La guerra de Corea (1950-1953) nunca se saldó con un tratado de paz. La herida se ha reavivado hoy con implicaciones profundas para toda la región y para el mundo entero. El pulso entre Washington y Pyongyang hace que la situación sea hoy inestable y el porvenir aleatorio. La actual espiral conflictiva no tenía nada […]
La guerra de Corea (1950-1953) nunca se saldó con un tratado de paz. La herida se ha reavivado hoy con implicaciones profundas para toda la región y para el mundo entero. El pulso entre Washington y Pyongyang hace que la situación sea hoy inestable y el porvenir aleatorio.
La actual espiral conflictiva no tenía nada de ineluctable. Para hacer bajar las tensiones en la península habría bastado con que Estados Unidos hubieran suspendido las grandes maniobras militares emprendidas con Corea del Sur contra Corea del Norte -o que Pyongyang hubiera respondido favorablemente a las ofertas de diálogo que tras su reciente elección presentó el nuevo presidente surcoreano Moon Jae-in.
¿Qué quiere Kim Jong-un?
Quiere asegurar la supervivencia del régimen frente a un entorno internacional muy hostil y para ello quiere forzar que Estados Unidos firme un tratado de paz con todas las formalidades -que ftras el armisticio de 1953 jamás se ha firmado- y que reconozca a Corea del Norte como Estado nuclear. Vista la suerte impuesta al Irak de Sadam Hussein o a la Libia de Gadafi, Kim está convencido de que la posesión de tal arsenal es, a medio plazo, una garantía indispensable de independencia, sabiendo que, de cara al futuro, la protección china resulta aleatoria.
Pyongyang hace saber regularmente que el abandono de su programa nuclear es algo que se puede contemplar en el caso que Estados Unidos pusiera fin a las hostilidades; algo que los grandes medios occidentales no mencionan casi nunca. Era la posición norcoreana en las negociaciones diplomáticas de los años 1990 o 2000. No obstante se puede dudar de que hoy, vistos los progresos realizados en este terreno, el régimen esté dispuesto a hacerlo, sin al menos obtener garantías considerables que impliquen, por ejemplo, la desnuclearización de toda la península coreana y de los alrededores.
El lugar concedido al armamento nuclear es una marca de fábrica de Kim Jong-un. En efecto, ha modificado radicalmente la política realizada antes que él por su padre y su abuelo sobre dos ejes: de una parte, acelerando brutalmente este programa (multiplicación de las pruebas y los disparos, aumento del alcance de los misiles balísticos, miniaturización y construcción de numerosas ojivas, investigaciones sobre la bomba de hidrógeno…) y, por otra parte, permitiendo la liberalización parcial de una economía de mercado a fin de estabilizar la situación social interna que sigue siendo muy frágil.
Su política es racional, como subrayan muchos expertos, pero no deja de tener consecuencias muy graves: relanzamiento de la carrera armamentística, ascenso del militarismo en la región (en Japón en particular), frenazo a la apertura iniciada en Corea del Sur tras el derrocamiento de la derecha revanchista. El nuevo presidente, Moon Jae-in, pertenece a una tradición política que concede una gran importancia a la cuestión nacional, a la reunificación del país, y por tanto a una apertura en dirección a Pyongyang. Sus ofertas de diálogo probablemente no eran ficticias.
Sin embargo, Kim Jong-un solo quiere negociar con Estados Unidos e ignora al presidente Moon. En estas condiciones, este último se cree forzado a aceptar el refuerzo de la presencia militar estadounidense en su país y el despliegue de nuevas baterías de misiles antimisiles Thaad, lo que rechazó inmediatamente después de su elección.
¿Qué quiere Donald Trump?
Quiere en primer lugar lo que quieren tanto el establishment demócrata como el republicano: no reconocer a Corea del Norte. Los progresos diplomáticos iniciados en los años 1990 bajo Bill Clinton fueron saboteados por George Bush junior (que colocó a Pyongyang en el eje del mal) y Barak Obama que prosiguió la misma política.
El contexto actual refuerza esta postura agresiva. El estado legal de guerra en la península (de no-paz) permite mantener las bases militares estadounidenses en Corea del Sur, incluso reforzarlas. A ojos de Washington, este reto estratégico es particularmente importante cuando en el Mar de China del Sur se refuerza la hegemonía china: la hegemonía estadounidense debe en esa medida afirmarse con fuerza en el Pacífico Norte.
Hay que recordar que los misiles Thaad implantados en Corea del Sur tienen un alcance operativo que cubre una gran parte del territorio chino y no simplemente Corea del Norte -lo que suscita mucha inquietud en Pekín, pues esto neutraliza en buena parte su propio arsenal nuclear… De hecho, con ocasión de la crisis coreana, Trump quiere hacer presión sobre Pekín por razones de orden global: la gran potencia establecida (en este caso Estados Unidos) no ve con buenos ojos el despliegue internacional de la joven potencia emergente (China).
Donald Trump y el alto mando de las fuerzas armadas quieren además obtener un aumento considerable del presupuesto militar, lo que está lejos de ser algo ya conseguido; un clima de guerra es un argumento de peso en las negociaciones en el Congreso de los EEUU. También desea hacer olvidar su desastrosa situación en el plano interno (escándalos, impopularidad creciente…).
Juzgado como demasiado imprevisible, ¿querrá este macho inveterado dar algún día consistencia a su retórica vengativa y a sus anuncios apocalípticos, aunque sea a costa de crear un incidente que desencadene una reacción en cadena, incontrolable?
Todo esto constituye un cocktail temible que inquieta incluso a los más cercanos aliados internacionales de Estados Unidos.
Otro factor potencial de inestabilidad, la evolución de la situación en Corea del Norte. Hasta ahora, las sanciones económicas internacionales no han logrado sus objetivos. El régimen tiene medios para esquivarlas (aunque a un coste financiero notable) y puede contar con el nacionalismo de la población que no ha olvidado hasta qué punto el país fue literalmente reducido a cenizas por los bombardeos estadounidenses en los años 1950. Hasta ahora el régimen ha aguantado y purga sin contemplaciones a cualquier dirigente norcoreano susceptible de aparecer como alternativa a Kim Jong-un. Si, a pesar de todo, en un futuro cercano aparecieran fisuras en el aparato del partido-Estado, ¿cuales serían las consecuencias?
La carrera de las armas nucleares
No hay duda sobre la responsabilidad histórica de Estados Unidos en la situación de la crisis actual. Sin embargo, el régimen norcoreano se ha convertido él mismo en un factor activo de militarización en el Pacífico Norte y más allá. Ahora bien, toda confrontación militar en esta parte del mundo, aunque fuera «accidental», puede convertirse en nuclear.
La carrera de armamento nuclear se amplía. Estados Unidos, Francia… intentan crear las condiciones políticas para utilización efectiva de bombas pretendidamente tácticas. La puesta a punto de escudos antimisiles (poco probados) por parte de Estados Unidos lleva a Rusia a mantener a un nivel muy elevado su arsenal y a China a aumentarlo. El parque de ojivas chinas es reducido; se consideraba suficiente en la coyuntura pasada, pero ya no: tiene qye ser modernizado, aumentado y dispersado en los océanos, mediante una flota de submarinos estratégicos… de los que está provisto Moscú, pero no aún Pekín.
El Tratado de No proliferación está caduco.
En estas condiciones es dramático que en Francia no haya ningún movimiento significativo a favor el desarme nuclear y contra la política gubernamental (de todos los gobiernos) en este terreno.
Fuente: http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article41998
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur