El exterminio funciona. En un principio. Esta es la terrible lección de la historia. Si no se detiene a Israel -y ninguna potencia exterior parece dispuesta a detener el genocidio en Gaza o la destrucción del Líbano-, logrará sus objetivos de despoblar y anexar el norte de Gaza, y convertir el sur de Gaza en un osario donde los palestinos son quemados vivos, diezmados por bombas y mueren de hambre y enfermedades infecciosas, hasta que son expulsados. Logrará su objetivo de destruir el Líbano -2.255 personas han sido asesinadas ya y más de un millón de libaneses han sido desplazados- en un intento de convertirlo en un Estado fallido. Y pronto podrá hacer realidad su anhelado sueño de obligar a Estados Unidos a entrar en guerra con Irán. Los dirigentes israelíes están salivando públicamente ante las propuestas de asesinar al líder iraní, el ayatolá Ali Hosseini Jamenei, y de llevar a cabo ataques aéreos contra las instalaciones nucleares y petroleras de Irán.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y su gabinete, al igual que quienes impulsan la política de Oriente Medio en la Casa Blanca (Antony Blinken, criado en una familia sionista acérrima, Brett McGurk, Amos Hochstein, que nació en Israel y sirvió en el ejército israelí, y Jake Sullivan), son verdaderos creyentes de la doctrina de que la violencia puede moldear el mundo para que se ajuste a su visión demente. El hecho de que esta doctrina haya sido un fracaso espectacular en los territorios ocupados de Israel y no haya funcionado en Afganistán, Iraq, Siria y Libia, y una generación antes en Vietnam, no los disuade. Esta vez, nos aseguran, tendrá éxito.
A corto plazo, tienen razón. No son buenas noticias para los palestinos ni para los libaneses. Estados Unidos e Israel seguirán utilizando su arsenal de armas industriales para matar a un gran número de personas y convertir las ciudades en escombros. Pero a largo plazo, esta violencia indiscriminada siembra dientes de dragón. Crea adversarios que, a veces una generación después, superan en salvajismo –lo llamamos terrorismo– lo que se hizo con los asesinados en la generación anterior.
El odio y el ansia de venganza, como aprendí al cubrir la guerra en la ex-Yugoslavia, se transmiten como un elixir venenoso de una generación a la siguiente. Nuestras desastrosas intervenciones en Afganistán, Iraq, Siria, Libia y Yemen, junto con la invasión israelí del Líbano en 1982, que creó a Hizbolá, deberían habernos enseñado esto.
Los que cubrimos Oriente Medio nos quedamos atónitos al ver que la administración Bush imaginaba que sería recibida como liberadora en Iraq, cuando Estados Unidos había pasado más de una década imponiendo sanciones que resultaron en una grave escasez de alimentos y medicinas, causando la muerte de al menos un millón de iraquíes, incluidos 500.000 niños. Denis Halliday, el Coordinador Humanitario de las Naciones Unidas en Iraq, dimitió en 1998 a causa de las sanciones impuestas por Estados Unidos, calificándolas de “genocidas” porque representaban “una política deliberada para destruir al pueblo de Iraq”.
La ocupación israelí de Palestina y su bombardeo de saturación del Líbano en 1982 fueron el catalizador del ataque de Osama bin Laden a las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York en 2001, junto con el apoyo de Estados Unidos a los ataques contra musulmanes en Somalia, Chechenia, Cachemira y el sur de Filipinas, la asistencia militar estadounidense a Israel y las sanciones a Iraq.
¿Seguirá la comunidad internacional en estado de pasividad permitiendo que Israel lleve a cabo una campaña de exterminio masivo? ¿Habrá límites alguna vez? ¿O la guerra con Líbano e Irán proporcionará una cortina de humo (las peores campañas de limpieza étnica y asesinatos en masa de Israel siempre se han llevado a cabo bajo el manto de la guerra) para convertir lo que está sucediendo en Palestina en una versión actualizada del genocidio armenio?
