Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
La gira de Obama por Asia la semana pasada marcó un momento decisivo en geopolítica. En cada frente (diplomático, económico y estratégico) el presidente estadounidense dio curso a la confrontación con China ya que trató de reafirmar el dominio estadounidense en la región del planeta que crece más rápidamente.
En la Cumbre de Cooperación Económica Asía Pacífico Obama lanzó la Asociación Trans Pacífico, un pacto que tiene la función de garantizar que el comercio regional se lleva a cabo en los términos de Washington. En Canberra anunció el asentamiento de marines estadounidenses en el norte de Australia, junto con un mayor uso de las bases navales y aéreas australianas (la primera expansión militar estadounidense en Asia desde el final de la Guerra de Vietnam). A pesar de la oposición de China, en la Cumbre del Sudeste de Asia en Bali Obama consiguió el apoyo de los países del sudeste de Asia para forzar una discusión sobre el Mar del Sur de China, unas aguas territoriales discutidas que son de vital interés estratégico y económico para China.
En su discurso ante el parlamento australiano Obama hizo explícito el giro de su política exterior en relación a Asia. Explicó que tras una década de luchar guerras en Iraq y Afganistán «Estados Unidos estamos volviendo nuestra atención al vasto potencial de la región Asia-Pácifico». Obama anunció que había tomado una decisión deliberada y estratégica: «como nación del Pacífico, Estados Unidos desempeñará un papel más amplio y más a largo plazo en dar forma a esta región y a su futuro».
El giro hacia Asia no es una decisión reciente de Obama sino que proviene de los profundos cambios en la economía global que se reflejaron en la profunda insatisfacción de las clases dirigentes estadounidenses con la orientación estratégica del gobierno de George W. Bush. Bajo la capa de una «guerra contra el terrorismo», Bush había sumido a Estados Unidos en dos guerras desastrosas que minaron al ejército estadounidense, debilitaron a la diplomacia estadounidense y generado una inmensa oposición interna.
El apoyo de ambos partidos a las guerras reflejaba un amplio apoyo en Washington a la estrategia subyacente (garantizar la hegemonía estadounidense en Oriente Próximo y Asia Central sobre las mayores reservas de energía del mundo para poder chantajear a los rivales asiáticos y europeos de Washington). Sin embargo, lo que se había vendido como victorias fáciles se convirtieron en pesadillas. Aumentaron las críticas, especialmente por la incapacidad de Bush para contener la cada vez mayor influencia de China en Asia.
La expansión económica de China en la última década estuvo vinculada a una reestructuración fundamental del proceso de manufacturación tras la crisis financiera asiática de 1997-98. Las economías del este y sudeste de Asia se integraron cada vez más en cadenas de producción y distribución centradas en la producción en China. Entre 2000 y 2010 el comercio anual chino con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés) saltó de 39.400 millones de dólares a 292.800 millones. Estos procesos económicos encontraron su reflejo en acuerdos de libre comercio regionales y en la influencia cada vez mayor de China en foros como ASEAN, ASEAN+3 y la Cumbre del Este de Asia, reuniones a las que Estados Unidos o bien no pertenece o bien no asistió.
La llegada de Obama a la presidencia fue respaldad por poderosas secciones de la clase dirigente estadounidense que tenían relación con la política exterior como un medio de sacar a Estados Unidos de Iraq y Afganistán y de preparar una campaña agresiva en la económicamente dinámica región Asia-Pacífico. En medio de la crisis financiera global de 2008-09, incialmente Obama tuvo que aplacar a China-con altos cargos estadounidenses viajando a Beijing para urgir al «banquero de Estados Unidos» a comprar más bonos estadounidenses.
Sin embargo esta fase pasó rápidamente. El gobierno Obama firmó el Tratado de Amistad y Cooperación ASEAN-algo que Bush se negó a aceptar-y logró ser admitido en los foros basados en la ASEAN. En julio de 2009 la secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton declaró en la cumbre de la ASEAN que Estados Unidos había «vuelto al Sudeste de Asia». En una reunión de la ASEAN celebrada el año pasado Clinton afirmó que Estados Unidos tenía «intereses nacionales» en las disputas regionales en el Mar del Sur de China, lo que llevó al ministro de Exteriores chino Yang Jiechi a declarar que las afirmaciones de Clinton eran «prácticamente un ataque a China». Los esfuerzos diplomáticos estadounidenses se han dirigido no solo a establecer aliados sino a sacar a países como Birmania de la esfera de influencia de China.
