El primer día del año un grupo de ex-militares comandados por el mayor (r ) Antauro Humala tomó una comisaría en Andahuaylas (Perú). Dicha acción se dio en la misma región que hace 25 años se insurreccionó el senderismo y en la misma fecha en que 11 años atrás se levantaron los zapatistas en Chiapas. […]
El primer día del año un grupo de ex-militares comandados por el mayor (r ) Antauro Humala tomó una comisaría en Andahuaylas (Perú). Dicha acción se dio en la misma región que hace 25 años se insurreccionó el senderismo y en la misma fecha en que 11 años atrás se levantaron los zapatistas en Chiapas.
Las tres sublevaciones tienen en común el haberse producido en zonas muy deprimidas, abandonadas y con una alta concentración de campesinos de raza y habla indígenas. Los tres movimientos, si bien plantean defender a los pobres, tienen estrategias y bases sociales disímiles.
El senderismo fue el último movimiento armado latino americano de cierta envergadura que planteó la toma del poder o nada. Atacó a todo el resto de partidos así como a organizaciones sindicales y comunitarias que no se le subordinasen. Esto le enajenó apoyo popular y permitió que Fujimori se fortalezca polarizando al país entre su dictadura ‘constitucional’ y lo que denominada el ‘terrorismo’. Poco después de la caída de Guzmán en 1992, el jefe maoísta dio un viraje de 180 grados demandando un ‘acuerdo de paz’ a cambio de mejores condiciones carcelarias y de una probable amnistía.
El zapatismo ha declarado no querer formar un partido ni querer tomar el poder. Su meta es utilizar la sublevación para presionar a un cambio de la constitución y una mejoría de la situación de los indios y marginados. Se auto-proclama como más democrático y estar basado en asambleas comunitarias.
El motín de Andahuaylas ha sido hecho no por un movimiento de origen marxista sino por un sector de exsoldados descontentos. Los hermanos Humala anteriormente se levantaron en Tacna para pedir la renuncia de Fujimori y hoy han vuelto a demandar lo mismo con respecto al presidente Toledo.
Los Humala se inspiran en la experiencia ecuatoriana y venezolana en la cual un ala militar golpea reivindicando a clases y razas subyugadas pero que, al final, busca llegar a palacio por la vía de las urnas y no de las armas. Chávez, Gutiérrez y el panameño Torrijos llegaron a la presidencia con amplia votación queriendo capitalizar el descontento ante gobiernos liberales de derecha mostrando la herencia o las ventajas del nacionalismo populista castrense.
A diferencia de Chávez y Gutierrez los Humala no han logrado apasionar a la población y no han tejido una alianza con las principales organizaciones sindicales o campesinas. Su discurso es más duro y chauvinista. Plantean una nueva república que fusile a los ‘traidores’ y una campaña armamentista anti-Chile.
La ideología que propugnan los humalistas es el auto-proclamado ‘etno-cacerismo’. Un movimiento étnico se entiende como uno que defiende a un grupo humano que tiene una lengua, raza o cultura diferenciadas. En el Perú hay quechuas, aymaras y otras etnias indias pero Cáceres no es una etnia sino el nombre de un mariscal que inicialmente peleó contra Chile pero que también se enfrentó a sus propias montoneras indias, que él mismo inicialmente alentó para resistir a la ocupación mapochina.
Sus principales propuestas son reconstituir el incario, promover una fuerte Chile-fobia, liberalizar la producción de la coca y reivindicar a la junta militar de 1968-75, aunque sin llegar a promover las nacionalizaciones o el discurso socialista que ésta tuvo.
El ‘etno-cacerismo’ ha sido tildado en diversos medios de la izquierda y derecha peruanas como una forma de ‘fascismo cholo’. El motín de Andahuaylas sería, según esta versión, la versión criolla del ‘Pustch’ de Munich tras el cual Hitler fue a la cárcel como antesala de volverse en un líder de masas.
Esta caracterización se debería a que sus militantes usan uniformes (que no son camisas negras sino parodias del ejército peruano), a su discurso ultra-nacionalista y racial y a sus proclamas autoritarias.
El peronismo argentino, el APRA peruano, el MNR boliviano o el chavismo venezolano han llegado a ser erróneamente catalogados como ‘fascistas’ debido a ciertos rasgos que sus críticos decían que éstos tenían con respecto al fascismo.
Sin embargo, un rasgo esencial del fascismo es que es un movimiento que impulsa un sector del empresariado que desea aplastar la belicosidad sindical y el ascenso de la izquierda.
Este no es el caso del humalismo. Los sindicatos y la izquierda peruanas están debilitados y no son mayor peligro para las grandes compañías y la casi totalidad de los inversionistas privados es muy dura frente a los ‘etno-caceristas’.
No existen tampoco posibilidades para que en la actualidad se genere un movimiento fascista de masas en América Latina. Lo que el humalismo expresa es un descontento frente a regímenes electos que se tornan impopulares y están llenos de acusaciones de ser ‘corruptos’ o ‘vendidos’ a capitales extranjeros. Ellos tratan de canalizar esa protesta reivindicando la tradición de caudillos militares como Cáceres y Velasco.
Los nuevos levantamientos armados en América Latina tienen un nuevo carácter desde los 1990s, cuando sucumbió el bloque soviético, fracasó Guzmán y se consolidaron las democracias liberales en la región. Ya no se han venido dando para tomar el poder mediante un cuartelazo o una revolución, sino para presionar, renegociar y eventualmente querer llegar electoralmente al gobierno.
Chávez y Gutiérrez hicieron sus p utschs como antesala para llegar a palacio por la vía de las urnas y no de las armas. Humala se inscribe en dicha tendencia.