[Este texto forma parte del libro ‘El futuro del Foro Social Mundial’, Icaria, Barcelona, 2008]
I.
En enero del año 2006, unos días antes de la reunión del Foro Social Mundial (FSM) en Caracas, el sociólogo brasileño Emir Sader publicó el artículo «Foro Social Mundial. O risco da intranscendência» (Carta Maior. 20/01/2006). Sader consideraba que: «O el Foro Social Mundial (FSM) sale de la fase de resistencia al neoliberalismo y pasa a participar activamente en la lucha por ‘otro mundo posible’ o quedará relegado a la intranscendencia. La realización del FSM en Venezuela es una excelente oportunidad para dar ese salto. Si no la aprovecha, y continúa con el mismos discurso que antes, sin aprender de las extraordinarias conquistas y lecciones que América Latina y el Caribe están ofreciendo, se condenará a perpetuar su actual marginalidad en relación a los grandes combates que se luchan contra la hegemonía imperial y el neoliberalismo en el mundo, los reinos del dinero, de las armas y de los medios de comunicación monopolistas». Sader ponía así sobre la mesa un tema fundamental que el FSM había esquivado desde su fundación: las relaciones del Foro, y por extensión de los movimientos sociales, con el poder político.
La reunión de Caracas confirmó que ésta era no una, sino «la» cuestión fundamental para el futuro del proceso iniciado en enero de 2001 en Porto Alegre. Desde entonces, cada convocatoria había contado con un mayor número de participantes, se había logrado con éxito la extensión del Foro a Europa, Asia y África, se había popularizado el lema «Otro mundo es posible» e incluso la marca «Foro Social», aunque con usos muy diferentes, y en algunos casos aberrantes, respecto a su sentido original /1…, pero los logros obtenidos de la campañas y movilizaciones inspiradas por el Foro habían sido muy limitados: en lo que se refiere a iniciativas de alcance general, fundamentalmente, la paralización del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), pero no de los Tratados de Libre Comercio que la siguieron, y las grandes manifestaciones de febrero de 2003 contra la guerra de Irak, pero no evitar la guerra. Las numerosísimas acciones sectoriales y locales de reivindicación y resistencia animadas por organizaciones y movimientos vinculados con el FSM no habían obtenido frutos significativos en ningún país.
Cada Foro terminaba siempre con un balance positivo, pero referido hacia adentro: la voluntad expresada de continuar en la lucha, la inyección de moral que recibían los participantes, la continuidad del proceso, etc., consideraciones, sin duda, muy valiosas, pero claramente insuficientes para el objetivo proclamado de ser, no sólo el referente mundial de la lucha contra el neoliberalismo, sino además el lugar de elaboración de alternativas capaces de orientar las luchas sociales en esa dirección. En cambio, la llegada al gobierno de Lula en el año 2003, la consolidación de la «revolución bolivariana» en Venezuela, la victoria electoral del MAS en diciembre de 2005… cambiaron el panorama y las expectativas políticas en América Latina /2, y alcanzaron un impacto considerable en organizaciones y movimientos sociales en todo el mundo. Con independencia del balance muy controvertido de las realizaciones prácticas de estos gobiernos, apareció en ellos un camino para desarrollar alternativas al neoliberalismo que obtuvieran resultados sociales y políticos tangibles. Como vino a decir Tariq Alí, polemizando irónicamente con las posiciones de John Holloway: «Había que tomar el poder para cambiar el mundo… aunque fuera un poco.»
Así, la cuestión de las relaciones con la política, siempre presente y siempre aplazada o tratada con sobreentendidos en los debates del FSM, se situó encima de la mesa, pero de una forma que, si se consolida, pienso que llevará a la extinción del proceso: es decir, como subordinación de las organizaciones y movimientos sociales a los gobiernos considerados «progresistas» y a los partidos que aspiran a formar gobierno. En definitiva, la «vieja forma de hacer política». El tema de este artículo es comentar de una manera resumida las etapas principales de las relaciones del FSM y la política, para a continuación proponer una «politización alternativa», que me parece imprescindible para que no se pierda esta posibilidad, la única realmente existente hoy, de construir un movimiento social internacionalista y anticapitalista de alcance mundial.
II.
