Los contextos de crisis atraen, probablemente a partes iguales: la extensión de innovaciones que vienen experimentando otras formas de organización social; la actualización de paradigmas que (se considera) pueden seguir funcionando con ciertos «retoques»; y la reproducción de viejos collares que son presentados como nuevos lazos sociales. El campo de los «comunes» no es ajeno […]
Los contextos de crisis atraen, probablemente a partes iguales: la extensión de innovaciones que vienen experimentando otras formas de organización social; la actualización de paradigmas que (se considera) pueden seguir funcionando con ciertos «retoques»; y la reproducción de viejos collares que son presentados como nuevos lazos sociales. El campo de los «comunes» no es ajeno a ello en la actualidad. Bajo el epígrafe de «lo común», «los comunes», los «procomunes», los «bienes comunes», o sus equivalentes en inglés, llevamos una década de difusión de propuestas y experiencias que intentan dar respuesta a los continuos cercamientos que producen las maquinarias capitalistas [1]. D esde ahí se confrontan lógicas autoritarias de «esto lo gestionamos (para) nosotros y se gestiona así» llámense lógicas etnocéntricas, patriarcales, mercantilistas o antropocéntricas propias de un pensamiento colonial. No obstante, advierto que, en tiempos donde predomina una retórica persuasiva como función y base de nuestras conversaciones, aparecen más promesas especulativas que sistematización de prácticas que aporten luz a la discusión.
No me detengo aquí en la relación entre cercamientos y crisis. Muchos autores han puesto de relieve cómo se sostienen imperios, élites o grupos interesados a base de apropiarse de lo ajeno, sea lo singular de cada vida (decisión sobre cuerpos, alimentaciones o plusvalías del trabajo) o lo que nos da la vida a todos (agua, biodiversidad, espacios de relación social). Pero sí parece justificado que estemos más alerta que de costumbre dado lo patente de nuestros límites y de nuestras vulnerabilidades como animales sociales que somos. Los comunes, sus prácticas y miradas, nos pueden ayudar a recuperar la conciencia de especie a través de la conciencia de una interdependencia humana que trabaja sobre la idea de bienes compartidos [2].
Avanza la crisis y seguimos preguntándonos cómo vamos a construir democracias de alta intensidad (B. Sousa Santos) y superar la gran prueba de la sostenibilidad humana (J. Riechmann) tratando de vivir una vida vivible o que merezca ser vivida (J. Butler, A. Orozco). Los interrogantes se han desplazado a las preguntas clásicas, particularmente en los países del centro, los más industrializados. Las ideas de «progreso», «derechos», «cambio social», e incluso las de «emancipación», «igualdad» o «democratización» llevan a valorizar miradas y experiencias colectivas que se sitúan más allá (o más acá) del Estado, de los grandes mercados y de las tecnologías de control.
Es aquí donde el debate de los comunes entra en escena. A mi juicio, tres grandes perspectivas marcan el debate. Situándonos en el ámbito de países centrales [3], el trabajo de E. Ostrom sobre El gobierno de los bienes comunes, en contestación a La tragedia de los comunes de G. Hardin se reconoce como pionero. Desde aquí se nutren especialmente la primera de las ramas del estudio de los comunes, anclada en la economía institucional. Son, principalmente, recursos naturales que gestionan pequeñas sociedades a partir de criterios muy definidos sobre: límites de uso, resolución de conflictos, monitoreo del sistema, sanciones graduadas y principios correlacionados con una base cultural comunitaria. Aquí, la idea de «comunes» se aproxima a la de «bienes» o «elementos», como el agua, la pesca o el pasto («cosas» dirían Laval y Dardot). Y la identificación de la terna comunidad-recurso-reglas que garantiza la reproducción sostenible de un bien nos puede servir para ilustrar otras formas de economía basadas en la auto-regulación y en la reciprocidad.
Por su parte, desde la filosofía política, se hace más hincapié en las relaciones o embriones de una sociedad igualitaria y solidaria a través de la propuesta de «lo común». El llamado Marx tardío (T. Shanin) abraza la cooperación social y sitúa el Estado como herramienta condenada a ser sustituida por este empuje. Dicho principio de cooperación, a juicio de autores como Negri y Hardt, permitiría hablar de un sujeto emancipador (la multitud o multiplicidad organizada) que, superando la idea «enclaustradora» de pueblo, hará estallar las costuras del capitalismo e instituirá nuevos órdenes sociales caracterizados por la expansión continua de una «potencia ciudadana» a través de instituciones que alimentarían lo común. Laval y Dardot ven aquí un peligro de «reificación», pues la forma en que realmente «cooperamos» los humanos está determinada (paradójicamente) por los regímenes autoritarios que provocan la crisis. Difícilmente podemos pensar lo común como subyacente y a punto de romper el caparazón capitalista que lo entierra. En su lugar, estos autores recuperan la figura de Proudhon y la idea de democratización económica junto con la de autonomía social como principios orientativos de lo común: instituciones e iniciativas donde la propiedad cede paso al uso social, el Estado al auto-gobierno, la producción para mercados a la construcción de bienes comunes para la humanidad. Frente a los cercamientos territoriales (Harvey) o constitucionales (Mattei), se trata de propuestas que plantean, de uno u otro modo, una revolución de los (nuevos) comuneros.
