No es París o Tokio, Beijing o Nueva York. Ni es São Paulo o Río de Janeiro. Los entusiastas residentes de Porto Alegre, Brasil dirán que su modesta ciudad de 1,5 millones de habitantes en el sur del país es «el último bastión del socialismo y el rock and roll». Es más, en los mercados […]
No es París o Tokio, Beijing o Nueva York. Ni es São Paulo o Río de Janeiro. Los entusiastas residentes de Porto Alegre, Brasil dirán que su modesta ciudad de 1,5 millones de habitantes en el sur del país es «el último bastión del socialismo y el rock and roll». Es más, en los mercados públicos hay kioscos cubiertos con camisetas negras de Iron Maiden y la municipalidad durante mucho tiempo fue un baluarte del Partido dos Trabalhadores (PT,) brasileño. Pero en la actualidad Porto Alegre es más conocido en todo el mundo, especialmente entre los inclinados a tener una opinión crítica del capitalismo, el poder corporativo y la agresión militar norteamericana, como la sede original del Foro Social Mundial.
Hace cinco años, después de las protestas de Seattle a fines de 1999, pero antes de los ataques terroristas a las Torres Gemelas, miles de activistas convergieron en la ciudad para discutir los retos presentados por instituciones como Enron y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Con la quinta cumbre consecutiva de este año, la idea de celebrar una gran asamblea participativa del pueblo para contrastar con el Foro Económico Mundial -la exclusiva reunión anual de las elites económicas en Davos, Suiza- ya no es una novedad. El Foro Social ha atraído prácticamente a todo tipo de personalidades, desde poderosos jefes de estado hasta los más humildes contra-culturalistas. Es posible que los más ingenuos de los 155 000 que asistieron este año (según cifras de los organizadores) hayan sido los periodistas que llegaron para ver el tan mencionado evento, como si hubiera emergido de manera espontánea y sin precedente de las tierras bajas gauchas.
Sin embargo, aunque este año no haya sido el del primer Foro Social Mundial, hay indicios de que será el último de Porto Alegre, al menos en el futuro predecible. La famosa actitud progresista que trajo el Foro a Porto Alegre fue puesta en duda cuando un alcalde anti-PT, José Fogaça, ganó las elecciones el otoño pasado. Reconociendo que las multitudes del Foro son una buena inyección económica para la ciudad, el Sr. Fogaça atenuó sus críticas anteriores a la cumbre como un «Disneyland ideológico». Pero otras ciudades están pidiendo que les den la oportunidad de ser la sede del evento. (Aunque cuatro de los finco Foros han sido realizados en Porto Alegre, el evento del 2004 se celebró en Mumbai, India.) Además, estas celebraciones se supone que se hagan más espaciadas. La reunión global unificada se está realizando bienalmente; el año próximo los organizadores se dedicarán a realizar foros a nivel regional.
La pregunta acerca de Porto Alegre -y acerca del quinto aniversario del Foro- es, por tanto, ¿qué ha sido del evento que se consideraba sinónimo del nombre de la ciudad? ¿Y hacia dónde va el Foro Social Mundial, considerado alternativamente como un laboratorio de visión progresista y un Woodstock político en vías de rápida petrificación?
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«Soy un militante político», dijo el presidente brasileño Luiz Inácio «Lula» da Silva», vestido con una chaqueta blanca mientras dirigía la palabra a un estadio repleto de gente durante el primer
día de talleres. «Este es mi lugar». Minimizando a los seguidores del PT que vitoreaban a Lula, la prensa exageró el impacto de un pequeño pero enérgico grupo de manifestantes que criticaban al presidente por seguir pagando la deuda externa de Brasil y por no negar las políticas económicas recetadas por el FMI. Sin embargo, es cierto que el Presidente, un ex obrero metalúrgico y líder sindical que muchos consideraban un icono izquierdista cuando tomó posesión hace dos años, fue escudriñado críticamente por una variedad de paneles durante la semana. Como anteriormente, Lula asistió a Davos este año. Fue allí, dijo, en una misión para enfrentarse a los líderes ricos con la misma exigencia de erradicar la pobreza que defendió en Porto Alegre y para elaborar una «nueva geografía» de la política en la que los países del Sur no tengan que ser considerados inferiores.