Hay una ambigüedad política en la fundación del FSM que se ha ido vadeando a largo de su desarrollo, sin grandes problemas en una primera etapa -hasta el III Foro de Porto Alegre (2003)-, pero con dificultades crecientes a partir del «regreso de la política» al centro de los conflictos internacionales, como consecuencia fundamentalmente de la situación creada por la guerra y la ocupación de Irak. En esta situación, conceptos como «paz», «justicia internacional», «lucha contra el imperialismo», «igualdad»… pasaron del discurso moral a los conflictos concretos, en lo que había que tomar partido y, por tanto, afrontar desacuerdos profundos entre «fuerzas progresistas», que no podían resolverse en términos de «consenso».
Recordemos que la Carta de Principios fundacional definió al Foro Social Mundial como «un espacio abierto de encuentro para ahondar la reflexión, para un debate democrático de ideas, elaboración de propuestas, libre intercambio de experiencias y articulación de acciones eficaces por parte de entidades y movimientos de la sociedad civil que se opongan al neoliberalismo y al dominio del mundo por el capital o por cualquier forma de imperialismo y que se empeñen en la construcción de una sociedad planetaria orientada hacia una relación fecunda entre los seres humanos y de estos con la Tierra. (…) Las alternativas propuestas por el Foro Social Mundial se contraponen al proceso de globalización comandado por grandes corporaciones multinacionales y por los gobiernos e instituciones que sirven a sus intereses, con la complicidad de los gobiernos nacionales.»
En el año 2001, esta declaración podía soportar lecturas políticamente contradictorias: desde la lectura de las organizaciones sociales y políticas militantes que consideraban «antineoliberalismo», «anticapitalismo» y «antimperialismo» como conceptos complementarios o equivalentes, hasta la de partidos de orientación socialdemócrata, entonces casi todos en la oposición, cuyo objetivo era llegar al poder para gestionar desde allí variantes de lo que se llamarían políticas «social-liberales». Todos podían decir: «Otro mundo es posible», pero la enorme popularidad de la fórmula se basaba, y se basa, en su indefinición, de modo que ese «otro mundo» puede entenderse como un neoliberalismo paliado con dosis de modernización de las costumbres y asistencialismo social o como una forma pedagógica para llamar de nuevo a la lucha porque el mundo «cambie de base».
Contribuía a esta ambigüedad, la poca claridad sobre cuál era el significado político de esas «alternativas» que se querían elaborar y proponer. El símbolo de Porto Alegre era el «presupuesto participativo», una iniciativa inspirada por el PT de Porto Alegre -que entonces encabezaba la oposición de izquierdas a Lula dentro del partido- para favorecer la participación de las organizaciones sociales en la gestión del gasto social municipal. Presentada como la prueba de que era posible realizar ya la «democracia participativa», se trataba en realidad de una herramienta de doble uso, fácilmente integrable incluso por gobiernos municipales de derechas y que sólo podía considerarse una «alternativa al neoliberalismo» en la medida que promoviera la organización social de base y su poder efectivo en el ámbito local; la experiencia sólo nos ha dado unas pocas y muy efímeras muestras de esta posibilidad.
Otras «alternativas» como la Tasa Tobin eran también susceptibles de interpretaciones variadas: por ejemplo, «humanizar la globalización», o encontrar nuevas fuentes de financiación para un instrumento tan poco «alternativo» como la ayuda al desarrollo; pero también podía entenderse como un medio para popularizar la crítica a los fundamentos de la economía neoliberal, en especial, el poder absoluto de los «mercados financieros».
El FSM era también un altavoz de campañas internacionales por objetivos realmente alternativos, como la abolición de la deuda externa, la soberanía alimentaria, la crítica radical a la Organización Mundial y las demás instituciones financieras internacionales,…, pero en estos casos no se trataba de propuestas «de consenso», sino de objetivos que asumía un sector de las organizaciones participantes en el FSM.
