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Pobreza y Género

El desarrollo es la gran mentira del capitalismo

Fuentes: Rebelión

Introducción En nuestras sociedades latinoamericanas, así como en la gran mayoría de los países del tercer mundo, el concepto de desarrollo ha estado presente como ideal cultural, político, económico y social. Podríamos decir que nuestras identidades se forjaron con la imagen de los centros productivos mundiales que por múltiples razones, no todas loables, se han […]

Introducción

En nuestras sociedades latinoamericanas, así como en la gran mayoría de los países del tercer mundo, el concepto de desarrollo ha estado presente como ideal cultural, político, económico y social. Podríamos decir que nuestras identidades se forjaron con la imagen de los centros productivos mundiales que por múltiples razones, no todas loables, se han convertido en modelos hacia los cuales nuestras sociedades debían caminar, aún cuando para que ello se concretara se tuviesen que realizar cosas repugnantes como traer inmigrantes y asesinar o desplazar a nuestros propios habitantes. En defensa del desarrollo y otros conceptos hermanos como progreso, civilización y modernización, se han levantado en armas los militares y se ha organizado el pueblo en el silencio; todos esperando imponer un sistema de normas y reglas coherentes con algún proyecto primer mundista ya consolidado.

Lo que se abordará aquí como tema es cómo los conceptos de pobreza y de desarrollo se han institucionalizado e integrado a las conciencias colectivas, a través de prácticas concretas tendientes a reforzar una sola idea de desarrollo, en la cuál el empoderamiento de los sujetos aparece como elemento peligroso y desestabilizador de la estructura social, basada a su vez, en el régimen capitalista de propiedad privada. Nociones de desarrollo tendientes a romper con esta lógica han sido cortadas en su momento proyectivo, mientras en nuestros días el modelo neoliberal ha vuelto cada vez más difícil la tarea de construir nuevas propuestas, más integrales y que abarquen también el concepto de desarrollo.

En este contexto, las mujeres no han sido sujetos pasivos, no sólo en cuanto al activismo político sino que además han estado presentes como sujetos de intervención de las políticas públicas. En ellas, las mujeres aparecen muchas veces esencializadas de acuerdo con las construcciones culturales patriarcalistas de larga data y otras propias de la modernidad. Quizás es en el rol de las mujeres en el desarrollo donde más adquiere sentido el término empoderamiento, ya que en este grupo genérico es donde aparecen las formas de resistencia más relevantes, tanto a nivel local como universal.

Como vamos a conversar, en lo que sigue, de pobreza y desarrollo, es válido preguntarnos ¿qué desarrollo? ¿Por qué este concepto? ¿Para quién? ¿Qué tiene que ver el enfoque de género en su construcción como concepto? ¿Cuáles han sido las formas de resistencia frente a las visiones de desarrollo que tienden a esencializar a las mujeres?, ¿Cuáles son las alternativas actuales?, ¿de qué manera se concretizan en prácticas?

Para responder a algunas de estas interrogantes se considerarán las investigaciones de Kabeer, Clert, Sen, Parpat, Anderson, Irma Arraigada y otros. Todas las lecturas de estos textos son personales y se encuentran enmarcadas en una visión de resistencia frente al neoliberalismo como modelo económico y cultural, así como también frente a la modernidad inconclusa, que en la búsqueda de la emancipación del «hombre», tan sólo se nos ha aparecido como un sistema de dominación favorable a sólo algunos tipos de hombres.

1. La pobreza… ¿a quién afecta?

Actualmente, según datos del Banco Mundial, el 19% de las personas del mundo viven en situación de extrema pobreza1. Si agregamos a este dato el total de personas que viven con menos de dos dólares diarios, llegamos al 40% (más menos 2.500 millones de personas). Cerca de 800 millones de seres humanos sufren de hambre, 1.100 millones carecen de agua potable y casi 1.200 niños mueren cada hora a causa de enfermedades que son evitables por la medicina moderna2. Estos datos pueden ser comparados con otros que van en aparente dirección opuesta (los logros de los programas de desarrollo), pero que en realidad son parte integral del terrible panorama universal. Si consideramos que el presupuesto completo que permitiría a África cumplir con los llamados «objetivos del milenio»3 es de 25 mil millones de dólares, pero que al mismo tiempo Estados Unidos, principal promotor de esta propuesta de desarrollo para el tercer mundo gasta 180 mil millones de dólares en la guerra contra Iraq4, al menos nos debiera parecer relevante cuestionarnos que tipo de mundo estamos construyendo y mejor aún quienes realmente participan en esta construcción.

