Históricamente la globalización ha sido la apuesta de la oligarquía capitalista mundial para superar, en su provecho, naturalmente, la crisis económica de finales de los sesenta y de la década de los setenta del siglo pasado. ¿ Cual ha sido el balance de la jugada? En términos generales, altamente satisfactorio para ellos. Resucitando la vieja […]
Históricamente la globalización ha sido la apuesta de la oligarquía capitalista mundial para superar, en su provecho, naturalmente, la crisis económica de finales de los sesenta y de la década de los setenta del siglo pasado.
¿ Cual ha sido el balance de la jugada?
En términos generales, altamente satisfactorio para ellos. Resucitando la vieja consigna liberal de » todo el poder para el mercado» ( es decir, para ellos mismos ), y con la complicidad de organismos internacionales, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, y de gobiernos complacientes de signo liberal e, incluso, socialdemócrata, han logrado, mediante liberalizaciones, desregulaciones, privatizaciones, ataques al Estado del Bienestar, contrarreformas fiscales, deslocalizaciones industriales, fusiones empresariales, burbujas especulativas, etcétera, su objetivo fundamental, a saber : la recuperación de elevadas tasas de beneficios y el consiguiente impulso a la acumulación incesante de capital.
Ahora bien, si para los globalizadores la globalización no merece sino parabienes, para los globalizados a su pesar la globalización se ha traducido : en el plano económico en más desorden, sobre todo en el ámbito financiero, a causa de la plena liberalización de los movimientos de capital, capaces de originar catástrofes económicas y sociales como las de los años noventa del siglo pasado en América Latina, en el Sureste asiático y en Rusia ; en el plano social, en un aumento de la polarización y de las desigualdades entre el Norte enriquecido y el Sur empobrecido, y entre las clases sociales de la mayor parte de los Estados del mundo ; y en el plano ecológico, en un deterioro aún mayor del medio ambiente, amenazado, cada día más, por el cambio climático global, provocado por una contaminación industrial sin apenas control.
No es extraño, pues, que a lo largo del tiempo se haya ido configurando un amplio frente mundial, visible sobre todo desde los sucesos de Seattle de 1999, de sindicalistas obreros y campesinos, ecologistas, pacifistas, tercermundistas, defensores de los derechos humanos, etcétera, que en contracumbres y foros sociales han venido manifestando su rechazo a una globalización diseñada para favorecer los intereses de operadores financieros, inversores, bancos y empresas transnacionales.
¿ Qué pretende ese espectro de fuerzas, calificado despectivamente por los neoliberales de antiglobalizadores?
En la práctica ese frente, más real que oficial, que agrupa, en buena medida, a los viejos y a los nuevos movimientos sociales, con frecuencia antisistémicos, está dando forma, desde el convencimiento de que otro mundo es posible, a una opción, a una alternativa susceptible de ser asumida por pueblos, partidos, Estados y organismos democráticos internacionales. A esa opción, diferente a la globalización por los fines y por los medios, la llamo conglobación. El término, que existe en castellano con el significado de 1. Acción y efecto de conglobar – unir o juntar cosas o partes, de modo que formen un conjunto o montón – y 2. Juntamente y en compañía, expresa, en mi
propósito, la idea y el proyecto de hacer, de construir entre todos los pueblos, Estados y organismos democráticos internacionales un mundo mejor, más justo y solidario,
pacificado y ecológicamente sostenible. Un mundo donde los valores de la cooperación, la solidaridad y la ayuda mutua, el respeto por la naturaleza, por la vida, y por los derechos humanos y, muy especialmente, la repugnancia por la explotación de unos seres humanos por otros, sean la garantía de un futuro digno, seguro y libre para el conjunto de la humanidad. A mi juicio esa conglobación está en marcha, pero su éxito o su fracaso dependerá, en gran parte, de la inteligencia, de la generosidad y de la capacidad de entendimiento que demuestren los antiguos y los nuevos movimientos sociales, verdaderos motores de la conglobación. A todos ellos les corresponde una enorme responsabilidad, pues como escribía R. Dumont, pocos años antes de su muerte ( refiriéndose entonces a los nuevos movimientos sociales ), » sólo si se unen, renacerá la esperanza».