En fin, otro elemento de ambigüedad política está en la posición sobre la participación de los partidos. La Carta afirma que «El Foro Social Mundial reúne y articula únicamente a entidades y movimientos de la sociedad civil en todos los países del mundo.(…) No deben participar del Foro representaciones partidarias ni organizaciones militares. Podrán ser invitados a participar, en carácter personal, gobernantes y parlamentarios que asuman los compromisos de esta Carta.» La yuxtaposición entre «partidos» y «organizaciones militares» es, por lo menos, curiosa. Pero lo más significativo es que las excepciones a la regla se refieren exclusivamente a «gobernantes» y «parlamentarios» es decir personas, con «poder político», normalmente políticos profesionales. Aparece aquí entre líneas una concepción muy habitual de la política como «los poderes políticos establecidos», que excluye a las políticas y organizaciones antisistémicas, que son las que pueden considerarse propiamente «alternativas». A esta concepción responde una idea sobre lo que debe ser la política de la «sociedad civil», como una combinación entre la denuncia abstracta de los males de nuestra sociedad y el lobby concreto sobre el poder político en pro de reformas integrables.
En estas condiciones, el sector más militante del FSM hizo suya la propuesta del dirigente del Movimiento Sin Tierra Joao Pedro Stédile: «Intercambiar experiencias para articular luchas». Este enfoque pragmático ha producido sin duda los mejores frutos del FSM durante estos años. Pero incluía también una toma de distancias respecto a los debates políticos («los debates nos separan, las luchas nos unen»), que por otra parte tenían un papel marginal en los Foros: las grandes conferencias se organizaron como mítines de personalidades respetadas, y sólo en talleres reducidos y, sobre todo, en las reuniones informales, en las «costuras» del Foro, se podían compartir opiniones diferentes sobre los temas de fondo. Por eso cuando personas de reconocida autoridad en el Foro, como Walden Bello o Inmanuel Wallerstein, plantearon la necesidad de elaborar «estrategias» que pudieran dar coherencia y continuidad al proceso, la idea encontró una amplia aceptación, pero nadie tenía claro ni cómo, ni dónde hacerlo. A finales del año 2002, el Foro Social de Florencia abrió una vía para avanzar hacia otra forma de hacer política, en la práctica/3.
Concurrían una serie de circunstancias excepcionales en el Foro de Florencia: en primer lugar, la fortaleza y la radicalidad del movimiento antiguerra y el movimiento antiglobalización italianos, ambos mezclados por las formidables y trágicas movilizaciones contra la reunión del G 8 en Génova (julio de 2001) y unidos en torno al lema del Foro: «Contra el neoliberalismo, la guerra y el racismo»; en segundo lugar, el carácter realmente horizontal y pluralista de la organización del Foro, abierto a debates sin trabas de posiciones diversas o contradictorias sobre todos los temas centrales para el desarrollo de los movimientos sociales, incluyendo las relaciones con las organizaciones políticas; finalmente, la participación muy activa de Rifondazione Comunista, una organización que, en aquel momento, parecía haber roto definitivamente con la versión italiana del social-liberalismo (Prodi y/o D´Alema) y buscar una relación leal con los movimientos sociales, basada en una autocrítica de las relaciones de subordinación-representación del pasado, y en la búsqueda de una convivencia de «culturas» sociales y políticas dentro de un nuevo sujeto emancipador.
Todo ello dio lugar a una experiencia de fraternidad militante inolvidable, a iniciativas que se mostraron muy eficaces para la movilización internacional (como la jornada antiguerra del 15 de febrero del 2003) y, sobre todo, a la ilusión de que era posible ensamblar unidad y radicalidad, y promover una alianza sin hegemonías entre movimientos sociales y organizaciones políticas comprometidas realmente en la lucha contra el neoliberalismo y la guerra.
La reacción contra el Foro de Florencia fue fulminante desde los dos «poderes fácticos» establecidos en el Consejo Internacional del FSM desde su fundación: el primero, el «comité brasileño», integrado por representantes de diferentes organizaciones sociales vinculadas con el PT y el segundo, los portavoces de ATTAC-Francia; recordemos que el Consejo Internacional del FSM es un organismo integrado por más de un centenar de organizaciones, que funciona mediante una forma particular de «consenso vertical», en cuyo vértice se encuentran estos dos grupos.
Las críticas más virulentas vinieron de Francia, donde se llegó a escribir que se había realizado «una OPA de la izquierda radical sobre el movimiento», frente a la cual habría que «restaurar el espíritu de Porto Alegre» (Le Monde, 16/11/2002). Desde Brasil se remachó el clavo: Chico Whitaker defendió el «Foro espacio», que correspondería al «espíritu de Porto Alegre», frente al «Foro movimiento» que sería el objetivo de la «izquierda radical».
