Traducido por Ricardo Jiménez y revisado por Genoveva Santiago Esta pequeña cancioncilla está escrita con la esperanza de estimular el debate, y más importante, estimular la acción. Su lenguaje pretende ser ligeramente provocativo a veces, pero no por su propio bien. Las críticas, sugerencias, adiciones, son siempre bienvenidas. Bien, llamadme precipitado, pero me parece que […]
Traducido por Ricardo Jiménez y revisado por Genoveva Santiago
Esta pequeña cancioncilla está escrita con la esperanza de estimular el debate, y más importante, estimular la acción. Su lenguaje pretende ser ligeramente provocativo a veces, pero no por su propio bien. Las críticas, sugerencias, adiciones, son siempre bienvenidas.
Bien, llamadme precipitado, pero me parece que no hay tanto desacuerdo con respecto al modelo básico de parecon (economía participativa), aunque los detalles necesiten desarrollarse y perfeccionarse, y aunque por supuesto las actuales instituciones y sus estructuras evolucionen en la práctica. Incluso parece estar más claro que un componente de «parecon» – denominado complejo de trabajo equilibrado – es tan sencillo y evidente desde el punto de vista de la justicia elemental y de la autodeterminación, que es casi absurdo oponerte a él y seguir llamándote socialista.
Bien, ¿ahora qué? Si estás de acuerdo conmigo, entonces no hay muchas opciones, en mi opinión. Deberías estar pensando modos de crear instituciones alternativas, participativas, controladas por sus trabajadores -o por sus miembros- e intentar llevarlas a cabo ahora mismo. No esperes a «la Revolución»; si todo el mundo hace eso, sencillamente no habrá ninguna revolución. Y si hubiese realmente alguna – una situación en la que las instituciones del poder capitalista fueran inhabilitadas o desmanteladas por algún movimiento popular – nadie sabría qué hacer a continuación, o las técnicas necesarias para hacerlo. Si la historia nos ha enseñado algo, es que ésta sería una situación perfecta para la subversión para vanguardistas y demagogos. Algo no muy atractivo.
Parte de la motivación tras la creación de organizaciones y negocios al estilo de «parecon» hoy en día es que simplemente queremos vivir de una manera acorde a nuestros principios, con dignidad y en solidaridad con otras personas, y sí, queremos mitigar la brutalidad del capitalismo, aunque nos encontremos cómodos bajo su sombra. Pero es igualmente importante que aprendamos las técnicas necesarias para autogobernarnos, para organizar áreas claves de producción, para establecer redes de comunicación y distribución, y para construir una cultura de resistencia y cooperación, todo lo cual nos dejará mejor preparados para llenar el vacío político y económico dejado por una revolución, y desviar el crecimiento de las vanguardias, los expertos oradores, los tecnócratas y los imbéciles que pretenden gobernar «en interés de la gente».
El crear hoy una red de instituciones participativas no es un experimento académico. El grado de interés real de esa red servirá para inspirar a otros, algo difícil de conseguir actualmente. Podría incluso funcionar como un catalizador para la Revolución en mayúsculas (la cual parecen esperar muchos izquierdistas para el próximo milenio), se podría decir que ocurriría incluso en el contexto de un rico país capitalista como es EE.UU. o Canadá. Esa red no sólo plantaría en nuestra mente las semillas de una futura economía participativa, también debería establecer la base de una nueva sociedad en medio de la antigua que nos ayude ahora, pero que también nos prepare para el día en el que seamos capaces de deshacernos del caparazón del capitalismo y vivir en libertad.
Si nada de esto te parece plausible, entonces puede que estés en un serio dilema. Crear unas instituciones y una economía alternativas es mucho más difícil, en mi opinión, que organizar charlas y conferencias, atarse a los árboles, tenderse delante de unas excavadoras, ir a concentraciones, firmar peticiones, tirar ladrillos contra las ventanas de un banco o escribir mordaces artículos radicales para ocultos diarios de izquierdas; es decir, ese tipo de cosas que mucha gente cree que constituyen el «conjunto» del activismo. No me entendáis mal. No estoy diciendo que estas cosas sean inútiles. Hacer este tipo de activismo durante diez años tiene su mérito, pero es fácil, la mayoría se puede hacer en el tiempo libre, y desde luego esto no abarca todo el cuadro. Estamos lejos de aquella época en que los activistas se tomaban en serio crear una infraestructura creciente y auto sostenible, del modo que dejaran a la siguiente generación de activistas mejor equipada para imponer sus demandas, intensificar la lucha, e incluso asumir un grado superior en el control de sus vidas y su trabajo.
