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Las personas karenni desplazadas internas se preguntan cuánto tiempo podrán sobrevivir

Continuos ataques de la junta militar en Myanmar contra población karenni

Fuentes: Myanmar now
Edición y traducción pasra Rebelión por Cristina Alonso

El uso que hace el régimen militar de los ataques aéreos contra personas civiles desplazadas en el estado Karenni hace que éstas teman no sobrevivir para ver sus hogares de nuevo.

El 17 de enero, todos dormían en Ree Khee Bu, una aldea del municipio de Hprsuo del estado Kayah (Karenni). Cuando, de repente, a la 1 de la madrugada, un fuerte estruendo les despertó.

Toda la aldea, que acogía a unas 700 personas desplazadas internas desde finales de diciembre, entró inmediatamente en estado de pánico.

Los residentes de Ree Khee Bu ya habían huido de sus hogares en Moso, otra aldea a unos 30 kilómetros de distancia, y de otras aldeas cercanas, en donde las tropas del régimen masacraron a docenas de personas en Nochebuena. Ahora estaban listas para huir de nuevo.

«Sin darnos cuenta, ya estábamos de pie. Fue como si la explosión nos hubiera levantado», explicó Rosematin, una mujer de etnia Karenni, recordando el horror de aquella noche.

Con su poco conocimiento de la lengua birmana, le costó encontrar las palabras para describir la intensidad de la explosión. Lo único que pudo decir fue que le pitaron los oídos, y que le dio un terrible dolor de cabeza.

Pero eso no fue lo peor. La mujer de 40 años, madre de tres menores, se aterrorizó al darse cuenta de que sus hijos no estaban a salvo. Agarró de la mano al más pequeño, de ocho años, y corrió descalza con él fuera del refugio improvisado que su familia compartía con otras personas desplazadas.

«Solo corrimos. Estaba muy asustada. Todo era un caos», explicó.

En la confusión, se separó de sus dos hijos mayores. Intentó buscarlos en la oscuridad. Más tarde volvió al refugio para ver si estaban allí.

Y allí fue donde encontró un cuerpo bajo una manta. Sintió que se le revolvía el estómago.

En principio pensó que se trataba de uno de sus hijos. Sin embargo, al retirar la manta, vio que se trataba de otra niña que conocía de su pueblo natal, una chica de 15 años llamada Chaw Su.

«Estaba destrozada. Tenía el vientre abierto y las manos aplastadas. La parte inferior del cuerpo, despedazada», describió.

El torso de la chica apareció en la habitación contigua que había ocupado Rosematin. Khine, la hermana de 12 años de Chaw Su, también murió mientras dormía. Su abdomen estaba desgarrado y uno de sus brazos, a cierta distancia del cuerpo.

«Había sangre, partes de cuerpos y órganos internos en el suelo», explicó Maget Trude, antigua trabajadora sanitaria que ahora actuaba como intérprete de Rosematin.

Pensé que sería seguro’

Las dos hermanas y su madre habían huido a Ree Khee Bu porque el padre creyó que sería el lugar más seguro para ellas. Incluso después de lo ocurrido en Moso el 24 de diciembre, no imaginaba que los militares fueran capaces de bombardear un campamento de personas desplazadas.

«Cuando estallaron los combates en Moso, las envié lejos. Pensé que el lugar sería más seguro que quedarse aquí», explicó Kaw Reh, de 50 años y padre de las víctimas, a quien vio por última vez con vida el 1 de enero.

Cuando llegó a Ree Khee Bu, después de sus muertes, ya estaban en los ataúdes, a punto de ser enterradas.

«Lloré a gritos. Me lamenté. Me senté allí y lloré», explicó. Añadió que la madre sobreviviente estaba enloquecida.

«Se despierta temprano por la mañana y empieza a llorar. Intento consolarla, pero no puedo», comentó Kaw Reh mientras, al fondo, su mujer continuaba llorando.

No entiende que sus hijas murieran de la forma en que lo hicieron. No había combates cercanos al campamento la noche en que el avión militar lanzó las cuatro bombas. Una de ellas fue la que mató a Chaw Su, a Khine y también a Andrea, un hombre de 51 años que compartía el mismo refugio.

La junta militar birmana no intentó justificar el ataque. Normalmente, cuando lleva a cabo este tipo de asaltos, se limita a justificarlos diciendo que los objetivos del ataque eran «rebeldes» y «terroristas» escondidos en las zonas residenciales civiles.

«No puedo perdonar a los dictadores del ejército que han hecho esto. Mis hijas han muerto por su culpa», se lamentó el padre.

Kaw Reh no es ajeno a los conflictos. Cuando era más joven, explicó, ya se vio obligado a huir de enfrentamientos en dos ocasiones. Pero esta era su única experiencia de las consecuencias de un ataque aéreo.

«Sólo somos personas civiles desarmadas. ¿Por qué la comunidad internacional no puede ayudarnos? Intento entenderlo, pero a veces, ya no sé qué pensar», comentó.

Por mucho que deseara la ayuda exterior, Kaw Reh sabía que no podía permitirse el lujo de esperar a que llegara. Tenía que hacerlo lo mejor posible, dadas las circunstancias, lo que en este caso significaba dar un entierro apresurado a sus hijas y esperar a tener, algún día, la oportunidad de hacer algo más para preservar su memoria.