Esta dicotomía entre «espacio» y «movimiento» ha generado una abundantísima literatura, pese a tratarse de una presentación maniquea e interesada de los debates existentes. Porque el problema real está en la naturaleza del «espacio» y del «movimiento» y, sobre todo, en establecer cuáles son los desafíos a los que el FSM tiene que responder para merecer ser un referente internacional en la lucha frente «al neoliberalismo y al dominio del mundo por el capital o por cualquier forma de imperialismo» en la nueva situación internacional inaugurada por la guerra y la ocupación de Irak.
El proyecto del FSM como un espacio de encuentro internacional, con un programa básico antineoliberal y antiimperialista; pluralista, protagonizado por organizaciones sociales y organizado de forma democrática y horizontal, es un patrimonio valioso que se debería preservar y que, quizás, se puede aún preservar. Pero este proyecto tiene poco, y cada vez menos que ver con la realidad del proceso.
En realidad: -existe en el Foro una participación muy influyente de personalidades y fuerzas políticas que ejercen o apoyan políticas abiertamente contradictorias con la Carta del Foro, como es el caso de las diferentes variantes del social-liberalismo; -existe un consenso implícito pero infranqueable que impide o margina el debate abierto sobre políticas interiores y exteriores de gobiernos considerados «progresistas» y, en general, las instituciones de la izquierda (partidos parlamentarios y sindicatos correspondientes) cuando afectan a temas fundamentales para las luchas sociales, como por ejemplo, sus políticas en las Instituciones Financieras Internacionales o respecto a «sus» multinacionales o las alianzas internacionales o respecto a las privatizaciones o las políticas energéticas, etc.; -existen «estructuras informales» que toman decisiones al margen de cualquier control democrático sobre cuestiones importantes para la actividad del Foro, como han criticado públicamente, por ejemplo, un amplio colectivo de organizaciones participantes en el Foro tras la reunión de Nairobi (www.europe-solidaire.org/spip.php?article6088).
Respecto al denostado «Foro movimiento», el sentido, y en buena parte la realidad del proceso del FSM es desarrollar un repertorio de propuestas, metodologías de trabajo y acciones comunes entre diferentes colectivos que comparten unos objetivos básicos. En este sentido, es o debería aspirar a ser un movimiento, o como se le ha llamado de forma voluntarista un «movimiento de movimientos». Es más, sin esta dimensión práctica, el FSM podría terminar siendo una «feria de productos ideológicos», como lo caracterizó Lula a finales del 2004 (Clarín, 28/10/04) como «ataque preventivo» ante el temor de que en V Foro de Porto Alegre (enero del 2005) le llovieran críticas por la política de su gobierno; los «consensos informales» impidieron que la sangre llegara al río.
Pero si adquiriera esta dinámica activista, el FSM sería muy difícilmente controlable y desbordaría frecuentemente, no la Carta de Principios, pero sí los consensos fácticos políticos y organizativos que controlan el Foro. Por eso se «excomulga» al «Foro movimiento» presentándolo como una conspiración para someter el FSM a una estructura jerarquizada bajo el dominio de la izquierda radical, ejercido a golpe de consignas: pero esto es sólo un espantajo, que sólo sirve para ocultar los problemas reales.
Porque la opción real después de Florencia no estaba entre supuestos modelos organizativos abstractos: «espacio» o «movimiento», sino entre orientaciones concretas sobre la política del FSM. La situación internacional exigía una acción política del Foro y el desafío era inventar una forma de hacer política adecuada a la naturaleza de un «referente social internacional» contra el neoliberalismo y el imperialismo. En nombre del «consenso» y el «encuentro pluralista de la sociedad civil» («¡menos sociedad civil y más desobediencia civil!», reclamó Naomi Klein) se creó un vacío político artificial, que se rellenó de mala manera.
