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El poder de la gente

Fuentes: Rebelión

«Sólo cuando los oprimidos descubren nítidamente al opresor, y se comprometen en la lucha organizada por su liberación, empiezan a creer en sí mismos, superando así su complicidad con el régimen opresor. Este descubrimiento, sin embargo, no puede ser hecho a un nivel meramente intelectual, sino que debe estar asociado a un intento serio de reflexión, a fin de que sea praxis.» –Paulo FreirePedagogía del oprimido (1970)

El poder de la gente es una fuerza transformadora donde se expresa la voluntad colectiva de la sociedad. Es una manifestación consciente de la capacidad humana para enfrentar el reto supremo de la vida, construir la paz y fomentar la convivencia armónica. Este poder implica la búsqueda continua del respeto a las diferencias y el fortalecimiento de la unidad en la diversidad, reconociendo que nuestras particularidades no dividen, sino que enriquecen el tejido social.

Más allá de estas metas fundamentales, el poder de la gente se consagra en la preocupación por la ausencia del otro, entendiendo que una comunidad sólo es verdaderamente fuerte cuando se construye desde la empatía, la solidaridad y el compromiso mutuo. Como bien señaló el filósofo Emmanuel Levinas, “la responsabilidad hacia el otro es el fundamento de la ética”. Este principio refleja que el bienestar individual está intrínsecamente ligado al bienestar colectivo.

En este contexto, el pensamiento de Ubuntu cobra especial relevancia. Proveniente de la filosofía africana, Ubuntu se traduce como “yo soy porque nosotros somos” y nos invita a comprender que nuestra humanidad está profundamente interconectada con la de los demás. Este principio ético subraya que el poder de la gente no radica únicamente en la acción individual, sino en la capacidad de construir juntos una sociedad basada en la solidaridad, la cooperación y el reconocimiento mutuo. Tal como expresó el arzobispo Desmond Tutu, “una persona con Ubuntu está abierta y disponible para los demás, afirmando a los demás, porque sabe que pertenece a un todo mayor”.

La gente, como conjunto de individuos que conforman una sociedad, posee un poder inherente que trasciende a los líderes y las instituciones. Este poder es la esencia misma de la democracia, una energía que reside en cada persona y se manifiesta a través de su voluntad colectiva. Es el fundamento sobre el que se construyen las sociedades justas y equitativas, donde las decisiones se toman no solo en función de las necesidades actuales, sino también con visión de futuro y en beneficio de las generaciones venideras.

Este poder no es un recurso estático; es dinámico y se fortalece a través de la acción consciente y organizada. Implica que las personas reconozcan su capacidad no solo para reaccionar ante las injusticias, sino también para construir soluciones colectivas y sostenibles. La filosofía de John Dewey sobre la democracia como una forma de vida y no solo un sistema de gobierno, enfatiza la importancia de que la participación activa y constante sea parte integral de la vida de cada ciudadano.

El poder de la gente también reside en su capacidad para desafiar estructuras de opresión y desigualdad, creando espacios donde todas las voces puedan ser escuchadas. Es un recordatorio de que la soberanía popular es un principio fundamental, no un privilegio concedido por las elites. Como dijo el pensador afroamericano W.E.B. Du Bois: “El progreso social nunca viene regalado; es el resultado de la lucha colectiva de quienes se niegan a aceptar la injusticia como inevitable”.

En esencia, el poder de la gente se nutre de valores universales como la equidad, la justicia y la dignidad. Estos valores son el cimiento de sociedades resilientes, capaces de adaptarse a los desafíos del presente sin perder de vista el horizonte de un futuro más inclusivo y humano. Ubuntu nos enseña que estos valores no solo son posibles, sino esenciales para la convivencia armoniosa, porque nadie puede alcanzar la plenitud si los demás son excluidos.

Es por eso que el ejercicio del poder colectivo no solo transforma estructuras políticas y económicas, sino que también redefine la manera en que las personas se relacionan entre sí, promoviendo una cultura de respeto y cuidado mutuo. Al integrar los principios de Ubuntu, se refuerza la idea de que la fuerza de una comunidad radica en la interdependencia de sus miembros y en el compromiso con el bienestar común.

