Tomar una fábrica para de impedir que los encargados a sueldo del patrón que decide deslocalizar se lleven las máquinas; casar a homosexuales; sesionar en silencio en una asamblea o cortar pacíficamente la calle son algunas de las acciones políticas que se asocian muy a menudo a la «desobediencia civil». Una actitud no tan novedosa… […]
Tomar una fábrica para de impedir que los encargados a sueldo del patrón que decide deslocalizar se lleven las máquinas; casar a homosexuales; sesionar en silencio en una asamblea o cortar pacíficamente la calle son algunas de las acciones políticas que se asocian muy a menudo a la «desobediencia civil». Una actitud no tan novedosa…
Un día de julio de 1846 (el 23 o 24), en Concord (Massachussets, Estados Unidos), donde había nacido en 1817, Henry David Thoreau se cruza con Samuel Staples, inspector municipal, quien le reclama el pago de sus impuestos y está dispuesto incluso a adelantarle el dinero necesario para saldar su deuda. David Thoreau, que vive desde hace aproximadamente dos años en una cabaña en el corazón del bosque de Walden y se dirige a la ciudad a retirar sus zapatos que había mandado a arreglar, está un poco desconcertado. Responde que se niega, por una cuestión de principios, a pagarle al Estado más aun cuando está en desacuerdo con su política y en absoluto desea contribuir a financiar la guerra contra México. Entonces, es detenido y debe pasar la noche en prisión, a pesar de que una «misteriosa» mujer (probablemente María Thoreau, su tía) pagó el impuesto.
Bastante popular en este pueblo convertido a las ideas innovadoras de Ralph Emerson (1803-1882) y de los intelectuales que giran en torno a él y la revista The Dial, David Thoreau se siente obligado a narrar su experiencia y fundamentar su actitud. Escribe «La relación del individuo con el Estado», texto que presenta durante una conferencia ofrecida en Concord, en enero de 1848. Elizabeth Peabody -cuñada del novelista Hawthorne- lo publica en su revista Aesthetic Papers en mayo de 1849 bajo el título de «Resistencia al Gobierno Civil», título que en las Obras Completas de Thoreau publicadas después de su muerte en 1862, se convertirá en Desobediencia civil (1). Este texto polémico, a decir verdad, cayó rápidamente en el olvido y el mismo Thoreau dejó de referirse a él.
Fue León Tolstoi quien, no se sabe bien cómo, lo leyó e invitó a los estadounidenses, en una carta publicada por la North American Review, a comienzos del siglo XX, a retomar esta actitud valiente y ejemplar de un individuo que se atreve a enfrentar al Estado cuando éste equivoca su camino. Poco tiempo antes, un estudiante indio de la Universidad de Oxford, Mohandas K. Gandhi, vegetariano, se relaciona con otros vegetarianos, entre ellos Henry S. Salt, biógrafo de Thoreau, quien le presta este texto. Gandhi se entusiasma y, ejerciendo como abogado en Sudáfrica, lo publica en su revista, Indian Opinion, el 26 de octubre de 1907. Más tarde, y hasta su asesinato en 1948, no dejará de preconizar la desobediencia civil, que asocia a la práctica de la no violencia.
Thoreau se vio impresionado por Bronson Alcott, ciudadano de Concord retratado por su hija Louisa May en los rasgos del doctor March en Mujercitas, quien declaraba firmemente su decisión de no pagar impuestos mientras su gobierno no pusiera fin a la indigna política esclavista. Se cuenta que el squire Samuel Hoar pagó la cuenta, pero lo importante no era eso sino que se reconocía definitivamente la idea de que un solo ciudadano pudiera sublevarse contra su gobierno, íntimamente convencido, con el fin de estar de acuerdo con los principios constitutivos de su Estado.
Es esta idea la que reivindicará, a su turno, David Thoreau. ¿De qué se trata? En las primeras líneas de su libelo, señala hasta qué punto la presencia de cualquier gobierno corresponde a una falta de conciencia en los ciudadanos. «La única obligación que me incumbe con razón -afirma- consiste en actuar en todo momento en conformidad con mi idea del bien». Más adelante, ilustra este principio moral explicando que una nación llamada «libre» no puede tener la sexta parte de su población reducida a la esclavitud y que por consiguiente «es hora de que la gente honesta se rebele y piense en la revolución».
Como existen leyes injustas, el justo encuentra su verdadero lugar en prisión, cerca de las víctimas de un gobierno inicuo. En cuanto a los funcionarios que quieran servir al bien, deben renunciar… Thoreau acepta pagar con gusto el impuesto para el mantenimiento de las carreteras o para las escuelas, pero no admite financiar una guerra que, de hecho, contribuye a fortalecer a los Estados esclavistas del Sur. Su deseo de paz está ligado a su convicción abolicionista. Un Estado preocupado por impartir justicia y respetar a todos anuncia, según él, su propia desaparición… Buscar una ley a la cual obedecer es siempre, desde su punto de vista, una señal de servilismo contrario a la afirmación de la singularidad de cada ser.
