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El «método Bukele» y el futuro de la ultraderecha

Fuentes: La Marea

El ascenso de la ultraderecha no encuentra techo. A la profundización de la crisis capitalista y la falta de proyecto en la izquierda, se suma el reto de la emergencia climática. Sin cambios radicales, las fórmulas autoritarias ultraliberales irán reemplazando a las democracias.

Estamos ante un año electoral histórico. En 2024, se dará cita en las urnas más de la mitad de la población mundial: se trata del denominado super año electoral que dotará de bases representativas a 76 países y sus líderes determinarán, de una manera u de otra, las políticas que marquen la próxima década. Este importante momento de inflexión político se da, además, en un escenario internacional convulso, con varios frentes de guerra activos como el de Oriente Medio, Ucrania y el Mar Rojo y, por lo tanto, cargado de gran incertidumbre y tensión social donde, como es sabido, las fuerzas políticas de ultraderecha se crecen y se mueven con agilidad.

Así sucede que la ola mundial de movimientos reaccionarios sigue sin encontrar su techo: son ya primera o segunda fuerza en varios países de Europa y, sin excesiva dificultad, encuentran como aliados a las fuerzas conservadoras, democristianos y partidos tradicionales de derecha que no dudan en aplicar sus políticas y hacer suyos los argumentarios de los ultras.

Por si esta perspectiva supiera a poco, en Estados Unidos el magnate y expresidente Donald Trump, aquel que supuso un ejemplo de línea de acción para que fuera mimetizada por múltiples movimientos reaccionarios y ultraliberales a lo largo del planeta -véase el Make [introduzca país] Great Again-, muy probablemente vuelva a ocupar la presidencia del país más poderoso del mundo si, como apuntan la mayoría de las encuestas, consigue hacerse con las elecciones presidenciales de noviembre de este año. Mientras tanto, en Latinoamérica el escenario de incertidumbre económica ha propiciado el ascenso de varios -y variopintos- outsiders y dotado de fuerzas renovadas a políticos simpatizantes de las dictaduras del siglo pasado que han resurgido y puesto sobre la mesa de debate unas políticas neoliberales que parecían superadas. Fue el caso de Jair Bolsonaro en Brasil, es el caso de José Antonio Kast en Chile, así como también lo es de los recientes triunfos del ultraliberal anarcocapitalista Javier Milei en Argentina o del multimillonario bananero Daniel Noboa en Ecuador. Todos ellos son una prueba del vuelco mundial hacia una forma de hacer política que se nutre de la violencia, la inseguridad y las desigualdades para cosechar su éxito político. A más caos, más éxito político: aguas revueltas, ganancia de pescadores.

El caldo de cultivo de la ultraderecha

Se podría deducir en consecuencia, que un futuro sociopolítico y económico que se perfila mucho más incierto y complejo de gestionar, solo hará que allanar el camino hacia el poder a toda una serie de políticos de ultraderecha alrededor del mundo. El capitalismo neoliberal globalizado de las últimas décadas con sus múltiples crisis financieras y su papel central en la crisis climática sin duda ha supuesto el caldo de cultivo para que esto suceda. Además, el temor a algún tipo de desastre o colapso parece insertado en el tuétano social, solo hay que ver cómo hiela la sangre no ver tan lejanas algunas de las películas distópicas que se han estrenado recientemente. Ante una sociedad atemorizada, empezamos a ser testigos poco a poco del avance de la asimilación de la concepción de vida prepper aquella que desconfía de todo y de todos -de ahí el aumento de la conspiranoia-, que te obliga a estar siempre alerta y a prepararte para cuando los resortes institucionales y normativos se desplomen más pronto que tarde.

