En febrero de 2014 se cumplieron 20 años del primer congreso de la CLOC VC (Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo-Vía Campesina), en un contexto donde el debate agroalimentario se ha colocado nuevamente en el centro de la coyuntura de América Latina. Esto por diversos motivos: la ofensiva de las transnacionales sobre los bienes naturales […]
En febrero de 2014 se cumplieron 20 años del primer congreso de la CLOC VC (Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo-Vía Campesina), en un contexto donde el debate agroalimentario se ha colocado nuevamente en el centro de la coyuntura de América Latina. Esto por diversos motivos: la ofensiva de las transnacionales sobre los bienes naturales y los alimentos, y la reprimarización de las economías latinoamericanas en función de las divisas que ingresan de la mano de esta ofensiva. Las consecuencias evidentes de este fenómeno son, por una parte, que la tierra y los alimentos están subordinados a los intereses de las corporaciones, lo cual pone en riesgo los procesos democráticos y de integración. Por otra parte, el aumento del hambre a nivel global y la gravedad de la crisis climática ponen de manifiesto que los monocultivos transgénicos son más bien el problema y no la solución.
A tono con esta perspectiva del debate, la FAO declaró al 2014 como el Año Internacional de la Agricultura Familiar (AIAF), volviendo sobre sus propios pasos y reconociendo el rol central de la agricultura de pequeña escala en la lucha contra el hambre y el desarrollo de los países.
Cabe indicar, de paso, que el 17 de mayo se cumplieron 55 años de la Ley de Reforma Agraria en Cuba, proceso que significó la entrega de tierras a más de 200 mil familias campesinas, y que hoy conforman una valiosísima experiencia de producción agroecológica y soberana de alimentos, en donde antes había latifundios y monocultivos gringos.
Fin de las ideologías y fin del campesinado: La propuesta de las corporaciones
20 años atrás, la FAO sostenía el concepto de que para lograr seguridad alimentaria era necesario el desarrollo del capital en el campo, de la mano de la biotecnología (de las corporaciones) los agronegocios y las grandes maquinarias, conformando lo que denominaron «agricultura industrial».
Estas teorías se construían desde el pensamiento liberal en el marco de la ofensiva del capital y que coincidían con la tesis del «fin de la historia» de Francis Fukuyama, y de la transición hacia las democracias burguesas luego de feroces dictaduras.
El nuevo paquete ideológico de las corporaciones buscó borrar la identidad campesina y subordinarla al capital financiero, proponiendo para ello el concepto de «agricultura familiar», una forma de sugerir un lugar en la cadena agroindustrial para los campesinos que serían convertidos en pequeños empresarios de la agricultura. El Banco Mundial lanzó entonces cientos de programas, los cuales presuponían que una gran parte del campesinado debía emigrar a las ciudades y que otra (más pequeña) debía insertarse en la cadena agroalimentaria como «agricultores familiares». Lo llamaron el fin del campesinado.
En ese contexto, la resistencia se fortaleció desde las luchas rurales, campesinas, indígenas y negras, por la tierra y contra los TLC: las luchas de los zapatistas, los sin tierra en Brasil, los indígenas ecuatorianos, los cocaleros de Bolivia, entre otras, pusieron una luz y esperanza, junto al faro que significaba la Cuba Socialista.
Un primer paso en la articulación fue la Campaña por los 500 años de resistencia campesina indígena negra y popular, que permitió el encuentro de distintos procesos de lucha y a partir del cual, surgió la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), que sumará organizaciones campesinas de toda Latinoamérica.
La senda campesina indígena y popular
El primer congreso de la CLOC, se realizó en Lima, Perú, con un carácter anticapitalista y antiimperialista. En este evento se expresó la solidaridad con la Revolución Cubana y las luchas en Chiapas, y se vio la necesidad de la articulación continental y la centralidad de la lucha por la tierra. Comenzaba un proceso de articulación popular que iría mucho más allá de los sectores rurales y recuperaría la tradición internacionalista pero desde una nueva perspectiva.
La CLOC permitió mayores análisis conjuntos de la coyuntura agraria y la posibilidad de un plan de acción de alcance continental. Además la formación y la educación de carácter internacionalista contribuyeron a multiplicar las acciones y la militancia campesina. Los cursos de formación en todas las regiones fortalecieron la articulación y las organizaciones nacionales, así como, desde sus inicios la participación de las mujeres y de la juventud.
La comunicación popular jugó un rol clave, permitiendo la difusión de este proceso así como facilitando su dinámica. ALAI, en este campo, fue una gran articuladora, lo cual desembocó en la Minga Informativa de Movimientos Sociales que se constituyó en una importante herramienta comunicacional de la resistencia popular.
Por las propias características globalizadoras del neoliberalismo, la CLOC y sus organizaciones colocaron sus esfuerzos en una construcción de una alternativa global e internacionalista: la Vía Campesina, cuyo lema, «Globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza», recorrió el mundo. La Vía Campesina Internacional logró articular la lucha contra la Organización Mundial de Comercio (OMC) y el neoliberalismo, y se consolidó como una de las referencias de la lucha global, porque además de resistencia pudo construir propuestas estratégicas como la soberanía alimentaria.
De esta manera, mientras la FAO y la OMC proponían la seguridad alimentaria y agronegocios, la Vía Campesina sostuvo la bandera de la soberanía alimentaria como el camino para luchar contra el hambre y la pobreza.
