La Cumbre de las Américas debía estar marcada por Barack Obama y Raúl Castro junto como símbolo del fin de más de medio siglo de enfrentamiento. Pero irrumpió «el caso Venezuela» para recordar que el viejo tío, aun debilitado y atacado en su patio trasero por potencias de creciente poderío, como China, no pierde las […]
La Cumbre de las Américas debía estar marcada por Barack Obama y Raúl Castro junto como símbolo del fin de más de medio siglo de enfrentamiento. Pero irrumpió «el caso Venezuela» para recordar que el viejo tío, aun debilitado y atacado en su patio trasero por potencias de creciente poderío, como China, no pierde las mañas.
En la política exterior de Washington llegó el momento «destituyente» de los gobiernos progresistas que le resultan más incómodos. Los caminos para ello serán muy variados, aunque parece por el momento descartado que se repitan operaciones tan abiertas como las recientes contra Manuel Zelaya y Fernando Lugo en Honduras y Paraguay, o el más lejano intento de golpe contra Hugo Chávez de 2002 (con designación previa de presidente bendecido en Washington incluida). La enormemente mayoritaria reacción latinoamericana a la declaración del presidente Barack Obama de que Venezuela es una amenaza a la seguridad de su país habría llevado a que la superpotencia se incline, en este caso, por tomar caminos laterales, usando a algunos gobiernos que para la opinión pública suenan como progresistas como punta de lanza contra Caracas. Quizá algo de eso persiga Obama al pedir una reunión bilateral con sus pares de Costa Rica, Chile y Uruguay durante la cumbre.
El presidente de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, por lo pronto, acaba de destituir a su embajador en Caracas, Federico Picado, por decir que «en Venezuela hay una amplia libertad de prensa», lo que el diplomático demostró enseñando los diarios antichavistas que se venden en los quioscos (Tiempo, 26-III-15). «En los puestos de venta me encuentro con periódicos y revistas cuyos contenidos expresan todo el arco iris posible de posiciones políticas e ideológicas», había dicho Picado cuando le preguntaron su opinión acerca de la «dictadura chavista».
«En Costa Rica hay una norma que prohíbe al personal emitir opiniones sobre temas de relaciones internacionales o asuntos internos del país receptor que no hayan sido previamente consultadas. Es una norma que afecta a todos los funcionarios del servicio exterior, y con ella se trata de evitar que se ponga al país en situaciones incómodas», dijo el canciller Manuel González al justificar la destitución del embajador. Al mismo tiempo González acusaba a Rusia de desestabilizar Centroamérica por su venta de armas a Nicaragua (La Nación, 27-III-15). Alineamiento, que le dicen. Algo de este tipo es lo que es probable que Obama busque al reunirse esta semana en Panamá con la chilena Michelle Bachelet y el uruguayo Tabaré Vázquez. Las declaraciones del canciller Rodolfo Nin Novoa indican, al menos, que en tierras orientales el camino está abonado.
Romper el cerco
Pero lo cierto es que la superpotencia está aislada en cuestiones centrales, en gran medida como consecuencia del tironeo interno entre republicanos y demócratas, que neutraliza cualquier proyecto común para adecuarse a la nueva realidad. Una nueva realidad que dice que en su patio trasero Estados Unidos cuenta con una competencia inesperada apenas unos pocos años atrás: la de la República Popular China. Esa parálisis está facilitando el éxito de las iniciativas chinas en esta región. Demócratas y republicanos coinciden en un punto, sin embargo: América Latina es la zona del planeta más importante para la supervivencia de Estados Unidos como superpotencia. Y para ello se hace esencial mantenerla como coto exclusivo, sin injerencias extracontinentales y bloqueando la posibilidad de que varios países del área trabajen en una misma dirección, o sea: impidiendo cualquier manifestación de independencia.
Como recuerda José Luis Fiori, profesor de economía política internacional en la Universidad Federal de Rio de Janeiro, las sanciones estadounidenses a Venezuela están ligadas a «un movimiento profundo, casi telúrico, cada vez más religioso, fanático y agresivo, en la sociedad, pero con una repercusión cada vez más mesiánica e intervencionista, en el campo de la política exterior de Estados Unidos» (Carta Maior, 7-XI-14).