Pero el problema de la pobreza no queda ahí. Los pobres no son iguales en cuanto a niveles de pobreza y necesidades específicas, y existen evidentes diferencias de género en la distribución de la riqueza del mundo. El 98% de las riquezas de la tierra están en manos de hombres; de los 2.500 millones de personas calificadas como pobres por PNUD el 80% son mujeres; el 90% de las víctimas de prostitución infantil son mujeres (el 100% de los usuarios son hombres)5; las tres quintas partes de los menores de edad que no reciben educación estando en edad escolar son mujeres; y dos tercios de los 876 millones de adultos analfabetos son también mujeres6. Los «datos duros» de pobreza son mucho más extensos, pero en general la tónica tiende a repetirse cuando tomamos los datos cuantitativos que nos hablan del hambre y la miseria, y los comparamos con los gastos en armas de los países desarrollados o con la acumulación capitalista de empresas transnacionales y otras gigantes nacionales.

Estos datos pueden ser importantes para demostrar que las mujeres, dentro de los pobres, son más pobres que los hombres, pero de ninguna manera pueden dar cuenta de la verdadera tragedia de la pobreza, como factor multidimensional, que abarca a hombres y mujeres en todo el mundo, ni tampoco explican las relaciones de poder y de resistencia que se dan en los diferentes contextos en que se desarrolla la cultura humana. Los datos que sugieren medir la pobreza en torno a la distribución de los ingresos ignoran, entre otras cosas, las necesidades satisfechas fuera del ámbito del mercado, como por ejemplo, la democratización de las sociedades. En efecto, esta visión reduccionista de la pobreza sigue primando hasta nuestros días y afecta a hombres y mujeres que son encuadrados en una realidad que se les aparece como reificada, en la cuál deben cumplir el rol del homus economicus (históricamente reservado sólo para los hombres), que Room definirá como «una masa de individuos atomizados que luchan por la competencia en el mercado»7.

El economista bengalí Amartya Sen ha planteado que el primer requisito para conceptuar la pobreza es definir ‘quienes se encuentran en el centro del análisis’8. Este autor defiende la idea de un concepto de pobreza amplio que sea capaz de cubrir distintas realidades específicas. Quienes han definido la pobreza a partir de la población carente de los recursos económicos para cubrir las necesidades básicas, y que ven en el hambre la manifestación más evidente de la pobreza, no se encontrarían en un error al incluir este tema, que es relevante para muchos países del mundo, sino que estarían actuando de manera reduccionista al ser incapaces de ver más allá de la visibilidad propia de la biología. De hecho, las necesidades de tipo biológicas son también construcciones culturales que varían de acuerdo a los contextos, con esto me refiero a los tipos de alimentación y formas de distribución de los alimentos, por más que sea evidente que, como plantea esta posición biologicista, ciertos niveles de hambruna determinan evidentemente que las personas vivan en la pobreza.

Frente a quienes tratan de equiparar la pobreza con la desigualdad, Sen ha hecho hincapié en que estos son conceptos relacionados pero no equivalentes, ya que la transferencia de recursos de una persona con ingresos altos a otra de ingresos bajos no tendría por resultado dos personas no pobres, sobre todo si entre ambas existen habitus construidos en relaciones de poder con una historia particular9. La marginalidad, la vulnerabilidad, la exclusión y la discriminación por raza, etnia o género10 son algunas de las dimensiones que deben agregarse al enfoque de la desigualdad, si en efecto se quiere dar cuenta del problema de una manera más amplia.

Más complicada aún es rebatir la postura de quienes, reconociendo el multiculturalismo y la relatividad del concepto mismo de pobreza, plantean que esta es definida de acuerdo a lo que cada sociedad, por sí misma, considera que es pobreza. Esta visión, desde mi punto de vista, no es capaz de comprender las relaciones de poder al interior de cada sociedad, que determinan el posicionamiento diferenciado de visiones del mundo, siendo las dominantes hegemónicas sobre el resto. Por esto, la relatividad muchas veces favorece a quienes ejercen el poder de manera desigual y ostentan los discursos considerados válidos también por quienes se encuentran en una posición desmejorada. Por ello, resulta evidente la necesidad de incluir de manera complementaria la idea de «sentimiento de privación», es decir, la noción que la propia gente tiene de sus condiciones materiales de existencia.

Parece bastante interesante la posición de Sen respecto a que el concepto de pobreza es problemático e imposible de abordar en su magnitud. Por ello es necesario considerar las subjetividades tanto de quienes hacen la conceptualización como de aquellas personas a quienes se está investigando. Aún los datos más objetivos tienen un alto grado de arbitrariedad y nunca son neutrales, sin embargo una postura epistemológicamente correcta sería aquella que deja en claro cuáles son las arbitrariedades presentes y posibles al momento de conceptualizar y ejecutar un determinado programa de desarrollo. Por otro lado, quienes intentan desmotivar este tipo de planificación con una exagerada visión de relativismo cultural, caen en la inoperatividad. Es necesario tener medidores objetivos de pobreza que cumplan con posibilitar el desarrollo de quienes hoy se ven menoscabados por las estructuras de dominación en todo el mundo.

