petróleo y gas (principalmente Venezuela, Bolivia y ahora Ecuador), aunque se distancien claramente de sus propuestas políticas. Por último, un tercer condicionante más lejano, pero cercano a la vez, era todo lo que acontecía en México, y en especial en Oaxaca, en donde una rebelión popular, de fuerte componente indígena, estaba intentando ser aplastada por un Estado en fuerte crisis. En crisis terminal, podríamos decir. De todo esto intentaremos hablar en este texto, con el fin de entender las claves, las tensiones y los resultados de ambas cumbres, y cómo se prefiguran los futuros escenarios en el subcontinente, y en América Latina en general, así como a qué cuestiones es especialmente importante que presten atención los movimientos sociales latinoamericanos, para no acabar legitimando determinadas propuestas de integración, que para nada tiene que ver con los intereses que defienden.

América Latina una presa complicada para el capitalismo depredador global.

Ante el fracaso de la cumbre del Mar del Plata, y la paralización por el momento de las negociaciones en la OMC, EEUU ha reorientado en América Latina (y en el mundo) la búsqueda de sus objetivos, en esta nueva etapa marcada también por la «globalización armada», que se hace claramente patente tras los acontecimientos del 11-S y la guerra contra Irak (y Afganistán). Tras la ruina del ALCA, Washington está impulsando los llamados TLC’s bilaterales, con países (Chile, Colombia, Perú), o conjuntos de países (Centroamérica, p.e.) afines de América Latina, a través de los cuales tiene una mayor capacidad de imposición de sus intereses, dividiendo de esta forma las posibles estrategias de coordinación de los países al Sur del Río Grande. La propia CAN (Comunidad Andina) ha saltado prácticamente por los aires al haber aprobado dos de sus miembros, Perú y Colombia, TLCs con su poderoso vecino del Norte, y al haberse negado a firmar y salirse de la misma Venezuela, o rechazar el TLC con EEUU el nuevo Ecuador de Correa. Y hasta Bolivia se está distanciando asimismo de esta estructura regional, en estas circunstancias. Además, Bolivia ha rechazado el TLC con EEUU. Por otra parte, a México le ha propuesto avanzar más en su dependencia con EEUU, planteándole (junto a Canadá) la firma de un nuevo acuerdo: el ASPAN (Alianza para la Seguridad y Prosperidad para América del Norte), que es una ampliación del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) en los campos energético, securitario («anterrorismo» y control migratorio) y militar, principalmente.

El TLC con Centroamérica está prácticamente cerrado, aunque todavía falta ratificarlo por parte de Costa Rica y República Dominicana. Todo esto crea una situación enormemente compleja, pues de acuerdo con el principio de «Nación Más Favorecida», que preside todos los tratados de libre comercio, las preferencias que p.e. Colombia otorgue a EEUU a través del TLC, automáticamente se extienden a todos los países de la CAN, a no ser que ésta estalle o se desintegre, que es lo que está ocurriendo ya en gran medida. Lo mismo se podría decir de Chile, y su TLC con EEUU, en su dinámica de aproximación a Mercosur. El hueso duro de roer para Washington por la dimensión de algunos de sus miembros (Brasil y Argentina), el interés de estos dos países de impulsar sus dinámicas propias, el hecho de que esté en trance de ingresar Venezuela, y hasta Bolivia (y tal vez ahora Ecuador), así como la mayor interrelación con la UE de toda esta zona. Las preferencias que Chile ha dado a Washington, automáticamente se extenderían también a todo el nuevo Mercosur. Es decir, los acuerdos que se están firmando a título individual o colectivo con el macrovecino del Norte, pueden poner en peligro cualquier intento autónomo, con una mínima lógica interna, de integración Sudamericana. Centroamérica y México tienen ya una fuerte dependencia con EEUU. Y es por eso que en estos últimos tiempos hemos visto cómo se impulsaban distintos procesos independientes por parte de algunos actores estatales sudamericanos, aquellos más enfrentados con los intereses de Washington: Venezuela, Bolivia, y Cuba (tales como el ALBA, y el Tratado de Comercio de los Pueblos).

Por otro lado, la UE tiene poderosos intereses en América Latina y tampoco se queda atrás en la defensa de los mismos. Desde hace años ha ido buscando acuerdos bilaterales con algunos de los principales actores de la región, siguiendo la estela de Washington. Y los ha logrado ya con México y Chile, yendo en algunos casos más allá de lo alcanzado por Washington. Eso sí, la UE se presenta como lobo cubierto con piel de oveja, complementando sus intereses económicos, comerciales y financieros con una retórica en la que resalta el diálogo político y la cooperación, así como las cláusulas democráticas y de derechos humanos. Pero esto es puro papel mojado, como quedó claro en la Cumbre UE-América Latina de 2004, en Guadalajara (México), cuando ante la brutal represión policial que rodeó aquella cumbre la UE no dijo esta boca es mía. Pero sí es cierto que la UE acompaña sus acuerdos con más zanahorias que palos, en comparación con EEUU. Le gusta presentarse de forma distinta. Su influencia en la región intenta profundizarla más en base (por ahora) al poder blando (cooperación, dinero para ONG’s, etc), que al poder duro, puramente militar, del que carece por el momento como actor autónomo (está empantanada la aprobación de la Constitución Europea que le permitiría desarrollarlo). Esto no es el caso de EEUU con una fuerte presencia militar en gran parte de la región, especialmente en Colombia. Washington tiene un especial interés en controlar lo que acontece en este país, por la capacidad que le da para a partir de él acceder al Amazonas, y por el papel estratégico que cumple en su conexión con Centroamérica.

En la pasada cumbre de Viena UE-América Latina-Caribe, la Unión intentó promover una dinámica similar a EEUU, una especie de «ALCA europeo» para toda la región en 2010, con pasos intermedios como alcanzar acuerdos de libre comercio (disfrazados como Acuerdos de Asociación Económica) con Mercosur, CAN y Centroamérica. Pero la cumbre fue en gran medida un fracaso para la UE. Unas semanas antes Evo Morales nacionalizaba los hidrocarburos, cambiando de forma muy importante las reglas de juego del mercado en Bolivia. Y pocos días antes también, Bolivia, Venezuela y Cuba lanzaban la iniciativa del Tratado de Comercio de los Pueblos, haciendo muy difícil conseguir la necesaria unanimidad requerida para la aceptación de los designios de la Unión. Y además, el Tratado con Mercosur que la UE quería también cerrar en Viena, quedaba una vez más pendiente de ultimarse, pues Lula y Kirchner han dificultado las negociaciones en los últimos tiempos, por la oposición de Argentina y Brasil (dos grandes agroexportadores mundiales) a las restricciones que la Unión plantea a la apertura de sus mercados agrícolas, y por consiguiente se negaban férreamente a cualquier concesión adicional en otros terrenos (industria, servicios, inversiones, etc). Ante este estado de cosas, es decir, ante la dificultad de una aproximación global (lo mismo que en el caso del ALCA estadounidense), la UE ha decidido empezar a afianzar su agenda con los socios más débiles: Centroamérica, la CAN y el Caribe. Divide y vencerás. En estos casos la UE impone negociar a cada una de estas áreas como grupos de países, para ir consolidando mercados subregionales dependientes, con normas comunes, y coordinados y controlados supraestatalmente. Es la UE, y también EEUU, los que les obligan a integrarse, y a crear esos mercados más amplios que operan de acuerdo con sus intereses.

Muchos sectores en la ASC ya se están activando para enfrentar estas negociaciones, planteándose el rechazo de estos tratados que no son sino TLC´s que protegen no solo los intereses comerciales de la Unión, sino que incluyen por supuesto (como los suscritos con México y Chile) la defensa de inversiones, la apertura del sector servicios (especialmente finanzas) y del gasto público, así como medidas de competencia (para favorecer a las transnacionales de la Unión). Es decir, los aspectos que la Unión no ha podido conseguir por el momento a través de la rondas de negociación de la OMC2, que han encallado hasta ahora. La UE también, al igual que EEUU, se apresta a desarrollar una política exterior «comercial» nueva, particularmente agresiva, intentando impulsar nuevos acuerdos bilaterales con las principales regiones del mundo3. Y América Latina es una de ellas. Curiosamente estos acuerdos van a ir acompañados de cláusulas securitarias y militares, para mejor defender los intereses de la Unión, llegado el caso, como quedó patente en la cumbre de Viena (Salafranca, 2006). Todo ello se ha ido denunciando por la ASC a través del proceso denominado Enlazando Alternativas, es decir, intentando articular las resistencias al neoliberalismo tanto en América Latina y Caribe, como en la propia UE. Dicho proceso se inició 2004 en paralelo a la cumbre oficial biregional UE-América Latina y Caribe de Guadalajara (México), y continuó y se reforzó en la de Viena en 2006, junto con la realización de un Tribunal Permanente de los Pueblos para denunciar en el impacto de las empresas transnacionales europeas en la región.

De cualquier forma, la ASC va a tener quizás más duro poner al descubierto los intereses de la Unión, y movilizar contra estos tratados, pues la UE goza en general de una buena imagen en la región, mucho menos agresiva que EEUU. Es más, en muchos sectores de izquierda, a los que la UE le gusta y logra engatusar (sindicatos, ong’s), a través de un diálogo político desvirtuado entre las «sociedades civiles» de ambos lados del Atlántico, y mediante parte de los fondos de cooperación, la Unión está hasta bien vista. Y en algunas áreas como Centroamérica, donde la UE participó activamente en los llamados «procesos de paz» (hoy en día en crisis), esta aureola se acrecienta en los sectores más progresistas. EEUU es claramente el malo de la película, respecto al que es más sencillo enfrentarse, pero eso no es desgraciadamente así respecto de la Unión. La UE va por detrás de EEUU en la región en la defensa de sus intereses, pero estos son igual de descarnados que los que defiende Washington, y aunque se presenten con un cierto guante de seda, debajo está la mano de hierro del capital europeo, que opera bajo la misma lógica. La lógica del mercado mundial, que no permite otra opción.

Esta catarata de acuerdos de libre comercio, y la lógica del Consenso de Washington (y ahora del Consenso de Viena), impuesta sin piedad por el FMI y el BM, y otras organismos multilaterales como el BID, han profundizado en los últimos tiempos la dependencia de América Latina del mercado mundial, y en especial del núcleo duro de Occidente (EEUU y «Europa»), aunque también de Japón y otros países del «Norte». Sus resultados son cada vez más patentes. Se ha profundizado la reprimarización de las economías de América Latina, como uno de los espacios «privilegiados» para abastecer de minerales, hidrocarburos y productos agropecuarios a los espacios centrales hegemónicos, lo que está ocasionando un fuerte impacto territorial, ambiental (deforestación) y social (desplazamiento, y masacre en ocasiones, de comunidades). Se han desarticulado (y en muchos casos arrasado) sus industrias autóctonas, que han pasado a rearticularse de forma dependiente en las cadenas globales de producción, orientándose hacia la exportación. Se han privatizado gran parte del sector de servicios (telecomunicaciones, energía, agua, turismo) que han pasado a manos de transnacionales «europeas» (en gran medida españolas) y estadounidenses, fundamentalmente. Y asimismo, el sector financiero se encuentra cada vez más dominado por los bancos «europeos» y estadounidenses. En algunos casos como en México, donde ya son palpables los acuerdos de libre comercio con EEUU y la UE4, el sector bancario está ya en más de un 90% en manos extranjeras (especialmente «europeas», y más en concreto españolas: BBVA y Santander), lo cual está restringiendo el crédito productivo al aparato industrial de pequeña escala autóctona (a través de tasas de interés usurarias, mayores del 20%), y elevando las comisiones a todos los niveles para garantizar unos beneficios descomunales a sus casas matrices y accionistas. Eso sí, se ha incrementado el crédito al consumo para los sectores más favorecidos (a tasas de interés en torno al 25%), y mientras, la sociedad mexicana todavía está pagando los más de 70.000 millones de dólares de deuda pública que costó el rescate bancario tras la crisis del peso en 1994 (cuando ya se había ingresado en el área de libre comercio con EEUU y Canadá, que iba a llevar -se decía- al pueblo mexicano al Primer Mundo).

