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Reflexionando para salir de la trampa de “el desarrollo”

De las teorías de la dependencia al Buen Vivir

Fuentes: Rebelión

Prólogo al libro «Pensamiento crítico latinoamericano sobre desarrollo».

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Tras larga observación de los hechos y mucha reflexión, me he convencido que las grandes fallas del desarrollo latinoamericano carecen de solución dentro del sistema prevaleciente.  Hay que transformarlo. El sistema presenta serias contradicciones: prosperidad, y a veces opulencia, en un extremo, persistente pobreza en el otro.  Es un sistema excluyente.”

 Raúl Prebisch. Capitalismo periférico: crisis y transformación (1981)

Aceptémoslo, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial la búsqueda de “el desarrollo” -hijo predilecto del así llamado progreso- convocó a la cruzada más potente en la que ha participado la Humanidad, hasta ahora. Nunca antes tantas personas y tantos gobernantes, desplegando tantos recursos y utilizando tanto tiempo, se han movilizado con tanta intensidad y tanta constancia, detrás de un objetivo asumido casi como mandato global, como lo es todavía “el desarrollo”. Siendo generosos en nuestra conclusión, los resultados de tanto esfuerzo son lamentables. No solo que desde el inicio comenzaron a aflorar las dificultades, sino que “el desarrollo”, como se comprueba cada vez más, no existe… Y lo que es aún más grave, en este empeño no solo que se atropellaron comunidades y territorios, sino que se minimizaron o inclusive se destruyeron visiones y subjetividades que habrían constituida bases para otros paradigmas y otras evoluciones. Y no solo eso, “el afán del desarrollo ha favorecido la brutalidad”, en tanto justifica “el colonialismo, el neocolonialismo y el neoliberalismo”, como anota el nigeriano Nnimmo Bassey.

Este es el punto de partida de estas reflexiones.

La ilusión del “desarrollo” duró poco

Escaso tiempo duraron las expectativas que despertó el discurso del presidente Harry Truman de los Estados Unidos frente a la nación, pronunciado el 20 de enero de 1949. Este mandatario, en el Punto Cuarto de su alocución, propuso un objetivo: el “desarrollo”. Truman llamó a superar la situación contraria: el “subdesarrollo”, presente -de acuerdo a su visión- en amplios ámbitos del planeta, teniendo como horizonte movilizador el “desarrollo” de los grandes países industrializados, sintetizado en el american way of life, cargado de una cantidad enorme de valores de la ilustración europea.

A poco de dicho mensaje tan movilizador, en el trajinar de la realidad concreta, cuando los problemas del “subdesarrollo” (una constatación) nos e resolvían, comenzaron a minar la fe en el “desarrollo” (una aspiración). Así, en la medida qiue sus primeras políticas y ejercicios teóricos habcían agua, se comenzó a buscar frenéticamente alternativas… de “desarrollo”. En el camino –como acertadamente acotó Aníbal Quijano- se le puso apellidos al “desarrollo” para intentar darle un carácter diferente. Pero, aun así, se siguió con la brújula puesta en el “desarrollo”. Los apellidos se multiplicaban a la par que emergían las complicaciones: “desarrollo” económico, social, local, global, rural, sustentable, étnico, a escala humana, endógeno, con equidad de género, transformador, incluyente… “desarrollo” al fin y al cabo. Al “desarrollo” -devenido en una creencia nunca cuestionada- simplemente se le redefinió destacando tal o cual característica. Las críticas nunca fueron al “desarrollo”, sino sobre los caminos a seguir para alcanzarlo.

En este empeño América Latina jugó un papel destacado en todos los ámbitos. Fue en especial importante su aporte en generar revisiones contestatarias al “desarrollo” convencional, como fueron las lecturas del estructuralismo o los diferentes énfasis dependentistas, hasta llegar a otras posiciones más recientes, como el neoestructuralismo. Sus críticas fueron contundentes. Sus propuestas, sin embargo, no prosperaron ni tampoco se atrevieron a ser más que alternativas de “desarrollo”.

