Que en un Estado de un país dependiente y recolonizado sea «fallido» -o más que fallido- en la escala planetaria es un problema de poca monta. Pero que el imperio supremo, aspirante a la dictadura mundial, resulte fallido en una parte de sus grandes iniciativas y acciones, es algo de trascendencia. Y los hechos hablan […]
Que en un Estado de un país dependiente y recolonizado sea «fallido» -o más que fallido- en la escala planetaria es un problema de poca monta.
Pero que el imperio supremo, aspirante a la dictadura mundial, resulte fallido en una parte de sus grandes iniciativas y acciones, es algo de trascendencia.
Y los hechos hablan muy claro en ese sentido.
Nueva versión del Imperialismo.
Me refiero al imperialismo estadounidense en su nueva versión insertada en la era neoliberal del capitalismo y en su condición de única superpotencia militar del mundo actual.
EEUU, como sus grandes aleados en el campo capitalista, han enfrentado la crisis estructural del capitalismo de fines del siglo XX con un proceso de reestructuración integral: tecnológica, física, ideológica, organizacional, gestionaria, política y militar.
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Cambio progresivo del patrón de acumulación industrial hegemónico por el patrón informativo, microelectrónico, robótico, biomédico…
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Adopción del neoliberalismo como concepción ideológica dominante.
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Globalización de las redes empresariales, del mercado mundial bajo su control y de la dictadura de la comunicación.
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Reorientación del rol Estado en función del predominio absoluto de lo privado sobre lo público y de lo supranacional imperialista sobre lo nacional.
Empleo del poderío y la supremacía militar absoluta del EEUU para conquistar y recolonizar recursos minerales estratégico (petróleo, gas, uranio…), zonas de biodiversidad conservada y grandes fuentes acuíferas y áreas de gran importancia geopolítica.
De la crisis estructural a la crisis civilizatoria.
La reestructuración capitalista y la hegemonía estadounidense, acelerada inmediatamente después del colapso del llamado socialismo real y de la desintegración de la URSS, no solo no ha logrado superar la crisis estructural del capitalismo imperialista sino que además ha provocado una crisis de existencia de la sociedad humana, una crisis civilizatoria de dimensiones planetaria.
La dominación capitalista-imperialista se ha tornado más destructiva (de seres humanos y de naturaleza), pero a la vez más inestable, más insegura, más insegura, más problematizada.
El dominio de lo privado sobre lo público, y la imposición del mercado en toda las esferas de la vida en sociedad, ha generado niveles de empobrecimiento, desigualdades sociales y regionales, delincuencia de todos los grados y en todas las instancias, tendencia a los estallidos, desestabilizaciones y crisis de gobernabilidad, como nunca antes en la historia reciente de la humanidad.
El poder se ha concentrado, militarizado y pervertido en una escala realmente crítica y a todos luce riesgosa.
Los Estados, incluido el de la federación estadounidense, han sido despojados progresivamente de toda responsabilidad social y convertidos exclusivamente en instrumentos lucrativos de las corporaciones privadas y de las partidocracias corrompidas.
Y ese despojo los convierte en verdaderas fuentes de tragedias colectivas tal y como acontece ahora en New Orleand.
El Sur empobrecido tiene una presencia creciente en el Norte brutal.
Todas las opresiones y discriminaciones han sido potenciadas a través de las nuevas formas de dominación: las sociales, de género, culturales, militares…
El capitalismo en su empeño de ser más voraz, y el imperio en su determinación de ser más absoluto, han podido ser más eficaz. Pero tal eficacia, concentrada en pro de pocos grupos monopólicos y en las élites de la sociedad, está provocándoles fallas esenciales y fracasos sistemáticos.
Fracasos en cadena.
En la periferia de su sistema de dominación el tiempo de vida de los gobiernos subordinados se acorta cada vez mas. Esto en nuestra América se ha puesto de manifiesto en forma relevante con los sucesivos desplazamientos de administraciones inmersa en esa lógica perversa.
Reforma y contrarreforma, revolución y contrarrevolución están en permanente confrontación.
Al imperio no le están saliendo bien los cosas por estos predios.
El ALCA tiene más de una tachuela en sus zapatos que le impiden avanzar: la revolución bolivariana de Venezuela, petrocaribe, petroamerica, Cuba, las posiciones internacionales de muchos países caribeños, de Brasil, Argentina, Ecuador y Uruguay.
El Plan Colombia – Iniciativa Andina está empantanado. Y el Plan Patriota derivado de él ha sido prácticamente derrotado por las FARC. Uribe está pidiendo mas ayuda militar.
Las Fuerzas Armadas Ecuatorianas han declarado recientemente que no consideran «terroristas» a las FARC y se declaran independiente frente al «conflicto interno» colombiano.
Chávez y el nuevo poder venezolano han resultado un hueso muy duro de roer y difícil de invadir.
El plan imperial de control de la Amazonia está seriamente entorpecido.
Cuba, al mismo tiempo que es una fortaleza situada (cada vez menos), es un bastión dificilísimo de asaltar.
El Plan Puebla – Panamá está cruzado y obstruído por la rebeldía zapatista y sus consecuencias perturbadoras para la clase dominante mexicana.
Y más allá de nuestra América, en el mediano y en el lejano Oriente, donde el Imperio cifró sus esperanzas de «éxitos militares», conquista de territorios y recursos estratégicos, la situación se le ha tornado realmente calamitosa y desgastante.