Por otra parte, la cada día mayor apertura de los mercados latinoamericanos a los espacios centrales, ha profundizado el desequilibrio comercial con éstos (en especial con la UE), pues se exportan productos poco valorados en términos monetarios a los mercados globales, y se importan de éstos aquellos bienes y servicios con mayor valor añadido, de acuerdo con las normas que rigen el comercio mundial. Al mismo tiempo, la creciente debilidad y desvalorización de sus monedas ha posibilitado la actitud depredadora de los actores económicos globales, que emiten «dinero financiero» en divisas fuertes, y que se han ido haciendo con una cada vez mayor tajada de sus estructuras productivas y empresariales, así como de sus recursos naturales. Hasta se privatizan playas y espacios de alto valor ecológico y paisajístico que pasan a ser de uso exclusivo turístico. Sin embargo, la inversión extranjera directa no ha traído en general inversión nueva, sino compra de las empresas existentes, en la mayoría de las ocasiones con fuerte destrucción de empleo. Y en paralelo, todo ello se ha producido con un crecientemente endeudamiento de las economías latinoamericanas, y con una intensa fuga de capitales propios hacia los paraísos fiscales y las plazas financieras fuertes de la economía global. El resultado está siendo un fuerte desastre social, ambiental y político, generándose sociedades fuertemente duales, donde sólo una minoría participa de las migajas del «desarrollo». De esta forma, desaparecen las limitadas clases medias que se formaron en su día, creándose océanos de marginalidad y exclusión, mientras que unas elites superreducidas (las oligarquías criollas) se enriquecen hasta extremos insospechados, se hayan fuertemente vinculadas con los intereses económicos globales, y ponen los aparatos del Estado a funcionar en su exclusivo beneficio. Es decir, una dinámica explosiva e insostenible.

Esta ha sido pues la consecuencia de más de veinte años de las llamadas políticas neoliberales, que no son sino la prolongación de la dinámica capitalista por nuevas vías. Una dinámica que tiene más de quinientos años de historia, y que después de unas décadas en torno a la mitad del siglo XX, en que los procesos de dominación y explotación se suavizaron y permitieron un cierto reequilibrio en las relaciones Norte-Sur respecto de América Latina, y en el conflicto de clases dentro de los propios Estados; debido a la irrupción de regímenes (surgidos de la presión popular) que estatalizaron empresas y recursos, impulsando políticas de sustitución de importaciones, y reformulando la relación capital-Estado y capital-trabajo (asalariado), eso sí, al tiempo que la dinámica capitalista seguía desarticulando los mundos campesinos e indígenas, y generando marginación. Esto es, la época conocida como del «desarrollismo» (nacionalista). Dicho reequilibrio fue bruscamente corregido desde los sesenta hasta los ochenta, a través de golpes de Estado (apoyados por EEUU) en la mayoría de los países de la región, primero, y la gestión del llamado problema de la deuda externa (en constante aumento), después, en los últimos veinte años, por las llamadas instituciones financieras multilaterales. Lo cual hizo cada vez más dependiente a toda la región del capital exterior, y de los créditos y condiciones impuestas por el FMI y BM. Ello hizo posible la aplicación de las políticas neoliberales (privatizaciones) y una redefinición de las relaciones de poder Norte-Sur, favorables otra vez a los espacios centrales (EEUU, UE, Japón, etc), y al capital foráneo en general, en especial aquel de carácter financiero. Esta situación a su vez se vio incentivada por, y fue causa de, las llamadas crisis monetario-financieras (crisis del peso mexicano, 1994; crisis del real brasileño, 1998; dolarización ecuatoriana, 2000; crisis del peso argentino, 2001; etc.), de enormes repercusiones económicas y sociales. En definitiva, se instauró un capitalismo globalizado de expropiación, más que productivo, cuyo resultado ha sido que América Latina es hoy en día la región más desigual del mundo, con unas diferencias sociales sencillamente descomunales.

Sin embargo, en los últimos tres o cuatro años parece que se ha vuelto a instaurar un cierto espejismo, en el plano monetario-financiero, de que mejora la situación en América Latina, o al menos eso nos hacen creer otra vez las instituciones financieras internacionales, pero los procesos de deterioro social, ecológico y político de fondo siguen el curso descrito. Ello ha sido posible porque: bajaron en este periodo los tipos de interés del dólar -y del euro- (que recientemente se recuperan otra vez), suavizando la sangría de recursos financieros por el pago de la deuda; se estabilizaron la situación de crisis monetarias del periodo anterior, porque han aumentado las reservas en divisas fuertes, debido a las exportaciones de materias primas y recursos agropecuarios, lo que ha permitido defender las divisas propias en los mercados; han vuelto masivamente los capitales a los mercados bursátiles de la región, haciendo que éstos experimenten alzas espectaculares en el último periodo. Las mayores del mundo. Pero esto no es sino un puro espejismo, que afecta como decimos al plano puramente financiero, y que supone profundizar en los procesos de apropiación por los capitales centrales de las estructuras productivas y financieras de América Latina, colocándola en una situación de una aún mayor dependencia y vulnerabilidad. De hecho, este marco se puede ver bruscamente alterado, como sucedió en los noventa y principios de esta década (efecto tequila, crisis del real, colapso del peso argentino, etc.) si esos capitales se retiran de repente de la región, lo que puede acontecer en caso de recrudecimiento de la crisis del dólar, tal y como se aventura ante la cada día mayor dificultad de EEUU de hacer frente a sus enormes desequilibrios económicos. La economía global se encuentra cada vez más financiarizada, crece en base a la expansión del crédito a todos los niveles, generando burbujas especulativas por el momento sin fin, insostenibles en el tiempo, y que pueden estallar generando un brusco colapso mundial, sobre todo si cambian las condiciones de contorno que la han hecho posible. Es decir, si suben los tipos de interés, o si se dispara p.e. el precio del petróleo, lo que puede acontecer en caso de recrudecimiento de la crisis energética mundial, o por un agravamiento de la situación político-militar en Oriente Medio. Donde se sitúa el grifo mundial del crudo. Escenarios cada día que pasa más probables.

Pero, aparte de este posible cambio brusco de coyuntura internacional, y también relacionado con ello, es preciso tener presente que estamos entrando probablemente en otro punto de inflexión histórico, en donde los viejos poderes globales (EEUU, la UE, y otros países del llamado «Norte») se aprestan a dar una nueva tuerca adicional y brutal a sus dinámicas de explotación global, para seguir manteniendo su hegemonía. Y ello está coincidiendo también con la irrupción de nuevos actores mundiales (China sobre todo, y en menor medida India), con un creciente poder, que pugnan por hacerse con los mercados, recursos (entre ellos principalmente los energéticos) y productos agropecuarios de América Latina, entrando en competencia con el núcleo duro de Occidente (EEUU y UE). Es más, la creciente competencia internacional impulsada por estos nuevos actores, está suponiendo ya hasta la crisis de parte del tejido productivo de maquilas que se había desarrollado en los últimas dos décadas en muchos de los países de la región, incapaces de competir con los bajos costos de la mano de obra del sudeste asiático. Aparecen pues nuevos actores con nuevas formas, como China, con dinero contante y sonante en el bolsillo (para infraestructura, y para comprar recursos de los que carecen), y sin condicionamientos previos (por ahora), pero su lógica es la misma. La lógica del mercado global, y de mercados regionales de cada vez mayor escala que se articulan con éste, y que funcionan bajo la lógica depredadora del capital.

Todo ello está siendo propiciado por la concreción de megaproyectos regionales de infraestructuras como el IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana), o el Plan Puebla Panamá (PPP)5, que enlazan con esta lógica, y la acentuarán aún mucho más. Ya que agudizarán un modelo territorial y social caracterizado por la creciente concentración de la población en megaciudades, donde se aglomeran millones de desposeídos en «villas-miseria», así como por la acentuación hasta niveles sin precedentes de las corrientes migratorias fuera de la región, especialmente hacia EEUU y la UE. Una verdadera sangría humana de la población joven de la región, que tendrá importantes repercusiones a medio plazo. Hoy en día las remesas de los inmigrantes son ya más importantes que todo el dinero que llega para «ayuda al desarrollo» a la región, y, en muchas ocasiones, hasta en inversión extranjera directa. No al que acude a las bolsas, que responde a otras lógicas, de corto plazo. Las inversiones extranjeras en el caso del MERCOSUR, por ejemplo, fueron elevadas cuando se privatizaron y compraron las empresas públicas, pero esa dinámica ya se ha frenado y hoy en día los flujos de capital van sobre todo desde América Latina a las espacios centrales (EEUU y UE, principalmente) por la repatriación de beneficios de las empresas transnacionales y bancos. E igualmente por el chorreo de dinero debido al pago de royalties por patentes y propiedad intelectual. En paralelo, la desarticulación de los mundos campesinos e indígenas, todavía con fuerte presencia en amplios espacios latinoamericanos, en especial en el mundo andino, y en mesoamérica, se está viendo acentuada en los últimos años por la intensificación de las actividades extractivas (hidrocarburos, minerales), y por la ampliación de la agricultura de exportación (especialmente soja para el ganado), y se va a acentuar aún más como resultado de la crisis energética en marcha. Dicha crisis incentiva la extracción de combustibles en explotaciones cada vez más marginales (el alto precio del crudo las hace rentables), donde habitan esos mundos no modernizados, e impulsa el desarrollo de biocombustibles para los espacios centrales (caña de azúcar, soja, palma africana). Lo cual presiona la expansión de las fronteras agrícolas, incentiva la deforestación y un mayor desplazamiento de las comunidades campesinas e indígenas, agudiza el impacto ambiental de la agricultura exportadora industrializada (agroquímicos, agotamiento de los suelos, contaminación recursos hídricos), y en definitiva erosiona todavía más la soberanía alimentaria de América Latina.

Auge de resistencias y crisis de gobernabilidad en Abya Yala.