La lectura de esta evolución debería hacerse teniendo en el escenario los complejos vaivenes de la vida política internacional y regional, destacando que este empeño arrancó en las primeras horas de la Guerra Fría pasando por las repercusiones que provocó el informe Medows (Los Límites del Crecimiento), incorporando los impactos de la caída del muro de Berlín y más allá. Sin adentrarnos en los meandros de esa evolución por falta de espacio, a la postre sabemos que todos los esfuerzos por mantener vivo al “desarrollo” no dieron, ni van a dar los frutos esperados. De suerte que la confianza en el “desarrollo” -en tanto proceso planificado- para superar el “atraso”, se resquebrajó ya en los años setenta del siglo pasado, con el fracaso de la “industrialización vía sustitución de importaciones”.

En ese momento histórico “retornó el liberalismo”, como decía Raúl Prebisch. Con las reformas de mercado neoliberales, la búsqueda planificada y organizada del “desarrollo” (que siempre estuvo en función de los intereses del gran capital) -en estricto sentido teórico- debía ceder paso a las “todopoderosas” fuerzas del mercado. Así pasó a dominar una suerte de política no planificadora del “desarrollo” (también en función de los intereses del gran capital). El “desarrollo” debía aparecer por generación casi espontánea, siempre que el Estado no interfiera “perniciosamente” ni limite la libertad del mercado; una propuesta que obviamente devino en entelequia. No podemos olvidar que el Estado -atado por diversas normativas aperturistas y liberalizadoras emanadas de los centros del capitalismo mundial y por cierto controlado por los grupos más poderosos de cada país- actuó, una vez más, como la mano visible del sistema capitalista, es decir como garante de la acumulación del capital. Esta aproximación liberal, además, no implicó superar la ideología del progreso -de raigambre colonial-, sino todo lo contrario: el neoliberalismo reprodujo y reproduce una mirada remozada de las viejas perspectivas hegemónicas del Norte global.

Los resultados de tantos esfuerzos, a más de siete décadas del pistoletazo de partida de esta alocada carrera, están a la vista. No se pueden negar los avances materiales en las condiciones de vida de amplios segmentos de la población, pero la promesa de erradicar la pobreza, el hambre, la desnutrición, las enfermedades evitables y la falta de educación son aspiraciones imposibles de cumplir para las grandes mayorías. Las ilusiones de un consumismo generalizado se ven desmentidas por frustraciones crecientes al ritmo que crecen las distancias entre las minorías privilegiadas y las grandes masas de la población. Con la ampliación de los extractivismos se profundizan dichos problemas apenas esbozados, al tiempo que se agudiza la dependencia de estas economías primario exportadoras de la economía mundial. En ese entorno, como consecuencia misma de dicha evolución, crecen las desigualdades y las violencias, que a su vez asoman como condición necearia para sostener ese círculo perverso acelerado por la propia búsqueda del “desarrollo”. 

Estas realidades y estos problemas son ya inocultables, tanto que incluso quienes propiciaron con entusiasmo “el desarrollo” están cada vez más plagados de dudas; basta anotar que la misma CEPAL (Comisión Económica para América Latina) dice que “el desarrollo” está agotado, según su secretaria ejecutiva; ella va más allá y es categórica al afirmar que el extractivismo, también está acabado (Entrevista Diario El País, España, 7.02.2020).

En este contexto se acepta cada vez más que la búsqueda del “desarrollo” se ha transformado en una carrera inútil. Incluso se entiende que los países considerados como “desarrollados” en realidad están maldesarrollados: viven más allá de sus capacidades ecológicas, no han construido sociedades equitativas, la acumulación de bienes materiales no va de la mano de una mayor felicidad… y no solo eso, esos países están entrampados en estilos de vida social y ambientalmente insostenibles, a más de irrepetibles a nivel global: “un modo de vida imperial” -en palabras de Ulrich Brand y Markus Wissen- apuntalado por la expoliación imparable e irrepetible a escala planetaria de seres humanos y Naturaleza. Proceso explicable porque el propio capitalismo es maldesarrollador.

El reto está planteado. Cada vez es más evidente que hay que transitar hacia opciones post-desarrollistas. Se precisa, entonces, suspender la alocada carrera detrás de “el desarrollo” y abrir la puerta a propuestas y prácticas alternativas existentes en diversas partes del planeta, recuperando sobre todo aquellas propias del Abya-Yala, Nuestra América.

