Un nuevo ciclo de luchas sociales contra la globalización neoliberal se ha abierto hoy en el mundo. Francia y Estados Unidos son su epicentro. El rechazo al trabajo precario y el reconocimiento de nuevas formas de ciudadanía para los trabajadores inmigrantes son su eje central. En Francia, las movilizaciones se han sucedido una a otra. […]
Un nuevo ciclo de luchas sociales contra la globalización neoliberal se ha abierto hoy en el mundo. Francia y Estados Unidos son su epicentro. El rechazo al trabajo precario y el reconocimiento de nuevas formas de ciudadanía para los trabajadores inmigrantes son su eje central.
En Francia, las movilizaciones se han sucedido una a otra. El 29 de mayo de 2005 triunfó el no en el referendo para ratificar la Constitución europea. Apenas cinco meses después, el 27 de octubre, la trágica muerte de dos adolescentes que huían de una persecución policial precipitó la revuelta de los suburbios, protagonizada, en mucho, por jóvenes descendientes de inmigrantes. En febrero y marzo de este año las grandes huelgas de estudiantes y trabajadores obligaron al gobierno a dar marcha atrás en su ley contra el contrato del primer empleo.
Desde el 10 de marzo, en Estados Unidos, millones de trabajadores indocumentados y estudiantes latinos han suspendido sus empleos y tomado las calles de las principales ciudades exigiendo una reforma migratoria que legalice su estancia en ese país.
Las masivas protestas en ambos países resisten un modelo laboral basado en la combinación de trabajo informal, trabajo ilegal y migración. Su mecánica es sencilla: reducir los costos de producción sobre la base de la expansión de la economía informal y la desregulación laboral, utilizando para ello la mano de obra inmigrante.
Por eso las jornadas de lucha a favor de una reforma migratoria son parte no sólo de un amplio movimiento por los derechos civiles, sino instrumento indispensable de los trabajadores indocumentados para la conquista de mejores salarios y condiciones de trabajo.
Las movilizaciones en Francia y en Estados Unidos son expresión del grado de ruptura de la universalidad de la ciudadanía promovidas por la desestructuración de los mercados de trabajo y la expoliación de derechos. Pero son, asimismo, un indicador de la profunda crisis que viven las metrópolis en sus políticas, tanto en el control de los flujos migratorios como en la integración de los migrantes. Sus modelos, tanto el llamado melting pot como la tradición republicana de absorción y socialización a través de la residencia y la escuela, ya no funcionan con fluidez.
La movilización de los indocumentados latinos en el Imperio muestra, también, las profundas transformaciones que está sufriendo la ciudadanía en la era de la globalización. La reivindicación de reconocimiento legal de los sin papeles, no nada más como trabajadores huéspedes, sino como ciudadanos sin renunciar a su cultura, es un gran desafío a un modelo de ciudadanía que exige la plena asimilación social de los incluidos.
Las jornadas de lucha en contra de la globalización neoliberal iniciadas en Seattle, en 1999, anticipan lo que son las protestas en Francia y Estados Unidos. El movimiento altermundista, con sus foros y redes internacionales y sus acciones de asedio en contra de los organismos financieros multilaterales, aparece así como un ensayo general de una ofensiva social contra un modelo económico mucho más amplia, masiva y contundente. Seattle anuncia un nuevo ciclo de luchas contra la mundialización que se expresa con toda su madurez seis años después, precisamente en los mismos países en los que, durante el siglo XVIII, dio inicio una nueva etapa de transformación política profunda alrededor de la lucha por los derechos humanos.
Por supuesto, este nuevo ciclo de luchas se expresa también en todos los rincones del planeta. Las grandes manifestaciones en Gran Bretaña y Alemania en contra de la reforma al sistema de pensiones así lo demuestran. Las luchas indígenas anticapitalistas en América Latina, desde el EZLN en México hasta la Conaie en Ecuador, son parte de ellas. La resistencia en Irak contra la invasión estadunidense es elemento esencial en este relanzamiento.
Ejemplo del carácter innovador que la lucha social adquirirá a partir de ahora, es el boicot de los indocumentados en Estados Unidos este 1º de mayo. La iniciativa hace coincidir simultáneamente acciones en el terreno de la producción (paros, faltas colectivas y cierre de negocios) con boicots de consumidores y manifestaciones callejeras. De esta manera se demuestra simultáneamente la capacidad de movilización política de la comunidad, el peso de la fuerza laboral y el poder económico de los consumidores latinos.
En Estados Unidos existe una larga historia y experiencia en la organización de boicots por parte de movimientos a favor de los derechos civiles. Hay, también, una fuerte conciencia del poder de los consumidores y asociaciones con una amplia membresía que los agrupan.
Los ejemplos que dan cuenta de esta tradición son numerosos. La Suprema Corte de Justicia de ese país promulgó leyes antidiscriminatorias en favor de la comunidad afroestadunidense como resultado de la presión social generada en el sur de ese país, en parte por el boicot en contra del transporte colectivo discriminatorio organizado por Rosa Parks y Martín Luther King. César Chávez y la Unión de Trabajadores Agrícolas orquestaron un amplio boicot contra el consumo de uvas para exigir el reconocimiento de derechos laborales para los jornaleros del campo. La trasnacional Nestlé sufrió fuertes pérdidas por una campaña en su contra que llamó a no comprar sus productos. Más recientemente, estudiantes universitarios protagonizaron un boicot contra los tenis Nike por fabricar su calzado con mano de obra sobrexplotada en países del tercer mundo.
En contra de lo que se ha dicho, las grandes protestas en Francia y en Estados Unidos no son expresiones nostálgicas y reaccionarias de un pasado ido. Por el contrario, expresan un futuro que ya llegó.