A nadie se le escapa que todas estas dinámicas están conduciendo a Estados cada vez más deslegitimados y frágiles (a pesar de su creciente endurecimiento), y cada día más incapaces de imponer la lógica del mercado, debido a la fuerte reacción popular antineoliberal de los últimos tiempos. Su máxima expresión fue quizás el «Que se vayan todos» que atronó en Argentina en la crisis de diciembre de 2001. Pero también ha quedado manifiesta esta reacción en las importantes luchas populares y los cambios electorales habido en los cuatro últimos años, así como en la propia crisis terminal a la que ha llegado la democracia representativa en el caso de México, en donde está a punto de producirse un verdadero choque de trenes entre un mundo indígena en ascenso, un movimiento social radicalizado, un movimiento ciudadano agraviado y un gobierno federal deslegitimado, torpe y cada día más endurecido. El fuerte y prolongado cuestionamiento del resultado electoral, la tormentosa investidura presidencial, y lo que está ocurriendo en Oaxaca, así lo atestiguan (Hernández y López, 2006). Y lo que ocurra en México tendrá repercusiones en toda América Latina.

De cualquier forma, este auge de resistencias viene ya de lejos. Así, muy escuetamente, y atendiendo sólo a lo que ha pasado en el último periodo, la era neoliberal, podríamos sintetizarlo en los siguientes hitos. Primero, fueron las «revueltas del hambre» en los ochenta, que sacudieron gran parte de la región por los programas de ajuste estructural del FMI y BM, y que culminaron en el levantamiento popular ahogado por el «Caracazo», del que saldría más tarde Hugo Chávez; cuya irrupción en el escenario mundial lograría cambiar los equilibrios en el seno de la OPEP6, al tiempo que a escala estatal recuperaba la soberanía estatal sobre los recursos petrolíferos, provocando a partir de entonces el inicio del encarecimiento del crudo en el mercado global. Segundo, la consolidación y articulación de los movimientos campesinos e indígenas en toda la región a principios de los noventa (Vía Campesina, Quinientos Años de Resistencia), dinámica que tendría también importantes repercusiones en el continente, y hasta planetarias. Tercero, y enlazando también con lo anterior, la entrada en escena de la rebelión zapatista, y su BASTA YA, que inauguró nuevas formas de hacer política, y nuevos contenidos y mensajes emancipadores, precipitando la crisis de la vieja izquierda (en marcha tras la caída del Muro de Berlín); y cuya lucha por la dignidad tuvo asimismo un hondo eco en todo el mundo, contribuyendo a sentar las bases de lo que más tarde se llamaría el movimiento «antiglobalización», o por la «justicia global». Cuarto, la puesta de largo de éste a partir de Seattle, esta vez en el Norte del continente, abriendo una dinámica de verdadero alcance mundial, que abrió un ciclo de luchas (de Seattle a Génova) que significó una serie crisis de legitimidad de las instituciones globales: FMI, BM, OMC, G-8. Y quinto, la cristalización en Sur del continente, desde los primeros años de este nuevo siglo del proceso del Foro Social Mundial, y toda la dinámica que ello ha generado en muchas regiones y ciudades del planeta. Todo ello contribuyó decisivamente a afirmar a América Latina como el epicentro de las dinámicas de contestación mundial al nuevo capitalismo global, lo que se ha visto aún más consolidado en estos últimos años en toda la región.

Pero habría que añadir a esta periodización un sexto e importante episodio. En el último quinquenio asistimos a la irrupción cada día más patente de estallidos sociales («puebladas») y de fuertes movimientos populares, en especial campesinos e indígenas, los pueblos «sin historia», lo que acentúa la crisis de las instituciones políticas, que en muchos casos ni tan siquiera son percibidas como formalmente democráticas. La noción de ciudadanía es un sarcasmo en la mayoría de países sudamericanos, de ahí la elevada abstención en la mayoría de las consultas electorales. Los Estados son estructuras cada vez más en quiebra que se asientan sobre volcanes sociales extremadamente polarizados, y fragmentados étnica y geográficamente, a punto de estallar. Y esa crisis institucional se profundiza porque la gente está perdiendo el miedo a expresar su rechazo a este modelo que le hurta un futuro mínimamente digno. El ejemplo de México, y en concreto la reciente rebelión popular en Oaxaca, el México profundo, y la creación de la APPO, es una vez más paradigmático al respecto, y a ello no es ajeno el vendaval de políticas de libre mercado que se han impuesto en dicho país en la última década. Las «bayonetas» parece que son cada más incapaces de poner coto al descontento social. Es más, el miedo se afinca ahora en las elites, que viven en espacios protegidos policialmente y hasta en ocasiones militarizados.

La movilización social en los últimos años ha logrado descabalgar varios presidentes (caso de Ecuador), o aupar nuevos (caso principalmente de Bolivia, y su «guerra del gas»), y está consiguiendo revertir y/o condicionar los procesos de privatizaciones de las dos últimas décadas, obligando al poder político a reformular en muchos casos el marco en el que venía funcionando el capital internacional. La lucha del agua en Cochabamba en 2000 fue un magnífico ejemplo de ello, y de cómo la rebelión popular consiguió echar para atrás la privatización de un servicio público, en beneficio de una empresa transnacional, obligando al Estado (a pesar de la represión que provocó varios muertos) a saltar por encima de los acuerdos internacionales suscritos, e iniciando una nueva era. Más tarde, a finales de 2001, Argentina declararía también el impago de la deuda externa, un verdadero anatema internacional, poco después de que De la Rúa tuviera que salir precipitadamente en helicóptero de la Casa Rosada, incapaz de imponer un estado de excepción a centenares de miles de personas que gritaban enfrente de ella: «El pueblo no se va». Y a pesar del golpe de Estado de 2002, y de su apoyo por parte de EEUU (y de la España de Aznar), Hugo Chávez no pudo ser depuesto, pues los movimientos populares y una parte del Ejército le defendieron. Y lo mismo aconteció cuando fracasó la huelga petrolera que intentaba derribarle. El emperador se está quedando desnudo, si no está ya en pelotas. América Latina se ha convertido pues en la punta de lanza a la contestación al nuevo capitalismo global, muy por delante de lo que acontece en otras regiones mundiales. Lo político irrumpe en escena con especial fuerza, pero bajo nuevas formas, desbaratando el mercado, y al margen de las estructuras políticas formales que atraviesan una profunda crisis. Y es más, los emigrantes hispanos en EEUU, unos 40 millones, entre ellos unos 25 millones de mexicanos, han llevado a cabo este último año una imponente movilización con ocasión del 1º de Mayo, en protesta por la política hacia los inmigrantes de la hiperpotencia.

Se puede pues afirmar que hay una fuerte crisis de gobernabilidad en toda la región, aderezada también por la ingobernabilidad no antagonista que se manifiesta además en gran número de sus metrópolis, debido a su desintegración social (los casos de Sao Paolo o Río de Janeiro son quizás los más espectaculares). Además, el crimen organizado, la corrupción policial y la proliferación de la delincuencia de pequeña escala están adquiriendo un tremendo alcance en muchos de los Estados, pero muy en especial en Centroamérica, donde prolifera el fenómeno de las «maras». La situación de ingobernabilidad está llegando a tal punto que surgen propuestas como las de Aznar de impulsar estrategias de guerra civil molar y molecular en la región, para instaurar formas de gobernabilidad duras que logren frenar el cuestionamiento de las estructuras de poder existente, y que permitan garantizar y afianzar los intereses transnacionales que operan en América Latina. Estrategias así ya se están instaurando en algunos de los Estados de la región. El caso más sintomático sería el llamado Plan Colombia, donde se intenta arrasar con cualquier contestación manu militari, vía terrorismo de Estado, al tiempo que se promueven los intereses del capital transnacional. Políticas que se están impulsando en los lugares más calientes y de importancia geoestratégica del globo, como podemos observar hoy en día en Oriente Próximo y Miedo, si bien tienen un efecto boomerang incontrolable. Es pues en este complejísimo contexto latinoamericano, aderezado por una crisis energética galopante, en el que tuvieron lugar las cumbres de Cochabamba. Analicémoslas más en detalle.

La Cumbre Sudamericana de Naciones: tensiones en torno a los distintos proyectos de integración, con la energía como telón de fondo

La Cumbre de presidentes sudamericanos, como apuntábamos al principio, se desarrolló además con un muy importante elemento de tensión adicional, esto es, con una ofensiva en toda regla de la derecha boliviana contra Evo Morales, el convocante de la CSN, de enorme impacto interno y sobre todo externo, latinoamericano y mundial. Con la excusa de la defensa de la democracia y el Estado de Derecho, uno de los objetivos principales de la protesta era impedir la propia realización de la Cumbre, como denunció Evo Morales. Una (falsa7) huelga de hambre in crescendo, televisada en vivo y en directo a los cuatro vientos, de empresarios, políticos conservadores, antiguos miembros de intentonas golpistas, terratenientes, y profesionales liberales, recurren a este mecanismo de denuncia, que hasta entonces había sido privativo de la izquierda, los explotados y los desposeídos, bendecidos y acogidos por la Iglesia, u ocupando edificios públicos. El mundo al revés. Una huelga de hambre postmoderna, en la que el explotador aparece como el agredido. Muchos de los que en el pasado se habían movilizado y apoyado dictaduras militares, se declaraban ahora los máximos defensores de la democracia, exigiendo que los resultados de la Asamblea Constituyente sean aprobados por 2/3, para que nada cambie, por supuesto. La democracia, para estos sectores, es el respeto al «Estado de Derecho» que garantiza sus propiedades y la libertad individual de acumular más propiedad privada. Y si ello no es posible, pues se promoverá directamente la segregación de los territorios más ricos en recursos (sobre todo de hidrocarburos) del Estado, para hacer fracasar cualquier política mínimamente redistributiva.

Es curioso resaltar que la derecha no se haya lanzado abiertamente a la protesta hasta ahora, tal vez también por falta de organización y apoyos (internacionales). Cuando Evo acometió la nacionalización de los hidrocarburos e incrementó las regalías petroleras y gasistas para el Estado, la derecha no dijo nada. Ella, que había puesto en subasta los hidrocarburos en los noventa, los bienes del Estado, en un momento de fuerte caída de los precios del petróleo a escala internacional8, y que se había embolsado a través de la corrupción gran parte de los pagos de las transnacionales petroleras para hacerse con los recursos fósiles, no se atrevió a levantar la voz. Quizás no lo consideró oportuno, ya que solo podía desprestigiarse aún más. Pero ahora que importantes reformas sociales se están poniendo en marcha, como el nuevo marco legal para acabar con el latifundio en el Oriente boliviano, que toca directamente sus intereses. Y ahora también que ve que se puede beneficiar de gestionar directamente la nueva renta petrolera y gasista, en los departamentos que controla, aquellos ricos en hidrocarburos, en vez de tenerla que repartir con los departamentos pobres y de mayoría indígena de Bolivia. Es por eso que se lanza ahora en tromba a cuestionar el carácter «antidemocrático» de Evo Morales.