Las potentes, a la par que insuficientes reflexiones dependentistas

En América Latina, como lo anotamos al inicio de este texto, casi desde el inicio de la mencionada cruzada, emergió un vigoroso pensamiento crítico. Pronto se entendió que la modalidad de acumulación primario exportadora consolida la dependencia, al tiempo que ahonda y explica el subdesarrollo. Aceptando las lecturas legadas por Carlos Marx, se asumió la importancia que tiene el “modo de producción”, en tanto determina la organización del trabajo, incluso la ubicación geográfica y el conocimiento técnico en el uso de las fuerzas productivas, así como los medios y los procesos técnicos empleados. El modo de producción capitalista periférico, que encuentra su mayor expresión en la modalidad de acumulación primario-exportadora dominante en estos países, fue y es un factor determinante de las estructuras económicas, sociales e inclusive políticas. Más aún, de esta modalidad de acumulación se derivan influencias culturales, que pueden entenderse hasta como aberraciones como lo es, por ejemplo, una suerte de ADN extractivista enquistado en estas sociedades: amplios segmentos de la población -incluso ciertos intelectuales y políticos que reniegan del capitalismo- asoman atrapados en las (i)lógicas extractivistas y, además, con sus discursos y políticas persiguen sin tregua el fantasma del “desarrollo”.

Esta realidad recibió oportunamente una respuesta teórica por parte de muchas personaspreocupadas por la situación de estancamiento socioeconómico y demás problemas cíclicos y estructurales de la región. Recordemos -con el riesgo de que valiosos pensadores y pensadoras se queden fuera- a Raúl Prebisch, Aníbal Quijano, Paul Baran, Agustín Cueva, Celso Furtado, Ruy Mauro Marini, André Gunder Frank, Theotônio Dos Santos, Osvaldo Sunkel, Aníbal Pinto, Enzo Faletto, Fernando Henrique Cardoso, Fernando “El Conejo” Velasco, entre otras. Con sus lecturas establecieron las bases para comprender la dualidad centro-periferia. De allí surgieron las teorías sobre los sistemas-mundo. Demostraron que la economía mundial posee un diseño desigual y perjudicial para aquellos países que desde las metrópolis se los veía como no-desarrollados (sus antiguas colonias). A estos países, como se sabe, se les asignó un papel periférico de producción de materias primas, en tanto que las decisiones fundamentales se adoptan en los países centrales, enfocados en la producción industrial de alto valor agregado: los países centrales no solo que captan las ventajas de sus innovaciones tecnológicas, sino que también lo hacen de las innovaciones que puedan surgir en la periferia, como anotó Raúl Prebisch. Esta realidad consolidó un sistema basado en el intercambio desigual de origen colonial; lo que significa, para ponerlo en esas potentes palabras de Eduardo Galeano:

“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus funciones. (…) la región sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente de reservas del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos”.

Esta relación centro-periferia produce y reproduce la subordinación de nuestras economías a las metrópolis.

Las propuestas para enfrentar esa dura situación, es decir para que esos países puedan entrar en una senda de “desarrollo sostenido”, empezaban por cuestionar esta forma de inserción dependiente. Era necesario, argumentaban, que se construya cierta autonomía para el desenvolvimiento de las fuerzas productivas a través –por ejemplo- del proteccionismo para la naciente industria vía sustitución de importaciones. Adicionalmente se planteaba la necesidad de un proceso profundo de cambio de las caducas estructuras sociales y productivas existentes, empezando por romper el poder oligárquico de los terratenientes, entre otros puntos. La consolidación de mercados regionales integrados completaba estas reflexiones. Y había clara conciencia, como lo anotó Raúl Prebisch, que “detrás del mercado, así como en el desenvolvimiento del Estado, están las relaciones de poder que configuran las grandes líneas de la distribución”.

Por cierto, estos pensadores, en su mayoría, negaban o simplemente desconocían el potencial de valores, experiencias y prácticas del mundo indígena; es más, no faltaban quienes consideraban que esa realidad del mundo indígena era un obstáculo para el “desarrollo”. ¿Esa marginación no es otro de los lastres agravado por la búsqueda del “desarrollo”?

