1. Hace un año, el asesinato de Rafiq Hariri volvió a situar al Líbano en el huracán de la atención internacional. En el centro de Beirut todavía permanece el gran agujero que produjo el atentado mortal contra el antiguo primer ministro, el 14 de febrero de 2005: además de Hariri, murieron veintiuna personas más. Toda […]
1. Hace un año, el asesinato de Rafiq Hariri volvió a situar al Líbano en el huracán de la atención internacional. En el centro de Beirut todavía permanece el gran agujero que produjo el atentado mortal contra el antiguo primer ministro, el 14 de febrero de 2005: además de Hariri, murieron veintiuna personas más. Toda la zona está rodeada por soldados del ejército libanés. No lejos de allí, frente a la nueva mezquita azul, reposan ahora los cadáveres de Hariri y de los hombres que le acompañaban. El ex primer ministro (ejerció el cargo entre 1992 y 1998, y, de nuevo, entre 2000 y 2004), había nacido en Sidón, en 1944, e hizo fortuna en Arabia; a finales de los años setenta, creó su Fundación Hariri de Cultura y Educación, con la que consiguió gran influencia social: dominó la política libanesa desde el cambio estratégico que trajo, también para Oriente Medio, la desaparición de la URSS.
Para investigar el asesinato de Hariri fue nombrada una Comisión Internacional, pero su muerte no ha sido la única en Líbano, en los últimos tiempos: además de Hariri, varias personalidades contrarias al poder sirio en Líbano han sido asesinadas, entre ellas, Samir Kassir, el dirigente comunista Georges Haoui, y el periodista Gebran Tueni (cuya fotografía domina hoy el centro de Beirut). El hijo de Hariri, el jeque Saad Hariri dirige ahora el partido Mustakbal, que había fundado su padre y que dispone de mayoría en el Parlamento. Vive con frecuencia en el extranjero, en París. Saad Hariri, que se ha entrevistado recientemente con Condoleezza Rice, mantiene que el asesinato de su padre fue organizado por Siria y que es el precio que Líbano ha pagado por la libertad: las tropas sirias se han retirado del país y el detonante para ello fue la muerte de su padre. Así, de creer su análisis, el gobierno de Damasco habría conseguido lo contrario de lo que se proponía, en una desastrosa operación estratégica: si el asesinato de Hariri tenía como objetivo eliminar obstáculos a la presencia siria en Líbano, paradójicamente, la aventura se ha cerrado con la retirada de sus fuerzas.
La Comisión Internacional creada para investigar el asesinato, centra todas sus investigaciones en la pista siria. Sin embargo, existen otros indicios: el asesinato de Hariri se produjo en medio de una intensa campaña internacional contra Siria, organizada por Estados Unidos, que acusaba al país árabe de complicidad con la resistencia iraquí, de injerencia en los asuntos del Líbano, de cooperación con el terrorismo internacional, y de apoyar a grupos armados palestinos. De hecho, la muerte de Hariri fue muy oportuna para aumentar la presión sobre Siria. En la hipótesis de que hubiera sido organizada por los servicios secretos sirios, eventualidad que no hay que descartar, su incompetencia y falta de visión estratégica llegarían a cotas grotescas.
