En Camboya un salario «digno» para satisfacer las necesidades básicas puede situarse en los 185 euros mensuales, pero en la industria de la confección no se paga en muchos casos más de 62 euros. La misma diferencia se puede observar en Bangladesh (en 150 euros tasan las ONG el salario «digno», mientras que en muchos […]
En Camboya un salario «digno» para satisfacer las necesidades básicas puede situarse en los 185 euros mensuales, pero en la industria de la confección no se paga en muchos casos más de 62 euros. La misma diferencia se puede observar en Bangladesh (en 150 euros tasan las ONG el salario «digno», mientras que en muchos talleres textiles se pagan 30 euros) o en Indonesia (un salario aceptable de 165 euros, se queda en 77 euros mensuales en el sector de la confección). La consecuencia de los infrasalarios es que de una camiseta vendida por 29 euros en un país del Norte, a una trabajadora de la periferia mundial le llegan 0,18 euros. La descarnada realidad laboral en el Sur. A ello hay que agregar las horas extras forzosas y no pagadas; las jornadas interminables que superan las 12 horas; la exposición a químicos tóxicos, la represión sindical y la enorme presión para cumplir con los pedidos. Se trata, por lo demás, de sectores «informales» y muy feminizados.
Las campañas «Ropa Digna» y «Salarios Dignos» de la ONG Setem denuncian esta situación, perceptible sobre todo en Asia, donde se concentra el 60% de la producción mundial de ropa. En abril de 2013 detonaron las conciencias al derrumbarse el edificio Rana Plaza (cerca de Dacca, capital de Bangladesh), que concentraba talleres para la fabricación de textiles. Murieron 1.138 personas y más de dos mil resultaron heridas de gravedad. No sólo fue el accidente más grave de la historia (en el sector textil), sino que evidenció la responsabilidad de empresarios locales, gobiernos y compañías transnacionales.
Sin embargo, otro modelo es posible. En la conferencia «Tejiendo alternativas para las mujeres», organizada el 25 de marzo en la Universitat de València por Intermón Oxfam, Setem y la Coordinadora Valenciana de ONG para el Desarrollo, se presentó una alternativa: Creative Handicrafts, una organización de comercio justo que trabaja desde hace 32 años en barrios marginados de Bombay (India), la ciudad más poblada del país y una de las más populosas del mundo (14,4 millones de habitantes). Capital portuaria y financiera, en 2010 la mitad de sus gentes vivían en suburbios. El nervio de Creative Handicrafts lo componen sus 20 cooperativas (también denominadas «grupos de autoayuda), en las que trabajan 300 mujeres en confección artesanal, sin que exista ninguna discriminación por razón étnica o religiosa. Son ellas las que deciden las condiciones laborales y la remuneración. Un rasgo esencial de los «grupos de autoayuda» es que se paga un salario mensual, no se cobra por pieza.
La organización nació hace más de tres décadas en los suburbios (slum) de Bombay. A esas barriadas miserables llegaban los campesinos de las zonas de interior, con el sistema de castas todavía vigente. La mayor parte de quienes se acercan a estos barrios pertenecen a los «dalits» («intocables»), la casta más baja. Hoy, las cooperativas de Creative Handicrafts venden los productos de confección a Japón, España, Francia, Italia o Estados Unidos. Sólo el 30% se destina al mercado local. «Lamentablemente, no hay mucho conocimiento en el ámbito más cercano sobre el comercio justo, a lo que se añade que son productos más caros (para financiar los proyectos de la organización)», explica Anjali Tapkire, trabajadora de Creative Handicrafts. La red de cooperativas ha ido creciendo, y desgranar el funcionamiento requiere entrar en complejidades. Colaboran voluntarios que realizan aportaciones a los diseños, también diseñadores profesionales; se componen muestrarios de 130 piezas y las materias primas se obtienen de diferentes lugares del país (incluso las trabajadoras han ayudado a otras mujeres para que monten organizaciones, y provean a las cooperativas).
