El avión que reposa en la pista del aeropuerto de Manta cuesta nada menos que mil millones de dólares, casi el doble de todo el presupuesto de las Fuerzas Armadas ecuatorianas en el último año. Es uno de los tres Awac que la Fuerza Aérea de Estados Unidos (Usaf) tiene en el puerto manabita, y […]
El avión que reposa en la pista del aeropuerto de Manta cuesta nada menos que mil millones de dólares, casi el doble de todo el presupuesto de las Fuerzas Armadas ecuatorianas en el último año.
Es uno de los tres Awac que la Fuerza Aérea de Estados Unidos (Usaf) tiene en el puerto manabita, y que son parte de las operaciones del Puesto Avanzado de Operaciones (FOL) de Manta.
De estos, Estados Unidos tiene 27, según dice el mayor Rich Boyd, un tejano de 37 años, comandante del escuadrón Awac en el FOL de Manta. Habla un español fluido, casi sin acento.
Por eso él mismo hace de guía dentro de la sofisticada nave, que sirve para, desde el aire, monitorear todas y cada una de las conversaciones de radio y señales de radar en un radio de 200 millas mientras recorre la misión a la que ha sido asignada desde la base militar de Key West, el corazón estratégico de la lucha antidrogas.
El Awac lleva sobre su lomo un radar gigante, como un plato colocado sobre dos piernas metálicas. Este se divide en dos partes, y a la vez que recibe la información que absorbe de las ondas electromagnéticas, la procesa y compara con el registro de todas las aeronaves y barcos que surcan el cielo y el mar de esta parte de América del Sur.
Por dentro, es como un avión de pasajeros, pero en vez de asientos está lleno de equipos electrónicos, unos seis asientos para el descanso y otras seis literas de una plaza en los costados traseros.
Todo de color azul, blanco y gris: una nave dispuesta para que una tripulación de entre 20 y 25 militares vuele un promedio de 6 a 7 horas por misión.
Aunque el comandante Boyd asegura que una vez volaron 14 horas seguidas tras la pista de un barco, hasta cuando una de las patrullas marinas de su país la identificara y capturara.
Resultó ser un barco con seis toneladas de droga.
Ahora Boyd camina a lo largo del avión y muestra el centro de escucha, que tiene 13 asientos para igual número de operadores. Consolas llenas de botones intercomunicadores.
Desde ahí, los militares estadounidenses escuchan las conversaciones e identifican a todas las naves por un código electrónico que tienen todos los aparatos de transporte: «pero nuestra labor es mirar por los aviones y barcos que no tienen los códigos pero aparecen en las pantallas», dice el mayor. Boyd también tiene un asiento, que es el del Chief Battle o jefe de batalla.
Dos de estas consolas están ocupadas por, según el mayor, un oficial ecuatoriano de la Fuerza Aérea y un oficial de la Fuerza Aérea Colombiana. Vuelan juntos, asegura el estadounidense, y su tarea consiste en que una vez detectado el aparato desconocido, cada uno de ellos se comunica con los puertos y aeropuertos de su país respectivo para averiguar la identidad de la nave. Si esto no es posible, se inicia el proceso de interdicción marítima o aérea, según la presa.
¿Estos oficiales tienen total acceso a la información que se procesa en el Awac? Boyd asegura que sí, «tienen el derecho de ver lo mismo que nosotros. Están autorizados para ello, solo que no pueden cambiar los sistemas». Eso lo hacen solo los dueños del avión, por supuesto.
Es una sorpresa conocer que un oficial colombiano vuela junto a un ecuatoriano, aunque no quiere responder si el de la FAC se sube en Manta.
Pero aclara que ni el colombiano ni el ecuatoriano comparten la información, y explica que cuando el Awac sobrevuela el espacio aéreo ecuatoriano, el militar colombiano se retira de su consola y se va a los incómodos asientos de la parte de atrás, y viceversa. Algo así como un pacto no escrito, no al menos en el Convenio de la Base de Manta.
Eso sí, revela Boyd, en cada vuelo, para cada misión hay un oficial «escolta», cuya tarea es permanecer siempre cerca de los oficiales sudamericanos para hacer la «correcta traducción» de las comunicaciones para sus colegas latinos. Este escolta no es parte de la tripulación: llega directamente de Estados Unidos a supervigilar el proceso, con instrucciones reservadas.
Los oficiales ecuatorianos reciben la capacitación adecuada para formar parte de las misiones. «Unos 15 oficiales de la FAE han sido capacitados», dice el comandante.
Y uno más: un oficial ecuatoriano permanece destacado siempre en Key West, como enlace, asegura el nuevo comandante del FOL de Manta, coronel Javier Delucca.
A pesar de que lleve la tecnología más sofisticada del mundo, para lo que los críticos de la política estadounidense llaman «operaciones de espionaje electrónico desde el cielo», el avión y sus equipos son viejos, nada menos de 1966, es decir que lleva en el aire 30 años.
Los tres Awac que llegan a Manta requieren de 111 hombres para su mantenimiento y operación. Los tripulantes suman 60. Cada avión permanece en Manta un máximo de cuatro meses, y luego se va a sobrevolar cualquier otro destino.
