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El escritor uruguayo acreditó su pasión por el balompié en El fútbol a sol y sombra (Siglo XXI)

El fútbol según Galeano

Fuentes: Rebelión

¿El fútbol como negocio? Las cinco principales ligas europeas generaron unos ingresos de 16.700 millones de euros en la temporada 2018-2019.

La Premier League encabeza la ratio (5.851 millones de euros), seguido de la liga española (3.375 millones) y la Bundesliga (3.345 millones), según Deloitte. Otra auditora, KPMG, calcula que en febrero dos futbolistas del Paris Saint-Germain –Mbappé y Neymar- tenían un valor de mercado de 225 millones y 175 millones de euros; en esta última cantidad estaba valorado asimismo Lionel Messi; KPMG califica además a los clubes principales de Europa por su “valor empresarial”: Real Madrid, Manchester United y FC Barcelona lideran el ranking en 2020.

Pero la mercantilización y el fútbol como espectáculo no son fenómenos nuevos. El poder del presidente de la FIFA entre 1974 y 1998, Joao Havelange, “se nutre sobre todo de la asociación con algunas empresas gigantescas, como Coca-Cola y Adidas”, escribió Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra, editado por primera vez en 1995 y reimpreso por Siglo XXI dos décadas después (del autor uruguayo Siglo XXI también ha publicado Cerrado por fútbol).

Galeano pone el ejemplo de la empresa suiza International Sport and Leisure (ISL), que a cambio de sobornos a dirigentes de la FIFA obtuvo contratos televisivos y derechos de sponsor sobre los mundiales en los años 90. En la época, el grupo Peugeot era propietario del Sochaux francés; la electrónica Philips, del PSV Eindhoven; el magnate de las televisiones Silvio Berlusconi, del AC Milán; y la familia Agnelli (Fiat), de la Juventus de Turín. México-86 “fue el mundial de Televisa”, recuerda el autor de El fútbol a sol y sombra.

Hincha del Nacional de Montevideo, el narrador uruguayo se definía como un mendigo del buen fútbol, del júbilo que implica jugar porque sí. Tal vez por ello se entusiasmaba también con futbolistas del eterno rival, como el centrocampista Juan Alberto Pepe  Eschiaffino y el delantero Julio César pardo Abbadie, ambos jugadores del Peñarol y la selección nacional durante las décadas centrales del siglo XX. ¿Un romántico del balompié? “La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía; entre el mundial de 1954 y el de 1994 el promedio de goles se ha reducido a la mitad”, escribía el autor de Las venas abiertas de América Latina.

El fútbol se entremezcla con la política. En el mundial de 1938 celebrado en Francia, los jugadores de la selección italiana –ganadores de la Copa del Mundo tras derrotar a Hungría- realizaban el saludo fascista; en las fechas previas a la final, Mussolini remitió a los triunfadores un telegrama con la consigna “vencer o morir”; y en la celebración del título, los futbolistas se fotografiaron con indumentaria militar junto al duce.

Cuatro décadas después –en la edición de 1978 disputada en Argentina- el dictador Videla afirmó el día de la inauguración: “Pido a Dios, Nuestro Señor, que este evento sea realmente una contribución para afirmar la paz”; el partido de la apertura y la final se celebraron en el estadio Monumental del River Plate, muy cerca del centro de exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). La dictadura (30.000 desaparecidos) contó, durante el mundial, con el apoyo del ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger.

Pero Galeano también menciona contraejemplos. Los jugadores de la selección holandesa se negaron -en el mundial de Argentina- a recibir de manos de los jerarcas de la Junta Militar el trofeo que los acreditaba como subcampeones (el defensa de la naranja mecánica, Wim Rijsbergen, visitó en bicicleta a las Madres de Plaza de Mayo). El 11 de noviembre de 1973, dos meses después del golpe militar de Pinochet, la selección de la URSS declinó viajar a Chile para enfrentarse en el Estadio Nacional de Santiago (en la época un centro de detención y tortura) a la selección chilena, que ganó el partido sin rival en la cancha.