En Afganistán no hay ocupación estable mientras la resistencia se reestructura y tiende a crecer.
En Irak, los 150 mil soldados invasores y los 200 mil millones de dólares destinados a controlar su territorio y sus recursos petrolíferos solo han servido para engrosar la fortuna de los magnates del complejo militar industrial, para llenar de luto y dolor a ambas sociedades y para desacreditar en mayor escala la política de Bush y sus halcones.
El vaticinio más prudente en ese caso es una derrota similar o peor a la de Viet-Nam.
A eso se le agrega el círculo vicioso de terror generado por el enfrentamiento a escala planetaria con los grupos más radicales del mundo musulmán y la incapacidad evidente del imperio, y sus asociados, para evitar sus cruentas represalias.
Todo eso se traduce en enormes restricciones a los derechos ciudadanos, históricamente exhibido como una de las principales virtudes de las «grandes democracias» del primer mundo, ahora con no pocas semejanzas con el tercero y cuarto.
Pese a su gran poderío militar y su inveterada vocación de chantaje, ni Venezuela, ni Cuba, ni Irán, ni Siria, ni Corea del Norte han cedido a sus pretensiones.
Sus planes no le están saliendo como pensaban a raíz de ser favorecidos por la desintegración de la URSS.
Su programa militar está seriamente obstruído, provocándole otros problemas adicionales que se agregan al desbordamiento de las calamidades generadas por la reestructuración neoliberal y el avasallamiento de las políticas públicas por intereses privados ultraminoritarios.
New Orleand: una fea señal.
El ejemplo mas significativo en esa vertiente de la crisis civilizatoria provocada por el imperialismo es lo que acontece en New Orleand y en la zona afectada por Katrina.
Está demostrado que el huracán no tiene culpa del desastre. Lo mas grave en término de destrucción y muerte pudo evitarse y tanto la concepción neoliberal como el racismo, junto al desprecio por los empobrecidos, lo impidieron.
Y consumada la tragedia, la incapacidad sistémica para socorrer a las victimas agrava el deterioro «in situs» y saca a flote todas las lacras de la seudodemocracia estadounidense.
El imperio que derrocha centenas de miles de dólares en compra de armamentos, presupuestos militares y guerras de agresión «carecía de fondos» para destinar unos milloncitos a reforzar el muro de contención que pudo evitar la catástrofe y termina solicitándole ayuda hasta a los países que ha empobrecido.
República Dominicana le donó 50 mil dólares y Bangladesh un millón.
¡A los imperios no les luce el rol de mendigos!
¡Señal de declinación!
El proyecto de imperio totalitario, absoluto, supremo, mas allá de sus alianzas con el «grupo de los ocho«, está en entredicho.
Luce mas que fallido.
No basta su crisis: se necesitan fuerzas para el cambio.
Pero ciertamente que no bastan sus enormes dificultades y sus crisis sobre la crisis.
Los cambios para plasmar en los hechos las consignas de que «otra América es posible» y «otro mundo es posible», necesita de mucho mas que eso.
Necesita de fuerzas impulsoras de los cambios.
Necesita de actores sociales concientes y organizados, de nuevas vanguardias y nuevos liderazgos.
Las victorias electorales de las fuerzas progresistas, de los referentes que los pueblos aprecian como fuerzas alternativas, son también insuficientes.
Todo esto es muy importante, pero a la vez, repito, insuficiente.
Cualquier victoria en esas vertientes puede devenir en revés si en el norte de ese accionar no está la construcción y toma de poder, si la acumulación alternativa no tiene un liderazgo firme, una organización consistente y una suma de factores políticos, militares, ideológicos y culturales capaces de derrotar todas y cada uno de los planes y proyectos del imperio.
De ahí la importancia en nuestra América de la permanencia de la Revolución cubana, de la profundización de la revolución venezolana, del crecimiento de la insurgencia colombiana, de la firmeza del EZLN…
Todo esto hay que sumarlo y articularlo a todos los procesos de unidad revolucionaria a escala nacional, subregional y continental.
Las fuerzas del cambio necesitan combinar la firmeza estratégica con la flexibilidad y amplitud táctica, pero necesitan a la vez diferenciarse de la claudicación y las consecuencias que conducen a las autoderrotas.
El mal ejemplo de lo que pasa en la cúpula del PT y en el gobierno de Lula debe ser aleccionador. También lo que acontece en México con el PRD merece reflexionarse.
Las fuerzas revolucionarias de Uruguay y de Bolivia deberán ponderar muy bien esa experiencia para aproximarse mas al ejemplo de Chávez que al tipo de gestión de Lula.
Igual todos(as) aquellos(as) con oportunidades similares.
Las oportunidades crecen a consecuencia de un «Imperio Fallido» y del impacto degradante de sus políticas neoliberales.
La resistencia iraquí está dando un aporte inconmensurable.
Pero todavía hay mucha pasividad, mucha confusión, mucha desunión, mucha unilateralidad en una gran parte de las fuerzas llamadas a protagonizar los nuevos cambios.
El desafío nos convoca aquí y en todos los continentes. La diversidad revolucionaria debe ser rearticulada y pasar de la resistencia activa o pasiva a la ofensiva, recuperando la audacia y la pasión melladas, recreando la mística a tono con los nuevos tiempos y las nuevas oportunidades.