Éste es el camino menos atractivo, romántico y popular que podemos tomar, pero yo argumentaría que es, en muchos aspectos, una de las formas más revolucionarias de activismo de que disponemos en los países de «avanzado capitalismo». Los intelectuales de izquierdas a veces desechan tales acciones por «reformistas» y entonces corren en tropel hacia su torre de marfil o al chollo de una ONG situada en el extranjero, donde pueden producir en serie libros sin fin que tienen una limitada accesibilidad para el público – por no mencionar dudosos valores políticos – y dar largos discursos sobre su compromiso hacia la revolución. Pero para aquellos de nosotros no contentos con llenar nuestros nidos mientras esperamos que «las masas» se «levanten», mientras esperamos el segundo advenimiento de Cristo (o de Lenin, o el Che, o Emma) que barrerá la injusticia (y presumiblemente la gran desigualdad entre clases que padecemos ahora), hay mucho que hacer. Es hora de tomar en serio la idea de que los cambios pueden darse hoy, de forma que nos dejen mejor situados mañana, y que una serie de tales cambios (incluso en los mercados) puedan alcanzar a un tipo de gente crítica, que ayuden a establecer la tan esperada revolución, y al mismo tiempo elaborar la construcción de los cimientos de un futuro deseable. Si quieres llamar a tales cambios «revolucionarios, o «reformas no reformistas», o ejemplos de un «doble poder», o «la transición antes de la transición», adelante. Como siempre, los nombres son menos importantes que las cosas a que se refieren. La cuestión, por supuesto, es hacerlas.
Pero ¿qué hacer exactamente? ¿Por dónde comienza uno? Al margen de las innumerables posibilidades ¿qué tipo de institución o lugar de trabajo debería uno construir? Me parece a mí que, importen o no los principios de parecon, existe un número de criterios para elegir un proyecto o negocio en particular. El método más común es decidir sobre la base de uno o varios de los siguientes:
- disponer de recursos iniciales (tanto en términos de destreza y talento humanos, como financieros);
- un interés personal y/o circunstancias de trabajo atrayentes;
- unos ingresos potenciales;
- importancia política y social; y
- un contexto local específico.
Para la gente que se toma en serio parecon puede haber muchas otras variantes o factores distintos que considerar, tales como la capacidad del proyecto para beneficiar a sus miembros, o su potencial (más allá de la mera autosuficiencia interna) para estimular o hacer crecer nuevas instituciones que estén relacionadas con las existentes a lo largo del camino, de modo que consoliden o refuercen el control de la comunidad sobre los recursos, sus trabajos y sus vidas. Cada uno de estos factores merecen ser discutidos a fondo (si hay interés, esto puede ser la base para añadir nuevos criterios a la lista), pero por el momento un comentario sobre su relación en general debe bastar.
Hay un gran peligro en crear una jerarquía de importancia cuando se habla de estos criterios. En mi opinión cada uno es crítico cuando determina qué tipo de proyecto poner en marcha, pero nunca a costa de otras consideraciones. La viabilidad a largo plazo del proyecto depende, en gran parte, de que se comprendan estos factores y como se relacionan entre sí. Tratar de hacer «la cosa más importante desde el punto de vista político» sin tener en cuenta las habilidades de uno mismo, los intereses y los deseos es una receta destinada al fracaso. Pero al mismo tiempo, elevar los intereses y deseos de uno mismo sobre las otras consideraciones, incluida la relevancia política, el apoyo financiero y el beneficio colectivo y comunitario, es volverse hacia el activismo. Debe existir un equilibrio en las consideraciones, no simplemente la compresión del contexto local y sus posibilidades. La mejor idea en Winnipeg puede ser mediocre en Manhattan, o un inútil deseo en Sao Paulo. Las diferencias en el tamaño de la población, la historia política, la cultura, el coste de vida, son inherentes a los proyectos activistas, el apoyo a la comunidad, y sobre todo, deben jugar todos un importante papel, y no existe un prototipo que aplicar en cada caso.
Una advertencia: nada de esto va a ser fácil. De algún modo, la parte fácil es el trabajo conceptual inicial, la investigación, la recaudación de fondos, y establecer el proyecto o negocio, lo cual puede ser divertido e inspirador al mismo tiempo. Sin embargo, nada te preparará para el verdadero trabajo, ni para el estrés y la dificultad de intentar organizar un lugar de trabajo sin que ninguno de nosotros sea socializado. Habiendo pasado toda nuestra vida aprendiendo a recibir o dar órdenes, y a someternos a la jerarquía (en la familia, en la escuela, en tu lugar de trabajo y con respecto al estado) la dificultad de aprender a resolver los conflictos abiertamente, como iguales, no debería ser subestimada. Uno no debería subestimar el peligro de ser eclipsados por las tareas corrientes que a veces requieren el trabajo político serio y la organización. Puede ser duro estar centrado e inspirado en algo durante un año (o cinco años, o diez) sin reparar en su importante naturaleza política, y esto es especialmente cierto si el trabajo en sí mismo es física y emocionalmente exigente. Tener unas expectativas realistas con respecto a los negocios que uno puede proponerse crear es importante. Es absolutamente iluso creer que un «paraíso» igualitario, participativo, feminista, socialista, anarquista o de cualquier otro tipo puede crearse en un día (o, mejor dicho, alguna vez), y las expectativas poco realistas son una forma rápida de caer en la decepción y el agotamiento. Sin embargo, es igualmente inútil creer que nada tiene remedio, o que cualquier impacto que tengamos es insignificante comparado con lo que debería hacerse. Establecer un equilibrio entre las esperanzas y la realidad no siempre es fácil, pero es necesario si nuestros esfuerzos van a apoyarse en un idealismo juvenil el resto de nuestras vidas.
De cualquier forma, basta de desvaríos por ahora…
Hasta pronto,
Paul