El auténtico alcance del tratado
El tratado de reducción de armamento
«EE UU y Rusia entierran la guerra fría. Las dos potencias firman el mayor acuerdo de desarme nuclear en 20 años.»
En verdad es motivo de gozo que las supremas potencias nucleares hayan decidido limitar sus arsenales atómicos. El presidente Obama, Nobel de la Paz 2009, acredita así el acierto de quienes le otorgaron tan insigne galardón. Estamos ante un auténtico benefactor de la humanidad, pues suya fue la iniciativa del presente desarme. Verdaderamente sus críticos, algunos tan acerbos como éste, han quedado en muy mal lugar.
Gracias al tratado ruso-norteamericano, firmado el pasado 8 de abril, se sienta un precedente de valor incalculable para los nobles esfuerzos por la paz. Por primera vez en la era ultrabelicista surgida con el 11-S, los pueblos, al menos la mayoría, pueden vislumbrar un horizonte de paz y armonía internacionales.
Así se entiende la favorable acogida que han dispensado a la noticia los grandes medios de comunicación (como el citado al principio), que no en vano pagan a los mejores analistas políticos. O que la secretaría general de la ONU se haya felicitado por la «nueva» estrategia de defensa nuclear promovida por Obama. O que la «Santa Sede» (¿quién puede poner en duda que el Vaticano sea un paladín de la paz?) elogiase el acuerdo de desarme.
Un acuerdo que precedía a una cumbre de seguridad nuclear celebrada en Washington escasos días después, y en la que estuvieron representados cerca de cincuenta países (no así los díscolos Irán y Corea del Norte). Las mayores potencias nucleares predicaban con el ejemplo y luego el resto podía seguir sus pasos.
El auténtico alcance del tratado
El optimismo no es unánime, sin embargo. El teniente coronel y profesor de la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas, Pedro Baños, habla de modo más descarnado. En un artículo publicado en el diario ABC define la celebrada disminución de armas rusas y estadounidenses como una «reducción publicitaria». Afirma que «es más un golpe de efecto publicitario que una real y significativa reducción de armamento». Descarta que haya un verdadero avance frente a la amenaza de destrucción global: «Las más de 3.000 cabezas nucleares que quedarán operativas entre ambos países seguirán componiendo el 90% del total mundial, sobrándoles capacidad para destruir todo el planeta. Los ingenios «reducidos» tan sólo dejarán de figurar como operativos, pasando a uno de los diferentes grados de almacenaje, sin ser destruidos, lo que permitirá volver a activarlos en caso necesario.» Conviene leer su breve artículo entero, obra de un experto que, por su condición de militar del ejército español, parece poco sospechoso de ser un crítico sesgado del Imperio. «En realidad, la reducción no rezuma altruismo alguno», declara.
Respecto a la ya mencionada Cumbre de Seguridad Nuclear, la agencia oficial rusa Novosti, aunque representando a uno de los dos actores principales, no es mucho más complaciente. Su analista Andrei Fediashin recuerda que «todos los documentos firmados […] carecen de carácter vinculante.» Añade que «es poco probable que este ambicioso objetivo [el de «tomar medidas para la protección del material nuclear vulnerable, como el uranio o el plutonio, en un plazo de cuatro años»] sea alcanzado en un plazo tan corto. Para lograr un progreso de tal calibre en esta materia habría que, en primer lugar, resolver los problemas de mafias e inestabilidad política existentes en la zona de Oriente Medio, la India, Pakistán, Afganistán, Iraq y otros países. Precisamente desde estas zonas conflictivas proviene la amenaza del terrorismo nuclear.»
Es llamativo que los tres últimos países nombrados por Fediashin correspondan a tres campos de batalla de las actuales guerras imperiales. ¿Perdigonazo a Obama? A fin de cuentas Rusia, bien que muy mermada, conserva su propia geopolítica. Pero no resulta muy animador para el mundo que una de las dos partes principales en tan «esperanzador» proceso se muestre más bien escéptica, además de crítica con la otra parte (ver, p. ej., también).
Detrás del tratado y de la cumbre: Amenaza nuclear a Irán
Aunque sin duda el gobierno estadounidense hubiese deseado una cumbre multilateral que condenase a Irán, la mera celebración de la misma en los pasados días 12 y 13 de abril supone un paso más para arrinconar al régimen de los ayatolás, dado el sentido insuflado por el Sistema y sus medios a este tipo de eventos en el marco del contencioso nuclear fabricado y arrojado contra ese país.