El órdago ya está echado (y continúa), y en este órdago se adivinan los tentáculos del núcleo duro de Occidente (EEUU y la UE), que está viendo amenazado sus intereses en todo este amplio espacio geográfico. Además, tanto EEUU como la UE estaban interesados en hacer fracasar la convocatoria de la CSN, pues ello puede dificultar sus planes en la región. De hecho, EEUU presionó en esas fechas (y lo sigue haciendo) a Bolivia y Ecuador con la no prorroga de las preferencias arancelarias para acceder a su inmenso mercado, si ambos países no se avienen a firmar los correspondientes TLC’s. Y es por todo ello por lo que la Cumbre estuvo hasta el final pendiente de un hilo. Hasta el último momento no se sabía cuántos presidentes iban a acudir, y si el encuentro finalmente se podría celebrar.

Finalmente asisten 8 de los 12 presidentes convocados, y un presidente electo (el de Ecuador), pero el conjunto de los países mandan altos representantes, incluida Colombia, a pesar de que Uribe se queda en Bogotá. Es decir, hasta los países más afines a Washington en Sudamérica: Colombia, Perú y Chile, acuden a Cochabamba, y en el caso de los dos últimos sus propios presidentes. La Cumbre tiene lugar por tanto contra viento y marea, pues las amenazas en ascenso de un capitalismo mundial crecientemente multipolar, y sobre todo la crisis energética en marcha son las principales fuerzas centrípetas que hacen acudir a los mandatarios sudamericanos a Cochabamba, a pesar del convocante, a pesar de sus propias diferencias políticas, y a pesar de la situación creada por la protesta de la derecha. Pero es que el convocante es el presidente electo de un territorio con importantes recursos energéticos, en un contexto de escasez de hidrocarburos en ascenso en la región, y que cuenta con un muy importante apoyo social, a pesar del acoso de la derecha. Y Evo Morales estaba claramente apoyado también por Hugo Chávez, el otro mandatario de un territorio con abundantes combustibles fósiles, más que Bolivia, y recién refrendado en las urnas. Además, la convocatoria tenía el soporte del mayor país (con mucho) de la región, y el más interesado en el proceso de integración: Lula da Silva, de Brasil, también acabado de revalidar electoralmente. Es la decisión de Lula la que tiene verdadera capacidad de arrastre regional, aunque no logra que Kirchner acuda a la cita (una incógnita)9, aunque sí su vicepresidente. Pero es que todos los países son conscientes de que es difícil sobrevivir solos en el nuevo capitalismo mundial, en el que el tamaño sí que importa. El propio Evo Morales lo afirmaba en su carta de convocatoria a la Cumbre: «La CSN puede ser una gran palanca para defender y afirmar nuestra soberanía en un mundo globalizado». No en vano la CSN agruparía un espacio regional con 380 millones de personas (a pesar de todo una minucia a escala global, comparado con China -1300 millones- e India -1100 millones-), pero eso sí con 18 millones de km2 del territorio con la más alta biodiversidad del mundo, y muy rico en recursos de todo tipo, entre ellos el agua. En este sentido resalta el acuífero guaraní, el más grande del mundo, con más de un millón de km2, el doble de la extensión de España. Un espacio, la llamada Triple Frontera, que se está viendo crecientemente militarizado (con presencia de EEUU) por su importancia estratégica.

Sudamérica tiene bajo su subsuelo «sólo» el 10 % aproximadamente del crudo y el 4% del gas existente en el mundo (Kucharz, 2006), aunque eso sí, muy desigualmente repartidos por países. Además, estos recursos son codiciados por los máximos consumidores mundiales, EEUU y UE, y son cada vez más valorados por las nuevas potencias emergentes (China, India), sobre todo ante la creciente tensión en Oriente Medio y Asia Central, donde se encuentran en torno al 70% del petróleo y el gas mundial. Y sobre todo en un momento histórico en que parece que estamos a punto de atravesar (si no lo estamos haciendo ya) el llamado pico del petróleo mundial, momento a partir del cual ya no podrá haber más oferta adicional de crudo en el mercado, por el agotamiento físico de la capacidad de extracción, y el existente se disparará de precio ante una demanda mundial en constante ascenso, y la creciente dificultad de extracción del crudo restante, creando una situación de fuerte crisis energética (Fdez Durán, 2006 a). América Latina es una reserva estratégica de hidrocarburos para Occidente en este contexto, como ha manifestado recientemente Enrique Iglesias, antiguo presidente del BID, y actual secretario de la Comunidad Iberoamericana de Naciones.

Pero además muchos de los países sudamericanos se están quedando sin recursos energéticos fósiles, o están ya prácticamente sin ellos, como Chile. Argentina parece que tiene petróleo tan solo para ocho años, ha sobrepasado ya su pico de extracción de crudo, y sus reservas de gas se agotarán mucho antes. Y es por eso que depende cada vez más del gas boliviano. Después de haber vendido, con Menem, todos las reservas hidrocarburíferas en explotación, ahora intenta explotar su plataforma continental, que posee recursos marginales, al tiempo que un poderoso movimiento ciudadano exige la renacionalización de los recursos10. A Brasil le ocurre lo mismo. Importa cada vez más gas de Bolivia, la mitad del que consume, y a 1/3 por debajo del precio mundial de éste (¡Cómo no iba a apoyar Lula a su «compañero» Evo!), para garantizar el funcionamiento de sus industrias altamente consumidoras de energía (fábricas de aluminio, siderúrgicas, papeleras, etc, que abastecen el mercado mundial), al tiempo que su principal empresa petrolera, Petrobras, opera cada vez más fuera de su territorio ante el progresivo agotamiento del petróleo propio. Petrobras, con cerca del 70% de capital transnacional, opera de forma depredadora en varios territorios sudamericanos (Bolivia, Ecuador, Perú, Colombia). Y Brasil ya dedica 7 millones de has al cultivo de caña de azúcar para generar etanol, como opción estratégica para intentar autoabastecer de combustible su vasto parque de transporte por carretera, y poder exportar también parte de este biocombustible. Por último, Colombia y Perú están agotando a marchas forzadas sus recursos fósiles, las reservas pendientes de explotación son crecientemente marginales, y van a empiezar a ser importadores netos, de ahí su presencia en Cochabamba, aparcando sus diferencias políticas con el eje Morales-Chávez y sus vínculos con Washington, pues saben que éste no les proporcionará directamente energía en un contexto de crisis mundial de combustibles fósiles.

En estas circunstancias el gravísimo problema que se plantea es si los recursos fósiles existentes en Sudamérica serán para cubrir las necesidades de la región, dentro del presente modelo de desarrollo capitalista altamente energívoro, o serán una de las reservas estratégicas mundiales de la que se abastezcan los grandes depredadores globales (EEUU, UE, China, India, etc). Además, de ello depende también, se nos dice desde las actuales estructuras de poder, que la propia comunidad de naciones sudamericanas pueda sobrevivir como un espacio con una mínima vitalidad productiva propia, competitiva en los mercados mundiales, y no quede su papel reducido, como África, a mero suministrador de materias primas. Es lo que planteó Lula descarnadamente en Cochabamba. Su concepción de la necesidad de la integración sudamericana de naciones se reducía a establecer la integración energética, para garantizar las necesidades de combustibles fósiles de la CSN (y por supuesto de Brasil), crear un área de libre comercio interno de toda Sudamérica (intentando incluir hasta a Colombia en dicho proyecto; llegó a llamar a Uribe «compañero» para animarle a ello), con el fin de incrementar la escala de mercado regional en el nuevo capitalismo multipolar mundial, de la que se beneficiarían principalmente los grandes actores económicos brasileños, e impulsar la creación (y financiamiento) de los megaproyectos de infraestructuras IIRSA, que posibiliten el funcionamiento de ese amplio mercado interno potencial sudamericano, y que hagan factibles las exportaciones al mercado global (y especialmente a Asia, el gran polo de crecimiento mundial, desde la fachada del Pacífico). Dichas exportaciones son aquellas materias primas y productos en los que Sudamérica tiene (o pueda llegar a tener) «ventajas competitivas»: recursos minerales, energéticos (sin que se comprometa la satisfacción de las necesidades internas), biodiversidad (incluida tal vez agua), ciertas producciones industriales, y punto. Pero las consecuencias de ese modelo, que es mucho más de lo mismo de lo que ya hay hoy en día, ya sabemos, o podemos fácilmente adivinar, cuáles son. Esto es, una agudización hasta extremos difíciles de imaginar de los actuales problemas e impactos económicos, sociales, políticos, territoriales y ambientales.

En la Cumbre de mandatarios latían por supuesto diferentes proyectos de integración, pero en la mayoría de ellos primaban los intereses del mercado, de las grandes empresas sudamericanas (y mundiales operando en la región), en definitiva de la lógica del capital, aunque quizás con distintos matices y consideraciones, así como sometimientos y condicionamientos al poder político. El abanico de posturas era muy amplio, desde Bachelet que preconizaba una muy débil integración política y sacarle partido a la «globalización», hasta Chávez fuertemente crítico con el neoliberalismo y el mercado mundial, y que propugnaba una fuerte integración política sudamericana. Tal vez el proyecto más diferente de CSN era el que planteaba el propio Evo Morales en su carta de convocatoria a la Cumbre, en la que se mostraba crítico con los megaproyectos de infraestructura IIRSA, y abogaba por «tomar en cuenta las necesidades de la gente que quiere ver carreteras en el marco de polos de desarrollo y no autopistas por las que pasan contenedores para la exportación en medio de corredores de miseria y un incremento del endeudamiento externo» (pues la financiación prevista es en gran medida privada). Al mismo tiempo, planteaba promover la diversidad económica para defender la propiedad social colectiva, aparte de la propiedad estatal, defendía la diversidad cultural de los pueblos (indígenas, mestizos y afrodescendientes), proponía el establecer principios de solidaridad y complementaridad entre las economías de la región, así como mecanismos para la redistribución de la riqueza entre las naciones sudamericanas, en contra de las políticas de mercado y neoliberales dominantes, y se oponía a considerar el agua como un bien a mercantilizar y a someter a la lógica de mercado, lo mismo que se manifestaba por la defensa de la biodiversidad, y por la participación de las comunidades indígenas y campesinas en el manejo de la misma, sustrayéndola a las leyes del mercado. Y todo ello dentro «de una mayor apertura, transparencia y participación de nuestros pueblos en la toma de decisiones, pues solo eso puede garantizar que la CSN avance y progrese por el buen camino».

Pero estas fueron solo bellas palabras que se quedaron en el camino, aunque una mínima declaración institucional significó la puesta en marcha formal de la Comunidad Sudamericana de Naciones. Finalmente la Cumbre de mandatarios parió un ratón, pero un ratón con la forma y los colores de un mercado único sudamericano, tratando de integrar el Mercosur y la CAN (con Evo Morales quizás como puente), en el que las cuestiones energéticas serán la clave de bóveda. La cumbre acabó deprisa y corriendo (Bachelet, Alán García y Tabaré Vázquez se fueron rápido, no estuvieron en el acto de clausura), pero se llegaron a una serie de acuerdos mínimos. El principal, convocar a una próxima cumbre energética sudamericana para 2007 en Venezuela, como parte del proceso de construcción de la CSN. Pero también se decidió diseñar un plan estratégico para fortalecer la institucionalidad de la CSN (a concretar), establecer reuniones anuales de los jefes de Estado y gobierno sudamericanos, así como semestrales de cancilleres, estudiar la creación de un órgano parlamentario subcontinental a afincarse en Cochabamba, y crear una secretaría temporal de la CSN en Río de Janeiro, la mayor aspiración de Brasil, que no se aprobó sin tensión. De ahí el carácter de «temporal» que se dotó a esta decisión obtenida in extremis por Lula. En la declaración final se propone también colaborar en materia de Defensa los países de la CSN, así como establecer lazos comerciales con otros grupos regionales a escala mundial, como los países árabes, África y Asia. Lula proponía también negociar conjuntamente como CSN con la UE, y no de forma fragmentada. Y todo ello se presentó a la prensa como un Nuevo Contrato Social sudamericano, es decir, como un guiño a sus respectivas opiniones públicas, y a los representantes de la Cumbre Social por la Integración de los Pueblos, que acudieron luego a una reunión con los mandatarios que quedaban.