«Quiero construirles tumbas adecuadas cuando el país esté en paz. Quiero que tengan unas lápidas bonitas en el cementerio de Moso.»

El impacto del ataque

Dos de las bombas lanzadas la noche del 17 de enero cayeron a unos 30 metros del refugio en el que vivían las dos hermanas y su madre junto a otras 200 personas desplazadas internas. Otras dos bombas cayeron cerca de otro edificio, que todavía estaba en construcción.

Cada una de las bombas dejó un agujero en el suelo de entre un metro y un metro y medio de profundidad. Fragmentos de una de ellas alcanzaron el techo de metal, cubriéndolo de pequeños agujeros. La metralla de otra bomba destruyó una zona de cocina a 15 metros de distancia.

Según la voluntaria Maget Trude, el ataque también afectó la salud de la gente que vivía en el campamento. Muchos menores explicaron, días después, que les seguían pitando los oídos, y algunos niños y personas adultas se quejaron de dolor de garganta, tos y secreción nasal.

Se registraron también otros problemas, especialmente entre los niños, quienes constituían más de la mitad de la población desplazada del campamento.

«Después de la explosión, algunos vomitaron y otros dijeron que se sentían mareados por el olor de la pólvora. Algunos sufrieron diarrea. Pienso que también debió ser por lo asustados que estaban», comentó la voluntaria.

«Las familias que no estaban cerca del lugar de las explosiones no se vieron tan afectadas. Estos problemas se presentaron entre la mayoría de las personas que estaban situadas a corta distancia», añadió.

Tras el ataque, las personas residentes en el campamento, en la aldea y alrededores, huyeron. Desde entonces, muchas se han refugiado en otras aldeas cercanas o en ciudades fuera del estado Kayah, mientras que aquellas que no tenían otro lugar a donde ir se han quedado más cerca del campamento.

«Cuando llegamos aquella noche, todo el mundo estaba aterrorizado. Se escondían tras los árboles y en los acantilados. Les pedimos que salieran, pero no se atrevían a abandonar sus escondites», recuerda Maget Trude.

Como pensaban que juntarse en un solo lugar las podía convertir en un blanco fácil, la mayoría de las personas desplazadas recogió lo que quedaba de sus pertenencias y se dispersó de nuevo en pequeños grupos.

«Solo vuelvo al campamento para cocinar y comer durante el día. Luego paso la noche en el bosque, o en una cueva. Los aviones siguen sobrevolándonos todas las noches», explicó una mujer.

«Ahora es verano, así que el clima es bueno y todavía es posible vivir así. Pero será difícil, a largo plazo», señaló Maget Trude.

«¿Cuánto tiempo podremos seguir así? Será terrible si esto se prolonga mucho más tiempo», añadió.

Estadísticas sombrías

El campamento para personas desplazadas internas de Ree Khee Bu no fue el único bombardeado aquella noche. Horas antes, en la noche del 16 de enero, una zona que también daba refugio a personas desplazadas, en la localidad de Nan Mei Khon del municipio de Demoso, también sufrió un ataque aéreo.

Tres jóvenes voluntarios -John Arko Steno, de 14 años, Richard, de 16, y Bawsaco, de 17- murieron en esa incursión, según informó la Policía Estatal Karenni o KSP, fuerza formada en agosto por policías unidos al Movimiento de Desobediencia Civil.

Al igual que en Ree Khee Bu, informó la KSP, tampoco había habido enfrentamientos en las inmediaciones del campamento de Nan Mei Khon antes del ataque.

El día del bombardeo en el campamento de personas desplazadas de Ree Khee Bu, el Consejo Consultivo del Estado Karenni, organismo formado en abril por fuerzas civiles y armadas contrarias al régimen, publicó una declaración solicitando el fin de los ataques militares.

Tres días después, el Partido Progresista Nacional Karenni, la Unión Nacional Karen y el Frente Nacional Chin hicieron un llamamiento a la comunidad internacional para que impusiera una zona militar de exclusión aérea, y para que declarara zonas seguras para las personas civiles.

Sin embargo, nada de esto ha impedido que la junta militar continúe atacando a la población civil. El 10 de febrero, se asaltaba otro campamento de personas desplazadas internas en el municipio de Demoso, esta vez con fuego de artillería.

De acuerdo con una declaración publicada el 26 de enero por la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas, y con ataques similares sucediendo en todo el país, se calcula que más de 400.000 personas han sido desplazadas desde el golpe de estado del 1 de febrero del 2021.

Según la Red de la Sociedad Civil Karenni, solamente en las zonas de etnia Karenni del estado Kayah y del sur del estado Shan, se ha forzado el desplazamiento de casi 180.000 personas.

Para Rosematin, la mujer karenni que descubrió el cuerpo de Chaw Su, esto no es solo una estadística sombría. Todavía traumatizada por su experiencia, se pregunta si ella, o los cientos de miles de personas como ella, volverán a ver sus hogares alguna vez.

«No sé cómo seguir adelante. No estoy segura de que podamos sobrevivir».

Fuente original en inglés: https://www.myanmar-now.org/en/news/hounded-by-junta-attacks-karenni-idps-wonder-how-long-they-can-survive