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Pakistán y Occidente

Defensores de la justicia

Fuentes: The Independent

Hace tres años Pakistán lo destronó del Poder Judicial. Iftikhar Mohammad Chaudhry, quien fue descrito por la prensa estadunidense como un nacionalista irresponsable que intentaba destruir el gobierno favorable a Washington del dictador-general-presidente, Pervez Musharraf. Hoy, un año después de que se le restableció en su puesto en la Suprema Corte, Chaudhry es considerado por […]

Hace tres años Pakistán lo destronó del Poder Judicial. Iftikhar Mohammad Chaudhry, quien fue descrito por la prensa estadunidense como un nacionalista irresponsable que intentaba destruir el gobierno favorable a Washington del dictador-general-presidente, Pervez Musharraf. Hoy, un año después de que se le restableció en su puesto en la Suprema Corte, Chaudhry es considerado por algunos como un fundamentalista de closet, un pseudotalibán ansioso por derrocar la dudosa democracia de su país.

Nuevamente Chaudhry se convirtió en el hombre más notorio de Pakistán, al acusar de corrupción al gobierno civil de Asif Ali Zardai. Como resultado de sus amenazas, funcionarios de Islamabad tomaron la sorprendente medida de pedir a autoridades suizas que reabran una causa por varios cargos de lavado de dinero contra Zardari, lo que abre la posibilidad de que el presidente en funciones sea objeto de una investigación criminal.

Pero le basta a uno sentarse en la oficina tapizada de libros del magistrado Aitzaz Ahsan para darse cuenta que Occidente tiene una visión equivocada del sistema judicial paquistaní. El defensor de más alto rango de la Suprema Corte, alumno honorario de la Universidad de Downing, en Cambridge, el ex abogado de Benazir Bhutto y líder de las épicas marchas de magistrados de 2007, a las que los manifestantes iban cómodamente en autobús, camión o limusina, habla suavemente, como un gato que trata de controlar su ira. Con elegancia, muestra un expediente legal en que se explica por qué el Ministerio de Justicia decidió recientemente dar marcha atrás a una incómoda ley de amnistía para la Reconciliación Nacional y el Orden, que perdonaba a políticos corruptos, incluido el presidente Zardari, y en el cual se señala que el tema no está relacionado de ninguna forma con el islam.

Lo que tenemos ahora es un cuerpo de jueces independientes por convicción, dice Ahsan. Se resistieron al régimen militar. Sufrieron detenciones e hicieron sacrificios. Fueron reinstaurados gracias a un movimiento masivo lleno de energía y frenesí. Pero ahora se les calumnia por dos razones: una es que el ministro de Justicia es islamista, y la segunda, que se está tratando de desestabilizar el sistema democrático. ¿El propósito? Contener a Chaudhry, ponerlo a la defensiva, pero todo lo que se asume en su contra es falso.

El despido de Chaudhry fue resultado de su oposición a la privatización de la acerera Pakistan Mills, en Karachi, que fue comprada por tres compañías, una de las cuales se rumora que es una pantalla del entonces primer ministro y otra es muy cercana a Musharraf. Los tres blancos de Chaudhry son los mismos que en 2007: corrupción, corrupción y corrupción.

A Ahsan le gusta contar la anécdota de su hora estelar y lo hace muy bien.

«Musharraf, temeroso de que los jueces fallaran en su contra por insistir en usar su uniforme durante la campaña para su reelección, arrestó a un juez de la Suprema Corte un 3 de noviembre. Yo mismo fui arrestado en esta oficina que está en mi casa. Estaba dando una conferencia de prensa para condenar la imposición del estado de emergencia y la suspensión de nuestros derechos fundamentales cuando un colaborador me llamó desde la planta baja y dijo: ‘la policía ha rodeado la casa y vienen a por usted’. Pregunté si había forma de escapar por un camino que hay detrás de la vivienda y respondió que en ese lado también estaba la policía. Entonces dije: ‘Con calma, déjelos subir’, y proseguí la conferencia de prensa mientras la policía allanaba el lugar.