Por otro lado, la consecuencia de dicha inserción es la especialización productiva subordinada, la heterogeneidad estructural del aparato productivo y el desenvolvimiento desigual de las distintas regiones de estos países, con sociedades cada vez más desiguales ye inequitativas, en marcos institucionales signados por una gran inestabilidad política. Algo que se profundiza cada vez más con el actual extractivismo galopante, en un ambiente de creciente globalización, cabría añadir.

Estas aproximaciones teóricas, muchas veces producto de la lectura acertada de la realidad regional en décadas precedentes, cristalizaron la propuesta de crecer hacia adentro con la mencionada industrialización vía sustitución de importaciones. Esto no significó que la exportación primaria haya de sacrificarse para favorecer el desarrollo industrial. Se planteó una complementariedad, es decir el procesamiento nacional de dichos recursos (que en la práctica se dio de forma muy marginal). Mientras que el financiamiento de dicho proceso de industrialización se aseguraba vía ingresos obtenidos con el extractivismo.

Pronto afloraron los límites de estas propuestas. La industrialización vía sustitución de importaciones, defendida especialmente por la CEPAL, se saturó por la estrechez del mercado interno (caracterizado por graves inequidades de ingreso y riqueza, que no fueron enfrentadas por los esquemas desarrollistas propuestos) y por los fuertes desequilibrios en la balanza de pagos provocados por la creciente tendencia a importar maquinaria, insumos y tecnologías para la naciente industria (tendencia que se mantiene). En esta época –a pesar de los esfuerzos para sustituir importaciones- no se logró frenar la compra en el mercado mundial de bienes de consumo para las élites y los crecientes sectores medios, a la vez que la industria no ofreció bienes de consumo para las grandes masas de la población. Todo esto ahondó la ya de por sí creciente desigualdad y marginación social. Al final el proyecto desarrollista, de cuño nacionalista, acabó siendo apropiado por las empresas transnacionales y sus intereses. Algo que se repite de alguna manera en la actualidad, con creciente influencia china.

Lo que sí quedó claro en ese entonces es que el subdesarrollo no es una fase previa o una etapa anterior al desarrollo, sino un producto histórico del colonialismo y del capitalismo, como lo anotó oportunamente Paul Baran. De allí surge la dependencia, como rasgo distintivo de los países capitalistas subdesarrollados, y que tiene su origen en el carácter de las relaciones económicas internacionales que frenan el “desarrollo”. Así el concepto de dependencia, con indudable validez en la actualidad, surge en rechazo de la teoría dominante del beneficio mutuo que se obtendría de participar en el mercado mundial exportando materias primas. En síntesis, el mercado mundial capitalista asomaba como un obstáculo para el “desarrollo”, sobre todo por el intercambio desigual que lo sostiene.

Lo curioso es que estos tratadistas dependentistas presentaron una elevada similitud epistemológica con la teoría de la modernización propuesta por autores como Walt Whitman Rostow, al utilizar el mismo marco determinista que en realidad no trataban de superar. Lo que para unos generaba crecimiento y “desarrollo” para otros creaba pobreza y subdesarrollo. Su análisis determinista, les conducía, muchas veces, a una visión catastrofista de los cambios en el mundo subdesarrollado: las transformaciones en los países subdesarrollados eran meros productos del colonialismo y del imperialismo. Su catastrofismo derivaba de su insistencia en los factores inhibidores del crecimiento sin conceder la debida atención a otros posibles impulsos positivos existentes en sociedades tan diversas y abigarradas, e incluso en el exterior.

Sin minimizar la vigencia de muchos de los aportes de las teorías de la dependencia, hay que resaltar su alto grado de indefinición del concepto de “desarrollo”. Tendían a confundir los efectos del “desarrollo dependiente” con los inconvenientes de cualquier proceso de desarrollo capitalista (en el centro o en la periferia). No cuestionaban la idea-fuerza del “desarrollo” y el progreso. Igualmente ignoraban -o incluso despreciaban- otras formas de hacer economía y otras formas de organizar la sociedad, que estaban, por decirlo figurativamente, a la vuelta de la esquina: el Buen Vivir o sumak kawsay.

Los inútiles esfuerzos del desarrollismo “progresista”

A pesar de tener conciencia de los problemas señalados, en América Latina durante el siglo XXI, todos los países sostuvieron e inclusive ampliaron su vinculación dependiente con el mercado mundial. Algo por lo demás entendible en los países con gobiernos neoliberales. Si sorprende esta situación en los países con gobiernos “progresistas”.