En la Declaración final de dicha cumbre se incluyeron puntos (como la «cooperación» para «impulsar la seguridad nuclear»; la necesidad de tomar «medidas especiales de precaución» y para «asegurar, contabilizar y consolidar» los materiales radiactivos; la reafirmación del «papel esencial del Organismo Internacional de Energía Atómica»; etc.) que, en un contexto de sistemática manipulación del lenguaje, pueden servir en algún grado para señalar al ya demonizado régimen iraní (la «gente de la calle» da por hecho que este país quiere el arma atómica y trabaja activamente para conseguirla).
El penúltimo punto, de haber contado con carácter vinculante, podría implicar una salvaguardia, al apoyar la «aplicación de prácticas rigurosas de seguridad nuclear que no infrinjan en [sic] los derechos de los Estados a desarrollar y usar la energía nuclear con propósitos pacíficos».
Pero la celebración de dicha cumbre casi inmediatamente después de la firma del tratado ruso-estadounidense, mucho más resonante en la práctica, la convierte en un mero apéndice de éste, sin duda según el guión marcado por los estrategas (y expertos en propaganda) norteamericanos para el (previsible) caso de que la cumbre no les diera para más. Que por ejemplo China, durante la misma, se haya mostrado aún remisa a endurecer las sanciones contra Irán no tiene la misma repercusión mediática que las siguientes palabras de Obama pronunciadas poco antes de la firma del acuerdo entre Rusia y Estados Unidos:
«Queremos asegurarnos de que podemos avanzar hacia un mundo en el que se dé menos importancia a las armas nucleares. Asegurarnos de que nuestra capacidad armamentística convencional tiene un poder disuasorio efectivo en todas las circunstancias, salvo las de extrema gravedad.»
Y son estas palabras, con su clara amenaza de fondo (en cursiva añadida), las que nos permiten conocer el verdadero objetivo tanto del tratado ruso-estadounidense como de la Cumbre de Seguridad Nuclear. Que no es otro que seguir estrechando el cerco en torno a Irán, como en la práctica venía a reconocerlo Antonio Caño en su crónica de la cumbre para El País:
«Una actitud firme de la comunidad internacional contra Irán es determinante para la apuesta de Obama a favor de reducir la amenaza nuclear y es, por tanto, uno de los propósitos centrales de esta conferencia, aunque no sea ese el objetivo formal de la misma. Alemania, Francia y otros países han aprovechado también esta cumbre para alertar sobre el peligro que representa Irán» (cursiva añadida).
En línea similar a la de su presidente, pero más explícita, Robert Gates, secretario de Defensa de Obama (y, previamente, de Bush), declaraba lo siguiente en los mismos días que aquél: «Todas las opciones están sobre la mesa en lo que respecta a esos países [Irán y Corea del Norte]».
Tales países, en efecto, no son otros que Irán y Corea del Norte. Es decir, Irán e Irán. (Lo de Corea del Norte es puro «relleno» para disimular. La obsesión estadounidense es Irán, país mayoritariamente musulmán lleno de petróleo y capaz de servir de ejemplo a muchos otros países, no sólo islámicos, por la obstinada defensa que hace de su legítima soberanía nacional. Un régimen obsoleto como el comunista norcoreano, con dos o tres cabezas nucleares, sólo es una excusa para cercar a China, además del susodicho «relleno»).
En otras palabras, lo que estaban haciendo tanto el Nobel de la Paz Obama como Gates, su ministro de Defensa, era amenazar a Irán con un ataque nuclear. Una amenaza que no ha sido debidamente resaltada por los grandes medios (aunque algo ha habido; ver también), pese a que, si se materializa, podría causar en el acto centenares de miles de muertos.
¿Debe resultarnos extraña la dura reacción iraní? Su embajador ante la ONU llama a tan extrema amenaza «terrorismo de Estado». Seguramente, no sin fundamento.
Además, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de Irán ha anunciado que Teherán presentará una queja formal ante la ONU por tales declaraciones singularmente amenazantes.
Da igual. Ya puede patalear Irán frente a tan bárbara y obscena amenaza… que los Señores de la Guerra (Nuclear) no harán sino repetirla (repetirla, sí, pues tras haber intimidado a Irán con un ataque de ese tipo, las nuevas amenazas genéricas ya inevitablemente se hallarán teñidas de ese mismo carácter nuclear; como ésta, posterior a la cumbre):
Ante un hecho tan brutal como esa amenaza, camuflado por los medios masivos bajo la «buena noticia» del tratado de desarme, resulta aún más palmario el papel instrumental que ha tenido la Cumbre de Seguridad Nuclear en manos del Imperio. Si, como rezaba su nombre, en ese foro la preocupación era realmente la seguridad nuclear, cabe preguntarse por qué todos los demás países allí representados no centraron su atención en condenar dicha amenaza estadounidense de ataque nuclear contra Irán. En lugar de ello, proliferaron los gestos para complacer al superpoderoso anfitrión (ver).
