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Entrevista al economista argentino Claudio Katz

“El neokeynesianismo de la Casa Blanca apunta todos los cañones a la gran contienda con China”

Fuentes: Rebelión

En los primeros meses al frente del Gobierno de Estados Unidos, Joe Biden ha anunciado planes de expansión fiscal y un “giro” keynesiano. En cuanto a la política exterior, “China persiste como el gran enemigo a derrotar.

Con más diplomacia e hipocresía, continuará la estrategia de hostilidades en el Mar de China, la militarización de Taiwán y las provocaciones en Hong Kong”, afirma el economista argentino Claudio Katz. Frente al gigante asiático, “Biden intenta recomponer las alianzas con Europa”, añade el profesor de la Universidad de Buenos Aires, en la siguiente entrevista realizada por correo electrónico.

Claudio Katz ha participado recientemente en el curso internacional El mundo después de la pandemia, organizado por la Academia de Pensamiento Crítico y la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM). Es miembro de Economistas de Izquierda (EDI), investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina y autor, entre otros volúmenes, de Bajo el imperio del Capital (2011); Neoliberalismo. Neodesarrollismo. Socialismo (2015) y La Teoría de la dependencia. 50 años después (2018). Sus artículos y reflexiones sobre Ciencias Sociales, Economía y Marxismo pueden seguirse en la página Web https://katz.lahaine.org

-A principios de junio, 6 meses después que comenzaran a aplicarse las primeras vacunas, la OMS señaló que los países de ingresos altos habían administrado cerca del 44% de las dosis del mundo, mientras que en el Sur global el porcentaje se situaba en el 0,4%. ¿Cabe atribuir alguna responsabilidad a los Estados del Norte y las multinacionales farmacéuticas?

Esa responsabilidad es tan evidente como chocante. Desde el descubrimiento de las vacunas una decena de países se apropió de esos remedios y acumuló dosis suficientes para inmunizar tres veces a su población. El grueso de la población mundial quedó marginado por la espantosa desigualdad que rige en el reparto de las vacunas. Esa inequidad es congruente con el principio del beneficio que ha gobernado toda la gestión de la pandemia.

Los laboratorios archivaron rápidamente su compromiso inicial de comercializar las vacunas a su costo de fabricación y optaron por el incremento de sus beneficios. Impusieron un patrón de precios elevados, en los contratos que suscriben con estrictas cláusulas de confidencialidad. Los países con más recursos abonaron el doble y acapararon de entrada toda la producción. Aunque el descubrimiento de las vacunas se financió con subsidios del estado, las empresas pudieron patentarlas y venderlas como si fueran el fruto de su propia inversión.

La dramática carencia de vacunas en África, América Latina y gran parte de Asia es una consecuencia directa del régimen de patentes. Muchas firmas no pueden fabricarlas por la negativa de los laboratorios a compartir el secreto de su elaboración. Hay empresas que cuentan con el equipamiento necesario para elaborar el producto, pero no tienen acceso a la fórmula o a los procedimientos necesarios para concretar esa tarea.

Algunos expertos estiman que por esa razón se está utilizando un bajo porcentaje de la capacidad instalada. El capitalismo impide la cooperación y refuerza la competencia entre los laboratorios para conseguir los mejores contratos.

Frente a tantas injusticias cobró fuerza la exigencia de anular las patentes del Covid. India y Sudáfrica encabezaron los reclamos para viabilizar esa eliminación, pero Estados Unidos y la Unión Europa han bloqueado esa posibilidad. En el caso precedente del SIDA se logró imponer la fabricación de un genérico, sólo diez años después de iniciado el reclamo y en un dramático contexto de infección. La urgencia de liberar las patentes del Covid salta a la vista. Cuando se difundió la primera propuesta, la pandemia había provocado un millón de muertos y en la actualidad esa cifra se ha triplicado.

-Pero las empresas argumentan que las patentes son imprescindibles para superar esta pandemia y afrontar eventuales situaciones de mayor dramatismo…

El lobby de los laboratorios difunde cataratas de mentiras para proteger sus patentes. Afirma que la producción no podrá incrementarse por falta de infraestructura o conocimientos en las firmas que operan fuera de su control. Pero olvida que los propios fabricantes ya fragmentan esas elaboraciones en cadenas de valor localizadas en numerosas regiones. Tampoco toma en cuenta la gran variedad de vacunas que han aparecido desde el inicio de la pandemia. Lo único que impide salvar más vidas es el inagotable apetito de lucro de Pfizer, Moderna, Johnson, Astrazeneca y cia.