El poder de la gente es mucho más que la suma de voluntades individuales. Es la energía vital que impulsa el cambio social, un faro que ilumina el camino hacia una humanidad más justa y solidaria. Tomar conciencia de este poder y ejercerlo con responsabilidad no solo es un derecho, sino también un deber moral y una expresión de nuestra esencia colectiva como seres humanos.

Los cinco principios básicos del poder de la gente

El poder de la gente se fundamenta en cinco principios básicos que garantizan su efectividad y sostenibilidad:

  1. Participación Activa: El poder de la gente se basa en su capacidad de involucrarse directamente en la toma de decisiones que afectan a su comunidad. Esto incluye participar en elecciones, asambleas, organizaciones comunitarias y debates públicos. Como dijo Paulo Freire: “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. La participación activa educa y empodera a los individuos.
  2. Unidad en la Diversidad: El respeto a las diferencias y la inclusión de todas las voces son esenciales para una voluntad colectiva efectiva. Hannah Arendt lo expresó así: “El poder corresponde a la acción conjunta, y nunca a un solo individuo; es un fenómeno que surge entre los hombres cuando actúan juntos”. Una comunidad diversa que trabaja unida puede superar cualquier obstáculo.
  3. Responsabilidad Colectiva: El poder implica una obligación hacia el bienestar común. Cada individuo tiene un papel en garantizar que las decisiones tomadas beneficien a todos y no solo a unos pocos. Jean-Jacques Rousseau escribió: “La libertad no es la capacidad de hacer lo que uno quiere, sino el poder de hacer lo que se debe”. Este principio promueve la justicia y la equidad.
  4. Movilización Social: La acción colectiva es una herramienta poderosa para exigir cambios estructurales, justicia y derechos. Desde manifestaciones hasta campañas de concienciación, la movilización social es una expresión tangible del poder de la gente. Nelson Mandela afirmó: “Siempre parece imposible hasta que se hace”.
  5. Construcción de un Futuro Justo: El poder de la gente debe estar orientado hacia la creación de una sociedad donde la dignidad humana sea el eje central. Esto incluye la defensa de la democracia, el respeto a los derechos humanos y el fortalecimiento de las instituciones que protegen la voluntad colectiva. Mahatma Gandhi dijo: “La fuerza no proviene de la capacidad física, sino de una voluntad indomable”.

El poder de la gente se manifiesta como una fuerza vital y transformadora en el funcionamiento de una democracia plena, viva y participativa. Su expresión más emblemática es el ejercicio del voto, a través del cual los ciudadanos eligen a sus representantes y les confieren el mandato de actuar en su nombre. El sufragio no es solo un derecho, sino una herramienta de empoderamiento colectivo que permite a la ciudadanía ser el eje central de la vida política y el motor de las decisiones que impactan al bienestar común.

Sin embargo, este acto de delegar poder no debe convertirse en una cesión pasiva de responsabilidades. Es fundamental que la relación entre los representantes y la ciudadanía sea dinámica, basada en la confianza mutua y el diálogo constante. Los líderes no solo deben trabajar para la gente, sino fundamental con la gente, integrando sus voces, experiencias y saberes en la construcción de políticas públicas. Como señalaba Nelson Mandela, “Un líder es como un pastor: él permanece detrás del rebaño, dejando que el más ágil marche adelante, y los demás lo sigan, sin darse cuenta de que todo el tiempo están siendo guiados desde atrás”. Este liderazgo colectivo y participativo debe ser el principio rector de toda democracia.

El voto no solo valida el acto de gobernar, sino que también es un recordatorio del poder que reside en la voluntad popular. Este poder no puede reducirse únicamente al momento electoral; debe extenderse a través de mecanismos de participación ciudadana permanentes, como consultas populares, cabildos abiertos y plataformas comunitarias. De este modo, la gente se convierte en parte activa del proceso de toma de decisiones, trascendiendo la esfera del deber cívico y asumiendo su papel como co-creadores del tejido social.

Es esencial, además, que los representantes comprendan que gobernar con la gente implica reconocer la diversidad de perspectivas y experiencias que existen en la sociedad. Esto requiere no solo escuchar, sino también traducir esas voces en acciones concretas que reflejen los intereses colectivos, promoviendo la justicia social, la equidad y la inclusión. Solo entonces el poder del voto se transforma en un verdadero puente entre la ciudadanía y sus gobernantes, cimentando una democracia que no sea solo representativa, sino también profundamente participativa.

