La historia es consabida. Una mañana, mientras Diógenes se hallaba absorto en sus pensamientos tomando el sol, Alejandro Magno fue a buscarlo interesado en conocer al famoso filósofo que prefería vivir en una tinaja antes que en una casa. Cuando lo encontró se puso frente a él y le dijo: «Soy Alejandro Magno» a lo […]
La historia es consabida. Una mañana, mientras Diógenes se hallaba absorto en sus pensamientos tomando el sol, Alejandro Magno fue a buscarlo interesado en conocer al famoso filósofo que prefería vivir en una tinaja antes que en una casa. Cuando lo encontró se puso frente a él y le dijo: «Soy Alejandro Magno» a lo que responde Diógenes: «Y yo Diógenes el perro», el que alababa a los que le daban, ladraba a los que no le daban y mordía a los malos. «Pídeme lo que quieras» le impuso Alejandro, ante lo cual, sin apenas inmutarse, Diógenes le contestó: «Quítate de donde estás, que me tapas el sol». El conquistador del mundo, de su pequeño gran mundo, Alejandro Magno, no pudo conquistar a Diógenes.
He de reconocer que me gusta lo que hemos venido a llamar Navidad, sin duda alguna, un tiempo para pensar y hacer balance. ¿Cuándo, pensará usted? Pues en el tiempo que le quede entre las carreras para comprar y salga de los grandes almacenes que parecen estar adornados como buenas máquinas tragaperras, a las que acudimos cual monedas planas… como nuestro cerebro. Hay que hacerse con el regalo más codiciado y así tener la recompensa de la felicidad. ¡Navidad: tiempo de felicidad, sin duda alguna! Pero de qué sirve ser feliz, si nadie te envidia. Para eso ya tenemos las redes sociales, para plantarnos frente a la cámara con nuestra mejor foto, el mejor regalo, la mejor cena… plantarnos sin raíz ni macetero. ¿Nota ya cómo aflora ese sentimiento? ¿Ese estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro?… esa Envidia que hace que nos afanemos en trabajar para poder gastarlo en el tiempo que nos queda y así tener más y paliar nuestra desdicha por no poseer lo que tiene el otro.
Una vez que haya pensado -que no sea mucho, no vaya a ser que le dé por dejar de comprar compulsivamente- haga una pequeña pausa, aunque mejor eso debería dejárselo a «los cínicos», y no, no me refiero a los que actualmente conocemos como políticos, banqueros o todo hijo de vecino que simplemente se dedique al disfrute de la codicia y el tener por el tener (tener al cuadrado), es decir la inmensa mayoría en nuestros capitalistas días. Me refiero a los que seguían a Diógenes y que en nuestros días, probablemente escaparían de la urbe esperando encontrar el silencio ansiado al margen del ruido de campanillas, villancicos múltiples y descorches de champán. Los mismos capaces de hallar en los medios de comunicación una notica, un artículo, una opinión en medio de tanto ruido de palabras vertidas a consumir los ajetreados lectores. Un contraste evidente entre la rapidez al que nos somete el sistema y la «desesperante lentitud» en el ritmo de acogida de los refugiados, tal y como ha indicado la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), mientras baraja la escalofriante cifra de 5.000 refugiados muertos en el Mediterráneo este año en su desesperado intento por llegar a Europa. Pero esta noticia como el cómputo de 44 asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas que la violencia de género, el feminicidio, ha dejado este año, es posible que no la haya leído o bien que si lo ha hecho, su impacto haya sido mitigado entre la marabunta de regalos y noticias tan importantes como el discurso del rey -ese que usted y yo votamos- el gordo -o el flaco- de Navidad o las cenas y comilonas que podrá haber padecido en estos espartanos días. Entre tanto estrépito y barahúnda parece difícil escuchar el susurro de nuestra conciencia.
Hoy el creador del cinismo probablemente se quedaría desconcertado al saber cómo su nombre ha dado origen al conocido como síndrome de Diógenes. Podríamos decir que, conforme recoge en la actualidad la RAE, el término de cínico, no deja de tener cierto cinismo que sean los que van a comprar y a cumular objetos más preciados los que escapan de dicha denominación. Al fin y al cabo todo lo que compran es profundamente útil.
Tras la muerte de Alejandro sus sucesores lucharon por su legado. Tras la de Diógenes… nadie luchó por los restos de su tinaja. Dicen que los motivos por los que en Diógenes se relacionaba lo cínico con lo canino, más que por la indiferencia en la manera de vivir y la impudicia a la hora de hablar o actuar, era fundamentalmente por la facultad que tenía de distinguir los amigos de los enemigos. Hágame caso, si tiene un buen amigo no «le ladre» con regalos innecesarios. Mejor préstele una buena tinaja con vistas al sol en la que poder pararse a pensar.
José Antonio Mérida Donoso, profesor de secundaria y profesor asociado de la Universidad de Zaragoza.
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