Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El jeque conducía su Cadillac
A toda velocidad por la villa
El almuédano iba de pie
Sobre la parrilla del radiador
(The Clash, «Rock the casbah«)
Es irrelevante. Puede que sea una película extraordinaria de suspense de Hollywood, un programa doble Osama/Obama (dirigido por Kathryn «En tierra hóstil» Bigelow). Pero el asesinato selectivo del lunes -según nos cuentan, con una bala icónica estadounidense a la cabeza- de Osama bin Laden solo se iguala de hecho con la intrascendencia en que se había sumido la vida de proporciones épicas del padrino de la yihad.
Es posible que el presidente de EEUU Barack Obama hubiera sintonizado el sonido del boogie para su reelección en 2012 -los corredores de apuestas le daban un 1,75-, para ponerse fuera de alcance del espectáculo de fenómenos de circo entre los que figuran especimenes como mamá-oso Sarah Palin y el multimillonario-matón (con un zorro en la cabeza) Donald Trump.
Pero, ¿fue un caso de «justicia», como proclamó Obama? La justicia -hasta la era de los aviones no tripulados- implicó siempre una escena del crimen, pruebas, tribunales, un proceso debido, un jurado, un juez y una sentencia. El ex presidente George «guerra contra el terror» W Bush, con su brusquedad, se aproximó más a la realidad: esto ha sido una «venganza estadounidense».
En esencia, no puede tomarla
A primera vista, Bin Laden no fue una víctima de guerra. Fue una víctima de un impulso irresistible por la democracia y la equidad social: la gran revolución árabe de 2011. Bin Laden, el partidario de un califato restaurado, rechazó la democracia parlamentaria. La historia le convirtió en un ser irrelevante mientras al-Qaida se convertía en más irrelevante aún ante la gran revolución árabe en términos geográficos, políticos, culturales y sociales.
A pesar del excepcionalismo estadounidense y la histeria occidental –the in crowd say it’s cool/ to dig this chanting thing [la gente dice que es genial/cavar esta cosa cantando-, al-Qaida y su descenso de afiliados, ramas y copiones están condenados a permanecer habitando como fantasmas en la periferia del mundo musulmán, con una nueva generación de líderes lanzando zapatos desparejados o terroristas con calzoncillos-bomba.
Lo que resulta más espeluznante es ver que se ha resucitado la narrativa de al-Qaida en forma de espectro que se cierne sobre el inconsciente colectivo de Occidente. Con la peligrosa metáfora poética del cuerpo de Bin Laden rocanroleando ahora en una kasba acuática en el fondo del Mar Arábigo. La Kasba de la Casa Blanca/Pentágono/CIA no quería un «santuario»; parece que ahora el santuario se ha diluido en las aguas patrulladas por EEUU y no lejos de esas costas donde la Casa de Saud está dirigiendo una dura contrarrevolución en contra del anhelo por una vida mejor.
Es como si la cuidadosamente puesta en escena, demasiado buena para ser verdad, del no martirio de bin Laden, estuviera en realidad abriendo las puertas a una clase nueva de infierno: con Washington y Occidente apostando por su propia y autocumplida profecía; al-Qaida reaccionará «con una venganza» (¿al estilo estadounidense), habrá sangre, mucha más sangre, y el mundo árabe volverá a la barbarie en vez de soñar con la democracia, como en the croad caught a whiff/ of that crazy Casbah jive. [A la multitud le llegó el olor/ de ese ritmo loco de la kasba].
Bienvenidos a la resurrección de al-Qaida en un intento de dar un golpe mortal a la gran revolución árabe de 2011.
¡No a ese sonido de boggie!
Hay un buen montón de razones para no tomar en serio lo que finalmente podría revelarse como una de las más sofisticadas operaciones de manipulación psicológica del joven siglo XXI.