El día en que Obama se desayunó a Zapatero…
El pasado 4 de febrero, el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, acudió al Desayuno Nacional de Oración que se celebra anualmente en Washington. Un excelente análisis de las implicaciones de esa presencia puede leerse en «La plegaria de Zapatero». En palabras de su autor, Guillermo Sánchez Vicente:
«Si Bush mantuvo con Zapatero un distanciamiento personal (para irrisión y rabia de los españoles que conciben a Estados Unidos como el garante de un orden mundial seguro), con el fraude llamado Obama, […] el actual gobierno viene desplegando un servilismo patético. Parece evidente que Zapatero fue a Washington a escenificar un encuentro con su admirado Obama, quien por cierto no le hizo mucho caso, pues se limitó a darle un abrazo en público, y después le ignoró en los encuentros privados durante el desayuno; y esto tras rechazar la invitación de la presidencia española de la Unión Europea a acudir a la cumbre europeo-estadounidense que se celebrará en Madrid en mayo. Todo ello, pese a que en los mismos días del ya tristemente célebre «Desayuno», Zapatero ha dado una vuelta de tuerca más en su prosternación ante Obama, solicitando la creación de «una nueva comunidad transatlántica» que incluya a Iberoamérica y África; en otras palabras, una todavía mayor incursión del atlantismo en esas dos grandes áreas del planeta (en el caso africano, apelando a la «extensión del extremismo islamista» en dicho continente, lenguaje muy del gusto del Imperio)».
En efecto, los servicios al belicismo imperial del esbirro Zapatero, otrora pionero junto a Turquía (incluso junto a algún destacado líder iraní) de la saludable Alianza de Civilizaciones, empezaron a resultar más descarados ese mismo día. En aquella intervención en el Atlantic Council (Consejo Atlántico), defendió de lleno la otanización de Latinoamérica y África con las mismas excusas habitualmente usadas (en particular, la «extensión del extremismo islamista») por los voceros de la imperial «Guerra contra el Terrorismo». Incluso se pronunció, en clara referencia a ya sabemos quién, contra la proliferación nuclear.
Tales servicios volvieron a hacerse patentes cuando, meses después, coreó la acusación sin pruebas de un auto del juez Eloy Velasco al gobierno venezolano, según la cual éste vendría ayudando tanto a la ETA como a las FARC, así como contribuyendo a la cooperación entre ambas bandas criminales.
Ahora, con ocasión de la Cumbre de Seguridad Nuclear, el «Aznar» de Obama ha tenido ocasión de volver a reafirmar su condición de tal, en una trayectoria que le muestra dispuesto a emular los crímenes de su referente sin comillas. [Pero, según parece, con mucho menos «premio» para su miseria personal. Si ya su «enemigo» Bush, cuando se encontraban, se limitaba a espetarle un escueto (e irónico): «¿Qué tal, amigo?», ahora su «amigo» Obama apenas le dice otra cosa que: «¿Cómo va España?» No parece haber mucha diferencia.]
Entregado al emperador, Zapatero ha mostrado su acuerdo en sancionar a Irán al tiempo que apuntalaba la estrategia imperial en la cumbre subrayando que con ella el multilateralismo «gana terreno».
Además, según la agencia española Europa Press, «Zapatero pidió a Medvedev que ayude a convencer a China para que apoye las sanciones al régimen de los ayatolás, ante lo cual el líder ruso recordó que tienen proyectos energéticos de envergadura que no quieren cerrar.» A la vez (¿ambigüedad diplomática obliga?), algún otro medio señala que Zapatero se mostró de acuerdo con Medvedev en que las sanciones sean «razonables» y en que «no se debe acorralar a un país», sino que se le ha de «dejar una puerta abierta».
Sólo leves vestigios, si acaso, de un político que en su día mostraba cierta (nunca mucha) independencia frente a los amos del mundo. Parece que el poder le ha acabado desnudando, a ojos avisados, como un mediocre más.
El congreso alternativo (iraní) sobre desarme nuclear
Entretanto, ¿cuántos saben que en estos mismos días, 17 y 18 de abril, se celebra en Teherán una conferencia de desarme nuclear, con presencia de «una treintena» o «más de sesenta» países, según las fuentes? (Incluidos Rusia y China, por cierto). Si alguno lo sabe, desde luego no será porque los medios de masas le hayan dedicado al evento grandes titulares. Silenciarlo, o relegarlo a huecos poco visibles, se les da mejor en estos casos. Ya se sabe que la manipulación informativa no consiste tanto en deformar la realidad -aunque también saben- como en omitirla convenientemente.