En suma, el sufragio es la expresión más visible del poder de la gente, pero no su único vehículo. Para que una democracia florezca, es necesario que el acto de votar esté acompañado por un compromiso ciudadano continuo y por líderes que entiendan que su mandato no es una autorización para gobernar desde arriba, sino una responsabilidad de construir juntos un futuro en el que todos tengan voz, dignidad y oportunidades.

Transformar la sociedad desde la gente, es recuperar la patria a través del poder colectivo

El poder de la gente es la fuerza vital que sostiene y transforma las sociedades, una energía que tiene la capacidad de superar las adversidades y reconstruir los cimientos de una patria más justa, solidaria y equitativa. Este poder no reside en manos de unos pocos, sino en la conciencia colectiva de los pueblos, en su voluntad de unirse y trabajar juntos por un futuro donde la dignidad humana sea el eje central de toda acción.

Para transformar la sociedad desde la gente, es imprescindible que cada individuo tome conciencia de su capacidad de influencia y participación. Este despertar del poder colectivo comienza con el entendimiento de que la constitución, como el acuerdo social más grande y sagrado, no es simplemente un conjunto de leyes escritas en papel. Es una expresión viva y dinámica de la voluntad colectiva, un contrato que debe evolucionar y adaptarse para reflejar las necesidades, esperanzas y sueños del pueblo. La constitución no es solo un documento jurídico; es el mapa ético y social que guía a la ciudadanía hacia una convivencia basada en el respeto, la justicia y la igualdad.

El poder de la gente no es una abstracción, sino una fuerza tangible que se manifiesta en actos concretos de participación y solidaridad. Este poder tiene la capacidad de transformar comunidades, no solo enfrentando las estructuras de opresión, sino también construyendo alternativas que promuevan la equidad y el bienestar común. Como expresó Paulo Freire, “Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo. Los seres humanos se liberan en comunión”. Esta idea refleja la importancia de la acción colectiva como la clave para la transformación social y la recuperación de la patria.

La historia demuestra que los cambios más profundos y duraderos no nacen de la voluntad de las élites, sino del poder movilizador de los pueblos. Desde los movimientos de independencia hasta las luchas por los derechos civiles y la justicia social, la gente ha sido el motor del cambio, exigiendo no solo el reconocimiento de sus derechos, sino también el cumplimiento de los principios éticos y democráticos que fundamentan cualquier sociedad que aspire a ser justa.

Parafraseando a Mahatma Gandhi: “La fuerza no proviene de la capacidad física, sino de una voluntad indomable”. Es esa voluntad indomable, profundamente enraizada en la conciencia y la acción colectiva, la que tiene el poder de regenerar el tejido social y político de una nación. Recuperar la patria no es tarea de unos pocos; es una misión compartida que exige la participación activa de cada ciudadano en la construcción de un futuro donde la justicia, la solidaridad y el respeto por la diversidad sean los pilares fundamentales. La transformación de la sociedad desde la gente no es solo una posibilidad, sino una necesidad. Requiere fortalecer valores como la empatía, la cooperación y la corresponsabilidad, entendiendo que una comunidad solo es fuerte cuando cada uno de sus miembros trabaja por el bienestar colectivo. Este proceso implica también cuestionar y desafiar las estructuras que perpetúan la desigualdad, abriendo camino a nuevas formas de organización y convivencia basadas en la equidad.

Finalmente, recuperar la patria a través del poder de la gente significa construir un nuevo horizonte de esperanza, donde cada acción, decisión y esfuerzo estén orientados a garantizar una vida digna para todos. Es un llamado a recordar que la verdadera soberanía radica en el pueblo, y que el cambio comienza con la determinación de cada persona de ejercer su poder con responsabilidad, solidaridad y compromiso hacia los demás. Porque, al fin y al cabo, el poder de la gente no es solo una fuerza transformadora; es el corazón palpitante de una patria que se reconstruye desde sus raíces, con la mirada puesta en un futuro más humano y más justo.

Solo el pueblo salva al pueblo ……….

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