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El Foro de Caracas: la otra mirada

Fuentes: Rebelión

Leí con mucho interés la nota que Luis Hernández Navarro publicara días atrás, en La Jornada, sobre el Foro Social Mundial de Caracas. Su mirada, siempre sugerente, plantea algunas interpretaciones sumamente polémicas que, por su importancia, merecen ser seriamente discutidas. Hernández Navarro asegura que este Foro se caracterizó por su «carácter más marcadamente político-estatal» por […]

Leí con mucho interés la nota que Luis Hernández Navarro publicara días atrás, en La Jornada, sobre el Foro Social Mundial de Caracas. Su mirada, siempre sugerente, plantea algunas interpretaciones sumamente polémicas que, por su importancia, merecen ser seriamente discutidas.

Hernández Navarro asegura que este Foro se caracterizó por su «carácter más marcadamente político-estatal» por comparación con los anteriores. La consecuencia de ese desplazamiento fue que los debates que allí tuvieron lugar se centraron más «sobre las estrategias de poder, la naturaleza de los gobiernos de izquierda en América Latina, la resistencia al imperialismo y la integración regional» supuestamente en desmedro de las «reflexiones» sobre la situación de los movimientos sociales de distinto tipo: «feministas, indígenas, ambientalistas, por un software libre, de comercio justo, por una comunicación alternativa, contra la deuda externa, por la diversidad sexual o a favor de una economía popular». El articulista reconoce, empero, que no faltaron las deliberaciones sobre estos temas aún cuando «el sello específico del foro no estuvo marcado por sus reivindicaciones.»

En relación a esto es preciso decir que este desplazamiento del eje de la discusión lejos de ser objeto de lamentaciones debe, por el contrario, ser saludado como un cambio sumamente positivo. Si los movimientos reunidos en Caracas comenzaron a discutir temas como las estrategias de poder; el imperialismo y los esquemas de integración regional; y la naturaleza y desempeño de los gobiernos de izquierda en América Latina (Cuba, Venezuela y Bolivia) o de la capitulante «centro-izquierda» (cada vez más inclinada hacia el primer término de la ecuación), esto constituye una muy buena noticia. La instalación de esos temas en la agenda de los movimientos revela una promisoria maduración de las fuerzas sociales en consonancia con la evolución experimentada por la coyuntura política latinoamericana desde la primera edición del FSM, en Porto Alegre, en enero del 2001. Si en aquel momento el neoliberalismo campeaba casi sin contrapesos -con la excepción de Cuba y las incertidumbres que signaban los primeros momentos de la revolución bolivariana- la situación actual es radicalmente distinta. Lo grave habría sido que todavía en el 2006 los movimientos sociales hubiesen llegado a Caracas para regodearse en su narcicismo explorando las infinitas gradaciones y matices que les confieren su única identidad, desentendiéndose por completo de los desafíos planteados por la coyuntura nacional, regional e internacional. Esto habría significado, en la práctica, el certificado de defunción del Foro, convertido de ese modo en un ámbito meramente escolástico. Precisamente, porque buena parte de los movimientos – no todos, por cierto- tomaron nota del significado histórico de la inclaudicable resistencia de Cuba a un bloqueo que casi dura medio siglo; de las reiteradas declaraciones de Chávez en el sentido de que no hay solución en el capitalismo y que el futuro de las luchas emancipatorias se encuentra en el socialismo; y del acontecimiento epocal simbolizado por el triunfo de los pueblos originarios en Bolivia, con Evo Morales a la cabeza, es que incorporaron en su agenda aquellos temas de índole político-estatal que Hernández Navarro considera inapropiados para discutir en el Foro. Ocurre que aquellos movimientos y fuerzas sociales antes no eran una opción de poder real; ahora sí, y un cambio de tal envergadura no podía dejar de reflejarse en la temática discutida en el Foro.

Lo anterior, naturalmente, remite a un debate acerca del futuro del FSM: sitio de encuentro e intercambio de experiencias, o espacio de articulación y coordinación – democrática, plural, respetuosa de las particularidades locales y regionales- de luchas y proyectos. O, puesto en términos más políticos: ¿cómo luchar contra las clases dominantes del capitalismo mundial y sus aliados locales? ¿Cómo hacerlo contra sus estructuras, instituciones y representantes que actúan obedeciendo a una estrategia flexible, de carácter internacional pero hábilmente adaptada a las circunstancias y agentes locales? ¿Es que podrá derrotarse a tan poderosa coalición apelando solamente al heroísmo y la abnegación de las resistencias locales, prescindiendo de las ventajas que podrían resultar de una coordinación mundial igualmente flexible de las luchas y de las resistencias populares al neoliberalismo?