Al boicotear la conferencia de Teherán, el gran público (el mismo que masivamente se ha tragado el camelo de que Irán quiere la bomba) no llegará a enterarse de que el lema de la reunión es «Energía nuclear para todos, armas nucleares para nadie» y su objetivo, el de instar al mundo entero al desarme. En particular, como indica el viceministro de Exteriores iraní, el énfasis se pone en que un área tan sensible del planeta como es Oriente Medio (cuyo centro geográfico estaría en Teherán) se vea libre de armas nucleares.
«Cualquier uso de armas nucleares para hacer daño a la humanidad está condenado», agrega por su parte Ramin Mehmanparast, el ministro del mismo ramo. Todo esto concuerda con pronunciamientos del mismo tenor que llevan tiempo efectuando los gobernantes iraníes (ver). Y evoca, además, el rechazo fundamental que el islam iraní declara frente a las armas nucleares (ver también 1 y 2).
Declaraciones, todas ellas, que también fueron relegadas en su momento. Privando así al gran público de preguntarse si, con la excusa de un supuesto programa nuclear bélico (del que nadie tiene noticias), no se estará acosando a un país cuyo régimen se caracteriza por rechazar esas armas como una cuestión de principios. Y, para colmo, se le amenaza con emplearlas contra él sobre la base de esa misma excusa…
Por todas estas razones, y al menos para los amantes de la paz, de la verdad y de la vida, lo que está pasando no debería ser motivo de alegría, como lo pintan los medios del Sistema, sino de temor e indignación frente a esa nueva vuelta de tuerca con que el Imperio agrede al mundo y, muy particularmente, a Irán.
Un Nobel de la Paz un tanto peculiar
Aunque, como es sabido, existan precedentes de guerreristas «nobelizados», el caso de Obama no deja de ser muy especial. Seguramente, porque a él le dieron el premio al poco de llegar al poder. Eso le está permitiendo ejercerlo con el galardón puesto.
Así, hemos visto al Nobel de la Paz mandar treinta mil soldados más a seguir arrasando Afganistán. Al Nobel de la Paz, sugiriendo la aplicación de la pena capital sobre un sospechoso (sic) del 11-S. Al Nobel de la Paz, rechazando eliminar las minas «antipersonas».
Y ahora, vemos al Nobel de la Paz amenazando con lanzar un ataque nuclear sobre Irán: «Si no os doblegáis, os arrasamos.» Ése es el mensaje.
La prensa sistémica, como no podía ser menos, lo ha contado a gusto del poderoso que intimida al débil. Es la misma prensa que, una y otra vez, acusa a éste de «amenazar» cuando no hace otra cosa que responder, con la típica dignidad mundana, a las amenazas que sufre (que raramente son llamadas así por tales «periodistas»).
Están obsesionados con Irán. No le perdonan que quiera ser independiente, que no se arrodille ante ellos. Eso representa un mal ejemplo. Es una manzana podrida. Que además tiene la cara dura de hablar claro frente a las tropelías de ese estado al que llaman «Israel». Estado que goza de impunidad gracias a la explotación y la manipulación de un pasado aún reciente. Que puede tener armas nucleares (las que no tiene Irán) e ignorar el Tratado de No Proliferación (a diferencia de Irán).
No es cuestión de que tenga que gustarnos el actual régimen persa. Ése es otro tema, aunque los cucos belicistas se empeñen en mezclarlo (toda guerra empieza, ya es guerra, con la propaganda). Lo que cuenta aquí es que están negando el derecho de un país a ser soberano. Mucho más, en realidad: se amenaza la supervivencia de todo un pueblo. Los periodistas sistémicos, corifeos del Imperio de aviesas intenciones y peores hechos, son corresponsables de ello.
Por su parte, de cuando en cuando parece que algunas potencias amagan formar un polo alternativo al del Imperio global (algo improbable por definición). Se habla cada vez más del BRIC, que reuniría a Brasil, Rusia, la India y China. Ojalá este bloque, caso de convertirse realmente en tal, llegase a ejercer un contrapeso, pero eso requiere mucha voluntad política (sobre todo, frente al potente Eje Washington-Vaticano). Cosa difícil, por lo demás, en un mundo en el que los centros de poder ya no parecen residir en los estados sino en los cenáculos de magnates sin patria ni corazón.
http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/posts
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