China, China, China
«El mes pasado puede ser recordado como el momento en que Estados Unidos perdió su papel como garante del sistema económico global», escribió semanas atrás Lawrence Summers, secretario del Tesoro entre 1999 y 2001 y asesor económico del presidente Barack Obama entre 2009 y 2010 (The Washington Post, 5-III-15). Summers se refería al fracaso de Washington en su intento de convencer a sus aliados más tradicionales de que no se unieran al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (Aiib, por sus siglas en inglés) promovido por China.
El éxito chino en las relaciones internacionales no deja de sorprender, tanto por la rapidez de sus avances como por su contundencia. La creación del Aiib representa la más potente irrupción del país asiático en el mundo. Los anuncios de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Australia y Brasil de que se unirán a esta institución, que se estima puede llegar a sustituir el papel del FMI y el Banco Mundial, sorprendieron a Washington y son una muestra de la creciente influencia de la potencia emergente.
A través del nuevo banco, China invita al mundo a invertir en los corredores económicos trasnacionales que unirán Asia y Europa a través de una amplia red de conectividad financiera y de negocios. Los miembros fundadores del banco son 45 países asiáticos -China, India, Singapur e Indonesia entre ellos-, pero a diferencia de las instituciones creadas en Bretton Woods, los votos de cada uno de ellos son proporcionales a su PBI. «Está emergiendo una arquitectura financiera global influenciada por China», sostiene el think tank Consejo Indio de Relaciones Globales (gatewayhouse.in, miércoles 1). «La infraestructura es a China en el siglo XXI lo que el comercio fue a Estados Unidos en el siglo XX», agrega.
La incorporación de Gran Bretaña al banco asiático levantó fuertes críticas de la Casa Blanca, quizá porque fue el primer país aliado en hacerlo. Pero a esa deserción siguieron otras. Hasta Israel, un aliado incondicional de Washington, decidió incorporarse al AIIB. «Su adhesión permitirá a Tel Aviv la integración de las compañías israelíes en diferentes proyectos de infraestructura financiados por el banco asiático», dice el comunicado publicado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel (Russia Today, sábado 4).
En paralelo, el avance de la internacionalización del yuan resulta imparable. El economista Ariel Noyola recuerda que «hace apenas cuatro años, un pequeño grupo de 900 instituciones bancarias realizaban operaciones en yuanes. A finales de 2014, el número aumentó a más de 10 mil entidades» (Russia Today, 31-III-15). La presidenta del FMI, Christine Lagarde, anunció a fines de marzo la inclusión del yuan en los «derechos especiales de giro» (activos de reserva internacional creados en la década del 60 para complementar las reservas de los bancos centrales), de los que esa moneda estaba excluida por el veto que ejerce Estados Unidos.
En consecuencia, China avanza de modo incontenible en todos los frentes, arrastrando aliados, agujereando la arquitectura financiera global, desbaratando planes largamente pergeñados. Pero cuando Pekín ingresa con fuerza en el patio trasero, la cosa se complica. China anunció planes para invertir 250.000 millones de dólares en la próxima década en América Latina. Estados Unidos tiembla.
Zona de exclusión
La penúltima edición de la revista Military Review, que refleja los puntos de vista del Pentágono, contiene un largo artículo titulado «La aparición de China en las Américas» (1). El trabajo, redactado por Evan Ellis, profesor en el Instituto de Estudios Estratégicos de la Escuela Superior de Guerra del Ejército, analiza los impactos que la presencia china tiene para los intereses estadounidenses.
En primer lugar, sostiene que el ostensible aumento del comercio y de las inversiones chinas «está transformando la infraestructura física» de la región, obras que tienen «implicaciones estratégicas», como los corredores bioceánicos, la ampliación y modernización de puertos y la construcción de «un segundo canal a través de Nicaragua y la potencial carretera o ‘canal seco’ y enlaces ferroviarios propuestos por Honduras, Guatemala y Colombia».
En segundo lugar, las viejas instituciones o instancias políticas regionales, como la OEA o la propia Cumbre de las Américas, han ido perdiendo importancia en beneficio de la Unasur o la CELAC, organismos «que expresamente excluyen a Estados Unidos». En paralelo, la revista apunta que el éxito económico de China «ha socavado los argumentos de Estados Unidos en cuanto a que la democracia al estilo occidental y los mercados libres son las mejores vías para el desarrollo y la prosperidad».