“Exigiendo libertad, los jugadores franceses se incorporaron a las jornadas de mayo del 68 (…). Los encabezaba Raymond Kopa” (excentrocampista del Real Madrid), destaca el poeta  y periodista montevideano. También la II República española y la guerra  civil dejaron testimonios de compromiso. Promovida en 1937 por el primer presidente del Gobierno vasco, José Antonio Aguirre, la selección de Euzkadi tuvo como fines la propaganda y recabar fondos en el extranjero para la ayuda humanitaria (Euzkadi jugó partidos en Francia, Checoslovaquia, Polonia, México, Cuba o la URSS).

Asimismo en 1937 el FC Barcelona realizó una gira por México y Estados Unidos para sanear las cuentas del club aunque, matiza la página web de la entidad, “el Barça fue visto más como un embajador del legítimo régimen republicano que como un simple equipo de fútbol en gira deportiva”; en agosto de 1936 el presidente del FC Barcelona, Josep Suñol, dirigente de Esquerra Repubicana de Catalunya (ERC), fue fusilado por el ejército franquista en la Sierra de Guadarrama.

El pasado 25 de noviembre falleció Diego Armando Maradona. El periódico argentino Página 12 tituló al día siguiente en la portada, a toda plana, “Yo no quiero esta pena en mi corazón”; y el 27 de noviembre, “Un Dios sin ateos” (en 1998 fanes del pelusa constituyeron en la ciudad de Rosario la iglesia maradoniana, que cuenta con miles de socios en todo el mundo). En las redes sociales circularon de inmediato fotografías del astro junto a líderes latinoamericanos como Hugo Chávez, Fidel Castro, Evo Morales o Cristina Kirchner. Eduardo Galeano hace memoria de los orígenes del pibe en el equipo de los Cebollitas, con 12 años: “De noche dormía abrazado a la pelota y de día hacía prodigios con ella. Vivía en una casa pobre de un barrio pobre y quería ser técnico industrial”.

El fútbol a sol y sombra rastrea los comienzos de otros ídolos. Nacido en la colonia portuguesa de Mozambique, Eusebio –la perla negra- ganó 11 ligas con el Benfica, club en el que militó entre 1960 y 1975 y con el que ganó la Copa de Europa de 1961-1962.  Además marcó 41 goles con la selección de Portugal. Sin embargo, subraya el ensayista uruguayo, la Pantera “nació destinado a lustrar zapatos, vender maníes o robar a los distraídos (…); hijo de madre viuda, jugaba con sus muchos hermanos en los arenales de los suburbios, desde el amanecer hasta la noche”.

Johan Cruyff logró tres copas de Europa con el Ajax y consiguió 330 goles entre el equipo holandés y el FC Barcelona. Emblema del llamado fútbol total, comandó la selección holandesa que se proclamó subcampeona en el mundial de Alemania, en 1974; el flaco entró con 10 años en el Ajax: “Mientras su madre atendía la cantina del club, él recogía las pelotas que se iban afuera, limpiaba los zapatos de los jugadores, colocaba los banderines en las puntas del campo y hacía todo lo que le pidieran y nada de lo que le ordenaran”, recuerda el autor de Cerrado por fútbol. A las raíces del balompié apuntan, igualmente, actitudes como la del negro Obdulio Varela, centrocampista de la selección charrúa y del Peñarol en los años  40 y 50; rechazó mostrar la publicidad en la camiseta del club: “Antes, a los negros nos llevaban de una argolla en la nariz. Ese tiempo ya pasó”.

La historia del fútbol se entrecruza, por otra parte, con las guerras. Como la del Chaco, que entre 1932 y 1935 mantuvieron Bolivia y Paraguay con cerca de 100.000 muertos y el petróleo entre los motivos de fondo; una de las batallas –la de Cañada Strongest (1934)- debe su nombre a un club boliviano, The Strongest, cuyos jugadores y directivos combatieron en el frente; otro hecho reseñable es que la Cruz Roja de Paraguay formó un equipo que realizó una gira -por Argentina y Uruguay- para recoger fondos con los que atender a los heridos. Además la denominada “guerra del fútbol” enfrentó durante cuatro días, en julio de 1969, a Honduras y El Salvador; la acuñación obedece a los partidos jugados entre las dos selecciones durante las semanas previas al conflicto, aunque una razón –estructural- más importante fue el reparto desigual de la tierra en los dos países. “Cada pueblo creía que su enemigo era el vecino, y las incesantes dictaduras militares de uno y otro país hacían todo lo posible por perpetuar el equívoco”, remata Galeano.