Es totalmente falso que la anulación de las patentes imposibilite las inversiones requeridas para crear nuevas vacunas. El costo de esos descubrimientos es habitualmente asumido por sector público, mientras los laboratorios embolsan fortunas vendiendo esas mismas inyecciones a los estados. En el caso del Covid se ahorraron los gastos de investigación y se enriquecieron con los precios de comercialización. Por eso han logrado récords de ganancias en Wall Street.

Me parece que el rebrote de la pandemia y las mutaciones del virus reavivan la presión para modificar las patentes. Esas adversidades recrean el problema incluso en los pocos países desarrollados que han inmunizado al grueso de su población. Esa protección local no tendrá eficacia, si la enfermedad persiste en el resto del planeta. Una lenta inmunización de la periferia terminaría afectando a los propios centros del capitalismo, al obstruir la recuperación de la economía global.

En la pandemia se ha demostrado que un cataclismo global no puede remediarse con meros correctivos nacionales. La infección ha demolido también la absurda tesis neoliberal que atribuye a cada individuo la responsabilidad de su propia curación. Frente a esa tontería de libre mercado se ha corroborado la centralidad de la salud pública y la necesidad de un compromiso solidario para superar la infección.

El pasado 14 de junio el Gobierno de Argentina informó de que el país había recibido 20,6 millones de vacunas, de las que 9,4 millones corresponden a la rusa Sputnik V y 4 millones a la china Sinopharm. ¿Puede hacerse una lectura geopolítica de estos datos?

Sí, efectivamente corresponde una lectura geopolítica. El gobierno actuó con gran autonomía externa al concertar convenios que irritaron a los grandes laboratorios de Occidente. Resistió la presión de esas compañías para impedir el contrato con Rusia. El veto explícito que interpuso Washington a la adquisición de la Sputnik por parte de los gobiernos estaduales de Brasil ilustra la dimensión de esos aprietes.

Alberto Fernández optó por la compra de esa vacuna, cuando se desconocía su efectividad y sólo Bielorrusia solicitaba su provisión. Actualmente ese producto es apetecido por todos los jugadores del universo farmacéutico. El gobierno demostró la misma independencia cuando negoció con China la adquisición de varias partidas de Sinopharm.

El oficialismo acordó, además, la próxima elaboración de ambas vacunas en laboratorios instalados en el país. La Sputnik comenzará a fabricarse en la empresa Richmond y la Sinopharm en el laboratorio Sinergium Biotech. Si se concreta la rápida producción de las dosis previstas, Argentina podría reducir su actual dependencia externa en ese decisivo terreno.

-¿Qué ventajas tendría?

Ese logro permitiría afrontar en los próximos años la previsible demanda de inmunizaciones. En medio del fenomenal retroceso que padece la industria local se ha demostrado que el país preserva cierta solvencia en el campo farmacéutico. Esta elaboración local de las vacunas propina, además, un golpe simbólico a la habitual impugnación derechista de cualquier iniciativa nacional.

Pero los avances alcanzados con la Sputnik y la Sinopharm contrastan con la escandalosa inutilización de 40 millones de dosis de Astrazeneca, que fueron producidas y exportadas durante seis meses por un laboratorio de Sigman. Argentina ha sido el único país que fabricó vacunas en pleno Covid, sin poder aplicarlas en su propio territorio. El estado abonó 50 millones de dólares a esa empresa para elaborar la primera fase del remedio. Su envasado debía concretarse en México para asegurar la inmediata remisión del producto terminado. Pero recién ahora comienzan a llegar las primeras partidas de una inyección que debía aplicarse en enero.

¿Qué ocurrió?

Hubo una extraña maniobra de retención del producto -primero en México y luego en Estados Unidos- que fue amparada con el silencio oficial. Los pretextos que expuso la empresa carecen de credibilidad. Lo cierto es que el gobierno estadounidense aprovechó la colocación de un filtro fabricado en su territorio para bloquear el reenvío de la vacuna. El producto quedó inmovilizado en el Norte, cuando Trump prohibió todas las exportaciones vinculadas al Covid. Paralizaron esas remisiones para reforzar el monopolio de sus laboratorios, mientras Argentina padecía un dramático aumento de los fallecidos.

