¿Ha entendido la izquierda convencional el significado profundo de términos como «crecimiento», «pleno empleo» o «Estado del Bienestar»? ¿Son compatibles con el colapso civilizatorio actual y con la idea de decrecimiento? Lo niega el activista Manuel Casal Lodeiro, quien partiendo de esta discrepancia ha publicado el libro «La izquierda ante el colapso de la civilización […]
¿Ha entendido la izquierda convencional el significado profundo de términos como «crecimiento», «pleno empleo» o «Estado del Bienestar»? ¿Son compatibles con el colapso civilizatorio actual y con la idea de decrecimiento? Lo niega el activista Manuel Casal Lodeiro, quien partiendo de esta discrepancia ha publicado el libro «La izquierda ante el colapso de la civilización industrial» (La Oveja Roja, 2016). El ensayo, que fue editado un año antes en gallego por la Asociación Touda, fue presentado el 26 de julio en el Centre Octubre de Valencia, en un acto que contó con la colaboración de la Asociación por el Medio Ambiente y contra el Cambio Climático (AMA), Torrent Soterranya, La Ribera en Bici/Ecologistes en Acció y el Diploma Deseeea de la Universidad Politécnica de Valencia. Casal Lodeiro es divulgador del «Peak Oil» (cenit o agotamiento del petróleo), defensor del decrecimiento neorrural y ha coordinado la «Guía para o descenso enerxético. Preparando una Galiza Pospetróleo» (2013). Asimismo es coordinador de «15/15/15. Revista para una nueva civilización». Considera que el colapso de la civilización industrial no tiene por qué resultar traumático para la gente común; puede ser «muy negativo», pero según afirma, también el colapso del Imperio Romano supuso la liberación de millones de personas.
– En el libro se plantea un «choque de diagnósticos» entre la izquierda tradicional y los defensores del decrecimiento. ¿En qué términos?
Ellos ni siquiera plantean que vaya a producirse un colapso; nosotros no sólo decimos que vaya a haberlo, sino que éste ya ha comenzado. De hecho, estamos en las primeras fases.
-Los partidarios del keynesianismo, la economía marxista y las políticas socialdemócratas podrían argumentar que, ante la hegemonía neoliberal, si ya es difícil introducir en la «agenda» planteamientos de la izquierda tradicional, más aún costaría referirse al decrecimiento.
Ésa es la estrategia paulatina, pero ya no hay tiempo. El colapso de la civilización industrial y los cambios son hoy demasiado radicales. Se está poniendo en tela de juicio los cimientos de la política de la izquierda, y mucho más la de derechas. La izquierda convencional defiende el crecimiento, el empleo a toda costa y continuar con la cultura de la industrialización. Además, para buena parte de esta izquierda (por lo menos la no anarquista), el Estado es una institución perpetua, igual que la industria, el petróleo y el crecimiento; asimismo piensan que la tecnología nos va a salvar. Todo esto es falso.
-¿No es posible, por tanto, caminar poco a poco, agregando a gente y tratando de sumar mayorías?
Creo que no, porque hay que darle la vuelta totalmente a esto; el problema es que hoy la izquierda confunde los medios con los fines. Me refiero a la izquierda parlamentaria, la socialdemócrata y la socialista que no es ecosocialista.
-El prólogo del libro lo firma Teresa Moure («Decrecimiento (también) para marxistas»).
Es una persona de la izquierda que ha asumido, desde una formación marxista, el discurso decrecentista; ella ha estado implicada en partidos políticos, por el contrario yo les hablo a los partidos desde fuera. Además, como mujer y ecofeminista, aporta una perspectiva que personalmente se me escapa.
-¿Ha olvidado la izquierda convencional y el marxismo al mundo rural? ¿Qué relieve le concedes?