De todas maneras, Sen parece concluir que la pobreza es la carencia de los recursos para ser capaz de realizar un cierto número de actividades11. El gran problema de los programas de ayuda es que esas actividades se encuentran predefinidas de acuerdo a supuestos roles que los organismos internacionales, los estados y las organizaciones sociales determinan para los sectores pobres de la sociedad. De esta idea de Sen, de abrir el concepto de pobreza, evidentemente surge también la necesidad de tratar el concepto a partir de su multidimensionalidad. Este a su vez, es un aporte claro de los enfoques de género que han permitido ampliar tanto el concepto de pobreza como las metodologías de trabajo para superar el flagelo. En concreto, como plantea Irma Arriagada, en la actualidad se ha tratado de incluir tanto las dimensiones materiales como inmateriales de la pobreza. La educación, las posibilidades reales de participación, la percepción de las condiciones materiales y de la relación establecida con el entorno son parte necesaria de cualquier política que busque algo de integralidad. Para Arriagada, una conceptualización operativa de pobreza es aquella que la define por la «ausencia y/o bajos ingresos, la falta de acceso a bienes y servicios provistos por el Estado como seguridad social y salud, entre otros; ausencia de propiedad de una vivienda y otro tipo de patrimonio, nulos o bajos niveles educativos y de capacitación, sin disponibilidad de tiempo libre para actividades educativas, de recreación y descanso, y que se expresa en la falta de autonomía y en ausencia o limitadas redes familiares y sociales»12. El problema más relevante que plantea Arriagada es precisamente que al aumentar las dimensiones a considerar de la pobreza, mayor es la dificultad para elaborar indicadores que den cuenta del fenómeno. Esta definición se encuentra incompleta si no van dentro de ella los factores subjetivos de la pobreza, pues desde mi punto de vista, se debe integrar la visión de quienes se ven afectados por la pobreza no sólo en la participación para solucionar el problema, sino en la integración de su percepción como factor relevante para explicar la pobreza.

Ahora bien, la pobreza también amerita ser tratada desde un enfoque de género, complementario a otros enfoques, que de cuenta de las relaciones de poder que impiden a las mujeres pobres salir de su situación actual. Cuando ocurre que las mujeres sufren de privación de sus necesidades básicas y de privación de los medios para satisfacer esas necesidades, por el hecho de ser mujeres, estamos hablando de discriminación de género13. Las mujeres, como plantea Kabeer14, no sólo son pobres porque generen menores ingresos monetarios que los hombres, sino además porque sobre ellas existe una regulación desigual en la distribución del tiempo. En efecto, si se busca ayudar a las mujeres a mejorar sus condiciones objetivas y relaciones de poder a través de la generación de ingresos, sin considerar que la gran mayoría de ellas ya cumplen otras tareas igual o más demandantes en tiempo y esfuerzo físico y por las cuales no reciben remuneración alguna, lo que se hace no es sino coartar toda posibilidad de alcanzar una mejor calidad de vida, que incluye por supuesto, la recreación y el ocio. Clert coloca un buen ejemplo de esta situación cuando menciona una encuesta realizada en el sector de empleo informal en Chile que revela que las encuestadas, en su mayoría, afirman poder «arreglárselas» solas, pero un 30% de ellas plantea que el tiempo no le alcanza para nada. Esto genera conflictos con los mismos roles socializados de las mujeres, pues en la misma encuesta se muestra que gran parte de ellas sufre de culpa y cargo de conciencia por no cumplir como quisiera con el papel de madre y dueña de casa15.

La escencialización del rol de la mujer en la sociedad se encuentra presente en gran parte de los programas de ayuda. Un motivo recurrente que se esgrime para invertir en las mujeres dueñas de hogar es que estas tendrían una mayor proclividad a invertir los ingresos monetarios en necesidades de sus hogares16, cosa que no ocurriría con los hombres. Aquí la escencialización consiste en establecer a priori conductas en mujeres independientemente de sus diferenciaciones intrapobreza, contextos culturales, étnicos, religiosos, etc., pero además, si aquello es efectivamente una conducta recurrente, sería interesante saber qué elementos de la educación familiar, social y formal contribuyen a que un número importante de mujeres se comporte de esa manera, y de la misma manera, porqué los hombres responden de forma distinta. Así, el enfoque de género, como plantea Carine Clert, busca examinar los distintos roles de hombres y mujeres de manera relacional y diferencial en cuanto a sus necesidades, el acceso que tienen cada uno a los recursos y a su control, siempre en un contexto histórico y sociocultural particular17.

En boga se encuentra en la actualidad el concepto de feminización de la pobreza. Las sociedades en las cuáles existe una discriminación de género, han mostrado una cierta regularidad en poner barreras concretas que impiden que la mujer tenga las mismas oportunidades que los hombres de salir de la pobreza. Estas barreras se expresan fundamentalmente en el ámbito laboral (desempleo, empleo precario, trabajo no remunerado, impedimentos para desarrollar sus potencialidades, entre otras)18; educativo (oportunidades de educación y escencialismo en la definición de los roles inculcados por la educación) y vulnerabilidad a la violencia tanto simbólica (de la sociedad) como subjetiva y física (generalmente al interior del hogar). A estas situaciones de las mujeres en particular debemos sumar la discriminación hacia las niñas menores (que en determinados contextos son mal alimentadas, abusadas sexualmente, retiradas de sus escuelas para cumplir roles domésticos, etc.); hacia las mujeres mayores (ausencia de previsión social y acceso a la salud); hacia las mujeres rurales que viven en un contexto de particular desprotección social (y que muchas veces deben migrar a la ciudad para buscar trabajos precarios), entre otras múltiples formas y roles que pueden desempeñar las mujeres en la sociedad y que determinan que participen de una manera desigual frente a los hombres.