Me temo que, dado que el lobby israelí ha comprado y pagado al Congreso y a los dos partidos gobernantes, además de intimidar a los medios de comunicación y a las universidades, los ríos de sangre seguirán aumentando. Se puede ganar dinero en la guerra. Mucho dinero. Y la influencia de la industria bélica, apuntalada por los cientos de millones de dólares gastados en campañas políticas por los sionistas, será una barrera formidable para la paz, por no hablar de la cordura. A menos que, como escribe Chalmers Johnson en “Nemesis: The Last Days of the American Republic”, “eliminemos la CIA, restablezcamos la recopilación de información en el Departamento de Estado y eliminemos del Pentágono todas las funciones que no sean puramente militares”, “nunca volveremos a conocer la paz, ni con toda probabilidad sobreviviremos mucho tiempo como nación”.
El genocidio se lleva a cabo por desgaste. Una vez que se despoja a un grupo objetivo de sus derechos, los pasos siguientes son el desplazamiento de la población, la destrucción de la infraestructura y el asesinato en masa de civiles. Israel también está atacando y matando a observadores internacionales, organizaciones de derechos humanos, trabajadores humanitarios y personal de las Naciones Unidas, una característica de la mayoría de los genocidios. Se está deteniendo a periodistas extranjeros y acusándolos de “ayudar al enemigo”, mientras que se está asesinando a periodistas palestinos y se está aniquilando a sus familias. Israel lleva a cabo continuos ataques en Gaza contra el Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (UNRWA, por sus siglas en inglés), donde dos tercios de sus instalaciones han sido dañadas o destruidas, y 223 de sus empleados han sido asesinados. Ha atacado a la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas en el Líbano (FPNUL), donde sus efectivos de mantenimiento de la paz han sido atacados con fuego, gaseados y heridos. Esta táctica reproduce los ataques serbios de Bosnia de julio de 1995, de los que informé, contra los puestos de avanzada de la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas en Srebrenica. Los serbios, que habían cortado el suministro de alimentos al enclave bosnio, lo que provocó una grave desnutrición y hambruna, invadieron los puestos de avanzada de las Naciones Unidas y tomaron como rehenes a 30 soldados de la ONU antes de masacrar a más de 8.000 hombres y niños musulmanes bosnios.
Estas fases iniciales ya han concluido en Gaza. La etapa final es la muerte masiva, no solo por balas y bombas, sino por hambruna y enfermedades. Ningún alimento ha entrado en el norte de Gaza desde principios de este mes.
Israel ha estado lanzando panfletos exigiendo que todos los habitantes del norte se vayan. 400.000 palestinos del norte de Gaza deben marcharse o morirán. Ha ordenado la evacuación de hospitales (Israel también está atacando hospitales en el Líbano), ha desplegado drones para disparar indiscriminadamente contra civiles, incluidos los que intentan llevar a los heridos a recibir tratamiento, ha bombardeado escuelas que sirven de refugio y ha convertido el campo de refugiados de Yabalia en una zona de fuego libre. Como de costumbre, Israel sigue atacando a periodistas, incluido Fadi Al-Wahidi, de Al Jazeera, que recibió un disparo en el cuello y sigue en estado crítico. Se estima que al menos 175 periodistas y trabajadores de los medios de comunicación han sido asesinados por tropas israelíes en Gaza desde el 7 de octubre, según el Ministerio de Salud palestino.
La Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios advierte que los envíos de ayuda a toda Gaza están en su nivel más bajo en meses. “La gente se ha quedado sin medios para hacer frente a la situación, los sistemas alimentarios han colapsado y el riesgo de hambruna persiste”, señala.
El asedio total impuesto al norte de Gaza se aplicará, en la siguiente etapa, al sur de Gaza. Muertes progresivas. Y el arma principal, como en el norte, será la hambruna.