Frente a esa tropelía, la inacción de Alberto Fernández fue mayúscula. No denunció el bloqueo norteamericano y encubrió al socio argentino. Contó con el llamativo sostén de la derecha, que exceptuó el tema de su campaña contra el gobierno. La pasividad del gobierno frente a las vacunas retenidas en el exterior, contrastó con las acciones legales que por ejemplo inició la Unión Europea frente a maniobras semejantes de Astrazeneca.

Fernández no consideró la propuesta de prohibir la salida del principio activo fabricado en el país para exigir la entrega de los productos exportados. Tampoco evaluó la posibilidad de completar localmente el envasado de la vacuna. Los nuevos convenios suscriptos con Richmond incluyen esa terminación, confirmando la factibilidad de realizar ese proceso en Argentina. Esa inacción del gobierno ha sido congruente con la búsqueda del respaldo político estadounidense. Alberto y su canciller Solá equilibran los actos de soberanía con mensajes de fidelidad a Washington.

-¿Cuál es la situación actual de Argentina?

En la coyuntura actual el país padece la misma carencia de inmunizaciones que afecta al conjunto de América Latina, pero cuenta con más recursos de abastecimiento externo y producción local para revertir ese retraso. Argentina está ubicada en un lugar intermedio en el ranking global de vacunación y afronta una dramática carrera entre el ritmo de las inmunizaciones y los contagios. La segunda ola del Covid ha generado una explosión de contagios con un terrible récord de muertos.

El gobierno ha enfrentado ese rebrote a los tumbos, con grandes vacilaciones a la hora de instrumentar restricciones. Quedó muy afectado por el clima que instaló la derecha durante la cuarentena del año pasado. En lugar de explicar que ese cierre contribuyó a evitar la catástrofe sanitaria de Brasil o Perú, se quedó sin respuestas y ese vacío fue cubierto por la verborragia de los negacionistas.

-¿Se ha utilizado políticamente en Argentina la crisis sanitaria por la Covid?

La derecha transformó a la pandemia en un campo de batalla y utiliza el desconcierto creado por la infección para renovar sus mensajes de privatización. Impugna las experiencias de salud pública y ataca los cuidados requeridos para proteger a la población. Ha instalado, además, un cúmulo de mentiras en torno a las vacunas. Repite que el oficialismo fracasó en el aprovisionamiento de las inyecciones, sin mostrar algún contraejemplo de éxito latinoamericano con sus recetas. Silencia, por ejemplo, sus ensalzados modelos de Chile o Colombia que acumulan inocultables desaciertos.

La decisión oficial de suplir las carencias con la provisión de vacunas Sputnik directamente enloqueció a la oposición conservadora, que presentó incluso una denuncia penal para prevenir el «envenenamiento» que generaría esa inyección. Como esas tonterías quedaron rápidamente desmentidas, los cruzados de la campaña anti-rusa dieron vuelta a la página y optaron por el cuestionamiento inverso. Ahora patalean contra la lenta o parcial aplicación de esa vacuna. Obedecen en forma muy disciplinada las órdenes que reciben de la embajada estadounidense y se han convertido en lobistas de Pfizer. Alaban a esa empresa y enaltecen los viajes de vacunación a Miami, suponiendo que los ricos deben gozar de prioridad frente a la gran masa de pobres desechables. Por distintas vías, la derecha fomenta el descreimiento en los planes de vacunación y espera lucrar con el desánimo que genera la pandemia.

-¿Qué balance harías de la gestión del presidente de Argentina, Alberto Fernández, cumplido un año y medio de gestión? ¿Podría establecerse un hilo de continuidad respecto a los gobiernos de Cristina Fernández?

Fernández asumió el manejo de un país agobiado por décadas de primarización, endeudamiento y precarización y afrontó de entrada la durísima carga legada por el vaciamiento financiero perpetrado por Macri. Esperaba remontar esa adversidad introduciendo mejoras económico-sociales, que no cuestionaran los privilegios de los grupos dominantes. Pero afrontó la desgracia de la pandemia, debió gestionarla en un escenario de furibunda agresión de la derecha y optó por el vaivén y la indefinición en todos los campos.

En el terreno sanitario intentó una gestión progresista. Propició medidas de protección con la drástica cuarentena inicial y una acelerada inversión en camas y hospitales para evitar la saturación de las terapias intensivas. De esa forma logró sortear el tremendo drama atravesado por Ecuador, Perú o Brasil. No hubo muertos en las calles, sepulturas colectivas, ni venta de oxígeno a los desesperados. Esa activa intervención alineó al principio a todo el espectro político, revitalizó la auto-estima nacional y generó gran conciencia de los peligros de la infección.