También es cierto que Lula no tuvo una recepción tan entusiasta en el Foro como la del Presidente venezolano Hugo Chávez, que realizó un discurso en el mismo estadio repleto el último día de los talleres. Con una camiseta de Che Guevara tan roja como las boinas de su omnipresente guardia de seguridad, Chávez no estaba tan inclinado como Lula a hablar de una «sociedad» con el Norte y sí más propenso a denunciar al «imperialismo». En una conferencia de prensa antes del mitin, Chávez declaró que el Foro Social es uno de «los eventos políticos más importantes de los que se celebran en el mundo cada año», invocó su «revolución bolivariana» y calificó al intento de golpe de estado de 2002 en su contra como «Made in USA». La Sra. «Condoleezza Rice», bromeó, «puede decir que Hugo Chávez es una fuerza negativa en Latinoamérica. ¡Yo digo que el gobierno de Estados Unidos es la fuerza más negativa que existe hoy en el mundo!»
Mientras los dos presidentes iniciaban y clausuraban el Foro, decenas de otros oradores dirigían paneles que se celebraban simultáneamente bajo tiendas y en almacenes distribuidos en un área de casi cinco kilómetros en las márgenes del río Guaiba de Porto Alegre. En años anteriores el Foro se celebró en la Universidad Católica de la ciudad y en la mañana los participantes se juntaban en grandes plenarios para escuchar a oradores programados. Este año todo el evento adoptó la forma de sesiones de talleres «auto-organizados». Aunque se consideró una victoria de la planificación democrática, esto minimizó el sentido de un propósito común de la cumbre. El sentimiento mayoritario era de que había muchos foros, grandes y pequeños, que se celebraban al mismo tiempo.
«Hace tres años todo el mundo estaba hablando del Plan Colombia; hace dos años se hablaba de Irak», me dijo una amiga que ha participado en varios foros de Porto Alegre. Para este año ella identificó el derecho al agua pública limpia como el tema emergente del Foro. Pero con un programa de varios cientos de páginas con el listado de paneles acerca de los retos de la pobreza global, comercio, guerra y deuda, así como en software de Fuente Abierta, el tráfico de mujeres y niñas y el impacto de la cultura en el cambio social, cualquier intento por identificar un solo enfoque necesariamente sería arbitrario.
La presencia de Lula y Chávez presentó su propio tema de discusión y su propia sugerencia de hacia qué debe derivar el Foro: el poder estatal. A diferencia de «Disneyland», uno de los cambios más significativos en Latinoamérica en los últimos años es la ascensión de gobiernos pro-izquierda -no sólo en Brasil y Venezuela, sino también, en diferente medida, en Argentina, Uruguay, Ecuador y Chile.
El cambio presenta un reto al movimiento de globalización, que siempre ha tenido una relación difícil con el estado. Por una parte, algunos que argumentan en contra del poder de instituciones financieras a quienes no se les puede pedir cuentas han apoyado acríticamente el principio de la soberanía del estado diciendo que los gobiernos elegidos debieran poder decidir por sí mismos qué políticas económicas deben implantar. Esta posición se hace problemática para los que luchan en países gobernados por elites derechistas. Por otra parte, la sospecha anarquista de cualquier compromiso con el estado excluye algunas alternativas reales al neoliberalismo -logros como los programas sociales de redistribución en Venezuela y la decisión de Argentina de desafiar al FMI y congelar la mayoría de sus pagos de la deuda.
Hasta ahora el reglamento del Foro, que al menos formalmente prohíbe la participación de partidos políticos, se ha mantenido firme. Los que vitorearon las reformas social demócratas de Chávez citaron la participación activa a nivel local como la parte más positiva de la transformación del gobierno. E incluso los inclinados a defender a Lula dijeron que se necesita la presión para que el estado se enfoque en las necesidades de la mayoría pobre de Brasil. Durante cada discurso presidencial las decenas de otros paneles discutían acerca de cómo generar esa presión -y cómo aplicarla a todos los gobiernos, no importa cuán amistosos.
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«Quizás si yo fuera más joven», me comentó un activista veterano, «soportaría mejor el calor». El verano de fines de enero en Porto Alegre fue implacable. Los brasileños andaban por el sofocante espacio de áreas de talleres bajo las tiendas con el pecho desnudo, pantalones Bermuda y faldas, considerando el Foro como una playa. Para los menos aclimatados, una nueva mañana pudiera traer una nueva disposición a creer que las semillas de una nueva sociedad estaban siendo sembradas en los muchos mítines diarios. Pero una tarde de radiación solar tenía su forma de intensificar la ambivalencia de uno de si todo aquello valía la pena.