Al igual que en Oriente Próximo, el abrumador foco de atención del gobierno Obama en Asia se ha centrado en fortalecer la postura militar estadounidense. En los dos últimos años ha ido aumentando las relaciones estratégicas y militares en la región, particularmente con Japón, India y Australia. Estados Unidos ha suministrado barcos de guerra a Filipinas, celebrado unos ejercicios conjuntos sin precedentes con Vietnam, anunciado una vasta nueva venta de armas a Taiwan y eliminado la prohibición de colaboración estadounidense con las mal reputadas fuerzas especiales Kopassus. El año pasado el gobierno Obama apoyó a Japón en su tenso pulso con China en relación a la detención de un capitán de barco de pesca chino en aguas en disputa y declaró provocativamente que Estados Unidos estaba obligado bajo tratado a apoyar a japón en cualquier conflicto.
La estrategia del Pentágono sigue centrada en controlar los suministros de energía. Sin embargo, en vez de tratar de situar a Oriente Próximo bajo su completo dominio político, Estados Unidos está confiando en su fuerza militar para dominar las vitales rutas de transporte marítimo de energía y materias primas de China desde Oriente Próximo y África a través de cuellos de botella clave (sobre todo el Estrecho de Malaca) hacia el Mar del Sur de China. Estos planes recuerdan la manera como Estados Unidos explotó su potencia naval para imponer un bloqueo a Japón en 1941, lo que desencadenó una cadena de acontecimientos que llevaron a la Guerra del Pacífico.
Dos significativas bajas políticas ponen de relieve la intensidad de la campaña estadounidense en Asia. A pesar de todo lo que Obama habla de «democracia», su gobierno no ha admitido oposición alguna, ni siquiera de sus aliados mas estrechos. La Casa Blanca tuvo que ver con la dimisión del primer ministro japonés Yukio Hatoyama en junio de 2010 y un mes después con el golpe del Partido Laborista que echó al primer ministro australiano Kevin Rudd. El «crimen» de Hatoyama fue oponerse a que se mantuviera la base estadounidense clave de Okinawa. El de Rudd fue ofrecer facilitar una mejora de relaciones entre China y Estados Unidos. Ambos fueron reemplazados por figuras incondicionalmente pro estadounidenses.
La fuerza impulsora de esta peligrosa confrontación es la relativa decadencia económica del imperialismo estadounidense y el auge de China. Estados Unidos esgrime temerariamente su potencia militar para compensar su debilidad económica mientras trata de mantener su dominio global. A pesar de sus asombrosos índices de su crecimiento económico China se encuentra sacudida por contradicciones económicas y sociales, por encima de todo, el explosivo desarrollo de la clase trabajadora china. Beijing ya no puede permitirse hacer concesiones a Washington, no más de lo que Estados Unidos puede permitirse ceder una esfera de influencia asiática a China. El empeoramiento de la crisis económica global ha magnificado estas tensiones ya que cada potencia trata de reforzar su postura a expensas del otro.
Algunos astutos comentaristas burgueses ya han tratado de trazar paralelismos históricos. En un artículo publicado el pasado viernes [18 de noviembre] el editor del Financial Times Lionel Barber explicaba: «A lo largo de los tiempos la fuente del conflicto ha sido la incapacidad de acomodar a los poderes emergentes o, más bien, la incapacidad de los poderes emergentes para acomodarse al sistema estatal existente». Tras señalar las guerras mundiales desencadenadas por el auge de Alemania y Japón, advertía de los «peligros de un error de cálculo mutuo» por parte de Estados Unidos y de China. Barber pedía un Klemens von Metternich modero para ajustar las relaciones entre las potencias del Pacífico, como hizo el príncipe austriaco en Europa tras las guerras napoleónicas.
Sin embargo, el siglo XIX fue un periodo histórico diferente. La época del imperialismo que irrumpió en agosto de 1914 ha estado marcada por dos guerras mundiales y ahora por la amenaza de una catástrofe aún más devastadora. La única manera de evitar la guerra es abolir sus causas originarias: el sistema de beneficio y la división del mundo entre Estados nación capitalistas rivales. El Comité Internacional de la Cuarta Internacional es la única fuerza política que busca unir, educar y movilizar a la clase trabajadora internacional para esta tarea histórica.
Fuente: http://www.wsws.org/articles/2011/nov2011/pers-n24.shtml