Sí, lo tiene olvidado. Creo que le doy la importancia que ha tenido en toda la historia de la humanidad, porque es de donde nos hemos alimentado. Se olvidó a partir de la Revolución Industrial y, sobre todo, de la Revolución Verde, porque debido al petróleo, los fertilizantes químicos y la maquinaria industrial, el campo dejó de necesitar tanta mano de obra. Esto le vino muy bien al capitalismo, que desplazó a la gente a trabajar en las fábricas y las ciudades. Por eso muy poca gente se dedica hoy a cultivar alimentos.
-Precisamente en tu localidad, Sobrado dos Monxes (A Coruña), ha desembarcado el dueño del Imperio Inditex, Amancio Ortega, para invertir en el sector forestal y la producción de castaños…
Esto es diferente. Se sabe que ha hecho esta inversión, y se está dedicando a la verdadera riqueza: la tierra. Es un indicio de que tiene claro que su negocio -producto de la mundialización, de la ropa barata estandarizada a escala global y de la moda-, tiene los días contados. Y que si quiere dejar un futuro a sus herederos, o tal vez a él mismo, más vale que vaya convirtiendo su riqueza en riqueza real. Supongo que éste habrá sido el planteamiento. Pero como este caso hay otros muchos en el mundo.
-¿En qué consiste tu polémica sobre la importancia del mundo rural/urbano con el filósofo y matemático Jorge Riechmann y el antropólgo social Emilio Santiago Muiño?
La batalla que va a librarse se producirá de manera simultánea en el campo y en la ciudad. Pero ellos piensan que se decidirá en el ámbito urbano; hay quien argumenta que nunca se ha ganado una lucha social en el campo, pero es falso. Simplemente con ir a la Wikipedia puede observarse la relación de revoluciones campesinas con sus resultados. Muchas triunfaron. Estas luchas volverán a darse.
-Recomiendas el libro «La vía de la simplicidad. Hacia un mundo sostenible y justo», del activista australiano y defensor del decrecimiento Ted Trainer. ¿Por qué razón?
Lleva mucho tiempo predicando con el ejemplo; él vivió en las afueras de Sidney, en un terreno que heredó de su padre en el meandro de un río, rodeado por un mundo totalmente capitalista. Allí vivía con una fracción ínfima del consumo energético de un australiano medio. Cuenta además con un centro en el que promueve la divulgación, con visitas guiadas. Muestra además cómo practicar la permacultura, vivir con tecnología muy simple y sin apenas electricidad. Es decir, que los asentamientos humanos pueden organizarse de otra manera.
-¿Dónde radica, a tu juicio, su importancia teórica?
Ted Trainer ha juntado el ecologismo social, el municipalismo libertario y una cultura anarquista (muy realista y nada dogmática), con la propuesta del colapso. Ello ha cristalizado en una de las propuestas más viables que existen hoy, para transitar hacia una propuesta post-capitalista y post-industrial.
-¿Por qué, tomando como punto de partida el colapso y la defensa del decrecimiento, criticas la propuesta de la renta básica?
Soy crítico con una idea de la renta básica inspirada en los euros y en el Estado, porque resulta insustentable. El euro es una moneda totalmente inflada y que no controlamos (sólo una mínima parte de los euros en circulación corresponde a una riqueza real). Además, ¿qué ocurre si se depende del Estado para el reparto de la renta básica y éste quiebra? Actualmente el planteamiento consiste en captar ingresos de las empresas vía impuestos, y repartirlos en forma de renta básica para que la gente satisfaga sus necesidades, comprándolas en el mercado.
-¿Cuál es el problema?
Es un absurdo. ¿Por qué no reparte el Estado aquello que satisface directamente las necesidades de la gente, como la tierra? Si se reparte la tierra, la gente puede dotarse de alimento, vivienda y cuestiones como la autogestión de la salud o crear su propia vestimenta; quizá así sólo se necesitaría algo de dinero y soporte del Estado para alguna cosa más.
-En el libro mencionas la idea del antropólogo e historiador estadounidense, Joseph Tainter, en torno a que el colapso de la civilización no tiene por qué implicar una tragedia total.