¿Existen características de la pobreza que afecten sólo a las mujeres? Anderson plantea que la respuesta es positiva y enumera estas características: la pobreza de tiempo (que ya hemos visto a propósito de la triple jornada laboral), la pobreza de trabajo (precarización, acomodación del trabajo remunerado a las condiciones del hogar, desigualdades en el ingreso), pobreza de vínculos sociales (capital social disminuido por la falta de activos posibles de ser intercambiados), privación estética (entornos que no se corresponden con las necesidades de las mujeres y que se encuentran comúnmente tomados por quienes no hacen de los espacios lugares de interacción pública), privación de seguridad (desprotección frente a catástrofes; cumplen el rol de ayuda a los más necesitados constantemente19, a veces pagando costos que no les corresponden)20.

Estas situaciones no son sólo un fenómeno del presente. Cuando hablamos de feminización de la pobreza, el término está haciendo hincapié en un proceso a través del cuál las relaciones sociales varían, se transforman y se expresan en prácticas sociales que las refuerzan. Si se quiere sacar a las mujeres de la pobreza se debe considerar las causas y desentrañar cuáles son las prácticas particulares de una sociedad que inciden en que las mujeres tengan una menor posibilidad de salir de la pobreza. Por otra parte, la pobreza es un fenómeno relacional, que sólo adquiere sentido por cuanto vincula permanentemente a los sujetos al interior de una estructura de dominación. Si aceptamos que las prácticas refuerzan el orden estructural que tiende a perpetuar la pobreza, también podemos pensar que cambios en las prácticas pueden generar desplazamientos estructurales, en otras palabras, la pobreza es un fenómeno social y por tanto reversible, pero para que el cambio se produzca no basta con cambiar los clavos oxidados, sino que es necesario reemplazar los cimientos de la estructura. Esta idea de comprender a la pobreza como proceso está presente en el pensamiento de Arriagada.

2. Desarrollo y pobreza: el género como enfoque

Vamos de un concepto difícil a otro. La literatura del siglo XX vinculó permanentemente el concepto de pobreza al de desarrollo. El racionalismo moderno tuvo su sustento ideológico y ético en la idea del progreso indefinido, que de alguna manera da cuenta de un proceso a través del cuál las sociedades avanzan hacia una situación mejor o más evolucionada. El darwinismo y el marxismo fueron teorías acordes con este ideal burgués en tanto consideraban la actualidad como un estadio a superar. El desarrollo es un concepto emparentado con el de progreso, sólo que se nos aparece como menos abstracto ya que siempre tiene un apellido que ayuda a enfocar su sentido (económico, social, cultural, político, técnico, industrial, sectorial, comunitario, sostenible, armónico, equilibrado, humano); cada sentido a su vez responde a una época histórica, a un contexto cultural, social, político y económico particular. Sin embargo, para todos los conceptos de desarrollo, es común el hallarse construidos por el capitalismo que no sólo va definir el concepto en cada etapa histórica, sino que además, al erigirse como regulador universal de las prácticas sociales, también dará sentido a las relaciones de poder. Esto significa necesariamente que la verdad, cuyo pináculo es la ciencia, sólo puede ser transmitida a través de la lógica del capitalismo. De esta manera, cualquier programa de desarrollo que busque validez debe seguir los procedimientos necesarios para participar del sentido de las relaciones sociales en las que se enmarca.

Los países del tercer mundo han visto el desarrollo, comúnmente, a través de los ojos del primer mundo o «mundo desarrollado», de manera que tanto las ciencias como las políticas públicas se han construido en nuestros países bajo la idea de «llegar a ser como…», lo que a su vez ha influido en que la ciencia y las políticas hayan intentado implantar moldes de desarrollo sin consideración de las particularidades de cada sociedad. Por otra parte, como plantea el economista egipcio Samir Amin, el capitalismo globalizado realmente existente es por naturaleza polarizante y por ello todos los intentos de las periferias económicas de acercarse a los centros productivos, a través de su lógica, son esperanzas vanas21. Esto no significa que dentro del marco del capitalismo no puedan surgir avances, sino más bien que imperan determinadas lógicas que impiden que el desarrollo se convierta en algo más que una utopía impuesta por el propio sistema como promesa a los más pobres. Se plantea esto último para tener en cuenta que los enfoques de bienestar, equidad, anti-pobreza y eficiencia22, directrices teóricas de los programas de ayuda a las mujeres del tercer mundo, obedecen a esta lógica, aún cuando mucho de ellos pueda ser rescatado para la elaboración de programas que consideren el empoderamiento como resultado.