Un equipo de elite de los SEAL [foca] de la armada de catorce miembros, cuatro helicópteros, bajo el mando del director de la Agencia Central de Inteligencia Leon Panetta, puede haber quitado de en medio a Bin Laden. Pero la narrativa del Pentágono de una bala dorada estadounidense es tan floja como the King telling the boggie man/you have to let that raga drop [y el rey le dice al hombre del boggie, tienes que dejar que caiga ese raga]. Bin Laden había dicho siempre que moriría como un shahid, un mártir, luchando por su causa y que no se rendiría. Uno de sus guardaespaldas se habría acercado con la bala, bajo su mando, cuando Bin Laden llegó a la conclusión de que por orden del Profeta tendría que prohibir ese sonido de boggie.
El confuso fuego cruzado en Washington en las primeras horas llevó a los habituales «funcionarios estadounidenses» a hacer hincapié en que los Inter-Servicios de Inteligencia pakistaníes (ISI) se había quedado al margen, por si se les ocurría avisar a Bin Laden sobre la operación, mientas los tipos del Pentágono insistían en que mataron a Bin Laden hace una semana en un ataque de aviones no tripulados (the jet pilots tuned/to the cockpit radio blare) [los pilotos del avión sintonizaron/la radio de la cabina de mando que atronaba]. Otros contaron que ciertas pistas del mismo ISI llevaron a las Fuerzas Especiales de EEUU hasta el lugar, y después Washington utilizó sus propias fuerzas para confirmar «que recibió autorización de Pakistán para atacar» y bien, rock the Casbah.
La cadena de televisión pakistaní GEO jugó con una mezcolanza completamente diferente. Los tipos del ISI contaron que la operación fue de hecho pakistaní, puesta en macha después de que un helicóptero fuera derribado (los tipos del Pentágono también lo mencionaron) y una operación de búsqueda acabara en tiroteo. Las tropas pakistaníes ayudaron a acordonar el recinto. Arrestaron a unas cuantas mujeres y niños árabes, y unos hombres árabes armados confesaron entonces que Bin Laden estaba allí; eso llevó a otro tiroteo en el que mataron a Bin Laden. Después dos helicópteros estadounidenses volaron hasta el lugar y se llevaron el cuerpo de Bin Laden. Según esta versión el fuego en el recinto lo causó el helicóptero derribado.
El relato estadounidense acerca del «tiroteo» es también muy confuso. Según la descripción de Obama, no hubo bajas estadounidenses; eso no parece entonces un «tiroteo». Puede que fuera un recinto fuertemente defendido, o sólo un recinto en el que las fuerzas estadounidenses mantenían a Bin Laden.
La CIA está diciendo que fue una operación para matar. Eso tampoco se sostiene muy bien. Capturar vivo a Bin Laden -al igual que a Sadam Husein- habría sido el último minarete de la humillación, y un golpe de relaciones públicas mucho más jugoso para la Casa blanca. Eso puede explicar el celo de Washington para deshacerse de su cuerpo en el Mar Arábigo tan pronto como fuera posible, para desesperación de muchos de los especialistas en la Sharia.
El recinto quedó reducido a cenizas. Convenientemente -al igual que sucedió en el 11/S- no hay escenario del crimen y no hay cuerpo. Cualquier guión de CSI rechazaría eso. El mundo entero espera una foto incontrovertible del cuerpo así como los resultados de la prueba del ADN.
Y antes que después -como con Sadam- algún informante revelará que no había nada de Hollywood en el asesinato; que todo fue consecuencia de un individuo emprendedor que decidió finalmente embolsarse los 50 millones de dólares de la recompensa. Solo hay un destino del que pueda provenir esa todopoderosa filtración: el ISI pakistaní. Y si ese es el caso, el jefe del ejército el General Ashfaq Kiani -una querida del Pentágono- tenía que emitir el visto bueno final. Su «recompensa» será el material con el que se forjan las leyendas.
Los fieles degeneran
Bin Laden fue un producto por excelencia de la política exterior estadounidense de la Guerra Fría; la impura alianza de Washington, Pakistán y Arabia Saudí. El Buró Federal de Investigación jamás acusó a Bin Laden de la autoría del 11/S; no había ninguna prueba directa. Incluso el uber-conservador Dick Cheney, el ex vicepresidente, con los años llegó a admitir dentro y fuera que Bin Laden no estaba vinculado con el 11/S.