Este es un punto medular para entender inclusive la profundización de la modalidad primario exportadora, como producto de las políticas desarrollistas de los gobiernos “progresistas”. Estos gobiernos siguieron buscando “el desarrollo”, sin hacer el más mínimo esfuerzo para siquiera sacar lecciones de las ricas experiencias acumuladas en la región en décadas anteriores; enseñanzas que bien pudieron servir para construir procesos que permitan al menos empezar a transformar la matriz productiva.  Las críticas y las propuestas de cambio, los grandes debates de esas épocas, como el de Agustín Cueva con Ruy Mauro Marini o el de Celso Furtado con André Gunder Frank, para mencionar apenas un par, nunca fueron interiorizados. Y lo que es más grave, sobre todo en los casos boliviano y ecuatoriano, no se intentó entender y asumir el potencial de las propuestas con elevado contenido para un profundo cambio civilizatorio provenientes de las culturas indígenas.

Así, con estos gobiernos del “progresismo”, que no pueden ser simplemente asumidos como de izquierda, no prosperaron cambios estructurales sustantivos. En síntesis, no consiguieron una sustancial mejoría en lo relativo a su autonomía: sus economías siguen atadas a las fluctuaciones del mercado mundial, de la dependencia europea y norteamericana cada vez más a la dependencia china. Así, no sorprende que estas economías, con el fin del “consenso de los commodities”, como lo calificó Maristella Svampa, una tras otra, hayan caído nuevamente en situaciones de crisis.

Así las cosas, el excedente económico obtenido del boom de las materias primas -y también debido a las políticas económicas desarrollistas desplegadas- ha sido apropiado por el capital nacional y extranjero. Fue una gran masa de recursos que a la postre due desperdiciado en consumo improductivo por las élites y estratos medios, resultado de la misma inserción dependiente del mundo empobrecido en la economía mundial. A más del consumo que se satisface con importaciones, de la producción industrial que demanda maquinarias e insumos importados, el grueso del excedente real es transferido al exterior vía repatriación de beneficios de las inversiones extranjeras, fuga de capitales o pago de deuda externa; esto sin minimizar el peso de la corrupción.

La lista de temas no resueltos es larga. Aquí apenas un par. La reforma agraria -una necesidad imperiosa para los dependentistas- no fue asumida por los “progresismos”. La estructura de la producción -un tema destacado en el debate dependentista- no solo que no se transformó, sino que hay claras tendencias reprimarizantes. Tampoco la industrialización vía sustitución de importaciones tuvo lugar, pues lo que primó fueron planes de aumento de las exportaciones a través de exacerbados extractivismos. La integración -herramienta clave para conseguir “el desarrollo” desde la época de Prebish- no superó el ámbito de los sonoros discursos soberanistas con poquísimo contenido práctico….

El saldo es lamentable. El carácter monopólico y dependiente del sector industrial, que había emergido con la industrialización inducida, se mantiene inamovible; y, en términos relativos el sector industrial hasta se ha debilitado. Los extractivimos dominan cada vez más estas economías subordinando cada vez más territorios y actividades. No sorprende entonces que la modalidad de acumulación capitalista dominante se refleje en una distribución del poder, de la propiedad y del ingreso tanto concentradora como excluyente.

Así, la falta de transformaciones estructurales hizo que los grandes grupos económicos se beneficien de los “buenos años” de los altos precios de las materias primas en el mercado mundial mucho más que las clases populares, las que, hay que reconocerlo, también experimentaron alguna mejoría. Pero lo que interesa es que esos grupos de poder consolidaron, sobre todo, una gran concentración de medios de producción, obteniendo un poder político que incluso les permite seguir bloqueando cualquier transformación. Así surge una situación en donde el poder de los grandes grupos y la falta de transformaciones estructurales se retroalimentan, ya sea con mecanismos “legales” o “corruptos y corruptores”. Tal lógica perversa fue algo que el “progresismo” nunca afrontó -ni le interesó hacerlo- a pesar de todos los vientos que tuvo a su favor.