Chávez fue bastante crítico con los resultados finales de la cumbre, sobre todo por el débil componente político de la CSN que se perfiló, y resaltó que se quedaron en el tintero cuestiones como un mayor reforzamiento de Telesur, el modus operandi de Petrosur (su propuesta estrella para la integración energética), o la creación del Banco del Sur que Venezuela proponía. Y Evo Morales se dirigió a los asistentes a un acto final masivo de confluencia de ambas cumbres en el Stadium de Cochabamba, convocado por él, resaltando los logros alcanzados a pesar de todas las dificultades, y poniendo a la UE como ejemplo futuro a lograr por la CSN, que debería ir bastante más allá de lo logrado en Cochabamba (sobre este punto incidiremos más adelante). Además, como resaltó, cuando hay unidad se frenan las imposiciones externas. En dicho acto final con los movimientos sociales tan sólo participaron tres presidentes: Evo Morales, Hugo Chávez y Daniel Ortega, así como el vicepresidente argentino y el representante cubano, el resto de los presidentes voló antes a sus países, incluido Lula. Para Evo fue una inyección de fuerza pues allí estaban unas 40.000 personas de los movimientos campesinos e indígenas que le apoyan, aparte de los miles de asistentes a la Cumbre Social. Un acto verdaderamente espectacular, dentro de su sencillez, y de enorme potencia. Para Chávez fue un nuevo baño de multitudes, en los que tan bien sabe manejarse. Eso sí, advirtió que si había un golpe de Estado en Bolivia, el pueblo de Venezuela no se quedaría con los brazos cruzados. Un aviso a navegantes. Y para Daniel Ortega fue quizás un intento de relegitimarse en el exterior, vista su deteriorada imagen internacional después de la deriva y crisis de la revolución sandinista, y tras una campaña electoral en la que había tenido que criticar el aborto, para conseguir el respaldo en las urnas de la Iglesia católica nicaraguense. Sencillamente deplorable. Curiosamente el acto se convocaba bajo los lemas «BIENVENIDOS. INTEGRACIÓN ENERGÉTICA. POR LA INTEGRACIÓN SUDAMERICANA DE LOS PUEBLOS», que se recogían en una enorme pancarta. Los lemas dicen mucho, y habían sido elegidos también para atraer a los presidentes sudamericanos al acto de masas, pero al final los únicos que asistieron fueron los ya mencionados. Lula se excusó por no poder estar presente, según comentó Evo en su intervención, pero quizás se acordaba de los abucheos que ya ha recibido últimamente en otros actos de masas semejantes, y por si acaso prefirió no estar.

Lula, además, estaría pensando en su nuevo programa presidencial, que desgranó pocos días después, tras un acto protocolario con los peores resabios del poder, después de cabalgar al descubierto en un Rolls Royce por las calles de Brasilia, rodeado de un impresionante dispositivo policial, y sin el arrope popular que tuvo al asumir su primera presidencia. En el discurso de toma de posesión recalcó que su objetivo era conseguir las tasas de crecimiento de China o India, en torno al 10% anual del PIB, pues había sido fuertemente criticado (¡hasta por la izquierda!) por el «raquítico» crecimiento brasileño en su primer mandato, que no había superado las tasas en torno al 3%. El énfasis de Lula de garantizar su credibilidad de cara a los mercados financieros, controlando fuertemente su gasto estatal y su política monetaria (con tipos de interés en torno al 20%), demuestra la extrema vulnerabilidad aún del propio gigante brasileño de cara a los mercados monetarios mundiales. Brasil no es como China, que puede levantar sus «murallas chinas financieras», y controlar el valor del yuán, contra el parecer del FMI y del propio EEUU. O como India, cuya tamaño también y ciertos controles de los movimientos de capitales, le permite blindarse en mayor medida de las fluctuaciones financieras internacionales. Brasil se ve obligado a llevar a cabo una política restrictiva en materia fiscal y monetaria para defender a su moneda, y es por eso también por lo que busca ganar tamaño vía la creación de la CSN, y hasta sueña con crear una moneda única latinoamericana, que le permitiese ganar margen de maniobra en este capitalismo multipolar en el que estamos entrando cada vez con más fuerza. Brasil anhela también convertirse en una potencia mundial, y llegar a ser miembro del Consejo de Seguridad de NNUU. Y para ello no dudará en poner a toda la región a su servicio. Otra cosa muy distinta es que lo logre, y que sea factible en las presentes condiciones de Sudamérica y del capitalismo global. Y otra cosa aún mucho más distinta es que sea un objetivo bueno para los pueblos del subcontinente, y para la Pachamama. Pues ¿durante cuánto tiempo puede soportar ésta tasas de crecimiento del 10% anual como pretende Lula? Aunque todavía quede mucho Amazonas para cargarse.

La Cumbre Social, la verdadera protagonista de lo acontecido en Cochabamba

¿Por qué hacemos esta afirmación tan arriesgada? Es sencillo, la llamada Cumbre Social por la Integración Solidaria de los Pueblos era una muy buena expresión de la realidad de la movilización social, de resistencias y de transformación, que hoy en día se vive en toda América Latina, y de cómo ésta está condicionando todo el acontecer político, el propio funcionamiento del mercado, y cómo puede llegar a condicionar también, por supuesto, cualquier proyecto de integración futuro en la región. De ahí su importancia. Además, los grandes protagonistas de la misma fueron las organizaciones campesinas e indígenas, en especial estas últimas, cuyos representantes tiñeron de un colorido muy especial todo el encuentro. No en vano la Cumbre Social fue inaugurada por más de 200 representantes de comunidades y pueblos indígenas de toda América Latina, aunque la presencia mayoritaria fuera la del mundo andino. Y diríamos más, pues muy en concreto fueron las mujeres indígenas las que confirieron a este encuentro un sabor y una fuerza únicos, con su importante participación a todos los niveles. A los ojos de un observador europeo que era la primera vez que tenía la oportunidad de observar en directo estos mundos todavía vivos, y que gozan de una contagiosa y esperanzadora vitalidad, estos son los rasgos más importantes a destacar del encuentro de Cochabamba.

En la Cumbre Social participaron más de 4400 representantes de organizaciones sociales de todo el continente, incluido Canadá y EEUU, y algunos (pocos) activistas europeos. Más de 3000 eran del mundo andino, especialmente de Bolivia, y la presencia mayoritaria era como decimos de organizaciones campesinas de todo tipo, miembros fundamentalmente de Vía Campesina (entre los que cabe destacar una importante representación del MST brasileño), y del movimiento de los cocaleros de la zona. Uno de los principales baluartes del apoyo a Evo Morales. Y sobre todo de comunidades y pueblos indígenas, así como también de pueblos afrodescendientes, de los lugares más recónditos del continente, pero sobre todo de Bolivia donde más del 60% de la población es indígena. Eso era lo que le confería un carácter determinante al encuentro. El resto de organizaciones populares, políticas y sindicales, de carácter más urbano, aunque con una considerable presencia también, eran podríamos decir minoritarias en términos numéricos. Y este variopinto paisaje humano tan vital se encontraba sazonado y enriquecido aún más por colectivos de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales que reivindicaban los derechos a las diversidades sexuales. Todo ello hacía que los discursos, los contenidos, las resistencias de las que allí se hablaba, y las alternativas que se ponían en común, tuvieran un sesgo bien distinto del que normalmente se puede encontrar en otros encuentros internacionales, en donde a pesar de todo el componente de la izquierda tradicional y el carácter eminentemente urbano de sus discursos es preponderante. Los objetivos de la Cumbre Social eran reafirmar las luchas de resistencia, avanzar en el debate y en la construcción de alternativas, desarrollar estrategias de incidencia sobre la CSN, y el fortalecimiento en general del movimiento. Pero yo añadiría que quizás el objetivo principal no explícito en la convocatoria, pero claramente patente en el desarrollo de la Cumbre Social, y en su propio comunicado final, era la necesidad de la defensa de los mundos campesinos e indígenas, no modernizados ni integrados en el mercado global, como paso clave de cualquier estrategia de transformación político-social futura, en el camino hacia otros mundos posibles. Además, hoy en día, las principales resistencias al neoliberalismo están proviniendo principalmente de esos mundos en el caso latinoamericano.

En la declaración final de la Cumbre Social que intentaba sintetizar en pocos párrafos, cosa extremadamente difícil de lograr, unos debates enormemente ricos de los diferentes talleres y espacios temáticos, podemos constatar estas afirmaciones. Después de reafirmarse en la necesidad de potenciar las luchas de resistencia al neoliberalismo, se plantea lo perentorio sobre todo de avanzar en el debate y la construcción de alternativas que estén en función de los intereses de los pueblos, privilegiando la equidad, la solidaridad y la complementariedad. En este sentido, se debe perseguir una integración alternativa que busque prioritariamente el bienestar de la gente, lo que pasa indefectiblemente por modificar radicalmente el actual modelo económico. No al modelo exportador de materias primas (hidrocarburos y minerales) y de productos del agronegocio, se dice. Es preciso cambiar de arriba abajo (o mejor dicho de abajo a arriba) el modelo de desarrollo. La integración física debe facilitar el contacto de los pueblos, pero no facilitar el saqueo de los recursos naturales. Se propugna un modelo energético que sirva para compartir recursos fósiles con el fin de garantizar el bienestar de la gente, apropiándose colectivamente y redistribuyendo las rentas generadas, y que éstas sirvan sobre todo para caminar hacia nuevas matrices de energía de carácter renovable. Se rechazan los megaproyectos tipo IIRSA y PPP. Se pronuncia en contra del libre comercio, pues fortalece a los más fuertes, en detrimento de los más débiles, limitando la soberanía y ampliando la dependencia. Se decanta por una reforma agraria integral en la región, y por una democratización de la propiedad de la tierra, así como por conseguir la soberanía alimentaria, rechazando las patentes de semillas y la mercantilización de la vida. Se impugna la privatización del agua, y se plantea el acceso a ésta como un derecho humano básico, así como su gestión colectiva, al tiempo que se resalta la necesidad de proteger las fuentes hídricas. Por otra parte, se resalta que es imposible concebir la integración regional sin el protagonismo de las nacionalidades y pueblos indígenas, que trascienden las fronteras de los Estados. Se objetan las formas de organización social occidental que separan al individuo de su entorno natural, y se plantea potenciar las formas de organización social colectivas todavía vivas. Y asimismo se denuncia la militarización creciente del territorio, destinada a reprimir las resistencias populares de defensa de los recursos y la tierra. Por último se propugna la despenalización de la hoja de coca, y se propone la libre circulación de todos los ciudadanos en la región, y que se reconozcan todos sus derechos.