Actualmente, el llamado desarrollo humano ha sido un concepto más operativo. Un enfoque que considere este tipo de desarrollo tendrá por objetivo «reafirmar a las personas realizando sus potencialidades como miembros plenos, creativos y útiles de la sociedad; la adquisición de riqueza material es un medio para alcanzar ese fin, no un fin en sí mismo»23. Esta última acotación de Gita Sen no es casual, sino que tiene que ver fundamentalmente con que el concepto más divulgado y reconocible de desarrollo se encuentra ligado al de crecimiento económico. La modernización concebida para nuestros países «en desarrollo» fue históricamente una cuestión de crecimiento económico, para lo cuál se impulsó primero la industrialización, luego reformas agrarias y finalmente las políticas de ajuste de los años 80’s, que fueron en el sentido de liberalizar las reglas del mercado interno y apuntar exclusivamente al «chorreo económico» como mecanismo de desarrollo. Sin embargo, después de treinta años de políticas de este tipo, no es difícil darse cuenta del fracaso del mercado «autorregulado» en promover el desarrollo, sobre todo si consideramos los datos sobre pobreza y género esbozados más arriba.

Más allá de las determinaciones económicas de cualquier sociedad, el crecimiento económico debe apuntar siempre, como plantea Gita Sen, al desarrollo humano y para ello es necesario «regular y controlar a las fuerzas del mercado, transformar a los estados para que apoyen los objetivos de desarrollo humano y fortalecer a las instituciones de la sociedad civil»24. Contrariamente a este planteamiento, el mercado sin regulación ha traído consigo una serie de hechos concretos: más empleo, pero precario y cíclicamente crítico; más desigualdad y acumulación para unos pocos; mayor feminización del fenómeno de la pobreza.

Este último punto es verdaderamente relevante, pues las estrategias de desarrollo han venido implementando el enfoque de género y los resultados han sido escuálidos. Esto fundamentalmente porque aún persiste el antiguo debate sobre el rol de la mujer en la sociedad, su posible cercanía con la reproducción y la producción, su función en la estructura económica, su vínculo con el crecimiento económico, etc. El enfoque de bienestar podría ser considerado en este sentido el menos ambivalente, ya que reivindica una figura de mujer universal que tiene como características: el ser sujeto pasivo del desarrollo, ser madre y ser dedicada a la crianza de los niños como función económica fundamental25. Aquí en efecto, se construye una visión intragenérica dominada por mujeres de clase media y alta de la Europa posguerra, que proyectaban sobre las mujeres más pobres sus propios ideales moldeados por su habitus de clase. Aunque la literatura ya ha demostrado las dificultades de la caridad esencialista (y a raíz de cuyas críticas surgieron los demás enfoques a mediados de los 70’s), la verdad es que estos moldes y prácticas siguen presentes en la actualidad.

A partir de la llamada «Década de la mujer»26 de Naciones Unidas, entró a escena el primero de los enfoques de Mujer en el Desarrollo (MED), el de la equidad. Aquí hay un evidente avance en cuanto a identificar el problema de la pobreza femenina, dando especial importancia a la carencia de tiempo (como plantean Kabeer y Clert) al asumir las mujeres triples jornadas laborales. Este enfoque fue defendido por los sectores de izquierda dentro del feminismo y promueve una acción potente del Estado para ayudar a las mujeres. Está presente la idea de que la autonomía económica dará una mayor posibilidad a las mujeres de cambiar las relaciones de poder al interior del hogar. Esta búsqueda de cambio resultó incómoda para los estados nacionales coartados y dominados por las políticas económicas que no consideraban a la mujer como un homus economicus, pero que sí aprovechaban su trabajo no remunerado para reproducir el proceso de acumulación. El enfoque de equidad también recibió críticas de quienes pretendía ayudar, pues si bien apuntaba teóricamente a un cambio político, no parecía tener la capacidad explicativa para comprender el carácter sistémico de la desigualdad de género, ni tampoco podía dar cuenta de los cruces de variables explicativos de la pobreza más allá de las relaciones de género: la clase, la etnia, la religión, etc.

Si el desarrollo es un concepto nacido en y por el capitalismo, no debemos asombrarnos de que las soluciones que lo consideren como motor de investigación y planificación contengan los mismos problemas que todas las relaciones en las cuales el mercado actúa como agente regulador. Como plantea Kabeer, el MED fue sustentado por una corriente feminista liberal que concebía (y sigue haciéndolo) a las mujeres como agentes racionales que buscan el logro de metas a través de los mejores medios posibles27. Por ello las políticas del MED siempre buscaron encontrar la igualdad de las mujeres en la idea de sujeto impuesto por la modernidad capitalista, sin cuestionar que esa idea de sujeto racional era precisamente la piedra de tope para avanzar hacia una igualdad con diversidad.