El Caracazo y la consecuente llegada de Hugo Chávez al gobierno de Venezuela significó un nuevo ciclo para las luchas sociales de América Latina: se fortalece la lucha contra el ALCA, llegando en 2005 a Mar del Plata donde, en un gran acto popular, los presidentes Chávez, Kirchner, Lula y Tabaré pusieron fin a las pretensiones imperialistas de construir un área de libre comercio bajo la hegemonía de Estados Unidos. No solo moría el ALCA, nacía también la posibilidad de volver a soñar con la Patria Grande, y la llegada a la presidencia de Evo Morales y Rafael Correa serían claves para comenzar la construcción del ALBA, la UNASUR y luegola CELAC.
Vivimos avances políticos y culturales históricos; los procesos de integración han potenciado las luchas antimperialistas y propiciado escenarios de hermandad y construcción de la Patria Grande, sin embargo, no hemos logrado revertir la matriz económica; la tierra se ha concentrado y las corporaciones transnacionales avanzan en la mercantilización de los alimentos y la vida.
El V Congreso de la CLOC-VC, realizado en octubre de 2010 en Quito, significó la respuesta a ese nuevo contexto. Cerca de 1000 delegados y delegadas de más de 80 organizaciones de 22 países nos reunimos para ratificar la vigencia de la articulación de las luchas campesinas en América Latina, con un horizonte socialista, de lucha por la soberanía alimentaria y la reforma agraria. Caminamos en el marco de las nuevas contradicciones, con gobiernos progresistas y populares que administran estados burgueses y liberales en un mundo globalizado y hegemonizado por la dinámica del capital.
¿Agricultura campesina o agricultura industrial?
El avance de la agricultura agroindustrial transnacional nos permite ver sus consecuencias: campos despoblados y ciudades superpobladas, millones de desocupados, amplios cinturones de pobreza y marginalidad, verdaderas causas del aumento de la violencia. Además de la destrucción de bosques ríos y montañas, contaminación y envenenamiento con agrotóxicos, trabajo esclavo, alimentos caros y contaminados…
Pero quizás lo más grave es el control de los alimentos por las corporaciones, en su guerra por el control total del Planeta.
La subordinación de los bienes naturales y la distribución de los alimentos a las corporaciones vuelve vulnerables a los procesos democráticos: los desabastecimientos y la desestabilización financiera, la retención de la producción, vuelven a ser materia corriente, como aquel preámbulo al derrocamiento de Salvador Allende en 1973.
Por eso, este «Año de la Agricultura Familiar» debemos abordarlo con el contenido y el significado de esta disputa: agricultura campesina indígena, para construir soberanía alimentaria, o agricultura industrial de la mano de las transnacionales para volver a someter a nuestros pueblos al saqueo y el neocolonialismo.
Es urgente fortalecer el proyecto campesino y popular, de manera de consolidar la soberanía alimentaria, la democracia y la paz en la región.
Eso solo será posible con una reforma agraria que democratice la tierra en el continente y permita el desarrollo de la agricultura campesina. Que ponga la tierra y la agricultura en función del proyecto latinoamericano y popular. Una reforma agraria que signifique la vuelta al campo de millones de familias que hoy no encuentran esperanza en las ciudades.
Rumbo al VI Congreso Continental de la CLOC-VC, los desafíos son enormes. La lucha por la tierra y la vida campesina es, al mismo tiempo, la lucha contra el capital y sus principios, así, la soberanía alimentaria soloserá posible si es acompañada de proyectos populares que posibiliten nuevas relaciones sociales, donde la economía popular deje de ser marginal y de subsistencia para convertirse en estratégica. Ya no se trata solo de agricultura en pequeña escala, sino de agricultura agroecológica, cuyo destino y misión sea alimentar a los pueblos.
La CELAC, el ALBA, e incluso la UNASUR deben abordar estos debates, con la participación y el protagonismo de los movimientos campesinos indígenas, y del resto de los sectores populares y sindicales. La integración latinoamericana es una condición necesaria para poder romper las cadenas de las corporaciones.
Los avances necesarios no serán posibles tan solo de la mano de «políticas públicas», sino a través de una ofensiva popular contra las corporaciones, no solo resistiendo desalojos sino avanzando en ocupaciones de tierra; y en las comunidades y tierras conquistadas, avanzar con nuestra propuesta campesina, con técnicas agroecológicas y agroindustria local, donde, sin explotación, la juventud rural tenga trabajo digno. Es clave la movilización y el protagonismo popular en las calles, debatiendo y colocando, desde ahí, nuestro programa, articulando con los sectores urbanos nuevas dinámicas de mercados populares, construyendo, junto a sindicatos y movimientos, organizaciones de «consumidores» que faciliten el acceso a los alimentos.
La lucha contra las leyes de privatización de las semillas, el uso de agrotóxicos y transgénicos y el trabajo esclavo, debe ser frontal y sin tregua, buscando todas las alianzas posibles.
El mayor desafío es la unidad de los sectores populares, de las y los trabajadores, las y los excluidos, los estudiantes, indígenas campesinos, y de todas las formas sociales en que el neocapitalismo fragmentó a los pueblos; para ello los procesos de formación y de comunicación popular son estratégicos. Reconocernos en las diversas luchas, convertir esas luchas en nuestras luchas. Nuestra gran tarea no es la del corto plazo, es el horizonte, quizás un poco más lejano, por el que debemos caminar, para seguir construyendo la dignidad, la justicia y la libertad.
Las campesinas y campesinos, indígenas, hemos demostrado, y nos hemos demostrado a nosotros mismos, que, de la mano de la organización y la lucha, con solidaridad, dignidad y memoria, nada puede detener el caminar de los pueblos.
– Diego Montón y Deo Carrizo son miembros de la Coordinación Nacional del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI) de Argentina y de la Secretaría Operativa de la CLOC VC.
* Este texto es parte de la Revista América Latina en Movimiento, No., 496 de junio de 2014, que trata sobre el tema de » Políticas y alternativas en el agro en el año de la agricultura familiar» – http://www.alainet.org/