Para que el debate sea fecundo será indispensable romper un falso dilema: aquel que nos obliga a escoger entre un Woodstock altermundialista -un vistosísimo y emocionante festival de todos los colores y todos los movimientos que se dan cita para celebrar un rito catártico anual- o una suerte de Tercera Internacional estalinista que, desde un nuevo Vaticano anti-neoliberal, dirija férrea e inapelablemente los movimientos de los «destacamentos nacionales» en lucha contra la globalización neoliberal y el imperialismo. Esta opción es completamente falsa, entre otras cosas porque no existe posibilidad alguna de que una «nueva internacional» como la que Hernández Navarro ve en ciernes reúna los mínimos requisitos de viabilidad práctica. No se trata, por lo tanto, de elegir una u otra, sino de encontrar los caminos intermedios que nos faculten para romper esa falsa disyuntiva. Lenin gustaba de citar a Goethe cuando decía que «grises son las teorías, pero verde es el árbol de la vida.» Conviene recordar esa frase en momentos como éste, cuando se nos pretende forzar a adoptar un «camino único», insanablemente gris:¡o Woodstock o el Comintern! La imaginación de las fuerzas y movimientos sociales contiene muchísimos tonos de verde que rompen la sujeción a aquel falso dilema. ¿Por qué no deberían coordinarse internacionalmente las luchas por el agua de los mapuches en el sur argentino y chileno con la de las comunidades campesinas en Bolivia y Ecuador, los pueblos de la cuenca amazónica, la que libran los campesinos africanos y la de los grupos que en Europa, Estados Unidos y Canadá que se oponen a la mercantilización de ese vital elemento? Coordinación no significa subordinación a un «centro» ni imposición burocrática de una «línea» bajada desde un lugar omnipotente e inapelable. La burguesía, como clase dominante mundial, no actúa de manera tan absurda. ¿Por qué deberían hacerlo los movimientos sociales? Cuando se plantea, desde la primera edición del FSM, la necesidad de «globalizar las luchas y globalizar la resistencia» el corolario lógico es la construcción de alguna instancia mínima de enlace y coordinación entre los movimientos. De lo contrario, sin ese esfuerzo organizativo, todo se agota en el mundo intrascendente de la retórica. No hay resistencia global posible sin estrategia global y sin un cierto grado de coordinación de los diferentes frentes de lucha.

Hernández Navarro manifiesta su preocupación porque, según su entender, en el Foro prevaleció la propaganda anti-imperialista ortodoxa sobre la heterodoxia propia de las anteriores ediciones del FSM. «El pensamiento de izquierda de los setentas,» asegura, «ha renacido y se está comiendo otras expresiones del pensamiento crítico.» Tampoco participaron en el foro caraqueño, nos dice, «el abundante número de intelectuales de izquierda activos» que se hicieron presentes en los foros anteriores, afirmación ésta harto discutible pero que no hace al fondo de la cuestión. Lo importante es preguntarse qué tiene de malo el renacimiento del pensamiento de izquierda de los setentas. ¿Que se «coma» a otras expresiones del pensamiento crítico? Si se las pudo comer debe ser porque no eran tan rigurosas y críticas como se suponía, o porque carecían de esa capacidad para «abrir nuevos horizontes» emancipatorios como muchos pensaron. Por otra parte, si la reinstalación de temas como el estado, el poder, el imperialismo y el socialismo son obra de la izquierda setentista pues, ¡enhorabuena!, porque se trata de asuntos que jamás debían haber sido postergados y que, al hacerlo, lesionaron gravemente la capacidad de los movimientos contestatarios para luchar eficazmente contra sus enemigos.

Es cierto: Lula no fue, y tampoco lo hizo Evo Morales. Las razones son bien distintas. Pese a su ausencia física, Evo y los movimientos sociales bolivianos estuvieron permanentemente presentes en Caracas. Era muy improbable que a los tres días de haber asumido el gobierno Evo se hubiera podido hacer un tiempo para viajar hasta Caracas para dialogar con sus compañeros de tantas luchas, sobre todo si se tiene recuerda que en esas primeras horas tuvo que restructurar la cúpula del ejército y enfrentar el chantaje de Repsol que, casualmente, «descubrió» precisamente en ese momento que las reservas gasíferas de Bolivia eran inferiores a lo previsto. Lula, por su parte, difícilmente podría aparecer por el Foro luego de la decepción generada por su infeliz experiencia como ocupante del Palacio del Planalto. La silbatina que la sola mención de su nombre cosechó el año pasado en el Gigantinho de Porto Alegre podría haber sido aún más estruendosa en Caracas. No más razonable era suponer que la prensa opositora a Chávez, comprometida hasta la médula con el golpismo y la ofensiva orquestada por la Casa Blanca, iría a cubrir con objetividad lo ocurrido en el Foro. Menos aún que lo hiciera El País, agente a sueldo de la campaña anti-cubana en Europa y pérfido apologista del neoliberalismo. Lo que sí hubiese sido preocupante era si esa prensa se dedicaba a informar seria y exhaustivamente lo que estaba ocurriendo en Caracas. Eso habría significado que el Foro no inquietaba en lo más mínimo a las clases dominantes del imperio. El silencio y «ninguneo» de esa prensa es un grito que demuestra que los movimientos altermundialistas se convirtieron en un rival formidable, cuya presencia conviene ocultar ante los ojos de los pueblos.

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