De hecho, entre los dispositivos que posee el capitalismo para construir hegemonía (sin legitimidad), está justamente la capacidad -en especial durante la etapa de auge del ciclo capitalista- de reducir la desigualdad del ingreso entre trabajadores (asociada a varios elementos coyunturales), sin tocar la desigualdad de la riqueza que poseen éstos y la riqueza que poseen las clases dominantes (asociada a aspectos estructurales). Tal capacidad se recoge en lo que Jürgen Schuldt llama la hipótesis del “hocico de lagarto”, según la cual es factible mejorar la distribución del ingreso a la vez que la “riqueza” se concentra cada vez más. Es decir, cuando hay importantes ingresos como los percibidos durante el “consenso de los commodities”, puede reducirse la pobreza sin afectar a los ricos, aumentando la equidad coyuntural entre hogares trabajadores sin cambiar las desigualdades estructurales que éstos enfrentan respecto a las clases dominantes. Por cierto, si la holgura en la cual el “hocico de lagarto” baja su mandíbula inferior -es decir, disminuye la desigualdad del ingreso- se combina con instituciones que inducen a que los trabajadores se preocupen más de su posición relativa entre ellos y olviden su posición absoluta ante los dueños del capital, entonces la hegemonía se consolida mucho más, algo aún más grave si la sociedad está embriagada -y corrompida- por las rentas extractivistas.

Así las cosas, si no hay cambios estructurales (es decir si no se transforma las estructuras económicas para romper con el extractivismo y la dependencia), el “lagarto” se la pasa “abriendo y cerrando el hocico” estrujando al ser humano e incluso a la Naturaleza. Fue justo ese ejercicio hegemónico y de apalancamiento el que se registró y se registra en estos años de desarrollismo “progresista”, más aún con las prácticas neoliberales que fueron ya introducidas en la fase final de dicho período.

Todo eso explica también porque inclusive el mismo Estado, que recuperó espacios de acción durante los regímenes “progresistas”, a la postre sirvió para sostener una modalidad de acumulación que favoreció a los grupos más poderosos, forzando los extractivismos, atropellando a todas aquellas fuerzas sociales portadoras de gérmenes de cambio, en particular a los movimientos indígenas, e inclusive dejando entreabierta la puerta al retorno del neoliberalismo. En síntesis, el poder permanece compartido con viejos y nuevos grupos burgueses, con creciente presencia de capitales transnacionales.

El Buen Vivir, como una puerta para el pluriverso

Muchos de los retos anteriores, descritos en esta brevísima revisión de la discusión latinoamericana sobre “el desarrollo”, se mantienen. Los debates en este ámbito latinoamericano han sido y son potentes. A más de las autoras y los autores del presente libro, bien podríamos mencionar -corriendo el riesgo de olvidar muchos otras contribuciones de fondo-  los vigorosos aportes de Manfred Max-Neef, Antonio Elizalde y Martin Hopenhayn que abrieron la puerta, entre otras cuestiones importantes, al abordaje de la teoría de las necesidades y de la economía a escala humana; las reflexiones diversas y aleccionadoras sobre temas vinculados al desarrollo en varios niveles escalares y muchos otros ámbitos económicos de Jürgen Schuldt; las interesantes aportaciones sobre desarrollo tecnológico de Carlota Pérez; el pensamiento siempre trasformador y profundo de Enrique Leff merece ser destacado; las sacudidoras lecturas a contracorriente de Arturo Escobar y Gustavo Esteva; los análisis creativos y propositivos en varios ámbitos de Eduardo Gudynas; las cuestionadoras lecturas desde visiones feministas decoloniales de Rita Segato, Silvia Rivero Cusicanqui y Maristella Svampa; los siempre sugerentes pensamientos decoloniales de José de Souza Silva; el “desarrollo” visto desde la economía popular y solidaria de José Luis Coraggio merece puesto preferentes; para mencionar apenas unos pocos temas y unos pocos nombres. Discusiones que a su vez se sintonizaron con otros debates en el mundo, siendo muchas veces estas reflexiones desde América Latina las que se transformaron en voces cantantes en muchos ámbitos, como sucedió, para mencionar apenas un tema, el “desarrollo a escala humana”.