Pero esos promisorios resultados duraron poco y el operativo sanitario quedó erosionado por la expansión de la pandemia. El resguardo se diluyó, la enfermedad se descontroló y el número de víctimas escaló en forma vertiginosa. Terminó imperando la disolución de las normas de cuidado, bajo la incansable campaña de erosión que la motorizó la derecha sin respuestas por parte del gobierno.

-¿Qué sucedió en otros campos, por ejemplo la economía?

En el plano económico la oposición conservadora impuso de entrada el freno a un proyecto de expropiar una gran empresa quebrada (Vicentin), mientras arrancó concesiones a los financistas mediante la presión cambiaria. Fernández violó ahí su promesa electoral, al sancionar una fórmula de ajuste de las jubilaciones que reduce la incidencia de la inflación. Pero al mismo tiempo resistió las exigencias de devaluación de los principales grupos capitalistas e introdujo un impuesto a las grandes fortunas, que sienta las bases para una reforma fiscal progresiva.

El gobierno navegó entre dos aguas y esperaba retomar el crecimiento por el simple efecto del arreglo de la deuda alcanzado con los acreedores privados. Pero ese convenio no contuvo el desmoronamiento del nivel de actividad, ni suscitó la prometida “confianza” de los mercados.

Como todos sus pares de la región, Alberto intentó contrarrestar el gran confinamiento generado por la pandemia, con mayor expansión del gasto público. Mediante ese auxilio limitó una retracción superior del PBI, pero potenciando el quebranto fiscal, el desplome de la recaudación y un desbarranque mayúsculo de la producción.

Ahora se negocia posponer los pagos de la deuda con el FMI legitimando el mayor fraude de la historia nacional y apostando a una imaginaria benevolencia del Fondo. Lo más preocupante es el continuado deterioro del salario como consecuencia del desborde inflacionario.

-¿Cuál es la conclusión, a tu juicio?

Yo creo que en ese mar de oscilaciones, Fernández no implementa el ajuste, ni la redistribución. Pretende transitar por un camino intermedio que no satisface las necesidades populares, ni avala las exigencias de los poderosos. Por un lado soslaya el freno a la carestía y por otra parte resiste el maximalismo de la derecha. Con emisión, recortes de gasto y un nuevo endeudamiento va tirando a la espera del rebote económico y del resultado de las próximas elecciones de medio término.

Los mismos vaivenes prevalecen en la política exterior. Ha buscado ubicarse en un lugar equidistante junto a México, para apuntalar una alternativa al declive del derechista Grupo de Lima. Pero emite guiños para todos los públicos. Condena y sostiene según la ocasión al gobierno venezolano y toma distancia de la OEA, mientras afianza los vínculos con Israel.

Pero también soporta una fuerte crítica de la derecha….

Sí. Efectivamente Fernández debe lidiar con una oposición que ha buscado instalar el caos, para judicializar y paralizar el sistema político. Los derechistas intentan recuperar el gobierno por cualquier medio, con un proyecto destituyente que ha incluido todo tipo de marchas contra el “totalitarismo populista”. Actúan con la descarada complicidad del Poder Judicial, que tiene en carpeta nuevas variantes del mismo lawfare que llevó a Macri a la Casa Rosada. Cuentan además con el sostén de los principales medios de comunicación, que recurren a una prédica virulenta para crear un clima de crispación.

Los derechistas apuestan todas sus cartas a los próximos comicios y esperan repetir el triunfo conseguido por el trumpismo madrileño contra otro oficialismo progresista. Pero olvidan las grandes diferencias con un contexto latinoamericano signado por el resurgimiento de la izquierda. Además, la marginalidad política del ejército les impide concebir el golpe militar que consumaron en Bolivia y el desprestigio del poder judicial anula el protagonismo que tuvieron los tribunales en Brasil.

-¿Cómo han respondido las clases populares de Argentina?

El lugar preeminente que ha logrado el espectro reaccionario se explica también por la infrecuente desmovilización popular. La pandemia afectó a los sindicatos, en un marco de gran retracción de las luchas y demandas de las organizaciones sociales. La infección desarticuló el funcionamiento de esos movimientos, obstruyó la deliberación, impidió las asambleas y acotó las manifestaciones. Sólo la izquierda de los movimientos sociales mantiene las protestas y por primera vez en mucho tiempo, un gobierno ha logrado desembarazarse de la presión directa que suele imponer la movilización social.

