Demasiado corazón. Ese es el problema. Ocultamos su latido con los ruidos de nuestra escandalosa existencia, intentamos vivir sin sentirlo, sin sentido, pero tenemos un gran corazón. ¡Y ahí nos duele! Desconocido. Complejo. Sin manual de instrucciones. ¿Para cuándo una asignatura que enseñe a usar el corazón? El primer trabajo del día, asomarse al espejo […]
Demasiado corazón. Ese es el problema. Ocultamos su latido con los ruidos de nuestra escandalosa existencia, intentamos vivir sin sentirlo, sin sentido, pero tenemos un gran corazón. ¡Y ahí nos duele! Desconocido. Complejo. Sin manual de instrucciones. ¿Para cuándo una asignatura que enseñe a usar el corazón?
El primer trabajo del día, asomarse al espejo y arreglarnos el corazón: limpiar las válvulas, peinar las aurículas, pintar la raya de la aorta… En el sureste mexicano, los indígenas, cuando quieren saber qué tal estás, te preguntan «¿cómo está tu corazón?». Tu alma. La pila de los sentimientos.
Médicos del Hospital de Bellvitge, en Barcelona, implantaron el pasado 5 de junio el primer corazón artificial estatal a María Cinta, una mujer de 43 años. La paciente tenía una insuficiencia cardiaca terminal, no respondía al tratamiento farmacológico y tampoco podía someterse a un transplante. El dispositivo colocado, de 12 centímetros de longitud y 3 de diámetro, va recubierto de titanio y sustituye a su ventrículo dañado. El corazón coraza funciona. María está viva y en un par de meses regresará a su casa.
Un corazón a 220. El aparato funciona con unas baterías externas que se alimentan con corriente eléctrica. Pesan dos kilos y cada una tiene de autonomía hasta cuatro horas. María Cinta llevará su pila a cuestas, en una mochila, y, según sus médicos, podrá hacer una vida relativamente normal, «aunque no le recomendaremos que vaya de excursión al campo o que haga esfuerzos». Su esperanza de vida, antes de la operación, era de unas pocas semanas. Hoy es una incógnita. En todo el mundo hay instalados 375 corazones artificiales como el suyo. El más longevo, de momento con siete años de palpitaciones, todavía late en un ciudadano estadounidense.
«Corazón es una palabra que puede cesar», advierte el argentino Juan Gelman en un reciente poema sobre la destructiva conquista de Irak. Demasiado corazón. Ese es el problema. Y, aunque parezca absurdo, también la única solución. Nuestra salvación. A más corazón, más vida.