Ya en Porto Alegre 2005 los protagonistas del Foro no fueron los movimientos, las organizaciones o las luchas sociales, sino Lula y Chaves, representando una cierta competencia de políticas, pero en un marco de alianzas: ambos se defendieron mutuamente y desautorizaron a quien criticara al otro, o a cualquiera de los aliados de ambos. Esta reaparición de la política de «bloques», en la cual sólo se admite la crítica al «enemigo» y son los gobiernos que encabezan el bloque los que establecen en cada momento quien es el enemigo, mostraba una politización efectiva del Foro, pero en una dirección equivocada.
Al año siguiente en Caracas se confirmó esta línea de politización subalterna al poder político establecido, aunque Chaves, en un encuentro con «los movimientos sociales» (decidido cómo y cuando les vino en gana a los «poderes fácticos» del Consejo Internacional), manifestó su respeto a la «autonomía» de los movimientos sociales y les animó a «construir contrapoderes», una propuesta más bien confusa, pero que puede abrir un debate interesante sobre la articulación entre fuerzas políticas y movimientos sociales.
Y así ha llegado al momento actual el debate sobre las relaciones entre el FSM y la política, reducido a las relaciones con las instituciones políticas consideradas con mayor o menor razón «progresistas». Es un debate gravemente mutilado que, en el mejor de los casos, convertiría al FSM en el «frente de masas» de gobiernos en conflicto con los nuevos imperialismos, y en el peor en una marca manipulable, útil para legitimar cuando convenga a los gestores de la «globalización con rostro humano». Mientras tanto, todos los proyectos de fortalecimiento político y organizativo del FSM se han ido quedando en el camino: la organización de una red internacional permanente de movimientos sociales, la constitución de un archivo-memoria de las actividades, ponencias y debates realizadosn /4, la elaboración de estrategias, la organización de redes para el debate entre organizaciones afines, los balances de los Foros que nos permitirían saber qué queda de ellos un tiempo después de su realización…Finalmente, se ha debilitado seriamente «el intercambio de experiencias para articular luchas», aunque se puede mantener la esperanza de que la jornada internacional convocada para el 26 de enero ayude a recuperar esta dimensión de actividad militante.
¿Será hora, como se pregunta Walden Bello, de que el FSM «levante su campamento» y deje sitio para «nuevos modos de organización global de la resistencia y la transformación»/5 ? Pienso que no, o al menos, hay que dedicar todo el esfuerzo necesario para que no sea así.
III.
Para resolver un problema, primero hay que reconocerlo como tal y desde dentro.
Lleva razón Pierre Rousset cuando afirma que: «La crítica ‘de izquierda’ a los foros se formula a menudo de una forma demasiado abstracta, demasiado ‘exterior’ (…). El éxito de los foros no es en nada evidente, expresa algo nuevo. Para ser pertinente, la crítica debe empezar por comprenderlo y reconocerlo: debe ser formulada de una forma, digamos, más ‘interna»./6 De acuerdo, pero descartemos también los enfoques «acríticos», que responden a los deseos que a la realidad.
Por ejemplo, la idea de que el FSM es un «iceberg», del que sólo vemos la parte más reducida. La imagen es probablemente cierta en un sentido: han pasado por los Foros centenares de miles de activistas, que han hecho en ellos relaciones y aprendizajes que habrán continuado después en algunos casos, o habrán influido en experiencias posteriores, aunque no se refieran formalmente al FSM. Pero también es verdad que todo lo que existe bajo las reuniones de los Foros está fragmentado, desarticulado…: no hay referencias nacionales, ni sectoriales,…, ni presenciales, ni vía internet…, que den una mínima estabilidad al proceso, permitan mantenerlo vivo entre reunión y reunión, aseguren un control, y tendencialmente una representación democrática del Consejo Internacional… Y sobre todo, al menos desde el Foro de Caracas, no hay experiencias significativas de luchas, incluso en América Latina, que hayan tenido como referente el FSM. Se está produciendo pues un deshielo por abajo, que puede dejar al Foro a la deriva.