De ahí que sean necesarias y esperadas las críticas provenientes desde el tercer mundo, o la periferia económica. Desde aquí28 es que ha surgido el planteamiento más relevante que abre las puertas a derribar la imposición sistémica del capitalismo. Ha llegado el momento de hablar de empoderamiento.

No podemos comprender al capitalismo sólo como un sistema económico, pues la modernidad hunde sus raíces en él, creando cultura y reforzando verdades en cada práctica enmarcada en las relaciones de poder que le son particulares. Sería ilusorio creer, a estas alturas, en el surgimiento de una conciencia planetaria fuera de la lógica del poder que pusiera en cuestión el sistema, sobre todo si por esa conciencia en realidad buscamos un sujeto coherente y unificado que comprenda claramente la relación entre la biografía y la historia. Más bien parece haber varios sujetos, bastante fragmentados, que logran un cierto nivel de coherencia a partir de aquellos elementos culturales que sienten como propios. El capitalismo, en su etapa expansiva o imperialista, busca romper con las identidades locales y construir sujetos de mercado, consumidores sin reivindicaciones más que como tales. Las mujeres, que al igual que los hombres guían sus prácticas de acuerdo a su posición dentro de la estructura social, sólo pueden lograr romper con el poder que les impide una mejor calidad de vida a través de la destrucción de las relaciones que instauran una desigualdad de facto y de los universos simbólicos en que se sustentan.

El empoderamiento es un neologismo derivado de empowerment que ha tenido arraigo sobre todo en las teorías feministas del tercer mundo (o del sur, como plantea Magdalena León). Evidentemente su significado está estrechamente vinculado con el ejercicio del poder, comprendido aquí al modo en que lo hace Michel Foucault, como «la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sistema, o, al contrario, los corrimientos, las contradicciones que aíslan a unas de otras; las estrategias, por último, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo general o cristalización institucional toma fuerza en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales»29. En esta definición se conjugan varias cosas que son relevantes para el análisis presente. En primer lugar, el poder no depende de un aparato que ejerce voluntad vertical, sino del conjunto de factores y variables que se relacionan de acuerdo al sentido que ocupan en la estructura social. Pero más importante aún, sobre todo para el concepto de empoderamiento, es que en esta definición de Foucault está presente la resistencia como parte definitoria del mismo poder. Toda relación económica, política, social e interpersonal está guiada por el poder, pero la confrontación y la oposición son inherentes a este proceso, son efectos inevitables de los juegos de poder30.

No deja de ser importante el hecho de que la definición de Foucault llama a comprender al sujeto a partir del poder y no al revés, lo que no significa que desaparezca la resistencia, sino que aquella es inmanente a las relaciones de fuerza entre los grupos que se enfrentan. Esto es coherente con las características del capitalismo ya planteadas más arriba. Por esto, el ejercicio desigual del poder conlleva necesariamente a valores y normas que legitiman prácticas, instituyendo la violencia simbólica, según Bourdieau, «a través de la adhesión que el dominado se siente obligado a conceder al dominador (por consiguiente a la dominación) cuando no dispone, para imaginar la relación que tiene con él, de otro instrumento de conocimiento que aquel que comparte con el dominado y que, al no ser más que la forma asimilada de la relación de dominación, hace que esta relación parezca natural»31. Esto no sólo vale para las prácticas de los sujetos a quienes van dirigidos los programas de desarrollo y que se enmarcan en relaciones de poder particulares, sino también a quienes investigan, planifican y ponen en marcha esos programas.

A esto debemos agregar la existencia de formas específicas de poder, como define Jo Rowlands: el poder sobre (forma más clásica de comprensión del poder donde inevitablemente el aumento de poder de un sujeto significa la pérdida de poder de otro32); el poder para (favorece el cambio a través del liderazgo creativo, es decir, que busca generar poder para los demás, creando alternativas de acción alejadas del ‘poder sobre’); el poder con (que entiende que el todo, el colectivo, es más que la suma de las partes); poder desde dentro poder del interior (este surge desde el propio ser y no desde afuera, no es regalado ni entregado)33.

El empoderamiento es también un término complicado, porque la literatura que lo trata ha sido poco específica y lo ha tendido a comprender a partir de esquemas ya usados y poco constructivos. Quizás, la discusión se entorpece cuando aislamos el concepto de la práctica social, pues en contextos en los cuales los sujetos se entienden como iguales y llevan a cabo prácticas de democratización de todos los espacios y estructuras más cercanas, efectivamente surge el empoderamiento de todos los miembros. Un ejemplo es el de la situación de las mujeres chilenas bajo el régimen militar de los años 70’s y 80’s, cuya única alternativa para romper con su situación particular era el cambio estructural de la sociedad, prioridad a la que renunciaron momentáneamente por la lucha pragmática que sirviera para derribar una dictadura. Por ello, y hasta el día de hoy sigue siendo válida la frase «democracia en el país y en la casa», tan bien expresada por Julieta Kirkwood. Esta es una discusión que, sin duda, atañe de manera especial a la relación entre los géneros, pues no hay empoderamiento real si siguen existiendo espacios de dominación hegemónica, donde los dominados refuercen a través de sus propias prácticas la legitimidad necesaria para la reproducción de su yugo. Muy por el contrario, como plantea Kanabiran, «el empoderamiento ha ocurrido cuando cruza el umbral del hogar»34.

