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Crisis de la democracia y desobediencia

Fuentes: Rebelión

Lo llaman democracia y no lo es Vivimos un momento de profunda crisis de la democracia parlamentaria. Desde los movimientos sociales se está respondiendo a esta degradación del poder colectivo, entre otras cosas, con distintas iniciativas de desobediencia civil. Veamos algunos ejemplos. El punto de partida de cualquier Estado democrático sería el respeto de sus […]

Lo llaman democracia y no lo es

Vivimos un momento de profunda crisis de la democracia parlamentaria. Desde los movimientos sociales se está respondiendo a esta degradación del poder colectivo, entre otras cosas, con distintas iniciativas de desobediencia civil. Veamos algunos ejemplos.

El punto de partida de cualquier Estado democrático sería el respeto de sus propias normas. Sin embargo, como bien experimentamos desde el movimiento ecologista, esto tiene numerosas excepciones en lo que concierte al medio ambiente, con sentencias que teníamos ganadas y no hemos podido ejecutar por falta de dinero (M-501, Marina de Valdecañas) o que simplemente han llegado cuando el desastre ya estaba hecho (cierre de la M30). Sin embargo, esto no es exclusivo de los temas ambientales. Sirvan como ejemplos los recientes indultos por el Gobierno del PP a los mossos d’escuadra condenados por torturas, o el de Alfredo Saez (número dos del Santander) por parte del último Gobierno del PSOE.

La democracia es un sistema político que busca dispersar el poder, distribuirlo. Sin embargo, es obvia la fuerte concentración económica (de poder) que se ha producido desde la década de 1.970. Esto ha conllevado que estemos viviendo en el momento histórico en el que existen las mayores desigualdades sociales en el planeta. Un proceso de desposesión y aumento de la explotación de las clases populares que se está acrecentando con la crisis actual. Una de las estrategias desobedientes ante este tipo de medidas serían las okupaciones, que ponen sobre la mesa el debate central sobre la propiedad privada.

Otro de los atributos de la democracia es el funcionamiento por consenso (o, al menos, por mayorías). En cambio tenemos una Ley Electoral que concentra el poder en los dos partidos hegemónicos. Por si eso fuese poco, los programas de los partidos en realidad son papel mojado, son «los mercados» (grandes empresas y bancos) quienes terminan marcando sus políticas concretas. Las movilizaciones, desautorizadas por el Gobierno, alrededor del Congreso de los Diputados del 25S y en los siguientes días han señalado claramente esta farsa.

Una cuarta característica de la democracia es la posibilidad de debatir, de confrontar ideas para buscar las mejores. Pero los medios de comunicación, los principales altavoces públicos, están fuertemente concentrados y sirven, principalmente, como herramientas publicitarias de las empresas que transmiten un discurso casi único. Ante esto los movimientos sociales hemos respondido con distintas acciones desobedientes que buscaban la publicidad a través del espectáculo. Un ejemplo fue cuando, como Ecologistas en Acción, desplegamos tres pancartas en la sede central de CaixaBank para denunciar sus actividades.

La democracia es un sistema político con vocación inclusiva. Esta inclusividad debe reflejar no solo a quienes habitan en un territorio (independientemente de su condición legal) sino también al resto de habitantes del planeta, si las decisiones les van a implicar. Además, de igual forma, debe considerar a las generación futuras y al resto de seres vivos. Es decir, que en democracia no todo vale: no valen posiciones racistas porque no son democráticas. Es obvio que esta inclusividad no existe en la actualidad y por ello hay una campaña de desobediencia civil entre el personal sanitario para atender a las personas «sin papeles» o, por eso, desde Ecologistas en Acción, bloqueamos una de las entradas al puerto de Valencia denunciando las implicaciones socioambientales del comercio global.

Un último atributo de la democracia que podemos rastrear es que busca maximizar la libertad colectiva. Sin embargo, en el mejor de los casos, lo que se respetan son unas libertades individuales que restringen las posibilidades de otras personas. Por ejemplo, el desmantelamiento del sistema de educación público significa que, para que unas pocas personas puedan escoger centro, otras muchas ven reducidas sus capacidades de elección en la sociedad al tener una educación de peor calidad. Una respuesta a esto son los colegios que se niegan a realizar las pruebas de nivel con las que la Comunidad de Madrid clasifica luego a los centros.

 

De-so-be-dien-cia

De este modo, a la crisis de democracia se está respondiendo por parte de los movimientos sociales con acciones desobedientes (pero no solo, claro). Pero, ¿cómo debería ser esa desobediencia?