De todas esas reflexiones y de muchas otras se puede concluir que es indispensable reducir las diversas formas de dependencia existentes para poder enfrentar los graves problemas acumulados a lo largo de la larga noche colonial, es decir desde la época colonial hasta las actuales repúblicas. Una transformación de la modalidad de acumulación primario-exportadora aparece como ineludible. Por lo tanto, para empezar, existen condiciones intrínsecas en este tipo de economías dependientes que deben ser desnudadas, antes de diseñar una estrategia transicional que permita inclusive aprovechar de manera sustentable los recursos naturales, como parte de una adecuada planificación que desarrolle un esquema postextractivista.

Superando el trauma que representa aceptar que el “desarrollo” es un espejismo, es necesario asumir que América Latina se ha convertido en uno de los espacios de más luces e ideas emancipadoras en el mundo, no el único. Incluso transitando por el bache histórico de los “progresismos”, que alentaron iniciales esperanzas y luego crecientes frustraciones, es indudable la multiplicidad de aportes que afloran por toda la región. Ideas que surgen en especial desde el mundo indígena. Un mundo donde no prima la cultura escrita lo que limita la recuperación de sus visiones. A más de varios documentos clave, como los de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), como referencia mínima mencionemos los aportes de Luis Macas, Fernando Huanacuni Mamani, Nina Pacari, Blanca Chancosa, Arirura Kowii, Luis Maldonado, Carlos Viteri Gualinga, entre otras.

A estas aproximaciones desde ese mundo permanentemente marginado y reprimido, se suman cada vez más opciones que comienzan a tender puentes que auguran un nuevo auge del potencial de crítica y propuesta existente en esta región del mundo. Al Buen Vivir en Ecuador o al Vivir Bien en Bolivia hay que asumirlo como una puerta que abre diversas oportunidades, pero no la única.

A más de las reflexiones y las acciones decoloniales, que deconstruyen las estructuras de dominación de territorios y subjetividades, hay más. Las luchas y análisis del complejo y diverso, pero, a la vez, muy potente y diverso ámbito de los feminismos, prefiguran horizontes emancipadores, en tanto desmontan el patriarcado. La búsqueda de la ciudadanía universal abre la puerta a otras opciones para entender y asumir los flujos migratorios, abriendo las fronteras para la vida y no para el capital. La democracia sigue siendo, por igual, un terreno de reflexión y disputa, en tanto proceso de radicalización sin fin y que puede nutrirse de valiosas experiencias comunitarias indígenas. Y si la eliminación de las múltiples desigualdades es fundamental, urge también superar las inequidades sociales, económicas, políticas, de género, étnicas, sexuales, intergeneracionales. Pero sobre todo hay que liberarse de esa desesperación por alcanzar “el desarrollo”, un verdadero fantasma, que ha ocasionado y ocasiona innumerables frustraciones entre otros perjuicios irreparables.

Este reto no se resuelve de la noche a la mañana. El reconocimiento de la CEPAL de que el desarrollo está agotado, como atinadamente concluye Eduardo Gudynas al analizar esta declaración, abre “una oportunidad notable para abordar otro tipo de alternativas que estén ubicadas más allá del desarrollo”, aunque él mismo duda que los encargados del poder, en tanto cómplices de esta cruzada interminable, entiendan lo que significa esta posibilidad.

El desafío es claro. Hay que dar paso a transiciones a partir de miles y miles de prácticas alternativas existentes en todo el planeta, orientadas por horizontes utópicos que propugnan una vida en armonía entre los seres humanos y de estos con la Naturaleza: justicia social y justicia ecológica van de la mano. Esta no surgirá de manera espontánea. Se trata de una construcción y reconstrucción paciente y decidida, que empieza por desmontar varios fetiches y en propiciar cambios radicales, a partir de experiencias existentes, “sin calco ni copia”, como recomendaba José Carlos Mariátegui.

La tarea -de alcance civilizatorio- demanda transitar del antropocentrismo destructor a un socio-biocentrismo emancipador, como se propone desde el Buen Vivir o sumak kawsay. Es decir, la sociedad y la economía tendrán que organizarse asegurando la integridad de los procesos naturales, garantizando los flujos de energía y de materiales en la biosfera, sin dejar de preservar la biodiversidad del planeta. Al mismo tiempo hay que construir una vida digna para todos los seres humanos. Y esos cambios en realidad vendrán desde abajo, desde espacios comunitarios en las ciudades (barrios) y en el campo, asumiendo cada vez más el reto de “vivir con lo nuestro”, en palabras de Aldo Ferrer.