Anjali Tapkire explica la dimensión social del proyecto. Se ofrecen servicios a las personas, que no existen en el barrio. «Tenemos un fondo de emergencia, cuyo destino deciden los trabajadores sociales de la organización a partir de las necesidades que constatan». El programa de mecenazgo tiene como fin la educación de los menores. Otro puntal para el funcionamiento de las cooperativas es el grupo de ahorro y microcréditos, que permite huir de los préstamos a intereses abusivos. Con esta estructura, la red se encuentra en fase de expansión. Si cada una de las 300 trabajadoras podía antes producir dos piezas diarias, actualmente llegan a diez. «Nos estamos profesionalizando», admite Anjali Tapkire. El crecimiento puede apreciarse, por ejemplo, en las 400 mujeres a las que se recurre cuando hay un pedido «extra». Además, se está muy pendiente de lo que el mercado pide y de las exigencias de la industria de la moda, pero siempre, de acuerdo con los principios del «comercio justo». Creative Handicrafts forma parte de la Organización Mundial del Comercio Justo (WFTO).
En el país menudean las asociaciones dedicadas al textil y a la artesanía que se rigen por idénticos criterios. En las cooperativas de Creative Handicrafts, son muchas las mujeres que pretenden ingresar. Los baremos de selección difieren de los de una empresa capitalista. El equipo de trabajadores sociales, que se desplaza al domicilio de las mujeres solicitantes, aplica dos criterios: que tengan verdadera necesidad, y que carezcan de formación y habilidades. Superada la etapa formativa de un año, ya se es parte de la organización. Los mecanismos para la toma de decisiones tampoco son, como en las compañías de capital privado, autoritarias y verticales. Cada cooperativa elige a una representante, de manera que las 15 electas actúan como órgano de decisión. Eligen al director y al vicedirector. El director se apoya en un equipo que se ocupa de la parte logística y administrativa. Además, cada trimestre ha de reunirse con las representantes de las trabajadoras, a las que expone su plan. Las delegadas, a su vez, tienen ocho días para consultar con las trabajadoras, antes de encontrarse de nuevo con el director. Y vuelta al intercambio de opiniones.
¿Qué ventajas ofrece la cooperativa frente al trabajo en una empresa privada? «Como cooperativistas somos las dueñas de la organización, y eso nos permite tener tiempo para dedicar a nuestras familias; aprovechamos también las guarderías y escuelas que la organización pone para nuestros hijos», explica Anjali Tapkire. Pero los servicios requieren contraprestaciones. Insiste en la importancia de cumplir con los plazos, de la responsabilidad individual con las compañeras y con el cliente. «Al principio muchos de los maridos veían como un peligro la participación de las mujeres en el trabajo», sostiene Tapkire. En las cooperativas hay, por lo demás, una concepción laboral «alternativa». «En India hay muchas organizaciones y sindicatos que trabajan para mejorar las condiciones de trabajo, pero es muy complicado, porque a la gente le interesa trabajar a costa de lo que sea; con el tiempo, entienden que el trabajo no es lo único y que la vida incluye otras muchas cosas», añade.
Que prospere la idea de «comercio justo» depende en gran medida del consumidor occidental, y de que cunda la utopía de la revolución «personal». Que el ciudadano del Norte tome conciencia de que las pequeñas acciones individuales pueden ser el inicio de grandes cambios. En otros términos, aplicar el principio de que «lo personal es político». ¿Cómo convencer a la masa ciudadana en plena gran recesión? Según Anjali Tapkire, «hace falta una explicación muy consistente». Cuando alguien adquiere un producto de «comercio justo», «está contribuyendo a que las trabajadoras tengan recursos necesarios para la comida, acceso a la salud y también a la educación de las mujeres y de sus hijos». Pero, en el caso de las 20 cooperativas de Creative Handicrafts, no se trata sólo de pagar un salario justo a la persona que ha producido artesanalmente una camiseta o un pantalón. «Hay otras que tienen también necesidad de trabajar, y lo están intentando». Por ejemplo, a las mujeres que -a pesar de los cursos de formación- carecen de habilidad para coser productos textiles (pero sí tienen necesidades), hay un proyecto, paralelo a las cooperativas, que consiste en la preparación de 500 comidas diarias, que se venden en la zona financiera de Bombay.
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