Hablemos ahora sobre el campo de la «inteligencia». Desde el 11/S, Washington necesitó no menos de 3.519 días para encontrar a Bin Laden «vivo o muerto», como John Wayne Bush prometió, sólo a 240 kilómetros al este de las montañas de Tora Bora, su última posición confirmada en diciembre de 2001. Bien Laden habría sido una entidad realmente de otro mundo si sufriendo una enfermedad renal, diabetes y presión arterial baja, y necesitando diálisis, hubiera logrado sobrevivir en una lóbrega cueva durante casi una década.
Abbottabad, a dos horas conduciendo del norte de Islamabad, en la provincia de Kyber Pakhtunkhwa, es una estación de montaña que se encuentra en un valle muy cercano a Azad («libre») Cachemira. Es una especie de mini-Colorado Springs, que cuenta con una sala de cine (el Taj) y, lo más importante, con el equivalente pakistaní de West Point. No hay cuevas a su alrededor y, también muy importante, tampoco hay áreas tribales ruidosas, donde la campaña de ataques con aviones no tripulados de la CIA esté consumando un montón de «daños colaterales» bajo el pretexto de combatir a «al-Qaida».
La captura de Bin Laden podría haberse producido de hecho ya en agosto de 2001. En aquel tiempo, de regreso de Afganistán, escuché en Peshawar que un comando estadounidense estaba preparado para entrar en Afganistán y secuestrar a Bin Laden en su recinto en Kandahar. Por más que Bush trabajó en ello, el entonces presidente Pervez Musharraf lo vetó diciendo que no quería ser responsable de una guerra civil en Pakistán.
Después, tras el 11/S, Washington prácticamente ordenó a los talibanes que le entregaran a Bin Laden. Pero, como nos dijo el embajador talibán en Islamabad en aquel momento, el Mullah Omar pidió pruebas de la culpabilidad de Bin Laden. Bush se negó, después de todo, como el FBI sabía bien, no había pruebas concretas. Y se reveló que los subsiguientes videos de Bin Laden «aceptando» la responsabilidad del 11/S eran falsos.
Los talibanes estuvieron incluso de acuerdo en entregar a Bin Laden a Arabia Saudí, uno de los tres patrocinadores de los talibanes, junto con Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos (EAU). El rey Abdullah se negó. Fue de hecho Jalid Sheij Muhammad -arrestado por la inteligencia pakistaní y que pasará el resto de su vida en Guantánamo- quién afirmó la total responsabilidad en el 11/S; y nunca acusó de nada a Bin Laden
Ese loco sonido de la kasba
Cuanto más lo vemos, el asesinato selectivo de Bin Laden más facetas muestra de ese famoso juguete infantil: la caja sorpresa.
Las potencias importantes que están jugando ese juego -EEUU y Arabia Saudí- han decidido finalmente que ya no necesitan un hombre del saco al que hacer aparecer y desaparecer a conveniencia para justificar cualquier cosa, desde la falta de democracia hasta brutales ofensivas o incluso cuando se equivocan en los ataques de los aviones no tripulados. Pero, ¿por qué justo ahora?
Empecemos por el vacío de poder en Pakistán. Hay serias divisiones dentro del ISI, entre el ISI y una parte del ejército y entre el ejército y el gobierno. Esto sólo puede significar caos. Lo que el Pentágono podía apodar como Operación Atardecer Obama marca el cambio fundamental del alto teatro de la «guerra contra el terror» de Afganistán a Pakistán. La «guerra contra el terror» sigue, intensificada, vinculada a golpear todas las kasbas. Un desconcertado Islamabad no parece saber cómo sacar provecho de ella, especialmente ahora que ha quemado la preciosa carta de Bin Laden.
Después viene la Casa de Saud. A Bin Laden se le ha liquidado justo cuando Arabia Saudí estaba distorsionando la edificante narrativa de la gran revolución árabe de 2011 para sacar provecho de una narrativa contra-revolucionaria de una guerra sectaria entre sunníes y chiíes, una renovada Guerra Fría de facto entre la «buena» de Arabia Saudí y el «malvado» de Irán. Washington estaba jugando todo el tiempo junto a la Casa de Saud.
