Dentro de la izquierda extraparlamentaria y antiimperialista se habla con frecuencia del declinar de la hegemonía de los Estados Unidos. Habitualmente, el argumento se centra en el aumento de la capacidad productiva de China, que ya sobrepasa hoy a la de Estados Unidos. También se señalan las crecientes dificultades para mantener el dólar como moneda de referencia y la pérdida de control en el área de los intercambios financieros.
Sin embargo, muchos otros aspectos deben incluirse en el análisis de la decadencia norteamericana para valorar adecuadamente ese evidente declinar.
Debemos hacer una primera consideración sobre el carácter de la acumulación económica en el contexto actual, conocer cómo se construyó históricamente esa hegemonía y sobre qué ámbitos se ha desarrollado y sustentado.
En primer lugar hay que señalar que la hegemonía no está solo vinculada a la acumulación económica, sino que se sostiene también sobre la acumulación de relaciones y la acumulación de poder. Todos ellos, elementos que intervienen en los procesos de acumulación y expansión imperialista.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos encontraron las condiciones idóneas para expandirse por la mayor parte del mundo y extender su dominio a la mayor parte del planeta.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos aumentaron el comercio, desarrollaron su economía en torno al complejo militar industrial, mientras que, por el contrario, el resto de las potencias occidentales sufrieron retrocesos importantes y vieron afectados importantes sectores económico productivos. También se vio afectado su sistema colonial, mermando enormemente su capacidad para mantenerlo de forma rentable.
En la última fase de la guerra, los Estados Unidos asumieron el mando militar y el mando estratégico. Sus tropas estaban presentes en toda Europa y una buena parte de Oriente, ejerciendo posiciones dominantes, siendo las mas destacadas Japón, Filipinas y mas tarde, Corea e Indochina.
Con sus ejércitos desplegados en todo el mundo, el control global de la economía, Europa subordinada y un creciente dominio institucional, político e ideológico, lo que quedaba fuera de su alcance era la Unión Soviética y el resto de países del área socialista.
EEUU desestimó el intento de invadirla y de dominar la URSS propuesto por Churchil en 1945. Del mismo modo que inicialmente no mostraba interés por la creación de la OTAN, otro proyecto británico.
La estrategia diseñada por Estados Unidos tuvo varias líneas de desarrollo: el asentamiento militar en todos los países donde sus tropas habían llegado, su expansión económica, productiva, financiera, comercial, política e ideológica por todo el mundo, controlando posiciones clave en todo el planeta con excepción del área socialista. Sin estar dispuesto a enfrentarse a un enemigo equivalente, optó por declarar a la Unión Soviética y el comunismo como enemigos de la humanidad.
Esta estrategia tubo un aliado privilegiado, qué fue el mundo anglosajón, con el Reino Unido y un espacio preferente qué fue el Occidente desarrollado, sustancialmente Europa.
Sus posiciones militares en Europa, no solo se mantuvieron, sino que se reforzaron y ampliaron de forma continua hasta nuestros días. El papel de comandante en jefe de las fuerzas aliadas continuó con el mantenimiento de las bases y la creación de la OTAN, donde el mando de EEUU se estableció estatutariamente, es decir, permanente y sin ningún mecanismo para cambiarlo.
No solo se expandió el Ejército, sino que se expandió el complejo industrial militar, es decir, la venta de armas y municiones y cesión limitada de la tecnología, así como los planes financieros para pagarlas. Eso supuso, no solo una subordinación en todos los ordenes, sino de la economía y las finanzas de la guerra más allá de las tropas estadounidenses.
En el campo económico se establecieron varias líneas de acción: por un lado, el establecimiento del dólar como moneda de cambio universal, lo que hacía depender a todas las economías de los intereses norteamericanos. Se estableció un plan de créditos para las economías europeas castigadas por la guerra: el plan Marshal, que no fue tan cuantioso como al principio se suponía, pero que aumentó la influencia y la dependencia de los Estados Unidos de las economías europeas. Asímismo, las grandes corporaciones norteamericanas se expandieron por Europa, tomando posiciones dominantes.
Para consolidar y perpetuar los procesos puestos en marcha, se creó una amplia base institucional que promovía, implementaba y regulaba los instrumentos de esta estrategia en la conferencia de Bretton Woods: la Organización Mundial del Comercio, Naciones Unidas y todos su entramado, el Fondo Monetario Internacional, La Reserva Federal, el Banco Mundial, los diferentes Tribunales Penales, los tratados comerciales y de libre comercio y otros muchos imposibles de citar en este espacio, que en su conjunto, conformaron un orden internacional a la medida de los intereses del capital y particularmente, de los Estados Unidos.
Este entramado opera globalmente en una estructura que interrelaciona todos los actores de forma que no aparezcan elementos sueltos y que tenga la capacidad de eliminar a los que se señalen como indeseables, para asegurar que se funcione en una misma lógica y que las estrategias dominantes que se establezcan sean de obligado cumplimiento.
Desarrollar, mantener y controlar la estructura creada, necesita de mecanismos de toma de decisiones, cuyo papel se ha autootorgado Estados Unidos.
La forma en que se aborda esta cuestión; el sometimiento, la disciplina, la sumisión, la subordinación y cuántas otras formas de dominación se pueda uno imaginar, no tiene un solo mecanismo. Es evidente que, en numerosos casos, se trata de imposiciones por la fuerza, cuya violencia no tiene limites, llegando al exterminio de millones de personas, en su mayoría civiles. En otros se utilizan las presiones, las amenazas, la coacción. También existe la sumisión pactada, cuando existen intereses comunes en los grupos dominantes. Por último, existe un seguidismo por intereses comunes muy similares, prácticamente idénticos, o que incluso superan a los originales norteamericanos; esto se hace patente en el mundo anglosajón, liderado por el Reino Unido.
