Tras dos cancelaciones, este fin de semana cerca de diez millones y medio de afganos, el número que se han registrado para votar, tomarán parte en las elecciones presidenciales del país. Tendrán que elegir entre dieciocho candidatos, y se han habilitado más de 25.000 colegios electorales por todo Afganistán. La mayoría de refugiados afganos, tanto […]
Tras dos cancelaciones, este fin de semana cerca de diez millones y medio de afganos, el número que se han registrado para votar, tomarán parte en las elecciones presidenciales del país. Tendrán que elegir entre dieciocho candidatos, y se han habilitado más de 25.000 colegios electorales por todo Afganistán. La mayoría de refugiados afganos, tanto en Irán como en Pakistán, no han mostrado excesivo interés en los comicios, y la participación de la mujer afgana es también una duda. Los resultados tardarán en conocerse entre dos o tres semanas, oficialmente se alega la compleja orografía afgana como principal motivo, aunque hay quien apunta a posibles tejemanejes postelectorales. Y es que las dudas que planean sobre estos comicios son muy importantes como para otorgarles el label de calidad o estándar democrático al uso en Occidente (falsificaciones, violencia permanente, la propia coyuntura…).
Así es que tras ser pospuestas por dos veces, las elecciones presidenciales en Afganistán se celebran este sábado. Se suele decir que las prisas no son buenas compañeras, sin embargo, la administración norteamericana se ha dejado guiar por éstas. Bush no podía permitir un nuevo retraso en su calendario afgano. En vísperas del crudo invierno y del comienzo del Ramadán, a Washington le quedaban pocas opciones para fijar otra nueva fecha. Si en un principio las elecciones generales también se han pospuesto hasta el próximo año, el nueve de octubre es el día inamovible para las presidenciales, de acuerdo con el guión afgano diseñado en Estados Unidos.
La sombra del dos de noviembre ha estado planeando en todo momento ante la toma de las decisiones anteriormente señaladas. Las elecciones estadounidenses son el eje central para entender las prisas de Bush y los suyos. Los propios afganos han manifestado abiertamente la premura de esta cita electoral, sin embargo, la Casa Blanca necesita que «su candidato», Hamid Karzai, sea elegido presidente de Afganistán, lo que significaría una especie de «misión cumplida».
Con la situación iraquí empeorando cada día que pasa, este «triunfo afgano» es vital para que Bush siga aspirando a repetir como presidente de Estados Unidos. Los intereses de Afganistán ante esta realidad, sobra decirlo, no están en ninguna de las agendas que se colocan sobre las diferentes mesas en estos momentos.
Diferentes escenarios
La mayoría de los análisis apuntan la victoria de Karzai sobre sus rivales. No obstante, existen dudas sobre la posibilidad de éste de lograr más del 50% de los votos, lo que le evitaría tener que concurrir a una segunda vuelta.
El escenario político se presenta dividido claramente en facciones étnicas en su mayor parte. Esta división ha estado alentada por sus propios protagonistas, conscientes que esa es la mejor situación para reforzar sus posiciones ante cualquier futuro gobierno o negociación.
Las amenazas y las divisiones que han precedido a la fotografía actual del país, era el escenario deseado, la mejor fórmula para que Karzai, «el favorito», tenga que pagar un precio por asentar o asegurar su más que anunciada victoria electoral. Si se cumplen estos pronósticos, Karzai tendrá que dirigir un gobierno pactado, similar al actual, en el que los intereses de cada señor de la guerra se anteponen a los del país.
El vacío que durante las dos o tres semanas de recuento va a presidir el país puede ser también el escenario ideal para que los contrarios al proceso intensifiquen sus ataques, al mismo tiempo que la mayoría de actores políticos y militares utilizarán ese tiempo para colocarse todavía en mejor posición, aunque para ello sea necesario el uso de la violencia o la desestabilización de Afganistán. De momento, los contactos entre las facciones rivales, probablemente entre todas ellas, se están dando en todos los ámbitos. Sin embargo, la mayoría de analistas coinciden en señalar como un pésimo escenario el resultado de esas conversaciones forzadas. A corto plazo esa alianza contra-natura puede valer para la foto que busca Washington, pero a largo plazo condena a Afganistán a caer en el abismo más negro de su pasado reciente.
Pocas esperanzas
La estrategia de EEUU va a continuar de momento envuelta en importantes contradicciones. Sobre el terreno seguirán sus operaciones militares para «capturar a los talibanes y sus aliados de al Qaeda» (con gran número de víctimas colaterales), al mismo tiempo que sigue su asistencia en la reconstrucción del país y el desarrollo e implantación de sus instituciones. No obstante, esta labor es en ocasiones contradictoria, y así se ha demostrado en la lucha contra los talibanes, cuando Washington no ha dudado en aliarse con determinados señores de la guerra (Hazrat Ali en Jalalabad, Fahim en Kabul, o Dostum y Atta en Mazar-i-Sharif), enemigos todos ellos del principal aliado estadounidense, Karzai.
Un repaso a los principales candidatos permite afirmar que la polarización étnica que preside las elecciones se ha materializado en un campo complejo y en un peligroso escenario, lo que deja poco lugar para la esperanza de resolución de la situación actual.
El fraude electoral planea sobre el conjunto de las elecciones, pero esto es algo que no parece quitarles el sueño a los observadores occidentales, que lo aceptan como un mal menor. Lo que «importa es la celebración misma de los comicios, más que cómo se llevan a cabo los mismos».
Afganistán está peor que hace algunos meses. El tráfico y cultivo de droga crece cada día, el poder de los señores de la guerra (hoy candidatos presidenciales) y sus poderosas milicias armadas es mayor, y la violencia lejos de disminuir aumenta a cada momento. En lo que llevamos de año, en Afganistán han muerto más soldados estadounidenses, afganos o cooperantes internacionales que en todo el año 2003.
Las fuerzas que se oponen al proceso electoral, agrupadas en torno a los talibanes y a Hezb-i-Islami Afghanistan (HIA) de Hekmatyar, no cejan en sus intentos por derrocar el régimen impuesto por EEUU, a pesar de sus maniobras interesadas en cada momento, como los movimientos políticos de HIA, impulsados por Pakistán, de cara a encontrar un sitio en el futuro escenario político.
Sin embargo, la ausencia de esos actores políticos, o de otros como los comunistas, deja ya cojo de salida el proceso en su conjunto, y a pesar de los intentos de Washington por incorporar a la «cara amables o buena» de esos movimientos a su guión afgano. Por todo ello, pretender «consolidar» la democracia en Afganistán (siempre según los parámetros occidentales) sin haber superado previamente las raíces que motivaron el conflicto es un grave error. Este fallo se ha producido también en el pasado, Camboya o Liberia son ejemplos de cómo no se deben hacer las cosas. Y eso aunque esté escrito en el guión de Washington.