Esta táctica desviacionista de la Casa de Saud es un serio intento por cambiar el enfoque del hecho de que la gran revolución árabe de 2011 amenaza exactamente a regímenes medievales como los de Bahrein y la Casa de los Saud. El corrupto lacayo occidental de la Casa de Saud fue la motivación clave de la rabia e indignación de Bin Laden que moldeó su ideología.
Sin embargo, bajo la actual histeria Bin Laden, la Casa de Saud puede fácilmente cantar The King called up his jet fighters/he said you better earn your pay/drop your bombs between the minarets/down the Casbah way [El rey llamó a sus aviones de combate/y les dijo que se ganarían mejor su soldada/arrojando bombas entre los minaretes/en la kasba], intensificando su dura represión en las provincias orientales y en Bahrain y sobornando generosamente a los líderes tribales en el Ymen para que el próximo gobierno que formen sea pro-saudí.
Washington por su parte también utilizó la táctica desviacionista para distraer/confundir a la opinión pública árabe como una intervención anglo-francesa-estadounidense, comercializada como «humanitaria», para golpear otro país musulmán rico en petróleo, Libia. Además, Washington aplicó también un limpiacristales nuevo a la vieja táctica de aislar/contener a Irán.
En cuanto a los patéticos «rebeldes» libios vinculados con al-Qaida e infectados por la CIA que han secuestrado las legítimas protestas de la provincia de Cirenaica y que dieron la bienvenida a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para que bombardeara su propio país, ahora quieren que EEUU se lleve a Muamar Gadafi (la OTAN ya trabaja en ello). Golpear la kasba es el camino a seguir.
Los piadosos millonarios de Arabia Saudí han sido siempre una fuente fundamental de paquetes de dinero en efectivo para al-Qaida. No importa que haya una horda de nuevas razas de Bin Laden listas para golpear la kasba en Arabia Saudí y, con un poco de suerte, en el interior del reino.
La ideología de al-Qaida se basa en dos pilares: los actuales gobiernos de las tierras musulmanas son contrarios al Islam y opresores; y son pro-estadounidenses (es correcta en ambos casos). Donde al-Qaida se equivocó fue en el método para cambiar esta situación; de ahí su derrota estratégica ante la gran revolución árabe de 2011.
El General David Petraeus, que fue el supremo del Pentágono en Afganistán, está a punto de convertirse en el supremo de la CIA, con la cabeza de Bin Laden como trofeo y las manos libres para golpear múltiples kasbas a través de asesinatos selectivos generales y un buen surtido de oscuras operaciones. Según contaron, la razón de que EEUU invadiera Afganistán en 2001 fue conseguir a Bin Laden «vivo o muerto». Ahora está muerto y en el fondo del Mar Arábigo.
Pero EEUU no quiere irse de Afganistán. La Secretaria de Estado de EEUU Hillary Clinton está ya monopolizando la narrativa diciendo que la guerra contra al-Qaida, como la «guerra contra el terror», continuará para siempre. La política oficial estadounidense es la mejor reclutadora de yihadistas que Bin Laden podía haber esperado prosigue sin cesar, al igual que la misma panoplia de soldados, mercenarios, equipos asesinos de la CIA, aviones asesinos no tripulados, contratistas y «diplomáticos» con un coste de miles de billones de dólares.
Habría sólo una forma realista de poner fin a tanta locura, como en the oil in the desert way, has been shaken to the top [el petróleo en el camino del desierto, ha sacudido hasta la cima]: aviones asesinos o asesinatos selectivos de toda la Casa de Saud. Es una pena que a diferencia de Bin Laden, que se convirtió en un canalla, los jeques siempre se pongan a cubierto haciéndose pasar por «nuestros» fanáticos bastardos.
Pepe Escobar es autor de «Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War» (Nimble Books, 2007) y «Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge«. Su último libro es «Obama does Globalistan» (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected].
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/