Tragan y tragan y vuelven a tragar… entonan felices los medios de comunicación. No es para menos. Nuestra ilimitada capacidad de digerir informaciones tóxicas sin caer enfermos, y darnos de baja, multiplica sus audiencias y ganancias. Preferimos no complicarnos la escucha y así nos va. «Estamos informados de todo, pero no nos enteramos de nada», […]
Tragan y tragan y vuelven a tragar… entonan felices los medios de comunicación. No es para menos. Nuestra ilimitada capacidad de digerir informaciones tóxicas sin caer enfermos, y darnos de baja, multiplica sus audiencias y ganancias. Preferimos no complicarnos la escucha y así nos va. «Estamos informados de todo, pero no nos enteramos de nada», reconoce el periodista Ezequiel Fernández-Moores.
El Parlamento Europeo ha propuesto esta semana que los planes de estudio, «en todos los niveles de educación escolar», incluyan a partir de ahora una nueva asignatura: «Educación mediática». Con esta materia, la Eurocámara pretende que los estudiantes «comprendan y valoren críticamente los diversos aspectos de los distintos medios de comunicación, consiguiendo filtrar certeramente la información recibida a través del torrente de datos e imágenes». Tragar sí, pero con mesura y cautela. Con conocimiento de causa e intereses. Sin medias tintas ni falsos colores.
Lecciones de periodismo. En Atenas, un grupo de jóvenes irrumpe en un plató de la televisión pública mientras se emite en directo un informativo y reclama con varias pancartas la libertad de los detenidos tras las protestas por el reciente asesinato de un compañero por disparos de la policía. «Deja de mirarnos y sal a la calle», sugiere una de esas pancartas. Apagar la tele, bajar y pegar las orejas al suelo. Tú. Todos. Y los periodistas primero.
En Bagdad, un reportero arroja sus zapatos a Bush. Su gesto, su enseñanza, debería aparecer en los futuros textos de Educación Mediática: el buen periodismo arremete contra el poder y se hace con los pies descalzos.