Las pistas que llevan a Siria son, de todas formas, sólidas. Ghazi Kenaan, ministro del Interior sirio, se suicidó en las oficinas del ministerio, en Damasco, a consecuencia del asunto Hariri, y altos funcionarios libaneses de los servicios secretos, próximos a Siria, fueron detenidos. Para acabar de involucrar a Damasco, el antiguo vicepresidente sirio, Abdel Halim Jaddam (estrecho colaborador de Hafez el-Assad en el pasado, Jaddam se distanció de su hijo, Bachar el-Assad, actual presidente sirio y, hoy, significativamente, vive exiliado en París, protegido por los servicios secretos franceses), ha acusado a Bachar el-Assad de haber dado las órdenes para matar a Hariri. Sin embargo, no hay que descartar la posibilidad de que Estados Unidos o Israel estén detrás del asesinato de Hariri. Las operaciones políticas a varias bandas son habituales en Oriente Medio. Cuando Damasco, forzada por la ONU, retiró sus tropas del Líbano, Washington cantó victoria: se sumaba a otros triunfos norteamericanos en la zona, y creía que serviría para aumentar su control; en su propaganda, llegó a equiparar las manifestaciones libanesas a las de Ucrania, hablando de la «revolución de los cedros» (etiqueta ideada en Washington, como las teledirigidas revolución naranja en Ucrania y la revolución de las rosas en Georgia) y del avance de la democracia en Oriente Medio, en un zafio intento diplomático para ligar los acontecimientos libaneses a la evolución iraquí. Recuérdese que uno de los argumentos, elaborados a posteriori, para justificar la invasión de Iraq era la supuesta expansión de la democracia en la zona que traería el derrocamiento del régimen de Sadam.
Esas previsiones eran un espejismo. Meses después, Hezbolá se integraría en el gobierno libanés, Hamás ganaría las elecciones en Palestina y la situación en Iraq continúa fuera de control. Todo parece indicar que, tras la dura presión durante los meses posteriores al asesinato de Hariri, Washington duda ahora sobre los pasos a seguir. Siria está en su lista de gobiernos a derrocar, pero las necesidades estratégicas imponen a veces prioridades. Por otra parte, un año después del asesinato de Hariri, algunas fuentes especulan con un supuesto acuerdo, entre bastidores, de la diplomacia norteamericana y el régimen de Damasco: así, Estados Unidos forzaría la práctica paralización de las investigaciones sobre la muerte de Hariri, a cambio de la colaboración de Siria para la pacificación de Iraq, por el procedimiento de utilizar la influencia de Damasco sobre los chiítas iraquíes de Moqtada Sadr para que no colaboren con la resistencia iraquí, y dificultando su acción desde territorio sirio. Al parecer, Siria ha detenido ya en su frontera a un número significativo de rebeldes iraquíes. Pero las tensiones continúan: ambos gobiernos desconfían de los verdaderos propósitos del otro, y, por ello, Siria decidió en febrero pasar a utilizar el euro, en vez del dólar, en sus acuerdos comerciales, para resguardar sus intereses en el supuesto de que, finalmente, Estados Unidos decida imponerle nuevas sanciones. El primer ministro sirio, Muhammad Nayi Atari, anunció también el trasvase de los recursos públicos sirios a euros, además de utilizar la moneda europea en los futuros contratos de todo tipo.
El Líbano vive una calma aparente, pero la tensión es inocultable. El general Michel Aoun, antiguo primer ministro, considerado el dirigente de la comunidad cristiana libanesa, que ha pasado quince años en Francia exiliado, regresó en mayo de 2005 al país, tras la retirada siria. Aoun, opuesto a Siria, se postula para la presidencia de la república y considera que pese a haberse conquistado la soberanía con la retirada siria, sigue sin haber estabilidad. En 1988, Aoun encabezó uno de los dos gobiernos que se enfrentaron en Líbano: el suyo, cristiano, y el musulmán dirigido por Sélim Hoss. Aoun abonó la guerra contra Siria, y los propios cristianos se enfrentaron entre ellos, hasta que los acuerdos de Taif pusieron término a la guerra civil. En octubre de 1990, las tropas sirias derrotaron a los seguidores de Aoun, que se exilió en Francia.