La desobediencia no es un fin en sí mismo, debe ser legítima. Y solo es legítima si permite ahondar en la democracia, es decir, si que posibilita convivir a la diversidad y dispersar el poder. En este sentido, la desobediencia promovida por sectores conservadores, como la objeción a casar a homosexuales, no aumentaría la democracia, sino todo lo contrario. En otras palabras, no es el fin quien justifica los medios, sino los medios los que justifican el fin.

Hasta ahora hemos dado ejemplos de desobediencia que se enmarcaban más en lo macro que en lo micro. Sin embargo, la desobediencia civil tiene un carácter marcadamente micro en la mayoría de las ocasiones, para empezar porque está normalmente anclada al territorio. La desobediencia macro, colectiva, persigue el cambio de leyes o políticas (por ejemplo la objeción fiscal que persigue la desaparición del ejército) o la construcción de modelos alternativos (los grupos de consumo agroecológico entrarían en este marco, pues suelen moverse en la alegalidad o la ilegalidad). Pero la mayoría de la desobediencia es individual, micro, y es esa la que genera los cambios más importantes. Un ejemplo claro es la lucha de las mujeres en el ámbito doméstico para su emancipación, una lucha que ha requerido la desobediencia a sus maridos, padres y hasta hijos. Otro es el escaqueo, como forma de resistencia de baja intensidad.

Un tercer elemento a reflexionar respecto a la desobediencia es matar al policía que llevamos dentro: desobedecer a las normas que tenemos interiorizadas. En realidad este es el elemento de partida de cualquier acción desobediente. Para ello tenemos que superar el miedo usando otras emociones como la rabia y la ilusión. Y esto se hace mucho mejor en colectivo, aprendiendo a desobedecer, como nos enseñan las gentes de Alternativa Antimilitarista – MOC en sus talleres. El factor colectivo es básico, no solo como proceso de aprendizaje, sino también de impulso y ánimo, de creación de nuevos imaginarios, nuevas normas que sustituyan a ese policía que llevamos dentro. En este sentido los panfletos de YoMango han hecho una gran labor.

Por último, debemos hacer posible la desobediencia. Para ello necesitamos:

· Conseguir legitimidad social: i) eligiendo un tema adecuado y percibido como injusto socialmente (como la paralización de los desahucios), ii) hay que asumir las consecuencias de la acción (como ejemplificó el movimiento por la insumisión) y iii) debe ser algo abierto a la participación (como son las acciones desobedientes del 15M).

· Tener capacidad de resistencia a la represión buscando mecanismos para satisfacer las necesidades humanas cuando la represión corte vías de ingresos. Ahí entran en juego fondos solidarios y redes de abogad@s, como los que tenemos en Ecologistas en Acción.

· Organizarnos, lo que no quita que pueda y deba haber desobediencia espontánea. La experiencia del Rompamos el Silencio madrileño enseñó mucho al respecto.

· Cambiar los formatos. En un mundo que adora la novedad no podemos usar continuamente las mismas estrategias y técnicas. Probablemente por la variación del formato, entre otros factores, el 25S hizo más daño al Gobierno que la última huelga general.

· Nadar a favor de corriente. Es decir, rodearnos de los grupos de afinidad que, por lo menos en el ámbito personal, nos alienten, animen, apoyen y acompañen en la desobediencia, que bastante difícil es ya muchas veces.

· Alegrarnos la vida. Porque la desobediencia, cuando le coges el gustillo y eres capaz de superar el miedo, es y debe ser alegre para que la sigamos practicando.

 

No solo «ecologismo o crisis», también «desobediencia o crisis»

Necesitamos cambios estructurales que permitan construir una democracia real y estos cambios necesitan hacer uso de la desobediencia. Por una parte porque los cambios requieren inevitablemente conflicto. Es más, un incremento del conflicto social. En el conflicto es donde los movimientos sociales crecemos, es nuestro «nicho ecológico». Una forma clara de generar ese conflicto es a través de la desobediencia a normas injustas. Pero es verdad que aumentar el conflicto tiene riesgos, los riesgos de la inestabilidad y de la impredecibilidad de lo que pueda terminar ocurriendo. En segundo lugar porque solo hay cambio si hay desobediencia. ¿Qué cambios importantes se han producido a lo largo de la historia respetando las leyes constituidas para que las relaciones injustas de poder se mantuviesen?

 

Luis González Reyes es miembro de Ecologistas en Acción