La elección de Mauricio Funes a la presidencia de El Salvador es una resonante victoria del gran movimiento social nucleado en torno al postergado anhelo mayoritario de justicia social y libertad. Su gran mérito consistió en doblar el brazo al búnker derechista-oligárquico que detenta el poder en El Salvador desde el siglo XIX y […]
La elección de Mauricio Funes a la presidencia de El Salvador es una resonante victoria del gran movimiento social nucleado en torno al postergado anhelo mayoritario de justicia social y libertad. Su gran mérito consistió en doblar el brazo al búnker derechista-oligárquico que detenta el poder en El Salvador desde el siglo XIX y ha constituido uno de los regímenes más reaccionarios, corruptos y represivos de América Latina. El mismo que ahogó en sangre el levantamiento campesino de 1932 y ha incumplido lo sustantivo, social y político, de los acuerdos de paz. Cabe recordar que los rubricó al no poder derrotar la rebelión armada de los ochentas no obstante la masiva ayuda militar que recibió de Estados Unidos. Integrado por los ocho grupos empresariales que controlan el poder real, intentó cerrarle el paso al candidato popular echando mano a cuantiosos recursos financieros, públicos y privados, y a la coerción económica y política apoyada en una feroz campaña de terrorismo mediático. Pero como afirmó Funes al proclamar su victoria, esta vez «la esperanza venció al miedo».
El presidente electo, un prestigioso periodista crítico de los gobiernos del ultraderechista ARENA, fue abanderado candidato por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional(FMLN), que agrupa a combatientes y simpatizantes de las ex organizaciones guerrilleras así como a numerosos luchadores sociales de generaciones recientes. El FMLN fue constituido como partido político paralelamente a la firma de los acuerdos de paz de 1992. Desde entonces ha pasado la difícil prueba de reconvertirse en una organización capaz de disputar el gobierno a la oligarquía por vía electoral al tiempo que enfrentaba la confusión ideológica propiciada por el desplome del llamado socialismo real y el mismo impacto sicológico del fin negociado al conflicto sin poder alcanzar los objetivos de la guerrilla.
En esa etapa logró ser un referente de la lucha contra las políticas neoliberales, la defensa de las causas populares y la solidaridad latinoamericanista bajo la conducción del extinto Schafik Handal. Esta es la cuarta oportunidad en que competía por la presidencia en un proceso en el que ha conseguido cada vez más caudal electoral y puestos electivos. Funes tiene un excelente programa de gobierno surgido de una consulta nacional con las bases populares y otros sectores (http://www.fmln.org.sv/
Cumplir estas metas demandará un esfuerzo extraordinario de movilización popular y negociación con las demás fuerzas políticas y el empresariado pues el nuevo presidente no tiene mayoría parlamentaria ni representación en el sistema de justicia, controlado por la derecha al igual que los mandos del Ejército, las fuerzas de seguridad y gran parte del aparato del Estado. Además, la economía depende mucho de la de Estados Unidos, a la que está atada por un Tratado de Libre Comercio, y de las remesas que de allí envían sus naturales, casi la mitad de la población.
El pueblo salvadoreño se levantó en armas por la intolerable inequidad social y opresión política que sufría. Después de la firma de la paz fue aún más hundido en la pobreza y la miseria por el neoliberalismo y las secuelas del conflicto armado. Los acuerdos de paz proporcionaron un espacio político que, por limitado que fuera, nunca antes había existido. El FMLN aceptó el desafío y hoy llega a la presidencia apegado, como proclamó Funes, a la opción preferencial por los pobres de «nuestro obispo mártir» Arnulfo Romero. Merece y recibirá seguramente la solidaridad de los gobiernos progresistas y los pueblos de América Latina.