En lo que se refiere a un enfoque de género, Anderson trata de vislumbrar algunas estrategias coherentes con las necesidades actuales de las mujeres y que pueden ser parte de luchas locales. Concretamente plantea: el ahorro de tiempo en las tareas domésticas, servicios (de cuidado infantil, seguridad pública en la localidad, servicios para la tercera edad), participación (facilitar la articulación de intereses de los más necesitados) y fomento de las actividades económicas de las mujeres35. No cabe duda que Anderson identifica problemas concretos de las mujeres en casi todas las sociedades, sin embargo sus soluciones pasan mucho más por otorgar a las mujeres ciertos beneficios que no necesariamente tendrían un correlato en cambios reales de la estructura de dominación masculina. Una práctica de resistencia que aspire a cambiar el sistema de dominación tendría que apuntar a los roles masculinos que actualmente son coherentes con el capitalismo, pero al mismo tiempo con la dominación sobre las mujeres. A sí mismo, tendría que apuntar igualmente a cambiar a través de prácticas concretas, realizadas por los propios sujetos, las particularidades que tienden a legitimar esa dominación. El fin último es cambiar el sistema de reglas presentes y que sostienen la dominación, por lo que me parece muy atingente la consideración de Foucault respecto a que «el poder del conocimiento hegemónico puede ser desafiado por discursos alternativos que ofrezcan otras explicaciones de la realidad»36. Si bien Nancy Hartsock critica, a mi parecer de manera razonable, el que Foucault se centre más en la resistencia que en el cambio37, aquello no excluye de ninguna manera el hecho de que la resistencia, si llega a conformar maneras de concebir el mundo estructuralmente distintas, es en efecto una contribución al cambio global.

Si pongo énfasis en las prácticas es porque ningún programa escrito puede dar cuenta de la realidad. Por el contrario, el verdadero empoderamiento es aquel que se construye en la base misma de la sociedad, y viene precisamente a modernizar (o enriquecer) la teoría de Marx, ya que el empoderamiento incluye más que al proletariado, a todos los excluidos, entre ellos las mujeres de todo el mundo. El empoderamiento, que ha tratado de ser definido y dotado de sentido, sólo encuentra su funcionalidad cuando dejamos el espacio de su contenido dispuesto a ser llenado, de manera amplia, cosa que cada particularidad lo atiborre de una manera antes inexplicable.

Algunas reflexiones finales

No fue mi intención expresar aquí de manera detallada las cualidades de la pobreza, sino sólo mostrar que es un concepto complicado, que no puede ser explicado si no es considerando las particularidades de cada cultura y sociedad, ni tampoco si excluimos la percepción y voluntad de quienes la padecen al momento de elaborar programas de superación de esta.

Por otra parte, considero fundamental el comprender que tanto la pobreza como el desarrollo son conceptos construidos siempre desde una posición determinada por las condiciones particulares de quien define. Aquello tiene consecuencias importantes para todos, ya que la gran mayoría de las veces las propuestas son alzadas desde el primer mundo, sin respeto por quienes sufren por la pobreza y el subdesarrollo. Al ser el capitalismo el marco económico y cultural en el cuál se llevan a cabo estos programas, para estos es imposible crear soluciones que no vayan de la mano con el contexto histórico, económico, social y político en que fueron concebidos.

De hecho la promesa del desarrollo más bien parece una manera de aquietar las aguas entre quienes viven en el subdesarrollo y que después de años y años de lucha no han logrado salir de él. ¿Tendrá que ver aquello con que el subdesarrollo y la pobreza son inmanentes al sistema de producción capitalista? ¿Es el desarrollo parte integral del velo hegemónico que el capitalismo teje sobre nuestras sociedades? Lo que aquí se ha planteado como hipótesis es que ambas preguntas deben ser respondidas afirmativamente.

Como también hemos dado énfasis al concepto de empoderamiento, me parece válido plantear que sí existen alternativas al subdesarrollo, y estas están vinculadas fundamentalmente a las prácticas sociales concretas que apunten a derribar económica y culturalmente el modelo de dominación. Ilusorio es pensar que estas prácticas se encuentran fuera de los marcos de influencia del ejercicio del poder, sin embargo cuando las sociedades cambian lo hacen porque hay prácticas que tienden a crear nuevas realidades por muy locales que sean. Los programas de desarrollo debieran, entonces, ir cada vez más considerando las particularidades de los lugares en que se aplican, sin olvidar que sólo las personas, y no el investigador, están llamadas a transformar la realidad que las oprime.

* Mauricio Amar D. es sociólogo de la Universidad de Chile, miembro del Centro de Desarrollo Social y Cultural La Chimba de Recoleta.
Correo Electrónico: [email protected]

Notas:

3 Que aparecen enumerados en http://www.un.org/spanish/millenniumgoals/

4 Gresh, Alain. «Ilusorios Objetivos del Milenio», en El Atlas de Le Monde Diplomatique, Editorial Aun Creemos en los Sueños, Buenos Aires, 2006. p.105.

