«Todos los habitantes de la Tierra cabrían en el estado de Texas». Con este argumento, sectores de la Iglesia católica se enfrentaron a la inmensa mayoría de participantes en la III Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo de 1994, partidaria de la planificación familiar y del control de la natalidad. Esta posición fue muy criticada […]
«Todos los habitantes de la Tierra cabrían en el estado de Texas». Con este argumento, sectores de la Iglesia católica se enfrentaron a la inmensa mayoría de participantes en la III Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo de 1994, partidaria de la planificación familiar y del control de la natalidad. Esta posición fue muy criticada entonces, especialmente desde sectores de la izquierda, y con razón. Al parecer la Iglesia no solo cree que las almas van al cielo sino que aquí, en la Tierra, encerradas en el cuerpo, seguirían siendo seres celestiales que no necesitan espacio vital alguno.
Lo sorprendente es que gran parte de la izquierda mantiene una creencia semejante respecto del crecimiento económico continuo, como si nuestro mundo fuera cuasi inmaterial, desligado de las leyes físicas y biológicas que lo gobiernan y limitan el crecimiento ya sea económico, poblacional o de recursos disponibles.
En su artículo «Los errores de la tesis del decrecimiento» aparecido en Público (1), el profesor Navarro critica al ecologismo partidario del decrecimiento, en la persona de Marcellesi (2), tachándolo de conservador, de hacer el juego a la derecha y de desconocer las posiciones del ecologismo de izquierdas, encarnado en Barry Commoner.
Para Navarro, el problema no es elegir entre crecimiento y decrecimiento sino qué tipo de crecimiento queremos. Aduce que puede haber un crecimiento económico compatible con los ecosistemas modificando el sistema productivo e incrementando el sector servicios. Si no entendemos mal, con una economía de este tipo, podría mantenerse un crecimiento económico ilimitado, suponemos que del PIB, con un descenso en la producción y consumo de los bienes más intensivos en la demanda de energía y otros recursos naturales en favor de otros que lo sean menos. En otras palabras, se trataría de desmaterializar la economía, de desacoplar el crecimiento económico de su base física. Aunque algunas naciones como Alemania han conseguido ciertos resultados manteniendo el crecimiento económico a la vez que disminuía la energía utilizada mediante el incremento de la eficiencia energética y del ahorro en las actividades más superfluas, la gran mayoría de los países no lo ha podido hacer. Y si lo hubieran hecho, sólo se habría ganado algo de tiempo en la segura colisión de nuestras economías con los límites del planeta. Y es que toda actividad, humana o no, requiere energía.
A nuestro juicio, hay tres aspectos -que quizá suscribiría el propio Commoner, conocedor como era del Segundo principio de la termodinámica y de sus implicaciones para la economía- que hay que tener presentes para comprender el significado del crecimiento ilimitado y rechazarlo por sus consecuencias indeseables: los límites naturales, el crecimiento de tipo exponencial y la historia de sociedades fracasadas por problemas ambientales.
Un par de réplicas al profesor Navarro, fundamentadas en los límites al crecimiento, pueden encontrarse en el blog de Antonio Turiel (3) y en el de Pedro Prieto (4). Concretamente, el pico del petróleo, alcanzado en algún momento entre el 2005 y 2006, es un hecho incuestionable que, de no encontrarse un sustituto del crudo, acabará con el crecimiento económico. Y no parece haber un sustituto de una abundancia, versatilidad y densidad energética comparables a las del petróleo; con el problema añadido de que, aún en el caso que se encontrara, no habría tiempo para realizar tal sustitución y sortear los estragos económicos y sociales de esta crisis energética y económica.
De otros recursos no renovables, tanto energéticos como minerales, tampoco andamos sobrados y también tienen picos cercanos. En cuanto a los recursos renovables, el panorama no es nada halagüeño, es incluso más preocupante. Por decirlo sintéticamente, desde los años 70 del siglo pasado hemos entrado en déficit ecológico. Desde entonces, no tenemos suficiente con los recursos renovables que produce anualmente la Tierra y hemos empezado a «devorar» el capital natural acumulado durante décadas y siglos. Como ya ha advertido Mediavilla (5), queramos o no, el decrecimiento físico ya ha comenzado.
Einstein dijo que uno de los problemas de la humanidad consiste en no comprender la función exponencial. En el caso que nos ocupa, tanto el crecimiento económico como el demográfico se han acercado desde la Revolución Industrial hasta hoy a un crecimiento de este tipo. La solución no pasa por mantener el crecimiento porque, aunque pudiéramos dar con una fuente de energía tan poderosa y abundante como el petróleo y continuar el crecimiento mundial a razón, por ejemplo, del 3% anual (la tasa media de las últimas tres décadas), en 23 años duplicaríamos el consumo actual de recursos que equivale a más de planeta y medio. ¿De dónde sacaríamos tres planetas? En un sistema limitado, como la Tierra, el crecimiento exponencial del consumo de recursos también supone una reducción exponencial de los mismos, lo que implica que puede alcanzarse un umbral peligroso más allá del cual no sea posible «frenar» a tiempo. Ante esta disyuntiva, ver el vaso medio lleno puede suponer un riesgo fatal porque todo indica que nos estamos acercando a ese umbral rápidamente.