Este proceso no tiene un carácter lineal y en cada momento se configura de acuerdo con las circunstancias que el mismo sistema ha creado. La expansión imperial de los EE.UU. tras la SGM ilustra este aspecto.
Tras la guerra, algunas de las las grandes potencias coloniales no tenían capacidad para dominar y sostener sus colonias y áreas de influencia: el imperio británico era incapaz de controlar sus colonias y áreas de influencia, traspasando a los EEUU su control; ese fue el caso de Grecia, Turquía y Oriente Próximo, Irán, Corea, Indochina y otros.
Los Estados Unidos tenían que convencer a su ciudadanía de la necesidad de reanudar la actividad militar. Y ahí nació la guerra fría, la declaración del comunismo como el enemigo universal y la necesidad de derrotarlo allí donde estuviera. Una excusa ideológica y la necesidad de mantener e incrementar el desarrollo del complejo militar industrial, elemento esencial de la economía norteamericana y también occidental.
Se combinó el estado de bienestar para el Occidente blanco y desarrollado, con el saqueo, la guerra en todas sus formas, los golpes de estado, la represión y las dictaduras en toda la periferia.
Ese modelo colapsó por su propia dinámica interna en la década de los 70 y fue sustituido por el neoliberalismo; una reformulación de los mecanismos de acumulación, más rentable y eficaz, a costa de aumentar el saqueo y la explotación.
Pero el neoliberalismo no alteró en lo más mínimo el militarismo y el desarrollo belicista. La expansión imperial de Occidente continuó sostenida por las guerras y el desarrollo armamentista.
El derrumbe del mundo socialista en los primeros años de la década de los 90 supuso la desaparición de la URSS, del COMECOM y del pacto de Varsovia. Todo parecía indicar que Occidente, liberado de la contención que suponía el mundo socialista, se expandiría vertiginosamente en una nueva fase de extensión.
En un primer momento, todo hoy parecía indicar que sería así y que continuaría por tiempo indefinido. La expansión de la OTAN y la destrucción de Yugoslavia, en el propio corazón de Europa, así lo atestiguaba. Estados Unidos consideró que su hegemonía estaba asegurada y podía actuar como dueño absoluto del mundo.
Pero a finales de la década comenzaron a surgir nuevas crisis que, aunque parciales, pusieron de manifiesto, que el sistema no era seguro ni fiable y que no se disponía de un nuevo modelo para reemplazar el neoliberalismo. Se volvió a la receta clásica, iniciando nuevas guerras, la mas destacada en Irak, poniéndose en marcha estrategias para un cambio rápido de regímenes en áreas extensas para integrarlos subordinadamente a los EE.UU; primaveras árabes y revoluciones de colores, sobre los enclaves de la resistencia en Irán, Corea del Norte y la triada latinoamericana, Cuba Venezuela y Nicaragua, como los casos mas destacados.
Nada de eso pudo impedir la crisis de 2008, que puso en jaque a toda la economía occidental y mostró la profunda disfuncionalidad del sistema y del modelo vigente. La mayor sorpresa fue que la periferia, con China a la cabeza no colapsó y mantuvo, no solo la viabilidad de su modelo, sino que continuó creciendo.
Estados Unidos y el resto del mundo occidental no cambiaron de modelo, sino que intentaron superar la crisis ahondando y profundizando las mismas prácticas. Los cambios introducidos no fueron para reformular los mecanismos que habían producido el colapso, sino para llevarlos aún más lejos.
Eso no quiere decir que no fueran conscientes de la situación y que no aceleraran los proyectos para crear las condiciones que les permitieran cambios más profundos. Se hizo evidente que, una vez más, la única solución era ir a la guerra y que había que prepararse acumulando fuerzas, asegurando su disciplinamiento y reforzando las cabezas de puente que permitirían destruir a sus principales enemigos, Rusia y China; este último, objetivo final, ya que claramente ponía en cuestión la hegemonía de los EE.UU. Los escenarios elegidos fueron Ucrania y Taiwán.
A partir de ese momento, el reloj se puso en marcha, el tiempo pasó a decidir en el futuro de la hegemonía estadounidense. Día a día, China avanzaba no solo en el terreno productivo sino en el desarrollo social del comercio internacional y sus áreas de influencia, al tiempo que Rusia se iba desprendiendo de su dependencia de Occidente, especialmente de Europa, avanzaba en sus relaciones internacionales y mostraba un impresionante desarrollo técnico militar.
Desde 2014 Estados Unidos ha acelerado su proyecto belicista en todos los campos; militar, político e ideológico. Considerando que las guerras se libran en todos los órdenes, con ejércitos de todos los tipos, con el desarrollo técnico de los armamentos, con guerras económicas y cognitivas, con estrategias de acumulación de fuerzas, con represión y censura y eliminando cualquier restricción o límite para el ejercicio de la violencia.
A pesar de la aceleración del proceso y del éxito en algunos terrenos, como en el dominio ideológico-cultural, no hay ninguna certeza de que lleguen a tiempo antes de que el mundo emergente se consolide y se muestre inalcanzable e indestructible.
Día a día se hace más patente no solo la imposibilidad de solucionar su crisis estructural ni de frenar en desarrollo de sus antagonistas, sino la pérdida de influencia sobre países y territorios hasta ahora sometidos incondicionalmente.
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