Mientras que Lula brindaba un lugar donde comenzar, no estaba claro adonde había que pasar después para tratar de que el caluroso y gran festival tuviera sentido. Algunos de los nombres que aparecían en el programa y que eran más familiares para los norteamericanos -Arundhati Roy, Noam Chomsky, Naomi Klein, incluso Kofi Annan- no se materializaron en los lugares y horas prometidos y su presencia en Brasil nunca fue confirmada. Sin embargo, hubo grandes figuras. Entre los oradores brasileños la gente se congregó alrededor de la estrella del pop con trenzas y Ministro de Cultura Gilberto Gil, el escritor Frei Betto y el teólogo Leonardo Boff.
Si el poder estatal representó una primera concepción posible del objetivo final del Foro, algunos de estos prominentes oradores finalmente brindaron una segunda sugerencia de hacia dónde va el evento: una agenda común para la acción política.
Durante un evento titulado «Utopía y Política», el Premio Nóbel José Saramago y el afamado autor Eduardo Galeano (miembros ambos de un panel típicamente masculino) tuvieron un intercambio contencioso acerca de la relevancia de Don Quijote para los activistas de hoy. Mientras el público abarrotaba los pasillos de un gran auditórium, Galeano celebraba las paradojas de un mundo en el cual una novela atesorada durante siglos había comenzado su vida en prisión, «porque Cervantes estaba endeudado, como estamos nosotros en Latinoamérica». Él defendió el impulso utópico como una fuerza para el cambio social, al citar la declaración del Che en la última carta a sus padres: «Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante», el caballo del Quijote.
Saramago no estuvo de acuerdo. «Considero el concepto de utopía peor que inútil», argumentó. «Lo que ha transformado el mundo no es la utopía, sino la necesidad». También, «El único momento y lugar en que nuestro trabajo puede tener impacto -donde podemos verlo y evaluarlo- es el mañana? No esperemos por la utopía «.
El ethos del Foro pudiera parecer estar a favor de la opinión de Galeano. El reglamento del evento indica que no es un cuerpo deliberativo; no adopta posiciones oficiales en nombre de la asamblea. Sin embargo, la defensa de Samarago de las exigencias a corto plazo recibió una ovación. Y al final de la semana, un grupo de diecinueve notables participantes, incluidos ambos escritores, dieron a la publicidad un documento titulado «Manifiesto de Porto Bello». Entre sus propuestas, la plataforma de doce puntos pedía la cancelación de las deudas, un impuesto Tobin sobre las transferencias financieras internacionales, control local del suministro de alimentos y la democratización de las instituciones financieras internacionales. «Confiamos en que la gran mayoría de los participantes del Foro estén de acuerdo con esta propuesta», dijo a los reporteros Ignacio Ramonet, editor de Le Monde Diplomatique.
Inmediatamente los críticos declararon que el documento de los famosos contravenía el carácter «horizontal» del Foro. Algunos firmantes, como el organizador brasileño del Foro Chico Whitaker, se esforzaron por enfatizar que la propuesta era sólo una de las que surgirían. (La declaración final de prensa del Foro indicó crípticamente que «hasta ahora» se han recibido «352 propuestas».) Sin embargo, otros, como Ramonet, aclararon que consideraban que tal plataforma unificadora es esencial para que el Foro avance como fuerza política.
Ramonet tiene razón en considerar que su manifiesto probablemente sea aceptado por la mayoría de los participantes; probablemente también tenga razón en que la ausencia de un programa de acción bien definido acelerará el sentimiento de que las cumbres mundiales repetidas están perdiendo vigor. Al mismo tiempo, su Grupo de 19 señaló un verdadero problema. A falta de mecanismos formales de representación, todos los esfuerzos por ejercer liderazgo en el foro deben provenir de órganos auto-seleccionados. Cuando no emanen de los principales oradores, los esfuerzos por establecer una agenda este año probablemente hayan emanado de importantes ONG. Oxfam y Salven a los Niños, por ejemplo, estuvieron entre los que usaron el Foro como ocasión para anunciar un Llamado Global de Acción Contra la Pobreza, que Lula apoyó y que recibió gran atención por parte de los medios.