Sí, el colapso puede ser incluso algo «bueno», sólo es intrínsecamente negativo para las élites. Para la gente común es posible que llegue a ser muy «malo», pero también algo positivo. Por ejemplo, en el Imperio Romano el colapso implicó la liberación de millones de personas, que se hallaban bajo el yugo del emperador. En el libro parto de una definición de colapso que supone el descenso brusco de la complejidad de un sistema, en este caso de la civilización.
-¿Qué es la Resiliencia? ¿Hay movimientos sociales que estén trabajando en este ámbito?
La Resiliencia es la capacidad de resistir un trauma muy fuerte con las funciones básicas intactas, y quizá prescindiendo de lo secundario. Por ejemplo, desde fuera de las instituciones, un movimiento que viene del ámbito de la cooperación internacional, «Solidaridad Internacional Andalucía». Actualmente trabajan en la Resiliencia Local. Con vistas al próximo otoño, presentarán una campaña muy potente con todos los movimientos sociales andaluces que se han implicado en la cuestión del colapso -en un sentido positivo, como oportunidad- y han ido introduciendo en la gente el concepto de Resiliencia. Desde dentro de la política municipal y las instituciones, destacaría movimientos como «Ganar Móstoles».
-Por otro lado, señalas la importancia de crear monedas «alternativas» a las oficiales. ¿Por qué?
Es una manera de apropiarnos de la herramienta dinero, muy denostada por cierta izquierda «radical», pero que puede operar a favor o en contra del cambio que necesitamos. Las monedas sociales, si son democráticas, locales y orientadas a un objetivo concreto, pueden resultar muy positivas. Personalmente trabajo con varias, y he ayudado a definir algunas. Por ejemplo los «Revos», que tienen una función muy específica y limitada, por lo que no demuestran todo el potencial de la moneda social. Simplemente la utilizamos a modo de trueque con quienes colaboran mediante sus artículos e ilustraciones en la revista «15/15/15». La gente recibe esa moneda por cada colaboración; después se cierra el ciclo cuando se la dan a la revista por una suscripción, pagar una publicidad o pueden gastar en una librería de las que nos apoyan, que a su vez pueden después insertarnos publicidad. Nos permite, por tanto, darles algo a cambio a los colaboradores, nosotros no tenemos euros.
-En el ensayo «Nosotros, los detritívoros» (Asociación Touda, 2014) afirmas lo siguiente: «El detritus del que nos alimentamos no es otro que los tesoros energéticos fósiles (primero el carbón, después el petróleo y el gas natural) que nuestra especie aprendió a explotar y que han permitido que en un intervalo de tan sólo 200 años multipliquemos por siete la población mundial, que se había mantenido hasta el siglo XIX por debajo del millardo de personas».
Planteo que la población actual es insostenible una vez nos quedemos sin petróleo y gas natural. Nunca han existido 7.500 millones de habitantes en el planeta. Si observas las gráficas de población (en el libro aparecen) y de crecimiento de la energía final, corren en paralelo. Entonces, ¿Cuánta gente puede caber en el planeta cuando ya no contemos con el petróleo? Éste es mi planteamiento en el libro.
-Por último, ¿qué cambios cotidianos pueden llevarse a término para apuntar a la transformación social?
Hay muchos. Por ejemplo con los huertos urbanos, pero la pregunta es cómo. En A Coruña, una de los llamadas ciudades «del cambio», veo un cartel que anuncia «huertos urbanos» y a continuación, para que a nadie le quepa duda y piense que puede alimentarse y vivir de ello, añade «de ocio». Esto es hacer las cosas mal. Hay que empezar a decirle a la gente que puede vivir de lo que cultiva. Los gobiernos «del cambio» andan con ese miedo y autocensura. ¿Por qué no dejar a la gente que piense que se puede alimentar con sus huertos, cuando se queda sin empleo? Y que tiene una huerta que le ha facilitado el ayuntamiento, con la que reducirá la factura del supermercado.
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