Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Mientras el gobierno de Obama titubea sobre qué hacer por el bien de Afganistán, el vecino Pakistán paga un precio cada vez más elevado. Como una serie de anteriores ataques talibanes en los últimos días, el caos de hoy en Lahore subrayó los temores de que la consecuencia principal de la parálisis afgana de Washington, aunque no deliberada, represente la ulterior desestabilización del Estado paquistaní.
Se perdonará a los paquistaníes si se preguntan: con amigos como los de Washington, ¿quién necesita enemigos? La resonante disputa por un paquete de ayuda quinquenal estadounidense de 7.500 millones de dólares es un buen ejemplo. Condiciones apremiantes agregadas a la ley por un Congreso renuente a enviar incontables miles de millones «por un agujero de ratas», como dijera elegantemente el demócrata Howard Berman, fueron condenadas por insultantes y colonialistas en Pakistán.
Al vincular el dinero a un control civil más estricto de las fuerzas armadas de Pakistán, Washington estaba tratando, torpemente, de fortalecer el gobierno de Asif Ali Zardari. Pero logró exactamente lo contrario. El presidente fue acusado de no defender la soberanía del país, igual como no ha logrado detener la escalada de ataques aéreos estadounidenses a través de la frontera, y la ocasional incursión terrestre clandestina, contra objetivos dentro de Pakistán.
Después de apresuradas consultas en Washington, Shah Mahmood Qureshi, ministro de exteriores de Pakistán, obtuvo esta semana un «documento explicativo» del Congreso que dijo desechaba efectivamente algunas de las condiciones más censurables de la ley. Pero es poco probable que esto silencie a críticos que se basan en un profundo sentimiento antiestadounidense en el público paquistaní que proviene de la invasión de Afganistán en 2001 y el lanzamiento de la «guerra global contra el terror» de George Bush.
«Un sondeo tras el otro muestra que los paquistaníes temen cada vez más la amenaza planteada por extremistas islámicos… pero creen que EE.UU. es un peligro aún mayor para su país,» según una cita de esta semana de Bruce Riedel de Brookings Institution. Muchos paquistaníes estimaron la amenaza planteada por EE.UU. para su independencia y seguridad como superior a la de su enemigo histórico, India, dijo. «En cualquier momento en que alguien obtenga resultados peores que India en sondeos en Pakistán, el peligro es inmenso.»
Intensa presión sobre Pakistán del gobierno de Obama para extirpar el Tehrik-e-Taliban (Movimiento Talibán de Pakistán), estrecho aliado y colaborador de los talibanes afganos, resultó en la costosa ofensiva militar de esta primavera en Swat, en la provincia de la Frontera Noroeste, que desplazó a cientos de miles de civiles.
Sin embargo, la campaña de Swat probablemente parecerá pequeña en comparación con una inminente ofensiva del ejército paquistaní en Waziristán del Sur, en las áreas tribales no gobernadas adyacentes a Afganistán. Aunque altos funcionarios paquistaníes niegan que lo estén haciendo por orden de Washington, no es ningún secreto que los comandantes de EE.UU. se concentran crecientemente en ambos lados de la frontera oriental de Afganistán con Pakistán, donde militantes talibanes y sus aliados yihadistas extranjeros y de al Qaeda, han establecido un terreno común ignorando las fronteras nacionales.
El líder talibán de Pakistán, Hakimullah Mehsud, quien reemplazó a Baitullah Mehsud después de que este último fue muerto en agosto en un ataque con misiles de un drone estadounidense, dijo en un vídeo que ataques como el de hoy en Lahore cesarán rápidamente si el gobierno deja de comportarse como lacayo de EE.UU. y rompe su alianza con ese país. Si eso sucediera, Mehsud dijo que volvería sus armas contra India, presumiblemente en Cachemira. Para muchos paquistaníes, eso no parecería ser una mala idea.
En EE.UU. se comienza a comprender gradualmente que Washington está avivando un conflicto que se aproxima a una guerra civil generalizada. El columnista Ralph Peters del New York Post hizo una comparación con Iraq después de la invasión. «La guerra civil nunca llegó a tener lugar [allí]. Pero nadie parece darse cuenta de que ahora estamos envueltos en dos auténticas guerras civiles – una en Afganistán, la otra en Pakistán,» Al agrupar los dos conflictos en una política «Afpak», el gobierno de Obama efectivamente empeoró los dos problemas.
Peters argumentó que ni más soldados de EE.UU., o ayuda adicional, ni más «estupideces de contrainsurgencia de abrazos en lugar de cartuchos» constituyen la respuesta. «La única esperanza para cada uno de los territorios asediados (son realmente territorios, no Estados auténticos) es una decisión de su propia población de combatir y derrotar a los talibanes.»
El impulso, alimentado por esta especie de arrogancia imperial, de salir de Afganistán, o por lo menos de limitar la lucha a una campaña de contraterrorismo contra al Qaeda, ha ganado adherentes en EE.UU. en los últimos meses. Pero un editorial del Washington Post argumentó esta semana que con una reducción considerable de al Qaeda, los talibanes en ambos países constituyen ahora el principal enemigo. Pakistán se orienta hacia «una guerra generalizada,» dijo. La retirada en Afganistán también podría tener consecuencias desastrosas, tal vez fatales.
Según esta medida y otras, sólo queda una conclusión: Pakistán ya está tan desestabilizado por acciones de EE.UU. desde el 11-S que no se puede dejar que se las arregle solo. En una lógica tan tortuosa se funda la muerte de los imperios.
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