Mubeen Ahmad tenía nueve años cuando su madre lo vendió como ayudante de un mecánico por apenas unas miles de rupias. A ella le era imposible mantener a la familia cuando el padre fue asesinado durante una de las protestas de 2008 en el estado indio de Jammu y Cachemira contra el gobierno de Nueva […]
Mubeen Ahmad tenía nueve años cuando su madre lo vendió como ayudante de un mecánico por apenas unas miles de rupias. A ella le era imposible mantener a la familia cuando el padre fue asesinado durante una de las protestas de 2008 en el estado indio de Jammu y Cachemira contra el gobierno de Nueva Delhi.
Así que a Ahmad le tocó aprender a reparar ruedas desinfladas y motores averiados de automóviles, en lugar de ir a la escuela.
«Me obligaron a trabajar en medio del frío de los inviernos y no había nadie a quien pudiera contar mi terrible experiencia», dijo a IPS el joven de 20 años, quien ahora es propietario de una tienda en Srinagar, una de las capitales del estado.
El activista humanitario Aijaz Mir precisó a IPS que se puede encontrar a niños y niñas como Ahmad en casi todas las calles de Cachemira, ya que la mayoría de los hogares aquí han perdido a quienes ganaban el pan para la familia, debido al conflicto en la región que integra el estado del extremo noroccidental de India.
Jammu y Cachemira, un estado famoso por sus pintorescos centros turísticos y sus majestuosas montañas, se ha visto envuelto en el largo y violento movimiento secesionista de la Cachemira india.
El conflicto de siete décadas en la región de Cachemira se ha convertido en una pesadilla humanitaria. Es la causa de las guerras y los conflictos entre los rivales nucleares de Pakistán e India, y sigue siendo el motivo de la actual insurgencia secesionista armada de la Cachemira india contra el gobierno de Nueva Delhi.
La disputa por Cachemira entre India y Pakistán es el enfrentamiento más antiguo sin resolver en la agenda de las Naciones Unidas.
Durante los últimos 30 años, unas 100.000 personas, tanto civiles como insurgentes y miembros del ejército, han muerto en la región mientras continúa la lucha armada por independizarse del gobierno de Nueva Delhi.
«Nadie habla de este lado oscuro y espantoso del conflicto que está consumiendo a nuestros niños como una plaga. Hemos encontrado que las familias de las víctimas tampoco quieren enviarlos a la escuela porque no hay nadie más que pueda ganar el sustento en sus hogares», dijo Mir a IPS.
Solo en 2018 hubo 614 incidentes de violencia en el estado, que causaron la muerte de 257 insurgentes, 91 miembros de las fuerzas armadas y 38 civiles.
India y Pakistán han ido a la guerra por el territorio cachemiro en dos ocasiones, en 1947 y 1965, mientras hubo conflictos de menor escala en 1999 y nuevamente en febrero de este año.
El detonante en esa última ocasión fue un insurgente de la Cachemira india qu embistió contra un vehículo cargado de explosivos de un convoy de fuerzas militares, matando al menos a 40 efectivos, en el peor ataque en la región en tres décadas.
Este mismo mes de mayo, el día 6, la violencia interrumpió las elecciones cuando insurgentes lanzaron granadas en los colegios electorales, en el sur del estado.
La violencia y la muerte son parte de la vida en esta región, pero los niños son los que sufren silenciosamente las consecuencias del cruento conflicto.
En las afueras de Srinagar, Shaista Akhtar, de 13 años, se afana tejiendo diseños en una alfombra tradicional. Son las 9:00 de la mañana pero le espera una larga jornada, que no interrumpirá para ir a la escuela.
Hace cinco años, Akhtar estudiaba tercer grado de primaria cuando su padre, un carpintero de profesión, quedó atrapado en medio un ataque de insurgentes islamistas. Ese día cambió su vida.
Una granada lanzada contra un contingente militar indio se desvió de su objetivo y cayó sobre la carretera, en el preciso lugar por el que pasaba el vehículo en que iba su padre. Él y otros dos hombres murieron en el lugar.
La muerte de su padre está ligeramente impresa en su memoria y todo lo que Akhtar recuerda de aquella época son los lamentos de su madre y sus dos hermanas mayores.
Tras la desaparición del padre, esas dos hermanas abandonaron sus estudios y comenzaron a trabajar al igual que su madre para apoyar a la familia.