«Éste fue un hecho electrizante para la gente, en particular porque los jueces nos opusimos al general Musharraf cuando éste nos exigió la renuncia y demandamos que fuera él quien renunciara ante la Suprema Corte. El presidente había azuzado al pueblo en nuestra contra con su gira por el país a principios de ese año. Chaudhry se fue en auto de aquí a Lahore y yo lo acompañé. El recorrido debió durar cuatro horas pero fue de 26 porque se detenía en cada aldea. Había millones de personas, decenas de miles cada par de kilómetros. Pero fue gracias a esto que los 13 jueces que integrábamos el Poder Judicial fuimos reinstalados en nuestros puestos el 20 de julio de 2007.

Esto no le hizo mucho bien a Chaudhry, quien fue detenido en su residencia junto con sus hijos. Pusieron candados por todas partes. No pudieron ni salir al jardín de su casa durante cinco meses, relata Ahsan, aún indignado. Les prohibieron usar teléfonos celulares y encender la televisión. Yo estuve detenido al mismo tiempo. Nos enviábamos mensajes a través de los sirvientes que nos llevaban canastas de víveres, en dichas canastas nos enviábamos los chips de los celulares. Sólo lográbamos hablar durante un minuto, pues la policía detectaba la llamada y bloqueaba la línea.

En este punto de la narración, una ira palpable casi se apodera de Ahsan, de anteojos y cabello algo crecido. Levanta el índice frente a su rostro y continúa: durante todo ese tiempo no se escucha una sílaba, un decibel ni de Londres ni de Washington, ni de sus representantes en Pakistán. No hubo ni siquiera una declaración de preocupación por nuestros hijos. Los británicos y estadunidenses no nos querían ni tocar. Todo el tiempo lo pasaron negociando con Benazir Bhutto y Musharraf.

Ahsan mueve la cabeza. Explica que el movimiento de los abogados fue no violento, pluralista y en favor de valores moderados. «Fue el único de su tipo en la historia del mundo islámico. Y Occidente nos trató como parias. Defendieron a Musharraf y se enojaron con nosotros. En cierto sentido, el Poder Judicial paquistaní se ha convertido en el equivalente a la prensa británica después de que Tony Blair decidió ir a la guerra contra Iraq: los medios impresos se convirtieron en un verdadero partido de oposición; sin ser partidos políticos, lograron representar a la población.

El hecho fue que hasta que el Poder Judicial se rehusó a renunciar, nadie había desafiado a Pervez Musharraf, señala Ashan. Contaba entonces con una Suprema Corte totalmente sumisa. Era el comandante en jefe del ejército que lo obedecía en todo y los únicos dos opositores populares que eran Benazir Bhutto y Nawaz Sharif estaban en el autoexilio. Fue entonces cuando los abogados se rebelaron y desafiaron la autoridad de Musharraf bajo riesgo de una represión brutal. La gente, sin embargo, reaccionó a las marchas, que fueron creciendo día a día.

Ahsan no tiene duda de que Estados Unidos y Gran Bretaña consideran a los miembros de la Suprema Corte más adversarios que amigos. «Yo les digo: ‘miren, no hay probabilidad de que un atacante suicida parta desde Tora Bora y acabe haciéndose estallar en Chicago o Manchester. Son sus ciudadanos de origen paquistaní en esas ciudades quienes los atacarán. Lo único que les importa es que seamos amistosos hacia su nación y adoptemos su estado de derecho.

Fue una oportunidad histórica para lograr la solidaridad del pueblo paquistaní. Durante dos años se abrió esa posibilidad para Occidente, en especial para Gran Bretaña y Estados Unidos, y durante esos dos años, lo que hicieron fue patearla.

© The Independent

Traducción para La Jornada: Gabriela Fonseca

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/05/27/index.php?section=opinion&article=025a1mun

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