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Tras las elecciones en Afganistán

Democracia inyectable

Fuentes: El Mundo

Cuanto más analfabeto es el comentarista político de turno, antes se atreve a proclamar que EE UU es la cuna de la democracia.Falso: la democracia, como tantas otras cosas, es un invento griego. Es cierto que en la Grecia de Pericles los esclavos y las mujeres no tenían derecho al voto, pero, veintitantos siglos después, […]

Cuanto más analfabeto es el comentarista político de turno, antes se atreve a proclamar que EE UU es la cuna de la democracia.Falso: la democracia, como tantas otras cosas, es un invento griego. Es cierto que en la Grecia de Pericles los esclavos y las mujeres no tenían derecho al voto, pero, veintitantos siglos después, en los EE UU de Washington seguían sin tenerlo. Es más, en las pasadas elecciones, las de las papeletas mariposa y el pucherazo florido, unos cuantos miles de negros se quedaron sin votar gracias a una artimaña electoral republicana digna de los tiempos de Kunta Kinte.

Una de las grandes bazas propagandísticas de Bush II es la aparición de dos nuevas democracias en el mapa mundial gracias a su mandato.Cualquiera que eche un vistazo al actual desgobierno en Irak y Afganistán puede hacerse una idea de que el simple recuento de una papeleta en ambos países será tan dudoso como en Florida.En Afganistán las mujeres apenas son canarios trapenses enjaulados de por vida que ni siquiera tienen derecho al canto. Da escalofríos contemplar a una de esas desdichadas criaturas que respiran bajo las tinieblas textiles de la Edad Media, pero imaginárselas con una papeleta en la mano roza el espanto, el esperpento, el esperanto.En Las extrañas veladas, un libro de uno de los más grandes y secretos maestros actuales del relato corto, Esteban Padrós de Palacios, hay un cuento de apenas una página donde una mujer afgana le dice a un arqueólogo que ella es un fantasma. «No», dice el arqueólogo, «usted sólo es una mujer con burka. Los fantasmas no existen». «Yo tampoco existo, señor», dice la voz de la mujer desde su eterna penumbra.

Erradicar la odiosa tiranía de Sadam Husein tal como se ha hecho en Irak es como pretender curar un cáncer de próstata mediante una patada en los cojones. Creer -como parecen creerlo Bush II, Cheney, Rumsfeld, Blair y tantos mamporreros políticos- que la democracia puede exportarse en porciones o inyectarse en ampollas, es un disparate. La Historia, al contrario que la evolución, no da saltos. No puede convertirse de la noche a la mañana un país feudal que sólo es un reino de taifas en una democracia hecha y derecha. No puede pretenderse que unos cuantos señores de la guerra -que incluso emiten su propia moneda y tienen potestad sobre la vida y la muerte de sus súbditos- acepten el juego democrático.Y, sobre todo, no puede regalarse la libertad a un pueblo como si se le diese un caramelo. La libertad no se regala igual que se suelta a un perro: se conquista. Las cadenas que no se rompen siempre podrán volver a cerrarse. Esto debería haberlo aprendido bien Cheney, el mismo negrero que defendía a muerte el apartheid en Sudáfrica.

En Afganistán las mujeres no existen y en EE UU todavía hay negros que tampoco. Puede que no sean la cuna de la democracia, pero a este paso pueden acabar siendo su tumba.