Tomando en cuenta esta variedad de acontecimientos y posturas, yo diría que por ahora Alberto Fernández se ubica en un cuadrante moderado del progresismo. Es evidente que no comparte el signo derechista de Macri, pero también transita por un sendero muy distante de la radicalidad de Evo Morales o Chávez. Es afín al rumbo que inauguraron Néstor y Cristina, pero en un contexto económico-social muy diferente. Todavía no se sabe qué tipo de peronismo prevalecerá con Fernández.

El justicialismo incluyó históricamente variantes de nacionalismo con reformas sociales, virulencia derechista, virajes neoliberales y rumbos reformistas. Menem y Kirchner fueron los exponentes más llamativos de ese pragmatismo, que aún no maduró una modalidad singular con Alberto.

Por otra parte el nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció en mayo unos presupuestos expansivos, planes billonarios en inversiones públicas, empleo y la elevación del impuesto de sociedades. ¿Se trata realmente de un “giro” keynesiano en la política económica estadounidense?

Los planes económicos que mencionas son indudablemente significativos no sólo por la escala del gasto previsto, sino que también se auspician cuando la economía está encaminada hacia la recuperación. Ya no alientan estímulos para contrarrestar la pandemia. Buscan asegurar un repunte que empareje el crecimiento de Estados Unidos con China, frente al continuado freno que registra Europa y Japón. Biden quiere tomar la delantera en la competencia que libra con el gigante asiático.

Pero lo más llamativo es la orientación del nuevo paquete económico. A diferencia de las intervenciones de las últimas décadas, esta vez se avizora un incremento de impuestos a las grandes corporaciones, que será convalidado con el acuerdo internacional para obstruir la evasión de esos gravámenes en los paraísos fiscales. El tradicional socorro estatal a los grandes capitalistas esta vez será reemplazado por iniciativas de mayor recaudación que contradicen todos los dogmas del ofertismo neoliberal.

Hay un giro evidente, no sólo frente a la política de reducción impositiva que propiciaba Trump. El programa de socorro a los bancos con erario público que implementó Obama es reemplazado por medidas de compensación de las pérdidas sufridas por el grueso de la población. Se intenta recomponer los ingresos de los ciudadanos medios con transferencias directas a los contribuyentes. Este viraje en el direccionamiento del gasto público es un dato muy relevante.

Esa iniciativa tiene ingredientes tan keynesianos, como el énfasis puesto en la inversión en infraestructura. La retórica utilizada por Biden para exponer estos proyectos retoma el tono del New Deal, cuestiona espejismo del derrame, convoca a estimular la economía desde abajo y avala el resurgimiento de los sindicatos.

-¿Por qué razones se produce este viraje?

Biden ha tomado nota de enorme retroceso económico de Estados Unidos que se verifica en la pérdida de competitividad fabril. El continuado liderazgo financiero y la significativa supremacía tecnológica del país no contrarrestan ese declive industrial, ni revierten la crisis de largo plazo que afecta a la estructura productiva.

Al igual que todos sus antecesores Trump no logró modificar esa regresión. Su intento de restaurar la “grandeza americana” a costa del resto del mundo fracasó. Sólo pudo inducir un alivio de la coyuntura, sin contener los desequilibrios fiscales y comerciales. Acentuó el deterioro del medio ambiente con la renovada explotación del carbón y el shale-oil y aumentó el riesgo de nuevas burbujas con la desregulación financiera. Biden necesita cambiar ese libreto para buscar otro resultado y ha recurrido al acervo keynesiano.

Ese sorpresivo curso obedece también al resurgimiento de demandas populares, que vuelven a ejercer una influencia social significativa. Por eso Biden emitió un mensaje favorable al renacimiento de los sindicatos. Necesita además impedir la reaparición de Trump, que forjó una gran base social derechista e intentará el retorno si la decepción con los Demócratas se verifica con cierta celeridad.

Estas razones económicas, sociales y políticas internas explican el llamativo rumbo que ensaya Biden, para recomponer la insoslayable cohesión interna que se necesita para intentar restaurar el poder imperial estadounidense en el mundo. Para alcanzar esa ambiciosa meta, un viejo promotor de las reducciones fiscales conservadoras como Biden, ahora propicia medidas contrapuestas de expansión del gasto público social.

Intenta suturar las divisiones internas del país para sostener las acciones imperialistas en el exterior. El neo-keynesianismo de la Casa Blanca apunta todos los cañones a la gran contienda que se avecina con China. Lo ocurrido con Trump demuestra que esa batalla está perdida, si persiste la enorme grieta que fractura a la sociedad norteamericana.