No me parece convincente tampoco la caracterización de Michael Lowy: «La fuerza del movimiento proviene sobre todo de su negatividad radical, inspirada por una profunda e irreductible indignación. (…) La radicalidad del movimiento es resultado, en buena medida, de su propia capacidad para la revuelta y la insumisión, de su disposición intratable a decir ¡no!»/7 Así debería ser, asi fue en Florencia, pero ya no es así. Más aún: sólo una parte de las organizaciones que participan en el Foro comparten esa «irreductible» indignación, pero no parecen tener una influencia notable en el Consejo Internacional y no existen entre ellas más que contactos ocasionales. Pienso que sería más interesante interpretar las palabras de Lowy como objetivo: es decir, lograr que ese sector tenga existencia política; eso exigiría, en primer lugar, que se incorporaran corrientes sociopolíticas, como los zapatistas, y organizaciones ecologistas, feministas, libertarias… que no participan en los Foros; y, a continuación, traducir la imprescindible «negatividad radical» en debates y propuestas de acción. Por supuesto, este sector sólo sería una «corriente» del Foro y tendría que convivir con otras corrientes en un encuentro complejo y conflictivo, en el que podrían abordarse los problemas reales de la lucha social y política. A mi parecer, el futuro del FSM depende de su capacidad para ser este tipo de «encuentro», un encuentro libre y militante, organizado democráticamente, sin vetos políticos implícitos o explícitos y trabajando sobre problemas concretos.
Por ejemplo: tras la derrota en el referéndum venezolano están circulando por la red textos con opiniones muy plurales, abiertamente polémicas, que afectan en muchos casos a problemas de fondo de la estrategia y la política que hay que construir. También en Europa, en Francia y en Italia especialmente, hay experiencias y debates en los que se plantean problemas de ese tipo. Aquí está la materia prima para esa «elaboración estratégica» que se viene reclamando desde hace años, sin que se consiga ningún paso adelante real.
Por supuesto, este proyecto significaría una refundación del FSM y está lleno de dificultades y peligros, incluso peligros de ruptura. No estoy seguro de que sea un proyecto viable, porque los «poderes fácticos» del Foro quieren dejar las cosas como están y, también, porque la corriente «irreductible» no existe como tal y no se ven fuerzas significativas interesadas en construirla. Pero creo que es un proyecto con sentido, necesario. Hay muchas razones para defenderlo. Incluso podemos encontrar alguna en un lugar insospechado; por ejemplo, es Bernard Cassen el que ha escrito: «En todas partes del mundo, los ciudadanos aspiran a cambios radicales. Si los Foros no son el lugar donde se elaboran y donde los socios de su aplicación se encuentran, otras estructuras lo harán en su lugar.»/8
Mas allá de los planteamientos generales, pienso que hay algunos problemas determinantes para la construcción de la izquierda alternativa, en sentido social y político, que podría tener en el FSM un marco muy propicio para abordarlo, y si no es en él, no veo ningún otro que pueda cumplir esa función. Me refiero concretamente al tema con el que inicié el artículo y ahora lo concluyo: las relaciones entre lo político y lo social, entre las organizaciones políticas y los movimientos sociales anticapitalistas… un desafío que heredamos del siglo pasado, por no decir directamente de la I Internacional, y que nos perseguirá hasta que empecemos a encontrar vías para resolverlo.
Polemizando con el co-presidente de ATTAC Jean-Marie Harribey, en uno de los debates más interesantes y racionales que se han conocido en mucho tiempo, escribe Daniel Bensaid: «…esta división funcional del trabajo (entre partidos y movimientos sociales, lucha política y lucha social) significa, en la práctica, dejar la responsabilidad del poder (en particular del poder del Estado, que no se disuelve en la red de poderes) en manos de organizaciones políticas y de políticos profesionales, confinando a los movimientos sociales a un papel de lobby sobre las instituciones internacionales o sobre los gobiernos nacionales ‘de izquierda’. Esta dicotomía y esta discontinuidad entre lucha social y representación política, entre Estado y sociedad civil, permite combinar la radicalidad verbal en el movimiento social y un oportunismo electoral y parlamentario sin límites, como ilustra la evolución de Rifondazione en Italia.»/9