Situaciones semejantes a la nuestra pero a una escala local o regional han sucedido en varias ocasiones a lo largo de la historia. La investigación histórica ha puesto de relieve que algunas sociedades han colapsado por minar los recursos de su medio natural. El crecimiento demográfico y ciertas prácticas nocivas han acabado con la base forestal y edafológica que sustentaba esas sociedades.
De haber tenido presentes las advertencias del Club de Roma y de Einstein, así como estas lecciones de la historia, ahora no nos tendríamos que enfrentar a una situación de tanta emergencia.
Dicen que la verdad es revolucionaria. Si no cambiamos el modelo económico, más bien pronto que tarde, la humanidad está abocada a un colapso. Pues bien, por inconcebible que pueda parecer, el poder financiero y político que domina el mundo ya ha elegido su opción, apurar la máquina del crecimiento hasta que reviente. Seguramente creen que así van a obtener más beneficios que si plantean frenar la economía y entrar en una etapa de decrecimiento voluntario porque eso significaría el fin del capitalismo y de su status dentro de él. Más difícil de comprender es la situación que vive la izquierda. La ciudadanía, aquejada por los muchos problemas cotidianos, es ajena a la crisis energética que ya tenemos encima y cree todavía en un futuro inexistente, el que le proporcionará la recuperación de la senda del crecimiento. La adscripción a paradigmas contrarios, crecimiento versus decrecimiento, impide valorar la emergencia de la situación y su difusión, manteniendo a la izquierda dividida y a la sociedad en el limbo de la desinformación.
Sería razonable, a pesar de las diferencias existentes en cuanto a la valoración de la situación ecológica -aunque los hechos y la lógica dejan poco margen para la incertidumbre- que la izquierda conviniera aplicar un principio de precaución a la hora de confeccionar una política común para aminorar los riesgos en el caso de que estallara la crisis energética y se intensificara el cambio climático. Complementariamente al mismo, hay una idea central que puede servir de guía para llegar a acuerdos programáticos importantes: la idea de resiliencia. Más allá de si la economía crece o decrece -nosotros pensamos que, con altibajos, la tendencia hacia el decrecimiento es ineludible- lo importante es preparar al país para hacerlo más resistente en lo posible a nuevas crisis económicas, políticas, sociales o ambientales, ante perturbaciones o contingencias futuras como la escasez y encarecimiento de la energía, el cambio climático, nuevas burbujas financieras, casos graves de corrupción, etc.
Aunque el debate crecimiento vs decrecimiento no hay que darlo por cerrado, no debiera ser, bajo esta perspectiva, un obstáculo para llegar a acuerdos con el fin de modificar el sistema productivo y hacerlo menos dependiente del petróleo, más diversificado y local, con sistemas de reciclaje más eficaces y que aprovechase y conservase los recursos de nuestro país, especialmente las energías renovables, los bosques, la diversidad biológica, cultural y paisajística, la tierra fértil y el agua.
La investigación científica e innovación tecnológica y una capacidad de financiación propia serían necesarias para mejorar la producción y evitar que el sistema no dependa del exterior o de la banca privada.
Los acuerdos seguramente son más fáciles de lograr en aspectos sociales y políticos que fortalezcan la solidaridad en nuestro país, como combatir el paro creando empleo verde y repartiendo el trabajo, mantener y mejorar los servicios públicos esenciales y proteger a los sectores más débiles, vulnerables y dependientes. La difusión y debate en una democracia participativa a diferentes escalas y la separación de los tres poderes permitirían fortalecer el andamiaje político y social.
A pesar de las importantes discrepancias que subsisten en el seno de la izquierda, creemos que estos dos criterios, el de precaución y resiliencia, junto a otros no menos importantes, pueden permitir alcanzar un programa común que nos saque del atolladero, evite sufrimiento y prepare el futuro ante retos tan importantes como el del paro, la pobreza, el cambio climático y la crisis energética. Así parecen haberlo entendido los partidos y activistas que han iniciado contactos para alcanzar acuerdos sustanciales que deben ir más allá de las elecciones europeas e intentar integrar a los sectores más conscientes de la socialdemocracia de la situación de emergencia en la que nos encontramos.
Referencias bibliográficas
(1) Navarro, V (2014). Los errores de la tesis del decrecimiento. Público 6/2/2014
http://blogs.publico.es/dominiopublico/9039/los-errores-de-las-tesis-del-decrecimiento-economico/
(2) Marcellesi, F (2013). La crisis económica es también una crisis ecológica. Público 9/10/2013
http://blogs.publico.es/dominiopublico/7822/la-crisis-economica-es-tambien-una-crisis-ecologica/
(3) Turiel, A (2014). Revista de prensa. Vicenç Navarro en Dominio público. Blog The Oil Crash, 7/2/2014
http://crashoil.blogspot.com.es/
(4) Prieto, A (2014). De progresistas y biofísica económica. 8/2/2014
http://lacrisisenergetica.wordpress.com/
(5) Mediavilla, M. (2011). Decrecer bien o decrecer mal. Rebelión, 16/11/2011 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=139397
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