La Revolución Rusa de Octubre se da realmente en noviembre, se realiza no contra el zar, que había abdicado en abril, sino que la llevan a cabo los bolcheviques, rama de la socialdemocracia rusa, contra los mencheviques, otra rama de ese mismo partido, y es una de las tantas consecuencias de la Primera Guerra Mundial. […]
La Revolución Rusa de Octubre se da realmente en noviembre, se realiza no contra el zar, que había abdicado en abril, sino que la llevan a cabo los bolcheviques, rama de la socialdemocracia rusa, contra los mencheviques, otra rama de ese mismo partido, y es una de las tantas consecuencias de la Primera Guerra Mundial. Estalla el 7 de noviembre de 1917 y es un proceso casi incruento, no así la Guerra Civil, que comienza a partir de la revolución, y la misma guerra que desangran a Rusia.
El socialismo se consolida en la Rusia Soviética luego de que los bolcheviques derrotan a la intervención extranjera y a los ejércitos blancos, comandados por el barón de Wrangel, el Almirante Kolchak y los generales Yudiénich y Denikin. Los derrotados en su inmensa mayoría emigran de Rusia, pero jamás la traicionan ni pierden el profundo amor por su patria. A Denikin los nazis le ofrecen todo para recibir su apoyo, pero siempre les contesta: «No quiero a los rojos, pero amo mucho más a Rusia.»
Los acontecimientos revolucionarios se dan de la siguiente manera: la poca preparación de Rusia para la Gran Guerra le significa una serie de reveses y derrotas. Se generalizan el hambre y el descontento popular, comienzan las manifestaciones políticas, las huelgas ininterrumpidas y los asaltos a los locales comerciales. Los revolucionarios se organizan en los Soviets, a los que se une una parte de los miembros de la Duma, ya disuelta por el zar, y juntos lo derrocan en abril de 1917. Termina así la dinastía de los Romanov, que ha gobernado Rusia en los últimos tres siglos, y se instaura el Gobierno Provisional presidido por Kérensky y el Príncipe Lvov. Las diferencias entre este Gobierno y los Soviets se hacen patentes a propósito de la continuación de Rusia en la guerra; los órganos de poder son captados en su mayoría por las fuerzas bolcheviques, que exigen la salida de Rusia del conflicto, la paz inmediata y la profundización de las conquistas populares. Después del regreso de Lenin del exilio, los destacamentos de obreros y soldados asaltan el Palacio de Invierno, defendido por un batallón femenino, ese es el inicio de la Revolución Socialista, hecho que cambia el curso de la vida de todos los habitantes del planeta.
La muerte de Lenin provoca la lucha política entre los partidarios de Stalin y los de Trotsky. Según Stalin, el socialismo puede ser construido en Rusia por tratarse de un país gigantesco y con muchos recursos; en cambio, Trotsky postula la tesis de la revolución permanente, según la cual la revolución en un país atrasado, como Rusia, no puede sobrevivir a menos que la revolución triunfe en los países más avanzados del mundo. Proclama que el capitalismo jamás permitiría edificar una nueva sociedad y que sus ataques derrumbarían lo poco que se lograra erigir; asimismo, manifiesta que los rusos son tan atrasados que, en el mejor de los casos, lo único que podrían establecer sería una caricatura del comunismo.
Trotsky sostiene que Stalin ha sustituido la frase «El Estado soy yo, del rey Sol, por la sociedad soy yo», y le acusa de abandonar la revolución mundial por algo imposible, por la construcción del socialismo en un solo país, para lo cual, según Stalin, es necesaria la dictadura del proletariado. No piensa así el socialdemócrata Plejánov, que introdujo el marxismo en Rusia, quien escribe que la dictadura de un partido está destinada a convertirse en la dictadura de una persona; por eso, para Trotsky, la de Stalin va a degenerar hasta constituirse en la negación misma del comunismo.
Stalin es un típico capricorneano: testarudo y tan diamantino de voluntad que sus mandatos son casi inamovibles; no se conoce ni lo que piensa ni lo que desea y, según él afirma, desconfía hasta de sí mismo. Domina el don de la ubicación, siempre está en mayoría y en los lugares y momentos precisos. Mientras que sus camaradas dirigen el ejército, la seguridad y los sindicatos, creyendo estar más próximos al poder, toma un puesto que todos desprecian, la Secretaria General del Partido Comunista de la Unión Soviética y, a través de sus organismos, controla todos los resortes del Estado. Sabe sacar ventaja de las debilidades y aspiraciones de sus adversarios: se une con Zinóviev y Kámeniev para vencer a Trotsky y con Bujarin para derrotar a Zinóviev y Kámeniev. Después no le cuesta trabajo ganarle la partida a Bujarin, que se queda totalmente aislado. Por eso, a pesar de que Trotsky es un conocedor de la cultura europea y de su alta preparación intelectual, finalmente es derrotado por Stalin, que controla el Partido Comunista. Trotsky, luego de ser expulsado de la URSS, organiza la «Oposición de Izquierda Internacional» y, después de que Hitler llega al poder en Alemania, forma la IV Internacional. Se exilia en México, donde es asesinado por Ramón Mercader, un personaje oscuro de la historia.
Lo cierto, y más allá de toda duda, es que Stalin es el único dirigente comunista que no sueña con la Revolución Mundial, pues tiene los píes bien asentados sobre la tierra y afirma que comprometerse en organizarla «es un error tragicómico.» En 1931 sostiene que en el plazo de diez años la Unión Soviética va a ser invadida por el mundo occidental, se equivoca en muy pocos días. Comprende que la revolución para subsistir depende de sus propias fuerzas, por lo cual la URSS debe industrializarse, lo que hace mediante planes quinquenales que convierten a ese país en una gran potencia mundial.