Es por ello que las políticas de la ultraderecha niegan de base los retos y problemas de época como, por ejemplo, el calentamiento global, el poder de las grandes tecnológicas y opaco uso de los datos y la inteligencia artificial o la enorme desigualdad e injusticia social mundial, en tanto que estos son consecuencia directa del modelo capitalista que ellos mismos defienden. El fin de todas las propuestas políticas coincidentes en estos nuevos líderes de ultraderecha se reducen a la simple prorrogación del modelo de libre mercado que favorece a los más ricos bajo la pátina de la defensa de los valores tradicionales y la identidad nacional en un intento habitual de difuminar las desigualdades de clase. De esta manera, el resultado de meter los problemas estructurales del sistema y sus consecuencias bajo la alfombra solo parece conducir a una degradación aún mayor de las condiciones de vida de la mayoría social y, por lo tanto, generará indudablemente un incremento del malestar y un descontento generalizado.

La izquierda y el dique socialista

Mientras tanto, los políticos de corte progresista si es que no aplican ya las políticas ultras, -como es el caso del partido socialdemócrata danés en la cuestión migratoria o las asumen como propias, como la prometedora Sahra Wagenknecht tras su escisión de Die Linke en Alemania-, insisten en una estrategia de dudosa efectividad electoral, aquella que tiene como elemento central una especie de lamento impotente que supone la inexplicable razón de que sus políticas socioliberales de tibia intervención -las mismas políticas que han conducido al crecimiento del descontento y la desigualdad en pro del laissez faire mercantil-, no estén inclinando la balanza a su favor. Impávidos e indolentes asisten ante el violento avance de las fuerzas ultraderechistas que, sin paliativos, proponen aplicar duros shocks económicos, tal vez confiados en el fuero interno de que la protección de sus buenas posiciones socioeconómicas personales les dará, independientemente de las políticas ultraliberales que potencialmente se apliquen, la salvaguarda de su futuro.

No solo el progresivo vaciamiento de los Estados y sus capacidades institucionales tras años de políticas privatizadoras y liberalizadoras han generado este escenario de inusitada desigualdad económica, injusticia social y encarecimiento de la vida que se padece en la actualidad, sino que, principalmente, el enorme debilitamiento de una posición política férrea de corte socialista ha supuesto la cuasi destrucción de los mecanismos sociales que conformaban esos diques de derechos que ponían límites a la querencia inherente del modelo capitalista de crecimiento económico ilimitado y búsqueda incesante de beneficios. En efecto, la pérdida de influencia de las ideas socialistas a costa de la inserción capital en la cotidianidad de la concepción vital de las ideas economicistas y mercantiles han facilitado esa conformación de espacios comunitarios inseguros y ultra competitivos que acaban por reconvertir las relaciones humanas en relaciones meramente comerciales.

La desconfianza en la democracia

En el capitalismo ultraliberal que proyectan las fuerzas reaccionarias, la búsqueda de rentabilización del capital sin una oposición organizada a la que realmente temer está resultando en el ingente enriquecimiento empresarial, sobre todo, de unos pocos multimillonarios. Mientras se procede a la rápida acumulación de riquezas a través de una despiadada desposesión, buena parte de la población -ciertamente desnortada y políticamente desarmada- jalea irascible o asiste atemorizada a partes iguales a la espectacularización que supone esa extraña y perturbadora sensación de presenciar la degradación de sus propias vidas que provocan las arrolladoras fuerzas del mercado a su paso. Una vez dinamitados los mimbres políticos e institucionales sobre los que ejercían sus derechos, la población sin más riqueza que sus manos se ve así empujada a la fuerza al abismo de la inseguridad que produce el sálvese-quien-pueda social, al hiperindividualismo y a la omnicompetencia que dicta el mercado.

No es de extrañar por ello que, ante un sistema que obliga a consumir para sobrevivir y, además, machaca continuamente con el falso mantra de que el éxito depende de uno mismo y de sus méritos, la delincuencia y las mafias acaban por ser una de las pocas formas accesibles de sobrevivir que habilitan la esperanza de ambicionar un futuro con acceso a ese consumo liberalizador. Hay poco que perder: a falta de futuros deseables en los entornos sociales conflictivos y degradados con una perspectiva institucional que favorece la desigualdad económica y la expulsión hacia los márgenes sociales, la inserción en el mundo delictivo es la fuga natural y desesperada hacia la que muchos se ven empujados. Por otro lado, en otros entornos donde todavía hay cierto amparo de las instituciones, pero el Estado de bienestar languidece, la falta de futuro y la pauperización de las condiciones de vida bajo sistemas democráticos conlleva a la conformación de espacios fértiles para la frustración y el odio que, sin excesiva dificultad, facilitan la inserción de desconfianza hacia el gobierno y, por ligazón, a la democracia misma.