Aoun mantiene que las fuerzas que pretenden debilitar al Líbano y mantener la inestabilidad quieren, al mismo tiempo, acabar con Hezbolá, apuntando a Israel como tercer protagonista en discordia. Aoun insta a la negociación a las tres fuerzas libanesas que considera más importantes: el bloque de Saad Hariri, las organizaciones chiítas (Amal y, sobre todo, Hezbolá) y su propia organización, denominada Reformas y Transformaciones, que, a juzgar por el nombre, más parece una empresa de construcción que un partido político. Aoun no secunda la exigencia de algunos sectores libaneses de reclamar la dimisión del presidente de la república, Emil Lahoud. Pero las alianzas son móviles en Líbano, y los protagonistas políticos tienen una larga historia de acuerdos y traiciones. Tras ellos, están Siria, Israel, Estados Unidos, Francia; el movimiento palestino, incluso Irán y, ahora, Rusia, que intenta un nuevo protagonismo en la zona. Todos mueven sus fichas.
2. Gran Bretaña y Francia se repartieron Oriente Medio con los acuerdos secretos Sykes-Picot, en 1916. El predominio de los cristianos maronitas fue una decisión francesa, deseosa París de contar con aliados seguros en Líbano. En 1943, la independencia del país impuso un equilibrio entre las distintas facciones políticas (no sin intervenciones extranjeras, como la norteamericana de 1958), que se prolongaría hasta la guerra de los seis días. El pacto nacional de 1943, no escrito, regula así la vida política del país, y asegura la división de áreas de influencia entre cristianos maronitas, a los que se reserva la presidencia de la república; sunnitas, que cuentan con la presidencia del gobierno; y chiítas, que dominan la presidencia del Parlamento. La presidencia de la República concentraba el poder, hasta los acuerdos de 1990, que comportaron el reforzamiento de la autoridad del presidente del gobierno y el reparto igualitario de los 128 escaños de la Asamblea Nacional entre cristianos, 64, y musulmanes, otros 64.
La cuestión palestina complica el escenario. A los campos de refugiados existentes en el país desde 1948, se sumaron en 1971 los palestinos que abandonaron Jordania tras la dura represión del septiembre negro. La guerra civil libanesa, que duró de 1975 a 1990, enfrentó a dos bandos, con la participación palestina, siria e israelí. Todavía hoy se habla de la división entre el 8 de marzo (prosirios, chiítas; en general, más cercanos a los palestinos, aunque no hay que olvidar que Amal atacó con fiereza a los partidarios de Arafat) y el 14 de marzo (cristianos, drusos, sunnitas como Hariri). En la guerra civil murieron unas ciento cincuenta mil personas, en un país de poco más de tres millones de habitantes. Se inició el 13 de abril de 1975: ese día, falangistas cristianos asaltaron un autobús en un suburbio de Beirut y asesinaron a veintisiete pasajeros, todos palestinos. A esa acción siguieron otras, en las que fueron asesinados cristianos, musulmanes o simplemente enemigos ocasionales de ese momento. Así, en 1976, Siria, que había intervenido inicialmente en su apoyo, ataca a los palestinos y al Movimiento Nacional libanés, y busca acuerdos con los cristianos falangistas: desarrolla su política para aumentar su influencia en el país, no en vano Siria considera a Líbano parte de la Gran Siria.
Israel y Estados Unidos intervinieron militarmente, y, en 1978, lo hizo la ONU, a través de soldados franceses, holandeses y noruegos. La comunidad cristiana maronita se enfrentaba a las demás comunidades, pero la confusión llegó enseguida. Para complicar el escenario estratégico, Estados Unidos, Israel y Siria cambiaron de alianzas en la guerra civil libanesa y apoyaron a bandos enfrentados en función de sus intereses estratégicos. También Francia e Irán intervinieron, a través de sus servicios secretos. En 1981, cambian las alianzas y Siria lucha contra los cristianos, apoyando otra vez a los palestinos. Por su parte, Israel había creado un Ejército del sur de Líbano, dirigido por Saad Haddad, que le permitió el control del sur del país y de la población chiíta, además de mantener los lazos con los falangistas cristianos. En junio de 1982, tuvo lugar la invasión israelí del Líbano, que tenía el objetivo de destruir a la OLP y la resistencia palestina. La matanza de los campos palestinos de Sabra y Chatila es el resultado de esa política. Israel destruye Beirut, y, en buena parte, Trípoli, Sidón, Tiro y otras ciudades.