De una forma muy escueta, esta es una síntesis simplificadora de la declaración final, en la que el mensaje de la integración de los pueblos sudamericanos está fuertemente presente, pero con todas esas salvedades apuntadas. Sin embargo, en la lectura en el plenario de las conclusiones de los talleres y grupos de trabajo, esas importantes salvedades cobraron una especial fuerza, e iban en muchos casos bastante más allá de lo reflejado en la declaración final. Intentaré recoger a vuela pluma y telegráficamente algunas de las demandas que se enfatizaron especialmente en esa lectura de las conclusiones finales: enfrentar la lógica del libre mercado; romper con el paradigma dominante; profundizar la solidaridad de los pueblos; coordinar las luchas contra las empresas transnacionales que explotan los pueblos, la tierra y los recursos de la región; institucionalizar la democracia participativa; criticar los megaproyectos energéticos de integración subcontinental, por su impacto ambiental; denunciar que el objetivo de los megaproyectos de infraestructuras es la reproducción del capital, y no de la vida; desarrollar energías renovables de bajo impacto; garantizar la soberanía de los pueblos en la gestión del agua; establecer el derecho de los pueblos a producir sus propios alimentos, que forma parte de su identidad; declarar la ilegitimidad de la deuda: «no debemos, no pagamos»; reivindicar la deuda histórica, en gran medida ecológica11, del Norte con el Sur; priorizar los mercados internos en vez de los globales; declararse a favor de la cooperación y solidaridad, y no de la competencia; denunciar las políticas antiterroristas y antinarcotráfico, como vías para reprimir las luchas populares, como lo fue la lucha contra el «comunismo» en otros tiempos; censurar la militarización creciente de la región, y propugnar la participación de las organizaciones sociales en las políticas de seguridad y defensa; rechazar las tropas y bases militares extranjeras; suspender los grandes proyectos extractivos; y pasar de un desarrollo extractivista a un desarrollo sustentable y justo.

Pero me gustaría resaltar especialmente el contenido del espacio temático sobre energía, el tema estrella de ambas Cumbres, cuya asistencia fue muy nutrida y el debate muy rico, intenso y de gran altura. Y eso que no habían, o eran escasos, grandes teóricos o profesionales críticos, sino gente sencilla implicada en las luchas, con una reflexión profunda sobre la gravedad de la situación que enfrentamos, y con una visión realista y utópica al mismo tiempo del futuro. Se habló de la lucha que enfrentan las comunidades ante el impacto ambiental, territorial y social de los grandes proyectos extractivos de hidrocarburos (mapuches, guaranís, aymaras, etc.), y se alertó que en algunos casos se está produciendo un verdadero etnocidio de pueblos y culturas. Se denunció a las grandes petroleras por la militarización del territorio que están llevando a cabo para defender sus intereses, en los espacios donde operan, criminalizando las formas de vida de las comunidades que lo habitan. Entre ellas por supuesto a Repsol, respecto a la que se ha acuñado ya el término Repsolandia para definir la gestión de las explotaciones que gestiona. Se hizo hincapié en cómo muchas comunidades indígenas rechazan cualquier tipo de explotación de hidrocarburos en los territorios en los que viven, por respeto a la Pachamama, y para mantener sus formas de vida; y cómo otras propugnan al menos la comunitarización de los beneficios de esas extracciones, y que éstos sirvan para marchar hacia otros modelos de sociedad y otras matrices energéticas renovables. En este sentido, se subrayó la necesidad de apropiarse de las políticas energéticas a escala local, y garantizar el acceso a la energía como un derecho humano. En muchas ocasiones la gente se ve obligada a robar los recursos energéticos, porque no pueden comprarlos, y los territorios más ricos en combustibles fósiles suelen ser en los que las poblaciones están más excluidas del acceso a la energía. En este sentido, se resaltó la importancia del nuevo marco legal de explotación de hidrocarburos en Bolivia, en el que se recoge el derecho de consulta para futuras explotaciones a los pueblos afectados, así como la indemnización de los mismos si finalmente éstos se llevan a cabo.

Se denunció igualmente la creciente dedicación de tierras agrícolas al cultivo de biocombustibles, los desplazamientos de comunidades campesinas e indígenas que ello estaba significando, y las brutales condiciones de trabajo en dichos monocultivos, lo que va a derivar en mayores corrientes migratorias, creciente inseguridad alimentaria, explotación y hambre. Estos biocombustibles se quieren destinar a saciar la sed insaciable de energía del parque por carretera mundial en ascenso imparable. Y como se dijo: «el coche se ha comido ya nuestras ciudades, y ahora se apresta a comerse el campo». En este sentido, Brasil piensa triplicar la superficie dedicada a caña de azúcar (pasando de 7 millones de a 20 millones de has en los próximos 15 años), a costa de territorios de agricultura campesina, de espacios donde se asientan comunidades afrodescendientes, y de dar aún más bocados al Amazonas. Pero también la explosión de cultivo de soja que estamos viendo desde hace años y que afecta gravemente a Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia, hasta ahora destinada prioritariamente a alimentar el ganado estabulado en los países centrales, se está disparando aún más para generar biofuel también para los mismos demandantes. Y lo mismo está ocurriendo con el estallido del cultivo de palma africana en Colombia, utilizada asimismo para generar dicho biocombustible, que está obligando al desplazamiento de comunidades campesinas con la ayuda de las fuerzas paramilitares. Y son grandes empresas transnacionales las que controlan cada vez más dichos cultivos.

Pero también se denunciaron a las grandes empresas eléctricas como Unión Fenosa, Endesa o Iberdrola, que tras la privatización de los servicios públicos de electricidad han despedido a gran número de trabajadores, han elevado fuertemente las tarifas, no han invertido en las zonas más pobres de las ciudades, han deteriorado el servicio hasta extremos insospechados, provocando apagones continuos, han desarrollado grandes proyectos hidroeléctricos de fuerte impacto ambiental y social, sin las mínimas indemnizaciones a las comunidades que habitaban en dichos territorios (caso p.e. de la presa del Bio Bio), y están detrás de megaproyectos de interconexión eléctrica como el de Centroamérica (SIEPAC). Incluso se abordó cómo los grandes países de la región (Brasil, Argentina) están impulsando centrales nucleares, con el objetivo no explícito de dotarse del arma nuclear. Y por último, se llegó a hablar de la urgencia de caminar hacia la sociedad postpetróleo, y de cómo garantizar que la transición hacia una sociedad postfosilista, y basada en energías renovables, sea una transición justa a todos los niveles. Además, se resaltó, que esa es la única vía para hacer frente al gravísimo problema que hoy en día afronta el Planeta y la Humanidad: el cambio climático, y no los Mecanimos de Desarrollo Limpio previstos en el Protocolo de Kioto, que están significando una nueva colonización de los territorios de América Latina, aparte de generar un importante impacto ambiental. Lo dicho, un debate combativo, profundo y de mucha altura. Y una visión muy distinta del debate sobre la energía que tuvo lugar en la cumbre de mandatarios.

En el acto final en el Stadium, ante los presidentes mencionados, Blanca Chancoso, una representante indígena que habló en nombre de la Cumbre Social expresó de forma sintética las conclusiones de la Cumbre Social, en un discurso enormemente emotivo y de tremenda fuerza. De él se deducía rápidamente que la integración que se propugna desde las estructuras de poder, en concreto el proyecto de Comunidad Sudamericana de Naciones que salió esbozado en la cumbre de Cochabamba, y la integración solidaria (todavía por definir) que desean los movimientos sociales de América Latina, tienen muy pocas en común, por no decir ninguna. Pero la retórica de los mismos se solapa y puede confundir, y confundirnos. Y es por eso por lo que se necesita una reflexión profunda sobre los modelos sociales, productivos, culturales y políticos que propugnamos. Pues como acertadamente dijo Evo Morales en el Stadium, los pueblos han avanzado mucho más rápidamente en su integración que los gobiernos. Pero los gobiernos necesitan de sus pueblos para intentar legitimar sus proyectos de integración. He ahí la cuestión y el gran reto de cara al futuro.

La necesaria alerta ante los distintos proyectos del poder, para no convertirse en cómplices de ellos

Cuando Hugo Chávez habló en el Stadium se remontó a Bolivar para defender la idea, y la vigencia, de una sola patria en toda América Latina. Era su manera de plantear la necesidad de la integración para la región, y de paso reforzar su «revolución bolivariana». Más tarde, Evo Morales se refirió no sólo a Bolivar, sino también a los pueblos de Tupac Akari, para defender igualmente la integración sudamericana desde una perspectiva indígena. América Latina tiene unos profundos lazos históricos entre sus pueblos, y ello ha sido así debido a la imposición desde hace ya más de quinientos años de un dominio externo común, con el paralelo establecimiento primero de una «única» lengua12 y cultura, arrasando con gran parte de las culturas preexistentes, y a las luchas comunes más tarde de liberación criollas contra la metrópoli. Pero también a las abundantes interrelaciones de luchas de las propias comunidades indígenas y pueblos originarios contra la opresión española y portuguesa, y de las rebeliones de estos posteriormente contra las propias oligarquías criollas, construyendo asimismo elementos de identidad común a partir de sus vínculos con la Tierra. E igualmente de todos sus pueblos contra los intentos de dominación neocolonial de otras potencias europeas en el siglo XIX, especialmente Gran Bretaña, pero también Francia, y desde finales de dicho siglo, y a lo largo de todo el siglo XX contra la imposición de la hegemonía y dominio de EEUU en todo el hemisferio: la doctrina Monroe. Hoy se puede decir que existe un importante y complejo imaginario común latinoamericano, a pesar también de la enorme diversidad étnica, social y cultural de la región, y de los conflictos identitarios de base nacional que puedan existir. Eso contrasta por ejemplo con Europa, donde ese imaginario común es muchísimo más débil, a pesar de la mayor homogeneidad en teoría de sus sociedades. La diversidad de lenguas, historias, culturas, etc, no ha logrado edificar un mínimo imaginario común europeo, pues los diversos imaginarios se han construido (impuesto) principalmente a escalas estatales, y ese es uno de los grandes problemas que se encuentran las estructuras de poder europeas para sustentar sus proyectos de integración a escala continental. Lo contrario que en Sudamérica, o en general en América Latina.