No resulta tampoco casual que el encarecimiento de la vida y la degradación de los entornos comunitarios y laborales, sumado a la presión añadida de producir sine die para conseguir más dinero y seguir consumiendo, acaben facilitando la porosidad de las ideas ultras que agitan el miedo. Además, el señalamiento de ciertos colectivos –LGBT, feministas, migrantes, fuerzas de izquierda etc.…- por parte de las fuerzas derechistas como causa de la situación de crisis actual responde a la estrategia habitual de conformar un enemigo interno que favorece la segregación en clave identitaria y el refuerzo antagónico de la amenaza del otro frente a un nosotros nacional, núcleo del populismo reaccionario y base sobre la que se asienta su discurso. Y si de algo sabe la extrema derecha es de explotar el miedo electoralmente.

Como se ha visto, las consecuencias de la constante ampliación de las dinámicas mercantiles en la búsqueda de rentabilización, sumado a la progresiva degradación institucional y de los servicios básicos generan una enorme desigualdad que crece cada año dando como resultado una tensión geopolítica creciente y un clima de inseguridad general que inyecta desconfianza y resquebraja a las comunidades. Paradójicamente, es esta misma crisis del capitalismo la que parece dotar de las mejores herramientas a los precursores ultras del mercado libre para conseguir sus mayores cotas de poder.

Si tomamos el ejemplo no solo de las crisis económicas y de criminalidad que azotan Latinoamérica, sino también el encarecimiento de la vida y el aumento de las mafias en Europa o las políticamente desestabilizadoras crisis migratorias de los últimos años, vemos como la derecha ultraliberal se ha posicionado como la única solución capaz de restablecer el orden y la paz social. Esto se hace bajo la promesa de desbancar aquellas políticas sociales que consideran inútiles, la privatización de lo público y la eliminación de los subsidios a grandes capas poblacionales que consideran un gasto desmedido y un despilfarro. Como viene siendo habitual, estas promesas vienen acompañadas de la necesidad de imponer políticas de mano dura a través del refuerzo de las fuerzas de seguridad del Estado, la ampliación de cárceles o incluso la liberalización de la tenencia de armas.

En consecuencia, la inversión pública en materia social disminuye mientras que la inversión en Defensa -armamento y seguridad- ha crecido de manera exponencial en los últimos años moviendo mundialmente miles de millones de euros al año favorecido por el aumento de la inseguridad, los diferentes estallidos bélicos y las crisis geopolíticas existentes. Así pues, los gobiernos invierten más porcentaje del PIB mundial en reforzar la seguridad y esto está suponiendo un aumento de ingresos y cotizaciones bursátiles para las empresas armamentísticas y sus múltiples inversores privados. El rearme mundial es una realidad muy presente. Todo es poco para que el beneficio nunca deje de fluir hacia arriba. Cueste lo que cueste.

Así sucede que el capitalismo genera unos problemas sobre los cuales mercantiliza su solución: frente a las amenazas a la estabilidad que necesita el mercado para funcionar se acude tanto a facilitar mayores espacios de rentabilización como a la militarización y a las políticas de mano dura para, en primer término, proteger los intereses empresariales y, en segundo lugar, justificar sus acciones y sus violaciones de los DDHH ante la población. Seguridad frente a libertad y democracia. Esta es la disyuntiva a la que nos enfrentamos y a través de la cual la ultraderecha tiene todas las de ganar. Es por ello que, buena parte del mundo empresarial, con todo su poder cultural, político y mediático, no duda en facilitar o directamente financiar la inserción de las ideas que promueven los partidos de ultraderecha en el debate público, pues suponen la vía más segura a través de la cual hacerse con el total poder del Estado y sus fondos públicos a la vez que se deshacen de cualquier oposición a sus intereses.