El tono progresista que asume Biden apunta a comprometer a todas las fuerzas políticas del país, en una estrategia común para frenar a China. Busca neutralizar especialmente a la corriente de Sanders para sumarla a esta campaña Yo creo que existe un real peligro de cooptación, si en la izquierda estadounidense persiste la pasiva aceptación del padrinazgo internacional norteamericano.

-¿Opinas que funcionará el plan de Biden?

El nuevo curso recién debuta y conviene registrar sus propios límites. Aunque las mejoras sociales que propone son importantes, con su aprobación Estados Unidos recién comenzaría a aproximarse a las deterioradas prestaciones sociales que imperan en Europa.

Además, el plan de Biden no incluye el salario mínimo que demandan los sindicatos y no destina el grueso de las inversiones previstas a las comunidades más necesitadas. Prevé un número muy acotado de trabajadores alcanzados por la nueva creación de empleos y no incluye una efectiva ley de protección de los derechos gremiales.

En cualquier caso se avecinan grandes conflictos para la aprobación legislativa de las propuestas presidenciales. Los republicanos ya anticiparon su rechazo y la derecha de los demócratas pone muchos reparos. El lobby de los banqueros influye especialmente en ese sector y sus economistas ya están alertando contra el peligro de un “rebrote inflacionario”, si se aprueban las medidas expansivas que propicia Biden.

El próximo manejo de las tasas de interés indicará qué grado de recepción tienen esos cuestionamientos en la cúspide del poder económico. Pero incluso si termina efectivizándose, el nuevo plan keynesiano deberá traspasar el gran test de la utilización capitalista de los fondos públicos. Si en lugar de generar nuevas inversiones, esos recursos se canalizan hacia nuevas burbujas, el resurgimiento keynesiano quedará abortado.

La actual negociación sobre patentes puede anticipar el resultado de las tensiones económicas que se avecinan. Frente a la presión internacional creada por la pandemia, Biden sugirió suspender esas normas de protección para las vacunas del Covid. La Casa Blanca tiene enormes facultades legales para implementar esa decisión y afronta un novedoso escenario de excedentes locales por la inmunización ya completada de gran parte de la población.

Biden intenta tantear en ese terreno de las patentes la recuperación del espacio geopolítico, que Estados Unidos perdió frente a Rusia y China. El localismo egoísta que desplegó Trump debilitó seriamente a la primera potencia. Todos saben que durante la pandemia Washington distribuyó más cachetadas que auxilios entre sus socios y aliados. Pero los laboratorios, los bancos y el Wall Street Journal ya se subieron al ring para impedir cualquier alteración de los derechos de propiedad y la iniciativa oficial está frenada. Veremos si este desenlace anticipa lo que sucederá en otras esferas.

-En la última cumbre de la OTAN, celebrada el 14 de junio en Bruselas, el secretario general de la alianza militar, Jens Stoltenberg, afirmó que la relación con Rusia se situaba “en su punto más bajo desde la Guerra Fría”, y que China “también plantea algunos desafíos a nuestra seguridad”. ¿Auguras diferencias entre la política exterior de Biden y la de Trump?

Biden mantiene el propósito central del establishment norteamericano que es la recuperación del dominio internacional de la primera potencia. Seguirá buscando la forma de contrarrestar la pérdida de autoridad y capacidad de intervención de Estados Unidos y la consiguiente diseminación del poder mundial. Intentará reconquistar esa supremacía imperial para capturar riquezas y disuadir competidores. También perfeccionará la nueva variedad de guerras híbridas que propicia el Pentágono, combinando el cerco económico, la provocación terrorista y la promoción de conflictos étnicos, religiosos o nacionales en los países diabolizados.

Pero enfrentará los mismos problemas que encontraron sus antecesores para lidiar con los pantanos militares de Afganistán e Irak. El nuevo mandatario debe  convivir con el trauma de una superpotencia que pierde guerras y Biden tiene muy fresca la sucesión de frustraciones que tuvo Trump. El magnate no pudo lograr un relanzamiento de la economía utilizando la superioridad militar del país. No doblegó a China, no sumó a Europa a sus operativos, fracasó en el control de la proliferación nuclear de Corea del Norte e Irán y falló en los golpes contra Venezuela.

