Gracias a los cursos de la Consejería de Agricultura, Joan pudo reaccionar a tiempo. Asistió a varios talleres donde le contaron -con pelos y señales- cómo evitar inhalaciones procedentes de los fitosanitarios empleados en las tareas del campo, qué ropa llevar, qué mascarillas utilizar, cuándo y cuántas veces ducharse. Tan bien se lo explicaron, tan […]
Gracias a los cursos de la Consejería de Agricultura, Joan pudo reaccionar a tiempo. Asistió a varios talleres donde le contaron -con pelos y señales- cómo evitar inhalaciones procedentes de los fitosanitarios empleados en las tareas del campo, qué ropa llevar, qué mascarillas utilizar, cuándo y cuántas veces ducharse. Tan bien se lo explicaron, tan a fondo… que le salvaron la vida.»Estoy envenenando la tierra» dijo, y Joan se hizo ecoagricultor para no morir autointoxicado. Su pequeña parcela, fértil y sana, alimenta a decenas de familias y lo continuará haciendo durante muchos años. Sí, son pocas familias pero cada vez más, y son mucho más que todo lo que conseguirá el derroche de la agricultura industrial.
• Se encuentran en las calles y plazas de las ciudades, con sus equipos de naturalistas, cazamariposas, lupa, prismáticos… En frascos de cristal conservan -para que de ahí no salgan- a los malos bichos que mucho daño hacen al medio ambiente, como los bancos que especulan con las mejores tierras fértiles. Son activistas justicieros, invisibles, que no se dejan cazar.
• Le vemos pasar frente a nuestras casas una o dos veces al mes. Con su séquito, el Ministro de Medio Ambiente del Barrio va trabajando desde buena mañana. Recoge cartones de los contáiners o aquellos apilados en cualquier esquina, mientras sus perros olisquean y mean las basuras. Varios miles de árboles del planeta siguen generando sombra y oxígeno gracias al ecologismo de estos cartoneros pobres. Es poco pero son muchos y hacen más de lo que lograron todos los Ministros oficialmente nombrados con sus programas oficiales.
• El Ejército logró limpiar las costas gallegas de aquellos mazacotes de petróleo que el Prestige y la incompetencia política vertieron sobre el mar. Un ejército de seres humanos pacifistas y ecologistas que, sin coroneles ni órdenes de mando, ejerció cariño, ternura, afecto y respeto para su MadreMar. Nunca más.
• Si los acuíferos, ríos y lagos llevan y guardan algo de agua, aún, debemos agradecerlo a fantásticos proyectos que en importantes comidas de trabajo se contagian de boca a boca. «Este río lo desviamos por aquí, hacemos un pantano por allá y movemos de sitio estos pueblos», son disparates que NO se escuchan en las mesas del comedor escolar, donde un niño le cuenta a otro -hay que cerrar el grifo al lavarse los dientes, así tendremos agua todo el verano-. Es poco, pero son muchas niñas y niños, y logran más que muchos Departamentos económicamente bien dotados.
• El Rey del país que se presume defensor de la biodiversidad, posa con los animales que encuentra a su paso. Con un elefante que cazó quedó retratado. Sus súbditos insubordinados siguen su ejemplo pero al revés: en los huertos cultivan muchas variedades autóctonas y se intercambian semillas entre campesinas y campesinos; en los montes desahuciados recuperan razas locales de cabras casi extinguidas; y en pueblos abandonados hay asociaciones para cuidar del murciélago vulgar. Actúan como reyes para el reino animal y como príncipes para el reino vegetal. Es poco, pero como son muchos, les debemos mucho.
• El activismo ecologista de la gente, que parece irrelevante, anecdótico o minoritario, consigue mucho más que ministros, reyes, departamentos y consejerías, que mucho dicen que hacen pero mucho de lo que hacen, lo hacen mal.
Fuente: Revista Ecologista n 75 Noviembre 2012