En las misiones, los aviones o barcos que detectan «solo son un punto en el radar». Cada uno de los militares que ocupa las consolas trabaja un máximo de tres horas y descansan una media hora, por lo general durmiendo o leyendo un libro, no hay otra diversión. En la parte delantera del avión hay una consola más grande, una especie de cuarto, rodeado de miles de cables, y tubos plásticos: las arterias del Awac.
En esta permanece otro hombre que procesa la información de acuerdo con las instrucciones del comandante. Y luego está la cabina, aparentemente como cualquier otra, con sus pilotos y navegantes, pero como es un avión de guerra de los Estados Unidos, y este país está en guerra contra el terrorismo, hay también oficiales de inteligencia y una carpeta voluminosa al lado del piloto que dice: lista de terroristas más buscados.
El Awac también busca terroristas desde Manta. A la hora de nuestra visita, los pilotos permanecen en la cabina porque el avión está en mantenimiento; con sorpresa permiten la invasión del fotógrafo.
Son jóvenes, están con traje de combate y se muestran ceñudos: es la primera vez que los jefes del FOL de Manta permiten el acceso a la prensa a uno de sus aviones.
Cuando han enviado la información, la tripulación del Awac se desentiende de la misma. Ecuador no tiene que decirnos qué pasó con la información que entregamos, dice Boyd, a la hora de las reflexiones.
«Queremos lo mismo que Ecuador y Colombia, queremos capturar pero no podemos. Nuestra misión es vigilar, ver a los aviones y a los barcos, avisar y ver qué hacen», dice el comandante de retorno al comedor del FOL. Al tiempo, llega una moderna buseta llena de militares de EE.UU.
Es una misión lista para embarcar. Minutos después un avión similar al Awac, pero mucho más pequeño y de hélice, despega del aeropuerto de Manta. Es el P3, explica el jefe del escuadrón Awac, pero solo tiene cuatro consolas: esos van por los barcos y vigilan el océano, nosotros vamos por los aviones.
Excepto las instalaciones físicas y el personal de Dyn Corp, todo lo que tenga que ver en la lucha antidrogas es temporal en el FOL de Manta: las misiones aéreas, las tripulaciones militares, y los comandantes. Gary Gagliardi, un oficial oriundo de Miami, comandante saliente del FOL, explica el papel del FOL: simplemente es una pista con las mejores condiciones operativas para ocho plataformas, donde pueden llegar cuatro aviones grandes (tres Awac y un C-130 de transporte de tropas) y cuatro pequeños (por lo general dos P3 y dos de otro tipo).
Tienen las instalaciones adecuadas para mantener un personal de 400 hombres y mujeres, pero no todos las ocupan, solo están un máximo de 250, explica el comandante Gagliardi con un español claro pero trabajado con dificultad.
Hay un comedor donde todo es estadounidense, hasta la crema para desinfectarse las manos antes de pasar al self service, donde todo es también comida y bebida al estilo americano, excepto los cocineros y el personal de servicio.
Gagliardi y Delucca, juntos, explican lo que es la base: instalaciones para dormir, relajarse, ejercitarse, alimentarse y de seguridad, el cuerpo de bomberos más grande del Pacífico Sur, y las oficinas de operaciones: tres puntos apenas en la amplia fotografía de la moderna pista de Manta, que ha recibido una inversión de 70 millones de dólares;más los bomberos, el personal que emplean y todas las bondades que según ellos sobrevienen del apoyo al Ecuador en la lucha contra los «droguistas», como les dice Gagliardi.
Pero no es «solo» eso el FOL de Manta. El llamado 478 Escuadrón Expedicionario de Operaciones, que ahora manda Delucca, engloba a personal de la Fuerza Aérea de la Armada, de Aduana e Infantería de Marina. En total unos 230 tripulantes, agentes y personal de mantenimiento. Otros 240 trabajan para Dyn Corp en todos los servicios que necesite el escuadrón.
Pero el FOL es más que eso: es la plataforma para 250 operaciones y 2.300 horas de vuelo y que según Gagliardi ha sido responsable del 60% de las capturas de droga que pretendían entrar a Estados Unidos.
Eso y un Centro de Operaciones e Inteligencia, OIC.
Los comandantes se muestran abiertos y soportan con estoicismo las preguntas. Se nota que no están acostumbrados.
Hablan con libertad aunque prudencia de sus posturas personales de la lucha antidrogas.
Delucca considera que el FOL es clave para el Plan Colombia y lo dice refiriéndose a la lucha antidrogas. Gagliardi se esfuerza en separar las operaciones marítimas de la Armada de Estados Unidos en el puerto de Manta. Absolutamente nada tienen que ver, asegura.
Un funcionario de la embajada de Estados Unidos, que acompañó toda la visita, aclara que la llegada de los barcos es muy esporádica.
Pero ese mismo día las calles de Manta estaban llenas de marinos estadounidenses: tres barcos de guerra habían acoderado de forma simultánea. (JCCV)
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Tomado de ECUADORINMEDIATO
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