En lengua inglesa, una lily pad es una hoja flotante en un lago o estanque, al modo de los nenúfares, que sirve de apoyo para la rana que, salto a salto y de hoja en hoja, se aproxima acechante hacia el incauto insecto que en breve devorará. No crea el lector que este comentario se […]
En lengua inglesa, una lily pad es una hoja flotante en un lago o estanque, al modo de los nenúfares, que sirve de apoyo para la rana que, salto a salto y de hoja en hoja, se aproxima acechante hacia el incauto insecto que en breve devorará. No crea el lector que este comentario se refiere a curiosas escenas de la naturaleza; su contenido es bastante más crudo, porque, como enseguida se verá, la rana es el símbolo de las fuerzas armadas de EE.UU., los nenúfares son un nuevo tipo de base militar reducida, que se va extendiendo por el mundo y al que voy a referirme específicamente, y los insectos son los países sobre los que la política exterior de EE.UU. extiende sus tentáculos.
Encontré esta metáfora en un reportaje del diario estadounidense The Christian Science Monitor, publicado en agosto de 2004 por la periodista especializada en asuntos militares Ann Scott Tyson, durante su visita a la base aérea de Manas, en Kirguistán, intensamente utilizada para apoyar la guerra de Afganistán. No tengo confirmación de que la expresión lily pad haya adquirido carácter oficial en el Pentágono, pero me permitiré utilizarla ya que sirve para suavizar los áridos contornos del lenguaje del imperialismo bélico, del mismo modo que la expresión «fuego amigo», de matices casi cariñosos, disfraza el brutal hecho de que un soldado muera a causa de los disparos de sus propios camaradas. ¡Qué sería de las crónicas de guerra sin los necesarios eufemismos!
Como ha explicado recientemente David Vine, escritor y profesor de antropología de la American University de Washington, que ha visitado durante los últimos tres años varias bases militares de EE.UU., están pasando a la historia las enormes instalaciones hasta hace poco habituales, como la de Ramstein, en Alemania. Bases del tamaño de pequeñas ciudades, habitadas por varios miles o decenas de miles de personas, provistas de economatos, tiendas, autobuses, centros deportivos y de esparcimiento (restaurantes, salas de cine, boleras, campos de golf, etc.). Pero no hay que pensar que esto sea un síntoma del repliegue militar de EE.UU. en el planeta.
Por el contrario, como también señala Vine, «desde Yibuti hasta la selva de Honduras, desde los desiertos de Mauritania hasta el diminuto archipiélago australiano de las islas Cocos [en el océano Indico], el Pentágono sigue desplegando sus lily pads en un creciente número de países y de modo acelerado». Aunque no se conocen datos exactos, en el último decenio medio centenar de estas nuevas bases han entrado en servicio, a la vez que se estudia abrir otras nuevas.
Con ellas se trata de extender la presencia militar de EE.UU. en países donde ésta era inexistente hasta hoy, como sucede en muchas partes del territorio africano. En vez de grandes colonias militares (como Torrejón o Rota en España) se pretende evitar la cercanía a los grandes centros de población, eludir una ostentosa presencia que pueda suscitar oposición pública o curiosidad en los medios de comunicación y crear una red mundial de «fuertes fronterizos», desde donde cabalgará el moderno «séptimo de Caballería» del siglo XXI para hacer frente a cualquier conflicto mundial. Una extensa red de hojas de nenúfar, desde donde cualquier ranita sea capaz de atrapar con facilidad todos los insectos que caigan en su estanque.
Es cierto que la red de bases militares de EE.UU. se está reduciendo en Iraq y Afganistán; también disminuye su presencia militar en Europa, donde dos brigadas abandonarán Alemania en breve. Globalmente, los efectivos militares en el extranjero se recortarán en unos 100.000. Sin embargo, el número total de bases alcanzará previsiblemente máximos históricos: más de 1000 instalaciones militares fuera del territorio nacional, no todas propiamente militares, según recuentos no oficiales hechos por analistas independientes. Se incluyen desde las más antiguas, situadas en Alemania y Japón (sin contar con la veterana Guantánamo, abierta en el siglo XIX), hasta las más modernas instalaciones de lanzamiento de drones en Etiopía y las islas Seychelles.
Disponer de pequeñas bases dispersas evitará que se reproduzcan situaciones como cuando Turquía en 2003 negó el uso de sus recursos logísticos a las fuerzas de EE.UU. para invadir Iraq. Servirá también para mantener la actual política, contrapuesta a la de China, el rival en la sombra: mientras ésta compite preferentemente en el terreno económico, mediante inversiones repartidas por innumerables países, EE.UU. prosigue su vieja tradición de extender el poder militar desde numerosas plataformas dispersas. Éstas también sirven para actuar en terrenos no militares, políticos y económicos principalmente, como es de sobra sabido.
Lo más preocupante de esta acentuada política tentacular es su capacidad para generar una «carrera de bases», a la que se sumarían otros Estados, generando nuevos focos de inestabilidad. ¿Cómo reaccionaría EE.UU. si China o Rusia establecieran alguna base de ese tipo en México o en el Mar Caribe? Por otro lado, si de lo que se trata es de contener a China, no es difícil entender que desde Pekín esto puede percibirse como una seria amenaza, lo que le hará reforzar sus propias capacidades militares y contribuir de este modo a una típica espiral de carrera belicista. Trátese de nenúfares o de portaaviones, el propósito no varía: se trata de disponer de la fuerza militar allí donde se estime necesaria. ¡Poco ha aprendido la humanidad desde la Guerra Fría!
Alberto Piris es General de Artillería en la Reserva
Fuente: http://www.ceipaz.org/images/contenido/Piris,24julio2012.pdf