Este tránsito exige un proceso de mutación sostenido y plural. El Buen Vivir conmina a disolver el tradicional concepto del progreso en su deriva productivista y salir de la trampa del “desarrollo”. Este será, en esencia, un emprendimiento político, que cuestiona permanentemente el poder. Algo que, debe quedar claramente establecido, no se resuelve simplemente conquistando el gobierno.

Se requiere un redoblado esfuerzo para desmontar varios fetiches con el fin de propiciar cambios radicales, recuperando los valores, las experiencias y, sobre todo, las prácticas sintonizadas con la vida armónica y la vida en plenitud. Insistamos, se precisan transiciones plurales, a partir de horizontes utópicos, como los que ofrecen, entre muchas propuestas, el Buen Vivir o sumak kawsay de los kechwas o suma qamaña de los aymaras o teko pora de los gauraní o  comunalidad de tierras oaxaqueñas en Nuestra América; o el ubuntu de África o el svarag de la India o el kyosei del Japón, para citar apenas un par de ejemplos concretos que han venido aflorando desde abajo. Contamos con esos valores, experiencias y prácticas civilizatorias alternativas al capitalismo, desde cuyo seno emergen las alternativas. Esta valoración de la “indigenidad” (Aníbal Quijano) no niega las posibles ventajas tecnológicas o los posibles aportes desde otras culturas y saberes que cuestionan la modernidad, siempre y cuando estén en línea con esta construcción de sociedades que busquen la armonía y la reciprocidad en sus relaciones; basta mencionar otras opciones de otras latitudes como la de la convivialidad o convivencialidad a partir del pensamiento de Iván Illich o la frugalidad feliz como sintetiza Pierre Rabhi.

Entonces, hablemos mejor en plural, imaginemos buenos convivires, para no abrir la puerta a un Buen Vivir único, homogéneo. Ese Buen Vivir en plural, entonces, sobre todo debe brotar y no puede simplemente planificarse, ordenarse o imponerse, por lo demás. En ese empeño transformador, potenciando y redistribuyendo los trabajos de cuidado, hay que abrir la puerta a otras formas de organización de la sociedad y la economía. Superar la religión del crecimiento económico será otra de las tareas urgentes, tanto como abrir causes post-extractivistas y de relocalización de los servicios y de la producción, cambiando los patrones de consumo en función de convivialidades que alegren y completen la existencia. Ruralizar las ciudades para construir y recuperar relaciones de convivialidad irán de la mano con la ampliación de la agroecología con el fin de alcanzar la soberanía alimentaria. La redistribución del ingreso y de la riqueza es fundamental, complementándole con el control democrático de la sociedad sobre la organización del trabajo recuperando el ocio emancipador como un derecho. Cabe pensar inclusive en diversas opciones de participación en un contexto internacional puestas en marcha desde lo local, y no desde la perspectiva global de los intereses de las empresas transnacionales o de los centros de poder político mundiales. Enfrentar el colapso climático demanda por igual muchas acciones de conservación, teniendo siempre en cuenta que la justicia ecológica camina de la mano de la justicia social, y viceversa. A partir de la vigencia plena de los Derechos de la Naturaleza emerge como una demanda urgente la desmercantilización de la Naturaleza, que debe venir acompañada del fortalecimiento de los bienes comunes, como pasos indispensables para superar el antropocentrismo y el individualismo. Desmontar el militarismo y las estructuras represivas es otro de los ineludibles quehaceres. Como se ve, las tareas son incontables, como lo son también las alternativas existentes, muchas de las cuales provienen de las culturas indígenas y de las múltiples luchas de resistencia y re-existencia presentes en todos los rincones del Abya-Yala y en sus alrededores.

 Demandemos, pues, un mundo donde quepan otros mundos, sin que ninguno de ellos sea víctima de la marginación y la explotación: el pluriverso como opción concreta para llenar de contenidos el horizonte postcapitalista.

Alberto Acosta. Economista ecuatoriano. Profesor universitario. Ministro de Energía y Minas (2007). Presidente de la Asamblea Constituyente (2007-2008). Candidato a la Presidencia de la República del Ecuador (2012-2013). Compañero de lucha de los movimientos sociales.