Algunas de las principales críticas al Foro que han emergido en los últimos años se han referido tanto al oscuro papel de los organizadores del evento como al poder de las ONG bien financiadas. Las críticas tienen algún mérito, pero terminan por subrayar el hecho de que el evento es auto-selectivo en su conjunto. Ochenta y cinco por ciento de los participantes en el Foro a través de los años han provenido del país anfitrión. Este año los brasileños dominaron de nuevo, con los vecinos de Uruguay y Argentina como parte de delegaciones prominentes. Para el resto el costo del combustible de aviones a reacción fue una importante consideración. Es quizás inusual que más sindicalistas no hayan asistido al foro, pero no que gran número de miembros de ONG asistan. Editores de periódicos progresistas, profesores y funcionarios de fundaciones también podrían llegar. Pero cuando se trata de participación de organizadores comunitarios, particularmente los del Sur global, es sorprendente que su presencia como una pequeña pero visible minoría se haya mantenido.
Los participantes que estuvieron más cerca de formular agendas compartidas sin presiones desde arriba fueron los que se mantuvieron unidos en talleres de asuntos específicos. Los activistas contra la guerra acordaron en los días 19 y 20 de marzo la celebración de días internacionales de acción coordinada. (Los planes de las protestas masivas del 15 de febrero de 2003 nacieron, de manera similar, en un foro social.) Y varios observadores citaron el progreso de los ambientalistas hacia una estrategia acerca del cambio climático como un importante esfuerzo conjunto.
Si estos avances son suficientes para justificar un viaje hacia el verano brasileño, o si es necesario un manifiesto para salvar al Foro es tema para continuar el debate.
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Cuando se celebraba en su campus, los católicos enlentecieron significativamente la venta de camisetas revolucionarias en el Foro Social Mundial. Sin tal influencia represiva este año contra el comercialismo, los kioscos de comida y los vendedores de souvenirs se alineaban a lo largo del río y a través de los espacios de los talleres en Porto Alegre. La presencia de un Campamento Juvenil en medio del Foro influyó aún más en que hubiera una atmósfera como de feria. Esta amplia ciudad de tiendas de campaña dentro de otra ciudad albergó a 35 000 jóvenes. Allí los transeúntes podían ver ensayar a malabaristas y bandas de tambores, fogatas tarde en la noche y la Casa de Hip Hop cubierta de graffiti.
Es comprensible que el aspecto carnavalesco del evento haya sido criticado por los que desean que el Foro desaparezca. Pero esos lugares abiertos también brindaron espacio para que los participantes pasearan, se reunieran o se quedaran. Si los presidentes y los asistentes a los estadios ocuparon el «mayor» foro social, con las ONG expertas en publicidad en segundo puesto, estos lugares brindaron oportunidad a las interacciones menores. Y fueron los pequeños momentos, en vez de la inclinación del Foro por la espectacularidad, lo que ayudó a suavizar parte de mi escepticismo acerca del evento.
«Caminar entre sesiones con un senador italiano hablando de ideas acerca de nuestras campañas ambientalistas -eso fue lo que obtuve del Foro», me dijo un amigo.
En una recepción brindada por Justicia Global de Base (Grassroots Global Justice), una delegación de representantes de iniciativas comunitarias de todo Estados Unidos, los participantes me dijeron que sus interacciones con otros activistas habían sido «inspiradoras», e incluso «transformantes».
Cuando Linda Sippio, una líder del Centro de Trabajadores de Miami, visitó una granja cerca de Porto Alegre que había estado ociosa y había sido tomada por el Movimiento de los Sin Tierra (MST) de Brasil, ella reconoció vínculos con la lucha de su propia gente por mantener posiciones en sus vecindarios de la Florida que rápidamente se vuelven de clase media.
«Estamos conociendo a grupos brasileños que se están organizando como lo hacemos nosotros, y les estamos mostrando nuestro apoyo», dijo ella. «Eso nos ayuda a ambos a incrementar nuestro poder».
Pasear por el espacio del Foro podía producir sorpresas agradables. Una colega del Instituto para Certeza Pública, Zeynep Toufe, dijo que se sentía «cansada, calurosa, con mucho sueño», cuando tropezó con un panel vespertino acerca de derechos a la tierra y de las «castas intocables» de la India. Inesperadamente fue sorprendida por el testimonio ofrecido acerca de los que viven en la calle y carentes de todo.