En tercer lugar, el análisis de Military Review considera que «la seguridad de Estados Unidos se ve afectada por el financiamiento, inversión y comercio de China con regímenes que buscan la independencia de los sistemas occidentales penales y de responsabilidad contractual, tal como ha ocurrido en diferentes grados con los países del ALBA». China puede usar las infraestructuras que construye contra Estados Unidos para presionar a los países a fin de que le nieguen a la superpotencia el «acceso a bases, recursos, inteligencia o apoyo político».
Ahora, razona el Pentágono, la influencia de Estados Unidos en la región está siendo socavada por «la disponibilidad de China como una alternativa al mercado de exportación, fuente de préstamos e inversión» (Military Review, enero-febrero de 2015).
El detalle está en la palabra «alternativa». A diferencia de lo que sucedía en las décadas de 1960 y 1970, ahora los gobiernos disidentes del imperio pueden recurrir a otros países para resolver sus problemas.
Asegurar el patio trasero
El año pasado los bancos chinos prestaron a los países latinoamericanos más dinero que el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo sumados. Por países, Venezuela fue el mayor receptor de préstamos chinos, y también uno de los mayores destinos de la inversión del gigante asiático en la zona, sobre todo para las explotaciones petroleras y la creación de infraestructuras.
En Argentina la petrolera china Sinopec acaba de firmar un acuerdo de colaboración con YPF, explota el yacimiento de Vaca Muerta y participa en la expansión de redes ferroviarias y del metro de Buenos Aires. En Brasil, Sinopec se hizo con el 30 por ciento de la portuguesa Galp y el 40 por ciento de la española Repsol. Se calcula que China domina ya un tercio del sector minero peruano, con fuerte presencia en la extracción de cobre. «En toda la región las compañías chinas desarrollan proyectos de telecomunicaciones, automoción, agricultura, construcción y sectores energéticos, lo que extiende la influencia de Pekín, y no sólo a nivel económico» (Russia Today, lunes 6).
El brasileño Fiori estima que se está asistiendo a una «revalorización geopolítica y geoeconómica del Caribe y de América del Sur como tableros relevantes de la competencia global entre Estados Unidos y China, y de la competencia regional de estos dos países con Brasil» (Carta Maior, 25-XII-14).
Para avalar esa afirmación esgrime el trabajo del principal geoestratega estadounidense, Nicholas Spykman. Más de la mitad de la obra de Spykman America’s Strategy in World Politics, publicada en 1942, está dedicada al papel que debe jugar la potencia en América Latina y en particular en Suramérica. El teórico divide la región en dos zonas: una «mediterránea», que incluye a México, Centroamérica, el Caribe, Colombia y Venezuela, en la que la supremacía de Estados Unidos no puede ser cuestionada, una suerte de «mar cerrado» cuyas llaves pertenecen a Washington.
Por otro lado aparece la zona de influencia de los grandes estados del sur (Argentina, Brasil y Chile). Spykman apunta que si estos países se unieran para contrabalancear la hegemonía estadounidense, «deben ser respondidos mediante la guerra» (Valor, 29-I-14).
En los últimos años los países que impulsaron el Mercosur ampliado y la Unasur, básicamente Brasil, Argentina y Venezuela, entraron en la «línea de tiro de Estados Unidos», que no puede aceptar que un proyecto convencional de integración económica (como fue el Mercosur en sus inicios) se transforme en un bloque político liderado por Brasil «con el objetivo de impedir toda intervención externa en América del Sur».
La alianza de Brasil con China, India y Rusia en los Brics, y de Argentina y Venezuela con China y Rusia es otra línea roja para Washington. Que esas alianzas no pasen a mayores es un objetivo central de la política estadounidense. Máxime cuando sobre todo Brasil, pero también Argentina y Venezuela, se involucraron en un conflicto lejano, como el de Oriente Medio, condenando la ofensiva de Israel en la Franja de Gaza en agosto y setiembre de 2014 y tomando distancia del bloqueo a Irán (Carta Maior). Cortarles las alas, de eso se trata.
Nota
(1) Military Review, publicada por US Army Combined Arms Center (Usacac), Fort Leavenworth, enero-febrero 2015, págs 66-78.
Raúl Zibechi, periodista uruguayo, escribe en Brecha y La Jornada. Integrante del Consejo de ALAI.
Fuente original: http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1988