Traemos a colación el caso de Europa, y en concreto de esa enorme estructura de mercado y poder que es la UE, que se refiere a sí misma como «Europa», porque la «integración europea» se plantea como ejemplo a alcanzar tanto desde las propias estructuras de poder sudamericanas, como desde ciertos sectores de la izquierda y movimientos sociales de la región. Y en muchas ocasiones se ponen hasta el euro y el Mercado Único como grandes logros del «proyecto europeo», y a la llamada «Europa social» como un objetivo a alcanzar. Es por eso por lo que uno de los talleres que se impulsó en la Cumbre Social fue «¿Por qué la ‘integración europea’ no es ‘el modelo’ para América Latina? Desenmascaremos a la ‘Europa’ neoliberal», organizado por la Red Biregional UE-AL y el Caribe «Enlazando Alternativas», en el que participó el autor de este texto. En este sentido, una de las principales reflexiones que se lanzó en el mencionado taller fue que los proyectos de integración supraestatal son en general proyectos de ampliación de mercados y concentración de poder. Esto es, dichas integraciones surgen de la necesidad de crear estructuras institucionales supraestatales para impulsar espacios mercantiles más amplios que el Estado-nación, donde se concentre y reproduzca en mejores condiciones el capital, como en el siglo XIX fue la creación del propio Estado-nación13, para proyectarse también en mejores condiciones al mercado mundial.

El llamado «proyecto europeo» fue desde sus inicios un proyecto de las elites europeas occidentales (continentales), económicas y financieras, y no tanto del poder político, para sobrevivir en el nuevo mundo postbélico de la Guerra Fría, es decir, del conflicto entre Bloques. Era necesario crear un proceso supraestatal, al principio de dimensión puramente económico-comercial, para sobrevivir en ese nuevo escenario en el que Europa occidental pasaba a convertirse en un actor secundario mundial, después de casi quinientos años de creciente dominio global, y a funcionar prácticamente como un protectorado de EEUU, en términos político-militares. Un momento en el que Europa occidental perdía sus imperios a través de un rápido proceso de descolonización impulsado por las luchas de liberación nacional en África y Asia. Además, las empresas europeo-occidentales necesitaban ganar dimensión (interna), a través de mercados más amplios, para operar en un mundo crecientemente dominado por las transnacionales estadounidenses. Era también el tiempo en que para hacer gobernable el capitalismo postbélico, Europa occidental se ve obligada a construir un nuevo pacto entre el capital y el trabajo que se plasma en el Estado-social, o Estado del Bienestar. Las circunstancias postbélicas, el colapso de los Estados europeos tras la guerra mundial, la fuerte capacidad de la izquierda entonces, y la existencia de la URSS al otro lado del «telón de acero», así lo aconsejaban. Es más, hacían imprescindible dicho capitalismo de rostro humano, para hacerlo gobernable. Y, al mismo tiempo, hasta finales de los setenta el «proyecto europeo» prácticamente no tiene dimensión institucional.

Pero desde los años 80 el «proyecto europeo», en constante ampliación, marcha por nuevos derroteros, y se apunta también a la lógica neoliberal que preside esta nueva etapa de un capitalismo crecientemente financiarizado y globalizado. Máxime tras la caída del Muro de Berlín, el colapso de los regímenes de socialismo real de los países del Este, la implosión de la URSS, y la entronización del capitalismo unipolar de EEUU en los noventa. Su respuesta ante estos nuevos escenarios fueron el Mercado Único, primero (1985-1993), y el proceso de la Unión Económica y Monetaria (1993-1999), después. El euro entrará en circulación físicamente en 2002, pero existe desde 1999, irrumpiendo como una amenaza para la hegemonía del dólar. La dimensión monetaria se convierte en un elemento central de la proyección del dominio mundial (empresarial y financiero) en el nuevo capitalismo global, y por consiguiente de concentración de poder. Y para lograr la implantación del euro fue preciso continuar el desmantelamiento de la «Europa social»,a escala estatal, que ya se había iniciado con el Mercado Único. En los noventa se toma también la decisión de hacer una nueva macroampliación al Este, que ha incorporado a 12 nuevos países a la Unión, creando una UE de 27 Estados ya, con unos 500 millones de personas. Un inmenso mercado del que se benefician principalmente las transnacionales e instituciones financieras «europeas», y desde donde éstas se proyectan con más fuerza al mundo entero.

Sin embargo, en el nuevo capitalismo global, y especialmente en el nuevo mundo despiadado de la «globalización armada» post-11-S, «Europa» tiene un gran problema: es un «gigante económico, un enano político y un gusano militar», como se ha dicho, y además, es crecientemente ingobernable internamente, debido a su cada día mayor dimensión, complejidad, heterogeneidad y falta de legitimidad interna. Por otro lado, el «proyecto europeo» ha incentivado aún más la creación de un modelo económico, productivo, social y territorial enormemente consumidor de recursos de todo tipo, y en concreto de energía, fomentando exacerbadamente el crecimiento urbano-metropolitano y la movilidad motorizada, y desarticulando el mundo rural tradicional, así como las estructuras de pequeña escala más autónomas y autosuficientes, lo que le hace cada día más impactante ecológicamente, y más dependiente de materias primas externas, especialmente de los espacios periféricos globales. Y muy en concreto de combustibles fósiles foráneos: la Unión importa el 50% del gas y el 75% del petróleo que consume, y esta dependencia va en ascenso, debido a que se incrementa el consumo y se agotan los recursos fósiles del Mar del Norte. Todos estos problemas, y en especial la falta de dimensión política y militar propia, se agudizan en el capitalismo multipolar en el que ya hemos entrado, pues para luchar por los mercados y los recursos mundiales, y para sustentar al euro, va a ser cada vez más necesario, desde las necesidades de las estructuras de poder «europeas», dotarse de esa dimensión político-militar de la que «Europa» todavía carece, así como para hacerla internamente gobernable, a través asimismo de un creciente autoritarismo y represión interna. Eso es lo que intenta hacer la Constitución Europea, aparcada por el momento por el rechazo popular, pero que se quiere reactivar de alguna forma en la actualidad. La Constitución incorpora también una nueva vuelta de tuerca en la deriva neoliberal de la UE, pues significa el fin de la «Europa social» (privatización de la sanidad, la educación, las pensiones, mayor desregulación laboral, etc), y es por ello por lo que ha sido fuertemente contestada a escala de la Unión, de ahí el No francés y holandés a la misma (Fdez Durán, 2006 b)14. Ese es, sumariamente, el idealizado y soñado «modelo europeo».

Pero si este modelo ya es fuertemente criticable desde una perspectiva europea, y mucho más mundial, pues no sólo es cada día más injusto sino crecientemente insostenible, y la generalización del mismo a escala global requeriría varios planetas para hacerlo factible, este modelo es aún más inviable para el caso sudamericano. Primero, por la propia fragilidad y falta de legitimidad de los propios Estados de la región, agudizado por el desmantelamiento de la ya débil dimensión social de los mismos tras más de veinte años de vendaval neoliberal, que haría aún más difícil cualquier intento de integración supraestatal, provocando que el déficit democrático fuese aún más acusado que en el propio proceso «europeo». Y segundo, porque en estas circunstancias la creación de esa integración quedaría reducida simplemente al establecimiento de una gran área de mercado, en el que el capital sudamericano y sobre todo mundial operaría sin ningún tipo de control en la región, agudizando hasta extremos inconcebibles los problemas actuales, y las asimetrías existentes, como ya hemos apuntado a lo largo del texto. Así pues, el reto que se plantea es el contrario, como reorganizar las sociedades y las estructuras políticas latinoamericanas (y mundiales) de abajo a arriba, no de arriba abajo, como se pretende con la Comunidad Sudamericana de Naciones, para conseguir «otros mundos posibles», más justos, inclusivos y sostenibles.

En este sentido, las reflexiones que nos traslada Gustavo Esteva (2006), a partir de la experiencia zapatista, de la denominada «La Otra Campaña»15, y de la rebelión popular de Oaxaca (un Estado mexicano con más de dos tercios de población indígena, como en Bolivia), pueden quizás aportarnos algo de luz acerca de por dónde y cómo caminar, y enlaza con muchas de las reflexiones que se vertieron en la propia Cumbre Social por la Integración Solidaria de los Pueblos de Cochabamba. De entre ellas hemos sacado una de las citas del comienzo de este texto. Para ello es preciso situarnos y organizarnos más allá del «Desarrollo» (que no es sino el despliegue del propio modelo capitalista a escala mundial, con sus centros y sus periferias), y volver a definir qué es «vivir bien», como nos propone también Evo Morales, a partir de la propia experiencia de los movimientos sociales campesinos e indígenas bolivianos. En este sentido, será preciso pensar y moverse más allá (y más acá) del Estado-nación, y crear nuevos horizontes políticos, sobre todo cuando dicha estructura atraviesa por una fuerte crisis en todo el mundo, y muy especialmente en América Latina. Además, la llamada «democracia» (representativa) se nos muestra cada vez más como una estructura de dominación y control, crecientemente autoritaria y cada día menos inclusiva.

El poder debe volver a la propia gente, pues verdaderamente está en ella, si es que se pierde el miedo, y no delegarse, o lo mínimo posible, y sobre todo debe estar sometido al control social. «Mandar obedeciendo», como dicen los zapatistas, para definir el «buen gobierno». Y para ello cuanto más cercanas estén las estructuras de poder a la población, más fácil será garantizar el «buen gobierno», y más viable será que se gobiernen a sí mismos los pueblos, como ya lo hacen en gran medida muchas de las comunidades campesinas e indígenas. Pero indudablemente este es un proceso muy difícil, pues partimos de sociedades altamente complejas, urbanizadas en muy gran medida, y enormemente interdependientes. Sin embargo, si queremos caminar hacia «otros mundos posibles», más justos y sostenibles, repetimos, no nos queda más remedio que volver a relocalizar otra vez, poco a poco, nuestros modelos productivos y nuestras economías, y aprender del metabolismo de los mundos vivos no modernizados todavía existentes. Todo ello para reducir el tremendo flujo energético fósil sobre el que se asienta la creciente interdependencia y globalización, que permite operar en escalas productivas cada vez más amplias e insostenibles, y que sustenta estructuras de poder cada día más concentradas. A tal fin será imprescindible ir desmantelando paulatinamente las estructuras de poder de este ya «viejo régimen», pues no puede sobrevivir, e inventar otras nuevas, más horizontales, todavía por crear y definir, capaces de perdurar y evolucionar en el tiempo. Será un proceso muy complejo de creación a largo plazo, pero que hay que empezar ya, y que debe ser colectivo, pues no es posible de otra forma. Pero no hay prisa16, la esperanza de transformación está ahí, es la esencia de los movimientos sociales, ya ha empezado a caminar, y es esa esperanza la que puede cambiar el mundo.