Egipto y los demás estados árabes se han negado a considerar la posibilidad de aceptar refugiados palestinos. Pero Israel cuenta con crear un desastre humanitario de proporciones tan catastróficas que estos países, u otros países, cederán para poder despoblar Gaza y centrar su atención en la limpieza étnica de Cisjordania. Ese es el plan, aunque nadie, incluido Israel, sabe si funcionará.
El ministro de Finanzas israelí, Bezalel Smotrich, se quejó abiertamente en agosto de que la presión internacional está impidiendo que Israel mate de hambre a los palestinos, “aunque podría estar justificado y ser moral, hasta que nos devuelvan nuestros rehenes”.
Lo que está sucediendo en Gaza no es algo sin precedentes. En 1965, el ejército de Indonesia, respaldado por Estados Unidos, llevó a cabo una campaña de un año de duración para exterminar a los acusados de ser dirigentes, funcionarios, miembros del partido y simpatizantes comunistas. El baño de sangre —realizado en gran parte por escuadrones de la muerte rebeldes y bandas paramilitares— diezmó el movimiento sindical, junto con la clase intelectual y artística, los partidos de oposición, los dirigentes estudiantiles universitarios, los periodistas y los chinos étnicos. Un millón de personas fueron masacradas. Muchos de los cuerpos fueron arrojados a los ríos, enterrados apresuradamente o dejados pudrirse en los bordes de las carreteras.
Esta campaña de asesinatos en masa está hoy mitificada en Indonesia, como lo estará en Israel. Se la presenta como una batalla épica contra las fuerzas del mal, de la misma manera que Israel equipara a los palestinos con los nazis.
Los asesinos de la guerra de Indonesia contra el “comunismo” son aclamados en los mítines políticos. Se los ensalza por salvar al país. Se les entrevista en televisión sobre sus batallas “heroicas”. En 1965 los tres millones de jóvenes de Pancasila (el equivalente indonesio de las “camisas pardas” o Juventudes Hitlerianas) se sumaron al caos genocida y se los considera los pilares de la nación.
El documental de Joshua Oppenheimer “The Act of Killing”, que llevó ocho años de realización, expone la psicología oscura de una sociedad que comete genocidios y venera a los asesinos en masa.
Somos tan depravados como los asesinos de Indonesia e Israel. Mitificamos nuestro genocidio de los nativos americanos, romantizando a nuestros asesinos, pistoleros, forajidos, milicias y unidades de caballería. Nosotros, como Israel, fetichizamos a los militares.
Nuestra matanza en masa en Vietnam, Afganistán e Iraq (lo que el sociólogo James William Gibson llama “technowar”) define el ataque de Israel a Gaza y el Líbano. La technowar se centra en el concepto de “exceso de muerte”. El exceso de muerte, con su número intencionalmente grande de víctimas civiles, se justifica como una forma eficaz de disuasión.
Nosotros, al igual que Israel, como señala Nick Turse en “Kill Anything That Moves: The Real American War in Vietnam” (“Matad a todo lo que se mueva: la verdadera guerra estadounidense en Vietnam”), mutilamos, maltratamos, golpeamos, torturamos, violamos, herimos y matamos deliberadamente a cientos de miles de civiles desarmados, incluidos niños.
Las matanzas, escribe Turse, “eran el resultado inevitable de políticas deliberadas, dictadas desde los niveles más altos del ejército”.
