Se acaba de celebrar una nueva cumbre del G-8. En esta ocasión, el lugar de la reunión ha sido la ciudad italiana de L´Aquila, donde, por cierto, tres meses después de producirse el terremoto que asoló la zona, no pocas personas siguen viviendo en tiendas de campaña. A Silvio Berlusconi, por supuesto, no se le […]
Se acaba de celebrar una nueva cumbre del G-8. En esta ocasión, el lugar de la reunión ha sido la ciudad italiana de L´Aquila, donde, por cierto, tres meses después de producirse el terremoto que asoló la zona, no pocas personas siguen viviendo en tiendas de campaña. A Silvio Berlusconi, por supuesto, no se le cae la cara de vergüenza.
Pero no escribiré sobre lo acontecido en la cumbre, porque, al fin y al cabo, los responsables de los países más industrializados del mundo siempre acaban adoptando medidas que benefician a los grandes capitalistas, y cuando se comprometen a algo que de alguna manera influye positivamente en el grueso de la población mundial, nunca cumplen con los compromisos adquiridos; entre otras cosas porque el incumplimiento de los mismos nunca va asociado a sanciones, no al menos de importancia.
Lo que de verdad quiero resaltar y denunciar en esta breve nota es el cinismo que los líderes mundiales rebosan a raudales. Democracia es una palabra con la que muy a menudo se llenan la boca. Y lo hacen de manera tan insultante que no dudan en erigirse como los grandes demócratas del mundo.
Sin embargo, sabemos de sobra que Estados Unidos, Canadá, Francia, Gran Bretaña, Italia, Alemania, Japón y Rusia son países capitalistas e imperialistas. Y sabemos de sobra, también, que la sociedad capitalista nunca podrá ser democrática, porque, como dijo Fidel, «no puede existir la verdadera democracia en medio de la desigualdad social, en medio de la injusticia social, en medio de sociedades divididas entre ricos y pobres», graves males, sin duda, que golpean a los pobladores de los citados países y del resto del mundo. Luego, ¿pueden ser demócratas sus actuales dirigentes? Es evidente que no.
El orden económico mundial que el G-8 impone funciona bien para el 20% de la población mundial, pero excluye, rebaja y degrada al 80% restante. Y es que el 20% de la población mundial que habita en el Norte hace el 86 por ciento del gasto total en consumo privado, mientras que el 80% restante -más de 5.000 millones de personas- sólo el 14%. Luis Britto García lo expresó de esta ilustrativa manera: «Al oprimido sólo se le permite el contacto con la riqueza en el momento de crearla».
Si en democracia, como se dice, la minoría debe someterse a los dictados de la mayoría, ¿por qué la inmensa mayoría de la población mundial -el 80%- se debe y se somete, de manera humillante además, a los caprichos y a las necesidades de la exigua minoría? ¿Cómo se puede ser tan necio o caradura -según los casos- para calificar al capitalista como sistema justo y necesario? ¿Justo con tantas y tan abismales desigualdades? ¿Necesario para qué y para quién? ¿Para que el 20% siga imponiéndose sobre el 80% aplastándolo despiadadamente?
Los jefes de Estado y de Gobierno que pertenecen al G-8 no han sido elegidos más que por el 13% de la población mundial y, sin embargo, deciden por todo el mundo convertidos en relaciones públicas de los dueños del gran capital. Prueba inequívoca de que el G-8 es la antítesis de la democracia.