Nuestra humanidad ha cumplido ya 100 años de la I guerra mundial y 75 años de la II conflagración planetaria respectivamente, una más cruenta que la otra, dejando a su paso desolación, muerte y miseria; es decir, nada de lo que tengamos que sentirnos orgullosos como supuesta «especie superior». No es la primera vez que […]
Nuestra humanidad ha cumplido ya 100 años de la I guerra mundial y 75 años de la II conflagración planetaria respectivamente, una más cruenta que la otra, dejando a su paso desolación, muerte y miseria; es decir, nada de lo que tengamos que sentirnos orgullosos como supuesta «especie superior».
No es la primera vez que el hombre ha sido carcomido por la guerra, si observamos las facetas históricas, el hombre ha ingresado constantemente en etapas guerreristas por diversas razones, entre las que podemos enumerar las de condiciones religiosas, políticas y territoriales. Las más destructivas han sido las del siglo XX con portentosas armas capaces de destrozar poblaciones enteras.
Reflexiono acerca de nuestro pasado reciente porque estos últimos meses he observado (el mundo ha observado), las escaramuzas conflictivas en Europa del Este con Ucrania como laboratorio, una especie de conejillo de indias para probar nuevas armas o mejor dicho deshacerse de viejas armas para construir otras más avanzadas. Por otra parte, la masacre del pueblo palestino a manos del muy bien armado ejército israelí, sin que los organismos internacionales reaccionen demuestra la debilidad de dichas organizaciones, que son meros parapetos ideológicos del imperio estadounidense.
Los movimientos estratégicos por parte de los países potencias (industrializados), representados por EEUU, Reino Unido, Alemania, Francia, tratando de hilvanar una perpetúa malla neocolonialista, se asemeja bastante a las alianzas realizadas previas a la primera guerra mundial en la cual anexaron territorios, ocuparon naciones y establecieron pactos de cara al probable conflicto y ante la flaqueza de la Sociedad de Naciones, justo como ocurre ahora con las Naciones Unidas (ONU).
Los Estados Unidos ha ido ocupando territorios claves que le aseguran energía una vez que tenga que enfrentar a los objetivos de mayor peso como son Rusia y China. Muchos analistas critican el éxito de las operaciones militares estadounidenses, pero a ellos les interesa asegurar enclaves desde donde puedan proveerse de energía y poder maniobrar su equipo técnico-militar.
En este contexto, todos estos focos de guerra, donde se asesinan civiles sin culpa alguna de los desacuerdos políticos, son sin duda alguna el anuncio de un conflicto mayor, que será más complejo de lo que pudiésemos imaginar porque ya no se trata del arreglo de un desacuerdo de límites fronterizos o ganancias económicas, sino también de la dominación de los recursos del planeta, en los cuales se puede enumerar el agua, petróleo, gas, litio, tierra cultivable, entre muchos objetivos que posiblemente no estemos enterados aún.
EE.UU. aboga por una carrera armamentística, desesperado por el declive de su estilo de vida consumista y derrochador. Es el resultado de haber perdido la batalla de inocular el neoliberalismo en América Latina en aquella inolvidable Conferencia en Montevideo, sitio en el cual Néstor Kirchner les dijo: «aquí nadie viene a patotearnos».
Mientras en Latinoamérica se libró una contienda político-económica, alternativa de un modelo distinto, años antes a principios de la década de los 90, las corporaciones impulsoras de la guerra planetaria habían ayudado a descuartizar lo que hoy es la ex Yugoslavia y en Medio Oriente hacían lo mismo con Iraq. Esto significa como muchos saben, el comienzo del despliegue de varios frentes de guerra, los cuales actualmente están operativos y activos a disposición de la tecla de alerta verde para accionar su gatillo asesino en cualquier zona del planeta.
Ante la constante amenaza que percibe EE.UU. de bloques como el BRICS, el acercamiento cada vez más estrecho entre Rusia/China y la pérdida de influencia en América Latina, se vale de la promoción de las guerras focalizadas y la creación de grupos paramilitares en las zonas vulnerables de conflictos milenarios con la venta de su maquinaria de guerra y así tomar aire para su demacrada economía capitalista. No queda otra cosa que advertir que los conflictos podrán acontecer en Europa, Asia o África, pero esta vez Latinoamérica no estará exenta de estos acontecimientos. Todos estos movimientos estratégicos bien podrían significar el preludio de una tercera conflagración mundial.
Ramón E. Ángel. Licenciado en Administración y Politólogo Social, egresado de la Escuela Latinomericana de Postgrado, República de Chile
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