Para remontar esos resultados Biden pone ahora el acento en la recomposición de la cohesión interna y en la atenuación de la grieta política, las tensiones raciales y la división político-cultural, entre el americanismo del interior y el globalismo de las costas. Con ese nuevo sostén en la retaguardia retomará los propósitos estructuralmente agresivos del imperialismo. Ya seleccionó un equipo de asesores externos especializado en esa política. Todos mantienen estrechos vínculos con el complejo industrial militar.

¿China será el gran adversario?

Sí. El gigante asiático persiste como el gran enemigo a derrotar. Con más  diplomacia e hipocresía, Biden continuará la estrategia de hostilidades en el Mar de China, la militarización de Taiwán y las provocaciones en Hong Kong. Ya retomó la absurda campaña para culpabilizar a Beijing del coronavirus y se dispone a desplegar la tradicional demagogia de los demócratas con los derechos humanos para justificar las intromisiones imperiales.

Biden intenta recomponer las alianzas con Europa para reclutar aliados frente a la creciente tensión que avizora con China. Ya logró un cierto guiño de los socios transatlánticos en la última reunión del G7, pero todas las economías del Viejo Continente mantienen negocios con China que buscarán preservar. Por esa razón es incierto el alineamiento de todo el bloque occidental que demanda el nuevo ocupante de la Casa Blanca. Biden suspendió la guerra comercial de Boeing contra Airbus y parece dispuesto a olvidar las objeciones yanquis a la finalización del gasoducto Nord Stream 2 con Rusia, a cambio de una mayor agresividad contra Beijing. Pero reticencias de Europa al desacoplamiento tecnológico con China son muy grandes e incluyen también a los británicos.

La postura frente a Rusia es más ambivalente. Biden comenzó con insultos contra Putin, pero ya bajó el tono y renegocia un convenio de distensión nuclear. En Medio Oriente, no se avizoran cambios en la simbiosis con Israel y en el apuntalamiento de los sauditas. Pero la reacción frente a los desplantes de Turquía es por ahora tan incierta, como la postura frente al suspendido acuerdo nuclear con Irán. América Latina continúa en el tradicional casillero de patio trasero, pero con grandes tormentas en puerta que Biden aún no definió cómo manejar.

-El gasto militar de China alcanzó los 252.000 millones de dólares en 2020, según el instituto de investigación SIPRI, el segundo del mundo tras el de Estados Unidos. ¿Consideras acertado referirse a un imperialismo chino, por su influencia en África y América Latina? ¿Sería equiparable al estadounidense?

No. Creo que corresponde establecer una diferencia entre ambos contendientes, dado el perfil agresor de Estados Unidos y la conducta defensiva de China. Mientras que la primera potencia busca restaurar su alicaída dominación mundial, el gigante asiático intenta sostener un crecimiento capitalista sin enfrentamientos externos. China afronta, además, serios límites históricos, políticos y culturales para intervenir con actos de fuerza a escala global y por esas razones no integra actualmente el club de los dominadores del planeta. Me parece equivocado caracterizarla como una potencia imperial, depredadora o colonizadora.

Yo entiendo también que China dejó atrás su vieja condición de país subdesarrollado e integra actualmente el núcleo de las economías centrales. Desde ese nuevo lugar captura grandes flujos de valor internacional y comanda una expansión que lucra con los recursos naturales provistos por la periferia. Por esa ubicación en la división internacional del trabajo me parece igualmente desacertado ubicarla en el casillero del Sur Global.

China combina la expansión productiva con la prudencia geopolítica. No condice con el perfil imperial, que se define más por acciones internacionales de dominación que por parámetros económicos. El gigante asiático no participa hasta ahora en la política de sujeción internacional ejercida por los poderosos del planeta a través de sus estados.

Me parece que debemos prestar especial atención a la forma en que Estados Unidos hostiliza a su rival, desde que Obama inició el viraje hacia una confrontación más dura, Trump redobló esa embestida. Designó a China como el enemigo estratégico de su país, introdujo una virulenta agenda de presión económica mercantilista y acentuó la disputa por la primacía tecnológica.

Siguiendo estas pautas el Pentágono comenzó a erigir un cerco, mediante el acoso naval en el mar de China y la gestación de una “OTAN del Pacífico”. Todo el establishment de Washington apuntala esa presión geopolítico-militar. La política previa de asociación económica con China está agotada. Ese entrelazamiento quedó muy erosionado por la crisis del 2008 y ha sido fulminado por la pandemia.