A Akhtar se la envío al taller de un tejedor local que la adiestró en la creación de las coloridas alfombras y tapices tradicionales de Cachemira. Dos años más tarde, cuando tenía 10 años, había aprendido el oficio.
«Gano casi 3.500 rupias (50 dólares) mensuales. La única satisfacción que obtengo de mi trabajo es que ayudo a que mi familia se mantenga. Pero desearía poder ir a la escuela para estudiar ciencias y matemáticas con los demás niños», dijo ella a IPS en medio de su labor.
La historia de Akhtar está lejos de ser excepcional.
Según las cifras oficiales, hay más de 175.000 niños que forman parte de la población laboral infantil del estado, con una población de 12 millones.
El activista Mir dice que el número real de niños que trabajan podría ser mucho mayor, ya que las cifras del gobierno solo incluyen los casos denunciados y la mayoría de no se denuncia por el temor a ser castigados.
El informe independiente «Dimensiones socioeconómicas y éticas del trabajo infantil en Cachemira», realizado en 2005 por el profesor Fayaz Ahmad, precisó que entonces había más de 250.000 niños trabajadores en el estado.
Lo hacían mayormente en talleres de reparación de vehículos, fábricas de ladrillos, el servicio doméstico o como tejedores de alfombras o bordadores tradicionales.
Una de las razones principales del trabajo infantil era la pobreza, según el informe.
Otro estudio realizado en 2009 por el Departamento de Sociología de la Universidad de Cachemira revela que alrededor de 66 por ciento de los niños trabajadores solo han estudiado hasta el octavo grado de primaria.
Además, establece que 9,2 por ciento de los trabajadores infantiles tiene entre cinco y 10 años, mientras que una mayoría de 90 por ciento cuenta entre 11 y 14 años. El estudio también señala que una vez que los niños y niñas comienzan a ganar dinero, 80 por ciento de ellos dejan de asistir a la escuela.
Inam-ul-Haq, de 13 años, es uno de esos niños que tuvieron que dejar las aulas para obtener un ingreso. Trabaja como ayudante en un restaurante de carretera en el sur de Cachemira y gana no más de 1.500 rupias al mes, unos 21 dólares. Comenzó a trabajar para apoyar a su hermano menor y a su madre diabética después de que su padre murió durante las protestas callejeras de 2016. Más de 90 civiles murieron aquel año durante los seis meses de protestas en Cachemira contra el gobierno de Nueva Delhi.
«Mi madre es diabética y mi hermano menor apenas tiene cinco años. ¿Quién podría haber ganado para ellos si no fuera yo?», dijo Haq a IPS, antes de detallar que aunque lo que gana sea muy escaso, está contento de que gracias a su esfuerzo su familia no se muera de hambre y se acueste con algo en sus estómagos.
En Cachemira, la Ley de Trabajo Infantil, aprobada en1986, prohíbe el empleo de menores de 14 años. Pero según Zahid Mushtaq, editor del periódico local Srinagar, es muy raro que los empleadores de niños y niñas sean castigados.
«La razón es simple. La familia del niño o la niña y ellos mismos no atestiguan en el tribunal que estén trabajando en alguna parte. Además, en la mayoría de los casos, la víctima está tan sumergida en la pobreza que los funcionarios no inician un proceso contra el empleador, porque el menor podría quedarse sin trabajo», dijo Mushtaq.
El periodista también culpa a la falta de centros de rehabilitación y a las fallidas políticas gubernamentales del número creciente de casos de trabajo infantil en la región.
A su juicio, las víctimas de violencia son elegibles para la asistencia financiera del gobierno, pero el procesamiento increíblemente lento de estos casos deja en el abandono a estas víctimas mientras la documentación acumula polvo.
La niña Akhtar sabe que estudiar es la clave para una buena vida. Una vida donde sea respetada. «Sueño con ser maestra y enseñar inglés a los niños. Pero como no estoy estudiando, mi vida seguirá siendo como es. No habrá nada bueno que me ofrezca el futuro», susurró más triste que resignada.
Así que para que cambien las cosas, ora «para que un poco de ayuda descienda de los cielos y no tenga que ganar dinero y pueda ir a la escuela». Mientras, sigue tejiendo, día tras día.
Fuente:http://www.ipsnoticias.net/2019/05/conflicto-cachemira-fuerza-huerfanos-al-trabajo-infantil/