5 Iglesias, Margarita. «Género y globalización neoliberal: las nuevas encrucijadas neoliberales que enfrentan las mujeres», en «Mujeres: Género y globalización», Selección de artículos de Le Monde Diplomatique, Editorial Aún Creemos en los Sueños, Santiago, 2004. p. 8.

6 Gresh, Alain. «Derechos de la mujer, avances y retrocesos» en El Atlas de Le Monde Diplomatique, Editorial Aun Creemos en los Sueños, Buenos Aires, 2006. p.114.

7 Clert, Carine. «De la vulnerabilidad a la exclusión: género y conceptos de desventaja social», Ediciones de las Mujeres Nº 26, Isis Internacional, 1998. p. 45.

8 Sen, Amartya. «Sobre conceptos y medidas de pobreza», Comercio Exterior vol. 42, núm. 4, México, abril de 1992.

9 El ejemplo aparece en el texto de Sen, pero la idea de habitus la he introducido para especificar más la idea. Este concepto está presente en prácticamente toda la obra de Pierre Bourdieau y se refiere a la serie de disposiciones a obrar, pensar y sentir, estructuradas y estructurantes, vinculadas a la posición social.

10 Arraigada, Irma. «Dimensiones de la pobreza y políticas desde una perspectiva de género», CEPAL, Quito, 2004. p. 5.

11 Arraigada, Irma. «Dimensiones de la pobreza y políticas desde una perspectiva de género», CEPAL, Quito, 2004. p. 1.

12 Ibíd. pp. 2-3.

13 Ver Arriagada, Irma. 2004. p. 4.

14 Kabeer, Naila. «tácticas y compromisos: nexos entre género y pobreza», Ediciones de las Mujeres Nº 26, Isis Internacional, 1998. p. 22.

15 Clert, Carine. «De la vulnerabilidad a la exclusión: género y conceptos de desventaja social», Ediciones de las Mujeres Nº 26, Isis Internacional, 1998. p. 47.

16 Kabeer, Naila. 1998. p. 20.

17 Clert, Carine. 1998. p. 42.

18 Ver Arriagada, Irma. 2004. p. 4.

19 Evidentemente por su proceso de socialización.

20 Las características de la pobreza aparecen detalladas en Anderson, Jeanine. «Formas de la pobreza y estrategias municipales», Ediciones de las Mujeres Nº 26, Isis Internacional, 1998. pp. 29-35.

21 Amin, Samir. «El paradigma del desarrollo», en «Más allá del capitalismo senil», Editorial Paidós, Buenos Aires, 2003. p. 165.

22 Ver Mosser, Caroline. «Enfoques de las políticas del tercer mundo a mujer en el desarrollo», en «Planificación de género y desarrollo. Teoría, práctica y capacitación», Flora Tristán (Ed.), Editorial Entre Mujeres, Lima, 1995. p. 91.

23 Sen, Gita. «Una economía alternativa desde una perspectiva de género», en Thera Van Osch (Ed.) «Nuevos enfoques económicos. Contribuciones al debate sobre género y economía», UNAH/POSCAE, San José, 1996. p. 56

24 Ibíd. p. 58.

25 Mosser, Caroline. 1995. p. 96.

26 Nótese que el concepto es mujer y no mujeres, lo que trae implícito el no reconocimiento de la diversidad interna del género.

27 Kabeer, Naila. «Realidades trastocadas (jerarquías de género en pensamiento del desarrollo)», Editorial Paidós, México, 1998. p.44

28 El aquí tiene un sentido topográfico y cultural (el tercer mundo, donde vivimos).

29 Foucault, Michel. «Historia de la sexualidad», Tomo I, La voluntad del saber, Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 2002. pp. 112-113.

30 León, Magdalena. «El empoderamiento en la teoría y práctica del feminismo», en «Poder y empoderamiento de las mujeres», Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1997. p. 15.

31 Bourdieau, Pierre. «La dominación masculina», Editorial Anagrama, Barcelona, 2000. p.51.

32 Un buen ejemplo de este tipo de poder es la relación que establecen los países del centro capitalista con los de la periferia. La acumulación sólo es posible a través de la explotación del otro. Precisamente, como planteaba antes, el desarrollo sirve de estrategia para instaurar una «verdad» sobre las posibilidades de salir de la pobreza que no considera este tipo de relación de poder.

33 León, Magdalena, 1997. p. 18.

34 En León, Magdalena, 1997. p. 21.

35Anderson, Jeanine. 1998. pp. 35-39.

36 Foucault, Michel, citado por Parpat, Jane. «¿Quién es el otro? Una crítica feminista postmoderna de la teoría y la práctica de mujer y desarrollo», en Entre Mujeres Nº 14, Lima, 1994. p. 2.

37 Ibíd. p. 4.

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