La nueva potencia oriental mantiene una actitud muy distinta a su contendiente. No envía buques a navegar por las cercanías de Nueva York o California. Más bien ejerce su soberanía en un acotado radio de millas y mantiene un presupuesto militar muy inferior a su rival. La estrategia geopolítica china no enfatiza el aspecto bélico. Privilegia el agotamiento económico de su competidor, mediante una política que intenta quebrar el liderazgo estadounidense del bloque occidental.

-Por lo tanto, China actúa como una gran potencia…

Sí. China logró un impresionante protagonismo económico internacional, aprovechando las ventajas competitivas que encontró en la globalización. Pero no comparte la compulsión a la conquista territorial que aquejaba a las grandes potencias del silgo XX. Desenvolvió formas de producción mundializadas y consiguió expandir su economía con pautas de prudencia geopolítica inconcebibles en el pasado.

Los límites que afronta China para actuar como una potencia imperialista derivan del carácter inconcluso de la restauración capitalista y de la propia historia de un país acosado y carente de tradiciones expansionistas.

China obtiene grandes beneficios de sus inversiones en África, pero no despacha tropas hacia ese continente y su única base militar en el neurálgico cruce comercial de Djibuti, contrasta con el enjambre de instalaciones que ha montado Estados Unidos. Evita además involucrarse en los explosivos procesos políticos del continente negro.

También es cierto que lucra con la primarización de América Latina, pero se ubica lejos del intervencionismo estadounidense. No es lo mismo hacer negocios con la venta de manufacturas y la compra de materias primas, que enviar marines, entrenar gendarmes y financiar golpes de estado. China ha consolidado un comercio desigual con América Latina, pero sin consumar la geopolítica imperial que continúa representada por la presencia de la DEA, el Plan Colombia y la IV Flota.

-Por último, en un artículo publicado en La Haine (abril 2021), señalabas un “conflicto que opone a los sectores neoliberales y estatistas” en China. ¿En qué consiste y con qué implicaciones?  

La postura defensiva de China es coherente con el status de un país que se expandió con cimientos socialistas, complementos mercantiles y un modelo capitalista enlazado a la globalización. Esa combinación apuntaló la retención local del excedente. Además, la ausencia de neoliberalismo y financiarización permitió evitar los agudos desequilibrios que afrontaron sus competidores.

Yo creo que el conflicto con Estados Unidos tiene una enorme incidencia en el rumbo que seguirá China. Influirá en la definición del sector que prevalecerá en el comando de la sociedad. La contundente gravitación del capitalismo no se ha extendido aún a toda la estructura del país y una nueva clase dominante maneja gran parte de la economía sin controlar el estado. Ese sector logró revertir la transición socialista previa sin instaurar su preeminencia. A diferencia de lo ocurrido en Rusia o Europa Oriental, en China prevalece una formación intermedia, que no cohesiona a los funcionarios con los capitalistas, en un marco de legado socialista aún presente.

Esa peculiar estructura determina la política exterior diferenciada que te mencionaba en la pregunta anterior. China diverge de Estados Unidos por la vigencia de un status capitalista insuficiente que obstruye la implementación de políticas imperialistas.

Pero la continuidad de ese curso está sujeta al desenlace del conflicto que opone en el país a los sectores neoliberales y estatistas. El primer núcleo aglutina a los grupos capitalistas que auspician el libre-comercio con proyectos expansivos y tentaciones imperiales. El segundo segmento propicia reforzar la gestión estatal, moderar el curso capitalista y preservar la prescindencia geopolítica internacional.

Xi Jinping ejerce un fuerte arbitraje entre todas esas vertientes de la elite gobernante. Y para asegurar la cohesión territorial del país mantiene a raya a los enriquecidos acaudalados de la costa. Ha defenestrado a varios multimillonarios y multiplicado las campañas contra la corrupción, para sepultar los gérmenes que condujeron a la disgregación semicolonial padecida en el pasado.

China evita el conflicto con Estados Unidos, pero la propia búsqueda de ese compromiso está obstruida por la expansión del capitalismo. Las exigencias competitivas que impone el apetito por el lucro acentúan la sobreinversión y las consiguientes presiones para descargar excedentes en el exterior. La distensión con Estados Unidos es socavada por los proyectos expansivos que China acrecienta para atemperar la sobreproducción.

En síntesis: hay un conflicto irresuelto dentro del oficialismo y una tensión con la clase dominante que no maneja los resortes del estado y debe aceptar la estrategia internacional cauta que propicia el Partido Comunista.