En 1983, se firma el acuerdo de paz entre israelíes y libaneses, pero la guerra civil se recrudece, hasta el punto de que, al año siguiente, los chiítas de Amal y organizaciones de izquierda se apoderan de Beirut oeste. Los enfrentamientos entre falangistas cristianos y drusos se extienden y dan lugar a una coalición entre el ejército regular libanés y los falangistas, contra drusos y chiítas de Amal, y Estados Unidos bombardea posiciones drusas, acusando a éstos de seguir las indicaciones de la URSS. Líbano es un avispero sangriento. La creciente implicación norteamericana, en apoyo de los propósitos israelíes y del gobierno cristiano, llega a su fin con los atentados a sus tropas, que forzaron a Washington a retirar sus soldados, en febrero de 1984. Antes, la CIA había llegado al extremo de organizar sangrientos atentados terroristas en Líbano.
Cuando Israel retira sus tropas de la mayor parte del sur (aunque deja a sus protegidos del Ejército del sur de Líbano controlando el territorio) prosiguen los enfrentamientos entre drusos y chiítas con los falangistas cristianos. Como si las complicaciones no tuviesen fin, el retorno de parte de los organismos guerrilleros de la OLP hizo que Amal atacase a los palestinos, haciéndoles responsables de las represalias israelíes contra la población chiíta del sur del Líbano: los ataques de la resistencia palestina a tropas israelíes eran contestados por Tel Aviv con acciones indiscriminadas de bombardeos sobre la población civil chiíta. Amal venía a decir que la presencia palestina en Líbano aumentaba el sufrimiento de los chiítas, que habían de soportar esos ataques de Israel. Miles de palestinos murieron en los enfrentamientos. De nuevo, Siria es la solución para el avispero libanés: su intervención en el verano de 1986, ocupando Beirut Oeste, fuerza un nuevo alto el fuego entre los bandos. Pero el irregular nombramiento, por el presidente de la república Amin Gemayel, del general Aoun como nuevo presidente de un gobierno provisional, enciende de nuevo la llama de los enfrentamientos. Siria y Estados Unidos se oponen al nombramiento de Aoun por razones diferentes: Aoun es antisirio, y Washington ve con desconfianza la conexión francesa de Aoun, porque Francia no ha renunciado a disputarle la hegemonía en la zona. La guerra continuaba. En un nuevo giro, Estados Unidos aceptó, en los meses de la invasión iraquí de Kuwait, en 1991, durante la primera guerra del golfo, el control temporal sirio sobre el Líbano, intentando así atraer a Damasco a la coalición contra Iraq. No hay que olvidar que Siria e Iraq son hermanos enemigos.
Los acuerdos de Taif (Arabia) acabaron con los enfrentamientos e impusieron un nuevo reparto del poder, que fue acompañado por un tratado de defensa firmado con Siria. Tras veinte años de enfrentamientos, las primeras elecciones se celebraron en septiembre de 1992 y, al mes siguiente, Rafiq Hariri formó gobierno con un programa de reconstrucción del país, cuyo emblema sería el proyecto de reforma del centro de Beirut. La ocupación israelí del sur del país, incumpliendo la resolución 425 de la ONU, de 1978, continuó siendo un foco de tensión, sobre todo por el constante enfrentamiento con los milicianos de Hezbolá. En 1993, Israel lanza una ofensiva en el sur del Líbano, pese a contar con la condena de las principales potencias, incluidos los Estados Unidos. La operación Uvas de la ira, iniciada por Tel-Aviv en abril de 1996, causa la muerte de más de doscientas personas, entre ellas las que murieron en el bombardeo de Qana, donde, el 18 de abril, Israel bombardea las instalaciones de la ONU, matando a más de cien civiles que se habían refugiado allí. Entonces, el gobierno israelí de Netanyahu se niega a retirarse del sur del Líbano.