Muchos de los vietnamitas –al igual que los palestinos– que fueron asesinados, relata Turse, fueron sometidos primero a formas degradantes de abuso público. Fueron, escribe Turse, cuando fueron detenidos por primera vez “confinados en pequeñas ‘jaulas para vacas’ de alambre de púas y a veces pinchados con palos de bambú afilados mientras estaban dentro de ellas”. A otros detenidos “los colocaron en grandes bidones llenos de agua; luego los golpeaban con gran fuerza, lo que les causó lesiones internas pero no dejó cicatrices”. A algunos los “suspendieron de cuerdas durante horas o los colgaron boca abajo y los golpearon, una práctica llamada ‘el viaje en avión’”. Los sometieron a descargas eléctricas con teléfonos de campaña operados con manivela, dispositivos alimentados por baterías o incluso picanas eléctricas para ganado. Les golpearon las plantas de los pies. Les desmembraron los dedos. A los detenidos los acuchillaron con cuchillos, “los asfixiaron, los quemaron con cigarrillos o los golpearon con porras, garrotes, palos, mayales de bambú, bates de béisbol y otros objetos. Muchos fueron amenazados de muerte o incluso sometidos a simulacros de ejecución”. Turse descubrió —de nuevo como Israel— que “los civiles detenidos y los guerrilleros capturados eran utilizados a menudo como detectores humanos de minas y morían regularmente en el proceso”. Y mientras los soldados y los marines participaban en actos diarios de brutalidad y asesinato, la CIA “organizaba, coordinaba y pagaba” un programa clandestino de asesinatos selectivos “de individuos específicos sin ningún intento de capturarlos vivos o pensar en un juicio legal”.
“Después de la guerra”, concluye Turse, “la mayoría de los académicos descartaron los relatos de crímenes de guerra generalizados que se repiten en las publicaciones revolucionarias vietnamitas y la literatura estadounidense contra la guerra como mera propaganda. Pocos historiadores académicos pensaron siquiera en citar tales fuentes, y casi ninguno lo hizo de manera tan extensa. Mientras tanto, My Lai llegó a representar —y, por lo tanto, a borrar— todas las demás atrocidades estadounidenses. Las estanterías de libros sobre la guerra de Vietnam están ahora llenas de historias de gran alcance, estudios sobrios de diplomacia y tácticas militares y memorias de combate contadas desde la perspectiva de los soldados. Enterrada en archivos olvidados del gobierno de Estados Unidos, encerrada en los recuerdos de los sobrevivientes de las atrocidades, la verdadera guerra estadounidense en Vietnam ha desaparecido prácticamente de la conciencia pública”.
No hay diferencia entre nosotros e Israel. Por eso no detenemos el genocidio. Israel está haciendo exactamente lo que haríamos en su lugar. La sed de sangre de Israel es la nuestra. Como informó ProPublica: “Israel bloqueó deliberadamente la ayuda humanitaria a Gaza, concluyeron dos organismos gubernamentales. Antony Blinken los despreció”.
La ley estadounidense exige que el gobierno suspenda los envíos de armas a los países que impidan la entrega de ayuda humanitaria respaldada por Estados Unidos.
La amnesia histórica es una parte vital de las campañas de exterminio una vez que terminan, al menos para los vencedores. Pero para las víctimas, el recuerdo del genocidio, junto con el anhelo de venganza, es un llamamiento sagrado. Los vencidos reaparecen de maneras que los asesinos genocidas no pueden predecir, alimentando nuevos conflictos y nuevas animosidades. La erradicación física de todos los palestinos, la única forma en que funciona el genocidio, es una imposibilidad, dado que seis millones de palestinos viven en la diáspora. Más de cinco millones viven en Gaza y Cisjordania.
El genocidio de Israel ha enfurecido a los 1.900 millones de musulmanes de todo el mundo, así como a la mayor parte del Sur Global. Ha desacreditado y debilitado los regímenes corruptos y frágiles de las dictaduras y monarquías del mundo árabe, hogar de 456 millones de musulmanes, porque colaboran con Estados Unidos e Israel. Ha alimentado las filas de la resistencia palestina y ha convertido a Israel y a Estados Unidos en parias despreciados.
Israel y Estados Unidos probablemente ganarán esta ronda. Pero, en última instancia, han firmado sus propias sentencias de muerte.
Chris Hedges es un escritor y periodista ganador del Premio Pulitzer. Fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times.
Texto original: The Chris Hedges Report, traducido del inglés por Sinfo Fernández.
Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2024/10/15/el-exterminio-funciona-al-principio/