Desde América Latina, y a partir de las experiencias vinculadas con el «socialismo del siglo XXI», Pablo Dávalos plantea las consecuencias prácticas que puede llegar a tener esa «división funcional» cuando la protagonizan «gobiernos progresistas o de izquierda»: «… el escenario de confrontaciones y de lucha de clases se ha ido desplazando poco a poco de las calles y las organizaciones sociales, hacia las instituciones del Estado; y está controlado por liderazgos construidos y legitimados desde las movilizaciones sociales y que son parte de los denominados gobiernos progresistas o de izquierda, en otras palabras, el escenario de confrontación del socialismo del siglo XXI está en lo institucional, no está en lo social y organizativo. Por paradójico que pueda parecer, el debate sobre el socialismo del siglo XXI no expresa la riqueza y fuerza organizativa de los movimientos sociales sino más bien lo contrario. Expresa uno de los momentos más críticos de los movimientos sociales, aquel de su posible institucionalización, vale decir, su derrota y eliminación como sujetos políticos y su conversión en bases de apoyo, movilización y sustento a gobiernos progresistas y de izquierda. Como Cronos que devoraba a sus hijos, la izquierda institucional que ahora controla los gobiernos de la región quiere devorar a los movimientos sociales, que son la fuente de su legitimidad.»/10
Aquí está el núcleo del problema. Conocemos bien, y por experiencias muy duras ya vividas, y las que vendrán, las consecuencias de unas relaciones viciadas entre lucha política y lucha social. Salimos de una etapa movimientista, basada en la ilusión de que los movimientos sociales, alejados de la política, salvo la vinculada directamente con sus propias causas, o con una concepción utilitaria, aparentemente inocua de las relaciones con la política institucional, podían afrontar por sí mismos las luchas emancipatorias. Algunos datos que hemos comentado en el artículo parecen indicar que hemos entrado ahora en una etapa bajo el primado de la política gubernamental. No está ahí la alternativa. Se trata de buscar el regreso de la política entendida como una actividad emancipadora, pero por otros caminos que nos alejen de los callejones sin salida del pasado. Recordando que, como dice Marco Revelli, que sabe bien de lo que habla por su apasionante seguimiento crítico del curso tortuoso de Rifondazione /11: «La política, si no se tiene conciencia de los peligros que entraña, abrasa lo social». Recordando también cuál es el balance de lo social sin la política tal como lo hemos vivido estos años pasados, por no hablar de experiencias históricas, aún reconociendo todo lo que nos ha enriquecido la experiencia de los zapatistas, los piqueteros argentinos, las nuevas corrientes militantes libertarias o las grandes luchas sociales que han mantenido viva la esperanza en un nuevo comienzo.
Creo que el futuro del FSM está en este cruce de caminos.
Notas
1. Ver, por ejemplo, la denuncia de Michel Warshawski del «Foro Social de Madrid por una Paz Justa en Oriente Medio» www.rebelion.org/noticia.php?id=60481
2. Ver, por ejemplo, Janette Habel. «¿Washington perdió a América Latina?».Le Monde Diplomatique, diciembre 2007. www.rebelion.org/noticia.php?id=60522
3. Ver, por ejemplo, VIENTO SUR nº 66. Diciembre 2002.
4. Es significativo de la desatención hasta a las cuestiones más elementales para la información sobre el Foro que en una web oficial, el enlace con el Foro Social Mundial de Karachi conduzca a una página de contactos sexuales, sin que nadie se haya dado cuenta de semejante ridículo, por decirlo suavemente. Ver www.forosocialmundial.org.ve/
5. Walden Bello. «El Foro Social Mundial en la encrucijada». www.rebelion.org/noticia.php?id=50792
6. Pierre Rousset. «Regard sur le Forum social de Karachi et sa portée internationale.» 16/04/2006 www.europe-solidaire.org/spip.php?article1923
7. Michäel Löwy. «Negatividad y utopía del movimiento altermundista.» 18/08/2007 www.rebelion.org/noticia.php?id=55025
8. Bernard Cassen. El «Manifiesto de Porto Alegre» y el futuro de los Foros Sociales Mundiales. 22/02/2006
9. Jean-Marie Harribey. Ebauche de contribution au débat [dans Attac France] sur la stratégie. 17/05/2007 http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article6372
Daniel Bensaid. Une crise stratégique (à propos d’un texte de Jean-Marie Harribey, coprésident d’Attac). 28/06/2007 http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article6549
10. Pablo Dávalos. Socialismo del siglo XXI y movimientos sociales: historia de un desencuentro. 6/02/2007 www.rebelion.org/noticia.php?id=46304
11. Hay numerosos y muy recomendables textos de Revelli en www.sinpermiso.info