El método Bukele y la hegemonía antidemocrática

En un mundo sin política social, sin instituciones fuertes y sin democracia, uno queda a merced del mercado, del dinero y de la libertad que uno se pueda permitir a través del consumo. En esta constante de irrespirable atmósfera se mueven las masas de trabajadores precarios y empobrecidos del mundo sobre las que toda esperanza se desvanece y las distopías se empiezan a asimilar como cotidianeidad. Hay millones de personas alrededor del mundo sin acceso a servicios básicos, sin poder tomar tres comidas al día, sin agua potable y sin cobertura médica. El mundo es un espacio inhóspito para buena parte de sus habitantes -incluidos todos sus seres vivos- y la amenaza climática solo está empeorando su situación y perspectivas de futuro.

Las virulentas y -menos espaciadas en el tiempo- catástrofes meteorológicas están provocando una inseguridad alimentaria y habitacional que está empujando a una mayor tensión social y geopolítica en las regiones afectadas. Si las recientes crisis de refugiados de Europa tras la Guerra de Siria y Ucrania o las crisis migratorias de América central supusieron un desafío sociopolítico para Estados Unidos o Europa que han dado alas a la ultraderecha, ¿qué nos espera en un futuro climático que, según los modelos científicos, apuntan a una agudización de sus consecuencias con millones de desplazados climáticos y nuevas crisis económicas?

Con todo, ante esta perspectiva, muchos políticos del arco socialista y ecologista parecen seguir confiando inertes en la dicha de que cuanto peor, mejor: de alguna manera, la evidencia del desastre y de los hechos demostrará a la población toda la verdad que contienen sus propuestas políticas. La realidad, en cambio, puede que sea bien distinta y nos encontremos que cuanto peor, peor. La política es una forma de manipulación sobre la percepción y los imaginarios sociales en la que intervienen imbricadas hegemonías culturales, pero también emociones identitarias. En un mundo donde la cultura ha sido profundamente mercantilizada y los impactos informativos a través de las redes sociales vienen determinados por algoritmos con intereses y coordenadas ideológicas bien delimitadas, es posible que la batalla se de en escenarios políticos viciados donde se emplean los términos de la ultraderecha y las emociones límite tienden a favorecer sus proclamas reaccionarias. La frustración y la negación de futuro tienen su respuesta sociopolítica y, tal vez, el discurso de la ultraderecha ha penetrado ya en lo más profundo de la política mundial construyendo una hegemonía de difícil contraposición.

Pese a que algunos se aferren a sus enclenques pilares como el que se agarra a una tabla de madera tras un naufragio, ciertas políticas de medio camino que bien pueden representar Joe Biden o los pocos líderes progresistas que quedan en pie, no dejan de ser un falso muro de contención que tratan de ralentizar -a veces con simple pero rimbombante retórica- las feroces dinámicas del mercado. Es por ello que Trump volverá a ser presidente y las fuerzas de ultraderecha, con sus políticas autoritarias, acechan con los dientes afilados a los gobiernos de las mayores economías del mundo.

Las lógicas de mercado, aquellas que necesitan del crecimiento económico sostenido y que se nutren de la obtención de rentas, llevan décadas arramblando con todo, desde los derechos laborales y humanos más básicos a cualquier entorno ecológico que sea susceptible de generar beneficios. La democracia se empieza a concebir como algo secundario frente a la imposición de cierta política de mano dura y refuerzo de la identidad nacional. De seguir sin aplicarse unas políticas de lógica igualitarista radical y una planificación económica que genere bienestar y justicia social dentro de los límites físicos de la tierra y que consigan así revertir el escenario que favorece a la ultraderecha y sus fórmulas antidemocráticas, no parece haber demasiadas dudas de que los problemas actuales se agudizarán y, entonces, el rodillo del método Bukele y de las políticas ultraliberales nos acabarán por arrollar a todos. De seguir todo así, podemos estar seguros de que el futuro le seguirá brindando muchos éxitos a la ultraderecha.

Fuente: https://www.lamarea.com/2024/02/15/el-metodo-bukele-y-el-futuro-de-la-ultraderecha/