Traducido para Rebelión por Susana Merino
Los niños amenazados del Yemen no figuran en los grandes titulares.
Si realmente se quisiera la prueba de que el hambre no es un desastre natural o cualquier otra fatalidad que pesara sobre las tierras abandonadas por los dioses, bastaría con observar el mapa de las futuras hambrunas. Este mapa, diseñado por el economista jefe del Programa Mundial de Alimentos, Arif Husain, es contundente. Según él, 20 millones de personas corren el riesgo de morir de hambre en cuatro países en los próximos seis meses: Yemen, Nigeria, Sudán del Sur y Somalia (http://ici.radio-canada.ca/nouvelle…). Ahora bien, la principal causa de esa inseguridad alimentaria es política. Cuando no ha sido directamente provocada por el caos generador del subdesarrollo o la interrupción de los suministros, la intervención extranjera ha echado leña al fuego. La guerra civil y el terrorismo han arruinado las estructuras estatales, banalizando la violencia endémica y provocando el éxodo de la población.
En el Yemen los bombardeos saudíes han generado desde marzo de 2015 un desastre humanitario sin precedentes. La ONU se alarma ante esta situación, ¡pero fue una resolución del Consejo de Seguridad la que autorizó la intervención militar extranjera! El cierre del aeropuerto de Sanaa y el embargo infligido por la coalición internacional han privado a la población de medicamentos. Las reservas de trigo disminuyen a ojos vistas. Los bancos extranjeros rechazan realizar operaciones financieras con los bancos locales. Catorce millones de personas, es decir el 80 % de la población, tiene necesidad de ayuda alimentaria, unos dos millones en forma urgente. 400.000 niños están desnutridos. Al ser considerada culpable de apoyar al movimiento Houthi, la población yemení está condenada a muerte. Las potencias occidentales participan de ese crimen masivo proporcionando armas a Ryad.
En Nigeria la caótica situación en la que se ha visto sumergido el noreste del país gangrena toda la región. Millones de personas se hacinan en los campos de refugiados huyendo de la violencia del grupo Boko Haram. Estas poblaciones, que son totalmente dependientes de la ayuda humanitaria, «sobreviven a temperaturas de 50° C en chozas con techo de uralita, con un solo acceso al agua, con cocinas comunes y una comida por día», explica Arif Husain. Alimentado por la propaganda saudí, el terrorismo desafía actualmente a este Estado, el más poblado del continente cuya población se calcula que llegará los 440 millones en el 2050. Luego de la calamitosa destrucción de Libia por la OTAN el África subsahariana se ha convertido en el territorio de caza preferido de los yihadistas. El hambruna anunciada es consecuencia directa de esa desestabilización.
En Sudán del Sur la proclamación de la independencia en 2011 desembocó en una guerra civil en la que dos campos rivales se disputan el control de las riquezas energéticas. Este Estado secesionista, fragmentado, enclavado, mutilado de su norte al que lo enfrentó una interminable guerra civil, es fruto de la estrategia estadounidense. Esta creación artificial tenía el objetivo de contrarrestar la influencia de Sudán, desde larga data inscrito en la lista de los «rogue states» [N. de la T.: «Estados canallas»]. Nacido en la fuente bautismal de Washington, que armó la guerrilla secesionista de John Garang durante 20 años, Sudán del Sur es hoy en día una región en ruinas. Desde diciembre de 2013 han muerto varias decenas de miles de personas, 2,5 millones han huido de sus hogares y cerca de 5 millones se encuentran en una situación de inseguridad alimentaria «sin precedentes», según la ONU. Si alguien quiere reclamar, se ruega que se dirija a los «neocons» de Washington.
En Somalia los avatares climáticos amenazan con la proximidad de un nuevo desastre alimentario. En el 2011 la terrible hambruna que siguió a la sequía provocó 260.000 muertos. La vulnerabilidad de la agricultura hortelana refleja el estado de subdesarrollo del país, fraccionado en una decena de grupos políticos rivales. El sangriento reino de los señores de la guerra locales, las intervenciones militares extranjeras (EE.UU., Etiopía, Kenia), la influencia creciente, sobre un fondo de descomposición política, de la organización radical islámica Al-Shaab, ha otorgado a este país el índice de desarrollo humano más bajo del planeta. Luego de la caída del régimen marxista de Syaad Barré en 1991 se fueron desvaneciendo las estructuras estatales. La economía está exangüe y el sistema educativo descalabrado. El aumento de los precios de los alimentos y la caída de los salarios hacen temer lo peor hoy en día.
Lamentablemente, otras zonas de tensión provocan inquietud. Los actuales conflictos en Siria, Irak, Afganistán, Ucrania, Libia, Zimbabue, trastornan las condiciones de vida y generan flujos migratorios. Finalmente, algunos otros países viven una inseguridad alimentaria crónica: la República Democrática del Congo, la República Centroafricana, Burundi, Mali, Niger. No es casual que la mayoría de estos países sean presa de una guerra civil, del terrorismo y de la intervención militar extranjera. El desorden que los asola es en primera instancia de naturaleza política y geopolítica. Lejos de ser una fatalidad es el resultado de causas endógenas y exógenas identificables. Las hambrunas no caen sobre los condenados de la tierra como un rayo. Es el arma de los poderosos para aplastar a los débiles.
Bruno Guigue es un ex alto funcionario, analista político y profesor en la Universidad de la Réunion. Es autor de cinco libros, entre ellos Aux origines du conflit israélo-arabe, L’invisible remords de l’Occident, L’Harmattan, 2002, y de numerosos artículos.
Fuente: http://arretsurinfo.ch/la-famine-arme-des-forts-contre-les-faibles/
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