La democratización de nuestros sistemas sociales
La tercera respuesta viene de la mano de la búsqueda de Comunes globales. Me detendré en ella por su novedad, pues yo diría que está gestándose a través de prácticas (sobre «relaciones» o «cosas») que se buscan entre sí y que buscan (implícitamente) desbordar el autoritarismo y las dinámicas de apropiación insostenible para la humanidad por parte de agentes públicos o privados. Constituyen ejercicios de democratización (radical) de nuestros sistemas sociales «desde abajo», mediante la construcción de comunes (espacios, interacciones, manejos abiertos y sostenibles) a través de prácticas concretas que están produciendo: bienes digitales y de conocimiento; sistemas alimentarios agroecológicos; redes de Economía Social y Solidaria; y, en general, bienes (naturales y políticos) que están puestos en juego de forma solidaria, reproducible y no apropiable [4]. Consiguientemente, por Comunes globales me refiero a los procesos que politizan la manera en que atendemos globalmente nuestras necesidades (afectivas, materiales, expresivas, de relación con la naturaleza) desde satisfactores que no tienen como destino la apropiación si no la reproducción de bienes, relaciones y territorios que las sostienen. Sus antecedentes (renovados) serían aquellas tradiciones que facilitan que haya elementos y relaciones disponibles y auto o co-gestionadas por promotores y usuarios (a veces los mismos). Sería el caso de: i) culturas críticas con la modernidad que apuntan al control tecnológico o del conocimiento como base de la depredación y que hoy en día tendría su expresión en los nuevos movimientos globales. ii) la propia tradición de manejos cooperativos y comunitarios que se nutre del mundo campesino e indígena (caso de la agroecología actualmente); y iii) el cooperativismo apuntado en el XIX en los países centrales y que se extiende hoy impulsado por la crisis y por la presencia de tecnologías que facilitan funcionamientos a través de redes no centralizadas [5].
El énfasis aquí está en el hacer cooperativo, más que en los elementos o en los horizontes políticos, aunque las fronteras son difusas con las anteriores perspectivas. Al igual que hay bienes que han venido siendo pasto de un cercamiento progresivo (agua, biodiversidad cultivada, recursos energéticos, nuestro cinturón espacial), se advierte que hay relaciones y conversaciones (conocimiento, accesos a mercados, posibilidad misma de cooperar auto-organizadamente) que vienen siendo orientadas hacia un control «desde arriba» y no una co-gestión o auto-gestión de sus promotores y beneficiarios. La tragedia depredadora del copyright (patentes, consumos y distribuciones enlatados y oligopólicos, tratados inspirados por la OMC o en el TTIP) continua amplificando la crisis.
Lógicamente, no situamos en estos tres planos propuestas como la llamada «Economía del bien común» que impulsa C. Felber. En ella, a pesar de introducir debates y criterios sobre producción y propiedad, sigue manteniendo que la economía es una esfera autónoma de las instituciones políticas, el precio es un posible vínculo social (al estilo neoliberal), la naturaleza es una mina infinita y nuevamente se insiste en la falacia de «mercados autorregulados», que ya criticara convenientemente Karl Polanyi en sus obras El Sustento del Hombre y La Gran Transformación. En este último caso, la propuesta tildada de «común» (pero sin hacer referencia a Ostrom) entra en resonancia con los intentos de la Unión Europea de legitimar sus propuestas de mayor eficiencia y procura de nuevos mercados (en clave de Economía circular, Economía verde, Economía social, etc…), sin transformar el modelo productivo ni nuestra insostenible sociedad de consumo.