Al analizar este texto en adelante emblemático con respecto al Movimiento de los Derechos Civiles que sacude a los Estados Unidos de los años ’60, la filósofa Hannah Arendt (2) explica que indica, no lo que habría que hacer para corregir las injusticias sino cómo evitarlas. Coincidiendo con Montesquieu, cree en un «espíritu de las leyes» que cambia de un país a otro y considera que la desobediencia civil está específicamente ligada a los condiciones de nacimiento de la Unión. Encuentra allí el ideal del «consentimiento» y su corolario, «el derecho al desacuerdo», como fundamentos del «arte de asociación en común», propios de los colonos y sus descendientes, que tanto admiraba Alexis de Tocqueville. Interrogándose sobre la eventual exportación de estas prácticas a otros sistemas político-jurídicos dominados por «la tiranía de la mayoría», Hannah Arendt piensa que ésta estará acompañada por un cuestionamiento de la maquinaria jurídica, burocrática y cínica.
En cuanto al gobierno estadounidense, en guerra contra Vietnam sin haberla declarado e incapaz de asegurar la igualdad de derechos entre blancos y negros, reactiva, de hecho, la desobediencia civil. Estas situaciones de alerta que son las disfunciones de las instituciones se multiplican en el mundo, y Hannah Arendt ve en ellas la señal de una generalización del desacuerdo, convertido en resistencia.
Es lo que Gandhi ya difundía con el Satyâgraha (3), palabra que él inventa y que significa «aferrarse» a la verdad. Señala en varias oportunidades que «el Satyâgraha no es otra cosa que la verdad y la tranquilidad en la vida política», que supone la no violencia, pero no la pasividad. Al contrario, la desobediencia civil «es una infracción civil a decretos sin moral que la ley ha establecido». Sus encarcelamientos, su constancia en esta actitud proba, su apertura hacia los demás y su respeto a todos -incluidos sus enemigos- aseguran a Gandhi numerosas adhesiones. Pero su combate se revela sin fin porque la injusticia de ciertas leyes, la perversidad de las instituciones, la indecencia de «quienes toman las decisiones» parecen poseer una capacidad de renovación inquietante.
A veces, la relación de fuerzas es tal que sólo puede contemplarse la desobediencia civil. El rey Christian de Dinamarca lo comprendió bien: frente a la exigencia de los nazis de imponer a los judíos el uso la estrella amarilla durante la ocupación del país, se colocó él también esa estrella en su capa. Numerosos daneses lo imitaron y los nazis dieron marcha atrás, lo que no impidió diversas represalias.
En Francia, Léon Bazalgette, especialista en Whitman, presenta el libelo de Thoreau en el Magazine International en 1894, antes de publicar su traducción en 1921. Ésta será leída y utilizada por Romain Rolland en su Vie de Vivekananda, y marcará a Jean Giono, en los años 1930, al punto de inspirarse en el título para su denuncia de la guerra, de todas la guerras, Refus d’obéissance.
Así, en Francia, son los literatos quienes primero se impregnan del pensamiento de Thoreau, luego los militantes libertarios y, a través de Gandhi y la India mística, los discípulos de Lanza del Vasto (1901-1981). Tal como se observa, desobedecer es un verbo poco usado por los «políticos» y los líderes de opinión, salvo desde hace algunos años por un José Bové, un Noël Mamère o algunos altermundialistas que no dudan en cuestionar el derecho y la ley en nombre del respeto mismo al ser humano. ¿Qué obcecación lleva a los «políticos» a obstinarse en no reconocer la obsolescencia de una ley, su desfase con condiciones hasta entonces inéditas, sus efectos humillantes respecto de tal o cual grupo o individuo, su violencia perpetrada en nombre de un Estado desencarnado? El derecho al desacuerdo y la desobediencia civil son, para cualquier individuo dotado de conciencia, un deber.
Notas
1 Mille et une nuits, París, 1997. Sobre David Thoreau, véase Louis Simon, «De désobéir au crime d’obéir», Europe, N° 459/460, 1967, págs. 210 et ss.
2 Hannah Arendt, «La désobéissance civile», en Du mensonge à la violence, essais de politique contemporaine, Calmann-Lévy, París, 1972, págs. 57-109.
3 Gandhi, La Jeune Inde, introducción de Romain Rolland, Stock, París, 1924.
Filósofo, profesor del IUP París-XII, autor de Demeure terrestre. Enquête vagabonde sur l’habiter, Les Editions de l’Imprimeur, París, 2005.
Traducción: Gustavo Recalde