3. Las elecciones de 1996 se cerraron con la victoria de la coalición forjada entre Rafiq Hariri y Nabih Berri, el dirigente de Amal. En 1998, Israel, acosado por la actividad armada de Hezbolá, acepta aplicar la resolución 425 del Consejo de Seguridad, veinte años después de su aprobación, para retirar sus tropas del Líbano, que tanto el gobierno de Beirut como el de Damasco, exigían que fuese «sin condiciones», tal y como había establecido la ONU. Sin embargo, la presencia israelí continuó, y también los bombardeos, aunque Hezbolá consiguió matar al comandante de las tropas hebreas, el general Erez Gerstein. Las elecciones municipales libanesas de ese mismo año, 1998, las primeras desde 1963, consolidaron la fuerza de las organizaciones cristianas en Beirut y en las regiones que dominaban tradicionalmente, mientras que los sunnitas fortalecían su poder en las ciudades de Sidón y Trípoli y en Beirut, al tiempo que los chiítas dominaban el sur del país y los barrios del sur de Beirut. Tanto la prosiria Amal como la proiraní Hezbolá (que consigue mayor influencia entre los chiítas gracias a su labor de asistencia a los más pobres, al igual que ha hecho Hamás entre los palestinos) salieron reforzadas. Ese nuevo reparto trajo más complicaciones diplomáticas. No hay que olvidar que Gran Bretaña y Estados Unidos han exigido la actuación del gobierno libanés contra Hezbolá, dirigido por Hasan Nasralá, a quien consideran una organización terrorista, petición que rechazaron los gobernantes libaneses argumentando que la actividad armada de Hezbolá es una legítima resistencia contra el terrorismo que representa la ocupación israelí. Mientras tanto, los israelíes han bombardeado con frecuencia posiciones sirias en el Líbano, además de atacar a las fuerzas de Hezbolá. Israel ya lo había hecho en 1982, cuando invadieron el país, y en 1996, cuando bombardearon las baterías sirias que defendían Beirut de nuevos ataques, y lo volvieron a hacer en 2001. En 2002, el gobierno libanés seguía exigiendo que el ejército israelí evacuase definitivamente el sur del país, donde Tel Aviv seguía ocupando las llamadas granjas de Chaba.
La situación política libanesa evoluciona. Para suceder a Elías Harawi como presidente de la república, en noviembre de 1998, es elegido Emile Lahoud. Es un militar. Y las elecciones legislativas de 2000 configuran un parlamento dominado por los diputados de Hariri, 18; de Berri, 17; de Jumblatt, 15; y de Hezbolá, 12; además de representantes de otras organizaciones menores, como algunos dirigentes maronitas, sunnitas, falangistas del Kataeb y disidentes cristianos. Al mismo tiempo, la victoria de Ehud Barak en las elecciones israelíes de 1999, que presentó un esquema de retirada del Líbano sujeta a condiciones para Beirut y Damasco, trajo el inicio del desmantelamiento del Ejército del sur del Líbano, la milicia cristiana aliada y financiada por Israel. Por fin, en mayo del 2000, tras dos décadas de ocupación, el ejército israelí se retira del Líbano. La retirada tiene un efecto perverso sobre Damasco: a finales de ese mismo año surgen protestas estudiantiles en Beirut que reclaman el fin de la presencia siria, establecida con sus tropas desde el inicio de la guerra civil a petición del presidente libanés Suleimán Frangie. Las protestas se repiten durante los primeros meses de 2001. Además, en febrero de 2001, la elección de Ariel Sharon como nuevo primer ministro israelí, complica de nuevo la situación. Pero el fantasma de la guerra civil sigue estando presente: el 24 de enero de 2002, moría en un atentado con coche-bomba Elie Hobeika, el responsable de la terrible matanza de los campos palestinos de Sabra y Chatila. Hobeika había cambiado sus alianzas: de ser un mercenario al servicio de Tel Aviv, pasó a ser un agente de Damasco. Su asesinato fue obra del Mossad israelí, para evitar que testificase en el juicio abierto en Bélgica contra Sharon por la masacre de Sabra y Chatila. El 15 de abril de 2003, Rafiq Hariri presenta la dimisión al presidente Emile Lahoud, que, al día siguiente, le encarga de nuevo formar gobierno. No sin contradicciones, Hariri representaba la carta utilizada por Washington y Tel Aviv para acabar con el control sirio sobre el Líbano, conscientes de los equilibrios internos a los que estaba obligado Hariri.