A este respecto, los falsos atajos, o mejor dicho, el volver a reincidir en falsos y perversos caminos ya transitados, puede ser enormemente perjudicial. Y un falso atajo puede ser el que Hugo Chávez nos está planteando últimamente en su concreción del hasta ahora indefinido «Socialismo del Siglo XXI», con su idea de crear un nuevo Partido Único para llevarlo a cabo. Parece como si no quisiéramos aprender nada del siglo XX, y del desastre social y ambiental que supuso el Socialismo Real de Partido Único, que profundizó las tendencias más negativas del modelo civilizatorio industrial-capitalista, como nos dice Edgardo Lander (2006). La destrucción ecológica que generó fue aún mayor que la que ha sido característica de la sociedad capitalista. Y «como alternativa democrática ‘superior’ al orden de explotación capitalista, ese socialismo del siglo XX fue un rotundo fracaso. No sólo no superó las limitaciones formales de la democracia liberal burguesa, sino que construyó un orden autoritario que terminó por anular toda idea de democracia. Consustancial a este modelo fue la negación de la extraordinaria diversidad étnico-cultural existente en el planeta, buscando subsumir esta rica pluralidad en una cultura ‘proletaria’ homogénea de carácter universal». La llamada «revolución bolivariana» ha sido un proceso peculiar, que ha llegado a ser posible por la existencia de una fuerte movilización popular de base, muy plural, que surge ante el colapso del régimen anterior, y que es el soporte que ha tenido Hugo Chávez para mantenerse en el poder. Y a este movimiento popular le ha ayudado también la protección que Hugo Chávez le brindaba, controlando una parte importante del Ejército, ante los intentos involucionistas y golpistas de la derecha. Pero ahora Hugo Chávez, que no tiene un partido fuerte detrás que le apoye, intenta crear una estructura política única que le permita afianzarse y perpetuarse en el poder, el Estado-Partido, o el Partido-Estado, reforzando aún más su caudillismo. Y ello puede abortar el necesario debate popular sobre lo que es, o debe ser, el Socialismo del Siglo XXI.

Además, «sin una crítica a los supuestos básicos del modelo científico-tecnológico de la sociedad industrial occidental, aún los proyectos de cambio que se presenten como -en teoría- más radicalmente anti-capitalistas no podrán -como ya lo han hecho en el pasado- sino acentuar los patrones autoritarios y destructivos de esta sociedad. En Venezuela, hasta el momento, el debate público en torno al Socialismo del Siglo XXI no ha siquiera comenzado a abordar estos asuntos. De no abrirse y profundizarse este debate, se corre el riesgo de que la idea del Socialismo del siglo XXI se convierta en una consigna hueca». Y que acabe siendo todo lo que Chávez diga que es el «Socialismo del Siglo XXI», terminando con la rica pluralidad de base existente hasta ahora en el proceso de cambio venezolano. «La experiencia histórica sugiere con contundencia que la identidad Estado-partido no es la vía que conduce hacia la democracia» (Lander, 2006). Además, también nos surgen otras dudas y preguntas, pues siguiendo a Busqueta (2006): «Hasta qué punto será posible construir un modelo social que quiere avanzar hacia el socialismo del siglo XXI utilizando como recurso fundamental para su construcción el elemento clave en el desarrollo del capitalismo más voraz: el petróleo (…) Tomar como elemento central de un desarrollo alternativo, que quiere avanzar hacia el socialismo, la extracción y explotación de uno de los recursos cuya obtención y posterior utilización está en la base de la mayor parte de los problemas ambientales que hoy tiene planteada la humanidad, representa una paradoja difícil de superar». Hasta ahora la renta petrolera se ha utilizado con considerables objetivos sociales, y ha permitido realizar importantes políticas redistributivas, al tiempo también que ha permitido reforzar las estructuras militares de la «revolución bolivariana», lo que ha posibilitado la defensa de este modelo frente a las presiones y potenciales agresiones externas de corte imperialista. Pero a nadie se le escapa que esta es una dinámica de doble filo, que debe ser controlada y reorientada social y ambientalmente, si no quiere sucumbir a los peligros comentados.

La crisis de la energía afectará a los distintos proyectos en liza y avivará las tensiones en torno al modelo de desarrollo

Parece que entramos en una nueva etapa histórica. La llegada del pico del petróleo, y el posterior pico del gas, a escala mundial van a crear una situación inédita en la historia del capitalismo. Por primera vez en más de doscientos años el flujo energético fósil global no va a poder ser acrecentado, y eso va a suponer un torpedo en la línea de flotación de un modelo que opera a escala planetaria basado en la lógica del crecimiento y acumulación constante. Y es más, el suministro energético fósil mundial no solo se va a frenar en seco sino que se va a ir reduciendo, al principio de forma suave y luego de forma más acusada, y no existen alternativas energéticas a corto plazo viables. El precio del petróleo se disparará (e igualmente del gas), y la oferta no podrá cubrir la demanda. El crecimiento se quiera o no se quiera se va a interrumpir, y vamos a asistir a un proceso de «desglobalización», de reducción del comercio mundial, al tiempo que seguramente se acrecentarán las dinámicas de guerra de los centros sobre las periferias (y entre los propios espacios centrales) para acceder a unos recursos fósiles cada día más caros y escasos. Si es que no logramos encarar esos escenarios de una forma consensuada y ordenada a escala global, para posibilitar la resolución de conflictos de forma no violenta. Además, el agravamiento del cambio climático en marcha, será también otro factor que incidirá decisivamente en el despliegue del capitalismo global. Lo más probable es que entremos en una etapa de caos sistémico prolongado, con fuertes tensiones político-sociales, hasta encontrar y estabilizar nuevos regímenes energéticos, productivos, económicos, sociales y políticos, en definitiva nuevos «modelos de desarrollo». Estos forzosamente deberán ser más sustentables en el medio y largo plazo, y si no, no perdurarán, pues colapsarán también. Otra cosa es que sean más equitativos, ese es un reto que tendrán ante sí los movimientos sociales y la Humanidad en su conjunto, para no verse abocados a escenarios tipo Mad Max (Fdez Durán, 2006 a).

Estos escenarios de crisis energética global agudizarán por supuesto las tensiones entre los distintos proyectos de integración y de desarrollo esbozados en este texto. Por un lado, se intensificarán las demandas energívoras de los espacios centrales sobre los recursos fósiles de América Latina, y se incrementarán asimismo las presiones sobre los recursos más marginales, lo que junto con la dinámica del mercado de potenciar los llamados biocombustibles, ocasionará una fuerte tensión en los territorios en los que habitan muchas de las comunidades campesinas e indígenas, y un retroceso en la soberanía alimentaria de los pueblos latinoamericanos en su conjunto. Por otro lado, se producirán importantes tensiones para que los recursos fósiles latinoamericanos sirvan para sustentar proyectos de poder propios, y de inserción en el mercado mundial en las mejores condiciones posibles, pero que marginarán también a una muy gran parte de la población de la región, y que tendrán serios impactos ambientales. Y finalmente, los mundos campesinos e indígenas, principalmente, reivindicarán (lo están haciendo ya) nuevos modelos de desarrollo para garantizar la pervivencia de sus existencias, y caminar hacia «otros mundos posibles», más justos, inclusivos y sustentables. Son ellos los que parece que nos están marcando más hacia dónde y cómo caminar. El debate en torno a estos escenarios futuros tan solo ha comenzado, pero la Cumbre Social de Cochabamba ha sido un muy buen inicio del mismo, y ha situado a la energía como uno de los elementos centrales, por no decir el principal, de cara al futuro que tendremos que enfrentar entre todos. Y a escala global tendremos que aprender todos y todas mucho de los intensos y vivos debates que tuvieron lugar en esa ciudad de los Andes. Estamos entrando en una nueva era, de la que desconocemos todo. Y América Latina puede marcarnos quizás la pauta para esa macrotransformación histórica.

Cochabamba-Madrid. Enero 2007

Bibliografía

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SALAFRANCA, José Ignacio: «Sobre una Asociación reforzada entre la Unión Europea y América Latina» (Proyecto de Informe). Parlamento Europeo. Enero, 2006.

Notas:

1 Este texto ha sido redactado en gran medida a partir de las notas que tomó el autor en los talleres y espacios de debate de la Cumbre Social por la Integración Solidaria de los Pueblos que tuvo lugar en Cochabamba a principios de diciembre de 2006. Agradezco al Transnational Institute de Ámsterdam la invitación a estar presente en dicha Cumbre Social, y este escrito pretende ser una modesta contribución a los debates que allí se suscitaron. Y agradezco también los comentarios al texto de Gustavo Alfaro, Luis González, Tom Kucharz, Andrea Benites-Dumont y Luis Rico.

2 Los denominados «Temas de Singapur».

3 Nuevo documento de la Unión: «Global Europe: Competing in the World».

4 Más de doce años en el primer caso, y seis años en el segundo.

5 Estos planes contemplan grandes redes de infraestructura de todo tipo: autopistas, corredores eléctricos, corredores fluviales (Río Paraguay-Río de la Plata, nuevos canales de interconexión entre el Caribe y el Pacífico), grandes presas, superpuertos, oleoductos y gasoductos, etc.

6 Venezuela es el único país latinoamericano miembro de la OPEP.

7 Decimos lo de «falsa» pues se descubrió que muchos de los huelguistas estaban siendo bien alimentados con viandas que se introducían subrepticiamente en los lugares donde la protesta estaba teniendo lugar.

8 En los noventa, el colapso y desintegración de la URSS, y la fuerte crisis en los países del Este, provocó una sobreoferta mundial de crudo, precipitando la caída de los precios del petróleo.

9 Tal vez se pueda entender la no asistencia de Kirchner por las rivalidades que mantienen Lula y él dentro de MERCOSUR, y a escala mundial, pues ambos sueñan con un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. De cualquier forma, Hugo Chávez pasó por Buenos Aires camino de Cochabamba, y obtuvo el apoyo explícito de Kirchner a la CSN, aparte de que éste envió a su segundo en la cadena de mando.

10 El gobierno Kirchner ha creado ENARSA, una nueva empresa mixta petrolífera (65% estatal y 35% privada) para explotar ex novo la Plataforma continental marina, donde no se prevé encontrar grandes recursos. El movimiento ciudadano por la renacionalización ha conseguido recoger un millón de firmas, que ha presentado al Parlamento.

11 Gran parte de lo que hemos estado viendo en este texto abunda en la Deuda Ecológica que ha ido contrayendo el Norte con América Latina, que se acentuará aún más de continuar las dinámicas señaladas.

12 Podríamos hablar de una «única» lengua, pues las diferencias entre el castellano y el portugués son reducidas, y permiten una fácil comunicación entre las dos comunidades linguísticas. Indudablemente el castellano es la lengua claramente mayoritaria, y hoy el propio Brasil está caminando rápidamente hacia el bilingüismo en su sistema educativo. No le queda otra opción si quiere convertirse en la país hegemónico de Sudamerica.

13 Lo que permitió pasar de los mercados locales a los mercados nacionales.

14 Todas estas cuestiones se desarrollan bastante más ampliamente en la nueva edición del libro «La compleja construcción de la ‘Europa’ superpotencia» (2006), que ha salido recientemente en Buenos Aires.

15 Impulsada a partir de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, para generar un proceso de conocimiento y aprendizaje mutuo de los pueblos y las realidades en lucha, con el fin de entrelazar las mismas fuera de las instituciones vigentes, para dar paso a transformaciones profundas en el medio y largo plazo.

16 Bueno, en realidad sí la hay, en el sentido de que estamos entrando en un mundo crecientemente en crisis e ingobernable, pero no nos tenemos que dejar tentar por los falsos atajos de los que hablamos a continuación, y además tenemos que ser conscientes que los cambios que impulsemos serán forzosamente lentos, a pesar de nuestra impaciencia, pues no será sencillo transformar rápidamente el actual modelo.