«Era tan ausente de cinismo que yo no sabía qué sentir», informó. Y cuando rompieron a cantar, dijo ella, «fue una de las instancias más sinceras, menos urdida que yo haya presenciado de gente gritando consignas? Traté de explicar el privilegio que sentí por estar en su presencia».
El Profesor Laurence Lessig, de Stanford, guru del software gratuito, escribió en su sitio «blog» de cómo caminó por el Campamento Juvenil con el Ministro de Cultura Gilberto Gil. Indignados jóvenes alternativamente increparon a Gil exigiendo que la radio fuera gratuita (a Gil le encantó el debate) y le pidieron que cantara canciones de su obra pop (todo el mundo cantó con él).
«Aquí hay un ministro del gobierno, cara a cara con seguidores y opositores», escribió Lessig. «No hay ‘zona de libertad de palabra’. No hay armas de fuego, no hay hombres de uniforme negro, ni pánico y sí mucha prensa. Imaginen».
En otro lugar observé a un grupo de estudiantes de secundaria que acercaron sillas en medio de la muchedumbre que no cupo en un almacén repleto de público donde varios teóricos estaban hablando. No podíamos ver a los panelistas, pero un sistema de sonido llevaba sus palabras por encima del calor asfixiante. Se me ocurrió que era una escena extraordinaria. Ver a aquellos adolescentes bajo el sol quemante, escuchando atentamente una conferencia imposiblemente abstracta por el co-autor de Imperio, Michael Hardt, es suficiente para obtener nueva fe en la paciencia y dedicación de la nueva generación.
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Pocos progresistas dirían que el Foro Social Mundial no tiene fallas. Pero pocos, incluso entre los críticos, asegurarían que los movimientos estarían mejor si dejara de existir. Evaluar el evento implica mezclar las críticas con el potencial, que a menudo termina en un insatisfactorio tono de gris.
¿Qué puede decirse entonces de manera definitiva del estado del Foro?
El concepto original del evento se mantiene firme. Es positivo tener un lugar donde esos movimientos sociales que surgen de la esperanza y la necesidad de converger, un lugar que invite a la gente que sacrifican su energía en pro de estos movimientos a que ideen estrategias transnacionales para enfrentar los problemas globalizados. En contra de las riquezas de Davos, hay necesidad de un lugar que obtenga legitimidad de su carácter participativo.
Como espacio positivo, no fundado como protesta masiva frente a una reunión de la Organización Mundial del Comercio o del Fondo Monetario Internacional, el Foro sigue brindando una oportunidad única para idear una agenda alternativa de globalización. Su influencia sobre Davos, donde las elites están ahora fotografiadas pensando en problemas de pobreza y SIDA, ha sido innegable.
El Foro aún está creciendo; cada año ha sido mayor que el anterior. No se han estancado en este aspecto. Aumentará su pertinencia reclutando activamente a los líderes de movimientos sociales -haciendo esfuerzos por buscar un balance con los miembros que ya asisten como representantes autoelegidos- y buscando tiempo para el diálogo que no se base en el modelo normal de un panel universitario de conferencia.
El Foro necesita seguir siendo inesperado. Es correcto programarlo cada dos años; el evento anual se estaba volviendo demasiado rutinario, demasiado familiar. Y fue un error regresar a Porto Alegre. El Foro ganó mucho en su viaje a Mumbai, y su avance requiere que continúe incorporando una mayor representación de otras partes del mundo. El Foro de 2007, que será celebrado en África, promete mucho por esta razón.
La necesidad de avanzar no es una verdad totalmente feliz. La última noche del Foro caminé a orillas del Guaiba sintiéndome vagamente decepcionado por las conferencias que había presenciado ese día. Pero entonces sentí una brisa que venía del río y miré alrededor a los grupos que paseaban en el atardecer. Un grupo en camisas de sindicatos estaba sentado en el contén, conversando con los vendedores de carne asada; unos luchadores de capoeira practicaban en la calle; satíricos de Bush promovían su sitio web; un círculo de personas frente a una tienda de derechos de los indios realizaba una danza. En ese momento me entristeció tener que dejarlo todo. Porto Alegre, sin duda, también se entristecerá.
— Mark Engler, escritor residente en la Ciudad de Nueva York, es comentarista de Foreign Policy in Focus (www.fpif.org). Se le puede contactar por medio del sitio web http://www.democracyuprising.com.
Traducido por Progreso Semanal.