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EL Salvador: Con un poco de pan

Fuentes: Prensa Latina

Planes gubernamentales contra la violencia, mano dura con las pandillas, resurgimiento de grupos de exterminio o protestas contra las extorsiones, son las problemáticas que, en los últimos meses, parecen ser las más preocupantes para los salvadoreños. Sin embargo, detrás de ese telón, otro agudo problema no sólo afecta directamente a más de la mitad de […]

Planes gubernamentales contra la violencia, mano dura con las pandillas, resurgimiento de grupos de exterminio o protestas contra las extorsiones, son las problemáticas que, en los últimos meses, parecen ser las más preocupantes para los salvadoreños.

Sin embargo, detrás de ese telón, otro agudo problema no sólo afecta directamente a más de la mitad de los habitantes de El Salvador, sino que es una de las causas que sintetiza la cada vez más peligrosa ola de criminalidad en el país: el hambre.

El hecho que los niveles de desempleo o subempleo sean tan altos en El Salvador, es un indicador de las pésimas condiciones de pobreza en que viven cientos de miles de familias de esa nación centroamericana.

Esa condición indispensable para que el Tercer Mundo sea llamado de esa forma, es término cardinal también para que cada día innumerables miembros de esas familias se acuesten sin comer o lastimeramente encuentren para su cena algún maloliente resto de alimento en basurales a cielo abierto, en contenedores, en los traspatios de los restaurantes o mercados.

Nada tan ilustrativo como la cantidad de desnutridos de este país.

De acuerdo con el Programa Mundial de Alimentos (PMA), unos siete millones de habitantes de América Central sufren hambre, situación que tiende a empeorar por los desastres naturales y el deterioro constante del suelo a causa del mal manejo de las tierras y la falta de conservación de los bosques.

Sólo en El Salvador, la desnutrición infantil en menores de cinco años, es del 19 por ciento; y uno de cada cuatro niños en las zonas rurales padece de esta carencia nutricional. Téngase en cuenta que más del 50 por ciento de la población salvadoreña está formada por adolescentes y jóvenes menores de 25 años

Pero el problema es mucho más abarcador en esa nación, ya que con una población de 6,2 millones de habitantes, en total, hay 1,2 millones de personas desnutridas, según el PMA de la Organización de las Naciones Unidas.

La desnutrición crónica limita permanentemente el crecimiento intelectual y el desarrollo físico de un niño, los hace menos resistentes a las enfermedades, no pueden concentrarse en la escuela, y por consiguiente serán menos productivos en la adultez, con lo que se perpetuará el ciclo de pobreza y hambre.

Mientras los más recientes programas gubernamentales, inclusos los pedidos de ayuda al exterior están enfocados hacia el fenómeno de la delincuencia que alcanza en el país grados superlativos, han surgido algunas organizaciones como Red Solidaria, Libras de Lástima, con un cuestionable nombre, o la Secretaría de la Madre Teresa de Saca, para paliar esta crisis de alimentación.

No obstante, dos o tres organizaciones de ese tipo, incluso muchas veces cuestionadas por el uso que dan a los fondos recaudados, son insuficientes para resolver un problema que afecta a más de la mitad de los salvadoreños.

Y es que la hambruna de El Salvador, como la del resto de América Central, es el resultado de las malas políticas de los gobiernos, en cuyas manos está la responsabilidad de solucionarla.

El contenido de una alimentación básica, según expertos, es el consumo diario de al menos dos mil 200 calorías, las cuales pueden aportarlas dos raciones diarias de comida compuesta cada una por arroz, frijoles, una tortilla de maíz y una taza de café con azúcar.

Aunque con 0,19 centavos de dólar al día se podría eliminar la hambruna infantil, lo cierto es que miles de salvadoreños no tienen siquiera acceso a esas dos raciones diarias, ni a ese dinero.

Es por ello que unos 222 mil niños entre cinco y 17 años se ven obligados a trabajar, muchas veces sólo por el alimento. La mitad de ellos está ocupada en el sector agrícola, donde laboran un promedio de 34 horas semanales.

La mayoría se dedica al denominado trabajo infantil por abolir o peores formas de trabajo infantil, según la Organización Internacional del Trabajo. Consideradas así, no sólo por la edad y por el número de horas dedicadas, sino también porque la educación, salud y desarrollo físico y mental de los infantes trabajadores pueden termina afectados por dichas labores.

Unos escogen la calle donde sobreviven robando, pidiendo limosna, vendiendo periódicos o lustrando zapatos para ayudar, de esta manera, a completar los ingresos de sus familias.

Otros, viven en grupos, en torno a la figura de un líder, y se apoyan en la prostitución y los pequeños hurtos para sobrevivir. La mayoría son adictos a las drogas, desde la heroína al pegamento común.

En ese contexto, se conforma el interminable ciclo de hambre- pobreza- violencia-emigración, ya que otras de las salidas al estómago vacío son la pandillas o mar o el abandono del país.

La pobreza, la falta de empleos, y la marginalidad lanzan al destierro a miles de salvadoreño cada año, aun cuando saben que se exponen a la muerte en manos de los coyotes del desierto, los rateros asesinos, los federales, el crimen organizado o bajo los rieles de un tren.

Esta opción, sin dudas, es sólo una tabla de náufrago que permite arrimar a la orilla a los desesperados, o dejarlos zozobrando en el mundo de indocumentados de las naciones del Norte, donde seguirán siendo famélicos centroamericanos.