Los Comunes globales se enfrentarían, en tiempos marcados por la urgencia de un colapso civilizatorio (R. Fernández Durán y L. González Reyes), a nuevas formas de impulsar el hacer cooperativo ante el avance de cercamientos en nuestras vidas y en nuestros territorios. Trabajan hoy desde comunales tradicionales (montes, dehesas, litorales que son una superficie importante en este país), pero también desde comunidades más abiertas, reglas cruzadas sobre un mismo espacio o recurso y bienes que tienen propiedades más elásticas. Comparten, como concluyera Ostrom para sus casos de estudio, su orientación a anidarse hacia arriba (escala) y hacia los lados (articulaciones con otros sectores) cuando tienen que resolver un problema que implica más comunidades y territorios. Así, en algunos casos, promotores y usuarios coinciden, dando lugar a fuertes prácticas de solidaridad e incluso de afianzamiento de una identidad colectiva: comunidades que manejan bienes naturales de forma sostenible, pensemos en el acceso a una fuente de alimentación o a la producción de semillas locales y adaptadas a un territorio. En otras iniciativas, como Wikipedia o como la auto-gestión de mercados sociales, los promotores tienen responsabilidades según su posición en una capa de cebolla que rodea al núcleo de la actividad: gestores que aseguran que el espacio (físico o virtual) se reproduzca; participantes que animan la entrada y salida de elementos o relaciones (información, productos); usuarios que ofrecen o que reciben (productores, consumidores). Aquí la comunidad es más abierta y difusa, pudiendo ser un territorio delimitado físicamente (el marcado por la actuación del mercado, que será predominantemente local para promover la sostenibilidad) o por una afinidad en el «territorio internet». Los «elementos» pueden no estar tan acotados. Pensemos en los bienes y relaciones que induce Wikipedia los cuales, aun contando siendo siempre con una base material (el uso de internet y ordenadores tiene su huella ecológica), pueden expandirse y usarse sin que queden mermados, como sí ocurre cuando unos pescadores faenan en un trozo de litoral o unos regantes que se distribuyen el acceso al agua.
Tan sólo analíticamente podemos disociar culturas, manejos y bienes de recursos o relaciones. Una cooperativa o una semilla que prosperan en un territorio existen y existirán si las personas tienen memoria y sentimiento de pertenencia con las prácticas que las han hecho posible. Por tanto, podríamos afirmar que Comunes globales son tanto procesos como bienes y relaciones que: i) se producen de forma reproducible para satisfacer nuestras necesidades; ii) democratizan interna y externamente nuestras economías desde un hacer cooperativo; y iii) co-gestionan o auto-gestionan bienes naturales persiguiendo una sostenibilidad ambiental de los territorios afectados.
De esta manera, lo común sería aquello hacia lo que palpitan los Comunes globales. Pero no es algo dado o a punto de ser conquistado. Tampoco se referirá simplemente a algunas «cosas» o a elementos naturales que nos permiten reproducirnos biológicamente. La barbarie actual se nutre de la depredación de vínculos sociales autónomos (C. Castoriadis). De la colonización de territorios y estados mentales a través de un desarrollismo (V. Shiva). O de la reducción de todo vínculo «social» a una subordinación mercantil o autoritaria (E. Fromm hablaba de sociedades enfermas). Las experiencias emergentes de Comunes globales permiten y alientan, simple y llanamente, poder ejercer, rehacer o repensar dichos vínculos desde la dignidad y la sostenibilidad de la especie humana.
Notas:
[1] Diversos monográficos han aparecido recientemente; consultar el artículo «Economías sociales y economías para los Bienes Comunes», de Ángel Calle Collado y Jose Luis Casadevente, Otra Economía, Vol 9, No 16 (2015), disponible en internet. Ver también el especial de Ecología Política n. 45, Documentación Social n. 165 y el Dossier n. 16 de Economistas sin Fronteras.
[2] Ver trabajos recientes desde el ecofeminismo (Y. Herrero, A. Puleo) o desde perspectivas que rescatan la auto-sostenibilidad de comunidades (J. Riechmann, V. Toledo y N. Barrera-Bassols).
[3] Convendría no perder de vista que, en un plano mundial, la constelación de visiones sobre comunes, muy ligada a la de democratización radical, encuentra respuestas en tradiciones de desarrollo endógeno de la India (Gandhi, Vandana Shiva), en propuestas de participación popular en latinoamérica (Paulo Freire, Borón, Nun) o en iniciativas africanas que trascienden el comunitarismo local (Turner, J. Nyerere). Algunas reflexiones se apuntan en Sousa Santos, Boaventura de (org.) (2002): Produzir para viver. Os caminhos da produção não capitalista, Rio de Janeiro, Civilização brasileira; y en el capítulo introductorio que escribí en el libro Democracia Radical (Icaria, 2011).
[4] Ver ejemplos en los artículos citados en nota 1.
[5] Economías que impulsan beneficios, que serán personales pero que también democratizarán y activarán lazos sociales (ver J-L. Laville Asociarse para el Bien Común. Tercer Sector, Economía Social y Economía Solidaria). La convergencia en este país con propuestas políticas que refuerzan un hacer local (municipalismo, soberanía territorial, mareas auto-gestionadas) es evidente; ver Territorios en democracia (Calle y Vilaregut, coord. Icaria), y Ecología Política n. 49.
Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Comunes-globales-De-que-hablamos