Pese a que transforma una colectividad campesina en una moderna sociedad industrial, la URSS está al borde de desaparecer derrotada por la coalición militar más poderosa de la historia, que en 1941 aglutina bajo el mando de Hitler a toda la Europa continental. Sin embargo, luego de heroicas batallas y de liberar a muchos países del yugo nazi-fascista, las tropas soviéticas entran en Berlín y el 2 de mayo de 1945 izan la bandera roja en el Reichstag, el parlamento alemán. Una semana después, el nazismo capitula ante los Aliados. Gracias al heroico sacrificio de todos los hombres libres, la humanidad se salva de vivir bajo el Tercer Reich, sistema político que Hitler había planificado para mil años.
La guerra ocasiona a la Unión Soviética la muerte de 27 millones de sus ciudadanos y la destrucción de bienes materiales por un valor cercano a los tres billones de dólares; el pueblo ruso, sin ayuda de nadie, reconstruye su país. Es Rusia la que lleva el fardo más pesado de esta contienda, merced a su valentía salvan su vida millones de europeos, estadounidenses e ingleses. Edward Stettinus, Secretario de Estado de EEUU durante la Segunda Guerra Mundial, reconoce que el pueblo norteamericano debería recordar que en 1942 está al borde de la catástrofe. Si Rusia no hubiera sostenido su frente, los alemanes hubieran estado en condiciones de conquistar Gran Bretaña y apoderarse de África y América Latina.
Stalin gobierna la URSS desde 1922, cuando enferma Lenin, hasta su muerte en 1953. Gracias a su rectitud el país marcha sobre ruedas, nadie roba y la delincuencia es mínima. Dirige la URSS, país cuya Constitución garantiza los mismos derechos para todos sus ciudadanos; donde las clases sociales dejan de ser antagónicas y la tierra y los medios de producción, para su mejor conservación y protección, son comunes; donde sus ciudadanos son protegidos desde su nacimiento, con privilegios justos que tomaban en cuenta las necesidades básicas de cada uno de sus miembros en todas las etapas de su vida; donde el trabajador tiene derecho a un trabajo justamente remunerado y pierde el miedo a la enfermedad, la vejez y el desempleo; donde la cultura y la educación superior son gratuitas para el que las quiera adquirir; donde toda empresa brinda a cada trabajador la oportunidad de desarrollar sus capacidades artísticas, científicas o espirituales; donde las mujeres tienen los mismos derechos que los varones y, tal vez, un poco más; donde las madres pueden cuidar con mayor ahínco a sus hijos; donde la única ‘clase privilegiada’ son los niños, con iguales derechos independientemente de las condiciones sociales de sus padres; donde no hay ni racismo ni discriminación racial ni religiosa de ningún tipo; en fin, donde es eliminada la explotación del hombre por el hombre, origen de todos los males en cualquier sociedad.
Los detractores de Stalin, gobernante que no debe ser ni santificado ni demonizado sino valorado con objetividad, igual a lo que se hace con Isabel I de Inglaterra y Napoleón Bonaparte, lo critican sin tomar en cuenta ni la época ni las circunstancias en que le tocó gobernar y le responsabilizan por los excesos e injusticias cometidas; o sea, individualizan lo que es una responsabilidad colectiva.
La aparición y expansión del mercado negro se da en la URSS en correspondencia con la escasez de productos básicos, consecuencia de los destrozos gigantescos causados por la Segunda Guerra Mundial. Este mercado posibilita la formación paulatina de «la nueva clase», según la definición de Mijail Djilas, compuesta por seres humanos carentes de principios morales, éticos y religiosos que, luego de instituir sus propias reglas de propiedad, toman el control del aparato productivo y de los bienes de la sociedad. Se trata de los chanchitos de «La rebelión en la granja», de George Orwell, convertidos en hipopótamos. La toma del poder por esta clase se hace inicialmente de manera timorata, luego toma ímpetu hasta que sus tentáculos se disgregan por los interminables laberintos de la URSS y de algunos países del Campo Socialista.
El deterioro intencional del Estado Soviético desemboca en la reforma conocida como «perestroika», que, en el fondo, consiste en entregar la soberanía de la URSS por la promesa de gozar del bienestar que disfrutan algunos países de Occidente, engañabobos que nunca se cumple. Por escuchar cantos de sirena, la URSS se desintegra, aparecen quince nuevas repúblicas, destinadas a ser pulverizadas más aún. La desintegración de la URSS es acompañada de la destrucción de sus fuerzas armadas, de su sistema de seguridad social, de su industria y de la disminución del nivel de vida del que gozan. Rusia se vuelve paupérrima, en particular, su mortalidad crece tanto que en menos de diez años su población disminuye en más de diez millones de habitantes. Y no sólo eso sino que, de un día para otro, más de treinta millones de rusos se vuelven extranjeros en países de la exURSS, donde han nacido; extranjeros que en adelante son tratados como parías sin derechos, sin que ningún organismo internacional, de esos que abundan y reclaman donde menos se espera, velen por sus vidas, ahora amenazadas.
Putin y su equipo evitan que Rusia desaparezca en esa vorágine, y el meollo de su éxito consiste en haber logrado el desarrollo sostenido de Rusia, en ser el portaestandarte de la ideología rusa, que restaura los más altos valores nacionales, morales, religiosos, culturales, artísticos y filosóficos, que constituyen la civilización rusa; y en haber fortificado a las fuerzas armadas de ese país para defender la soberanía, las riquezas, la libertad y la independencia de Rusia.
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