En 2003, Líbano se unió a Siria para condenar el ataque norteamericano cuando Estados Unidos inició la ilegal guerra contra Iraq. Washington no ha perdonado todavía esa decisión. A finales de marzo de 2003, todos los países de la Liga Árabe, a excepción de Kuwait, pidieron una reunión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU para «detener la agresión contra Iraq». La oposición a Siria la encabeza hoy Walid Jumblatt, el dirigente druso, que cuenta con el apoyo de cristianos y musulmanes suníes, seguidores de Hariri. Por su parte, Hezbolá, apoyado por Irán y Siria, es una de las organizaciones que defienden el papel de Siria en Líbano, y el fantasma de nuevos enfrentamientos cruzados ha vuelto a aparecer: libaneses contra sirios, chiítas contra sunnitas, cristianos contra musulmanes, con los campamentos de refugiados palestinos, abarrotados y paupérrimos, todavía presentes.
La resolución 1559, aprobada en la ONU, por presión de Estados Unidos y Francia, consiguió la retirada siria del Líbano, aunque reclama también el desarme de Hezbolá y de los palestinos. Su aprobación, entra en la lógica del aumento de la presión sobre Siria decidida por el Departamento de Estado norteamericano, y de su aspiración para hacer retroceder la influencia iraní, tradicional aliado de Siria, en Líbano. Junto a ello, las acusaciones del gobierno colaboracionista iraquí hacia Siria, por su supuesta complicidad con la resistencia, ponen también a Damasco en una situación difícil, que le ha forzado a una retirada que limita su influencia en la zona y anuncia un inquietante aislamiento. Pese a todo, la evolución está sujeta a las decisiones del gobierno norteamericano, que duda entre incrementar la presión sobre Irán, jugando incluso la carta de la guerra (que los medios israelíes más belicistas abonan), cuando la situación en Iraq sigue sin estabilizarse, y mientras el Departamento de Estado especula con lavposibilidad de forzar a Siria a comportarse como un Estado cliente. La comisión internacional que investiga el asesinato de Hariri es una carta de presión más.
¿Es posible un Líbano plenamente independiente? ¿Es posible terminar con el estatuto del país como Estado tapón, como lo ha definido Georges Corm? Es dudoso, pese a la fe mostrada por algunos protagonistas libaneses del conflicto. En ese avispero libanés, los enfrentamientos cruzados entre Michel Aoun, Saad Hariri, Nabih Berri, Walid Jumblatt y Hasan Nasralá, junto con la actuación de Washington, Damasco, Tel Aviv y Teherán, complican un escenario explosivo que es una pieza más del rompecabezas de Oriente Medio. Israel querría incrementar su influencia en el país, como hizo en los años ochenta con el presidente Bachir Gemayel, a través del reforzamiento político maronita, mientras Francia pretende mejorar su posición en un Líbano emancipado de la tutela siria, y Estados Unidos (e Israel) procuran neutralizar al pequeño país y forzarlo a una situación de dependencia. Al mismo tiempo, Washington, ante la evidencia del desastre iraquí, no ha descartado la posibilidad de un arreglo parcial con Damasco, e Israel prosigue con su política de persecuciones y asesinatos contra los palestinos, dentro y fuera de Israel. Pese al inicio de la reconstrucción, luchando entre la emancipación y la dependencia exterior, Líbano sigue siendo un avispero.